Lluvia en el cementerio. Una despedida junto a la tumba: el panegírico de Dudley Smith, las palabras del sacerdote.
Asistieron todos los hombres de Detectives: órdenes de Thad Green. Parker llamó a la prensa: una pequeña ceremonia después de sepultar a Russell Millard. Bud miró cómo Ed Exley confortaba a la viuda: el mejor perfil antelas cámaras.
Una semana de cámaras, titulares: Ed Exley, «el mayor héroe de Los Ángeles». Campeón de la Segunda Guerra Mundial, el hombre que despachó a los asesinos de Nite Owl y a su cómplice. Ellis Loew dijo a la prensa que los tres habían confesado antes de escapar. Nadie mencionó que los negros estaban desarmados. Ed Exley alcanzaba la gloria.
El discurso del sacerdote cobró vuelo. La viuda rompió a llorar. Exley le rodeó los hombros con el brazo. Bud se alejó.
Relámpagos, más lluvia. Bud se refugió en la capilla. La recepción de Parker estaba preparada: atril, sillas, una mesa con emparedados. Más relámpagos. Bud miró por la ventana, vio el ataúd bajando a la tierra. Cenizas a las malditas cenizas. Stensland tenía seis meses. Según los rumores, Exley e Inez eran la gran pareja: chico liquida cuatro negros, chico consigue chica.
Los presentes iniciaron la marcha. Ellis Loew resbaló, cayó. Bud pensó en las cosas buenas: Lynn, la sección West Valley investigando el asesinato de Kathy. Por ahora olvidaría las cosas deprimentes.
Todos entraron en la capilla: dejaron impermeables y paraguas, corrieron a los asientos. Parker y Exley se pararon junto al atril. Bud se despatarró en una silla del fondo.
Reporteros, libretas. Asientos de delante: Loew, la viuda Millard, Preston Exley. Gran noticia para la Tierra de los Sueños.
Parker habló por el micrófono.
—Ésta es una ocasión triste, una ocasión de llanto. Lloramos a un hombre delicado y bondadoso y a un policía de vocación. Lamentamos su fallecimiento. La pérdida del capitán Russell A. Millard es una pérdida para la señora Millard, la familia Millard y para todos nosotros. Será una pérdida difícil de sobrellevar, pero la sobrellevaremos. Recuerdo un pasaje de los anales de la literatura. Ese pasaje dice: «Si no hubiera Dios, ¿cómo podría yo ser capitán?». Dios nos ayudará a soportar nuestro pesar y nuestra pérdida. El Dios que permitió que Russell Millard llegara a ser su capitán.
Parker extrajo un estuche de terciopelo.
—Y la vida continúa a pesar de nuestras pérdidas. La pérdida de un espléndido policía coincide con el surgimiento de otro. Edmund J. Exley, sargento detective, ha acumulado brillantes antecedentes en los diez años que ha pasado en el Departamento de Policía de Los Ángeles, dedicando tres de esos años a servir al Ejército de Estados Unidos. Ed Exley recibió la Cruz del Servicio Distinguido por su arrojo en el Teatro del Pacífico, y la semana pasada demostró un valor espectacular en el cumplimiento del deber. Me complace otorgarle el mayor honor que puede dar este departamento: nuestra Medalla al Valor.
Exley se adelantó. Parker abrió el estuche, extrajo un medallón de oro colgado de una cinta de satén azul y se lo colgó del cuello. Ambos se estrecharon la mano. Exley tenía lágrimas en los ojos. Los flashes centellearon, los reporteros garrapatearon, ningún aplauso. Parker tocó el micrófono.
—La medalla del Valor es una altísima expresión de estima, pero no tiene aplicaciones prácticas cotidianas. Al margen de las consideraciones espirituales, no recompensa a quien la recibe con el desafío del exigente trabajo policíaco. Hoy me valdré de una prerrogativa rara vez usada y recompensaré a Ed Exley con trabajo. Lo ascenderé dos rangos, a capitán, y lo designaré comandante flotante de las divisiones del Departamento de Policía de Los Ángeles, el cargo antes sustentado por nuestro amado colega Russell Millard.
Preston Exley se levantó. Los civiles se levantaron; los hombres de Detectives aguardaron. Thad Green alzó dos dedos. Aplausos dispersos, poco entusiastas. Ed Exley estaba tieso como una vara; Bud se quedó despatarrado en la silla. Sacó el revólver, lo besó, sopló el humo imaginario que brotaba del cañón.