Ed, apostado en Uno y Olive. La escopeta de su padre como respaldo, apostando a una corazonada.
Sugar Ray Coates: «Roland Navarette, vive en Bunker Hill. Tiene un escondrijo para fugitivos».
Un susurro: los micrófonos no lo habían captado, Ed dudaba que Coates recordara que lo había dicho. Antecedentes, foto de Navarette, domicilio: una pensión a poca distancia de Olive, cerca de la Cárcel del Tribunal. Una fuga al amanecer: no podrían llegar al distrito negro sin ser vistos. Calculaba que los cuatro estaban armados.
Miedo: como Guadalcanal en el 43.
Ilegal: no había denunciado la pista.
Ed avanzó con el coche. Una casa victoriana de madera terciada: cuatro pisos, pintura descascarillada. Subió dando brincos, miró los buzones R. Navarette, 408.
Dentro, con la escopeta bajo la chaqueta del traje. Un largo pasillo, ascensor con puerta de vidrio, escaleras. Subió las escaleras. No sentía los pies. Rellano del cuarto piso: nadie a la vista. Fue hacia el 408, se abrió la chaqueta. Los gritos de Inez lo incitaban. Pateó la puerta.
Cuatro hombres comiendo emparedados.
Jones y Navarette a una mesa. Fontaine en el suelo. Sugar Coates junto a la ventana, limpiándose los dientes.
Ningún arma a la vista. Nadie se movió.
Sonidos raros.
—Estáis arrestados —dijo Ed con un hilo de voz. Jones alzó las manos. Navarette alzó las manos. Fontaine se llevó las manos a la nuca.
—¿Te comieron la lengua, maricón? —dijo Sugar Ray.
Ed apretó el gatillo: una, dos veces. Los perdigones arrancaron la pierna de Coates. Retroceso. Ed se apoyó en el marco de la puerta, apuntó. Fontaine y Navarette se levantaron gritando. Ed hundió el gatillo, los barrió con una perdigonada. Retroceso, empellón fuerte: media pared de atrás se derrumbó.
Todo rociado de sangre. Ed se tambaleó, se enjugó los ojos. Jones corría hacia el ascensor.
Ed corrió detrás: resbaló, tropezó, se levantó. Jones apretaba botones, chillaba plegarias a centímetros del vidrio.
—Por favor, Jesús.
Ed apuntó a quemarropa, disparó dos veces. El vidrio y las perdigonadas arrancaron la cabeza de Jones.
Pisadas fuertes, gritos alrededor.
Ed bajó a la carrera, halló una multitud: policías de azul, policías de paisano. Varias manos le palmearon la espalda; varios hombres lo felicitaron. Un murmullo:
—Millard ha muerto. Ataque cardíaco en la oficina.