38

Jack despertó viendo escenas obscenas.

Karen en fotos de orgías, Veronica Lake haciendo el amor con Karen. Sangre: fotos porno como fotos del forense, bellas mujeres empapadas de rojo. La primera realidad que vio fue el amanecer, luego el coche de Bud White aparcado junto al apartamento de Lynn Bracken.

Labios cuarteados, huesos doloridos de la cabeza a los pies. Tragó las últimas píldoras, evocó los últimos pensamientos que había tenido antes de dormirse.

Nada en los archivos. Patchett y Bracken eran las únicas pistas para Hudgens. Patchett tenía criados que vivían en la casa. Bracken vivía sola. La abordaría cuando White dejara su cama.

Jack pensó un informe sobre el seguimiento: mentiras para engañar a Dudley Smith. El ruido de una puerta, fuerte como una detonación. Bud White caminó hacia su coche.

Jack se agachó en el asiento. El coche se alejó, segundos, otro portazo/detonación. Una ojeada rápida: una Lynn Bracken castaña en la calle.

Ella fue al coche, cogió por Los Feliz, enfiló hacia el este. Jack la siguió: el carril correcto, a cierta distancia. Tráfico escaso: la mujer debía de estar demasiado distraída para no verlo.

Al este, hacia Glendale. Al norte por Brand, un viraje hacia la acera de un banco. Jack frenó en un sitio desde donde podía observar: una tienda de la esquina, con cartones de leche apilados junto a la puerta.

Se agachó, miró la acera. Lynn Bracken hablaba con un hombre: un sujeto nervioso y trémulo. El sujeto abrió el banco y la hizo pasar; había un Ford y un Dodge aparcados a cierta distancia. Imposible distinguir los números de matrículas. Lamar Hinton salió cargando cajas.

Archivos, archivos, archivos. Tenía que ser.

Bracken y el sujeto del banco cogieron cajas: fueron hacia el Dodge y el Packard de Lynn. El sujeto cerró el banco, subió al Ford y giró hacia el sur; Hinton y Bracken formaban una cadena: dos coches rumbo al norte.

Segundos. Jack contó hasta diez, arrancó.

Los alcanzó a más de un kilómetro: virando, trepando, bajando. Glendale, al norte hacia las colinas. El tráfico raleaba; Jack halló un sitio de observación: una vista limpia de la carretera, que serpeaba ascendiendo. Aparcó, observó: los coches subieron, cogieron un desvío, desaparecieron.

Siguió esa ruta hasta un camping: mesas de picnic, hoyos para barbacoa. Dos coches detrás de un pinar; Bracken y Hinton cargando cajas. Músculos con una lata de gasolina colgada del dedo.

Jack abandonó el coche, se ocultó detrás de unos pinos achaparrados. Bracken y Hinton descargaron: papeles en un gran hoyo. Se volvieron; Jack se acercó, agachado.

Regresaron con otra carga: Bracken con un encendedor en la mano, Hinton con los brazos llenos. Jack se levantó, lanzó culatazos: testículos, izquierda/derecha/izquierda en la cara. Hinton cayó soltando papeles; Jack le rompió los brazos: las rodillas contra los codos, tirones de las muñecas.

Hinton se puso blanco, víctima del shock. Bracken tenía la lata de gasolina y un encendedor.

Jack se plantó delante del hoyo, el 38 amartillado. Empate

Lynn sostenía la lata: la tapa floja, volutas de vapor. Un chasquido: la llama del encendedor. Jack le apuntó a la cara.

Empate.

Hinton intentó arrastrarse. A Jack le temblaba la mano del arma.

—Sid Hudgens, Patchett y Fleur-de-Lis. Se trata de Bud White o de mí, y a mí podéis comprarme. Lynn apagó la llama, dejó la gasolina.

—¿Y Lamar?

Hinton: arañando la tierra, escupiendo sangre. Jack bajó el revólver.

—Vivirá. Y él me disparó, así que estamos en paz.

—Él no te disparó. Pierce… Sé que no te disparó.

—Entonces ¿quién?

—No lo sé. De veras. Y ni Pierce ni yo no sabemos quién mató a Hudgens. Nos enteramos ayer por el periódico.

El hoyo; carpetas sobre el carbón.

—Los secretos de Hudgens, ¿eh?

—Sí.

—Sí y continúa.

—No, hablemos de tu precio. Lamar le habló a Pierce de ti, y Pierce dedujo que eras ese policía que siempre aparece en las revistas escandalosas. Y, como dices, te podemos comprar. ¿Por cuanto?

—Lo que quiero está en esos archivos.

—¿Y qué…?

—Sé que Patchett te regenta a ti y otras chicas. Sé todo sobre Fleur-de-Lis y las inmundicias que maneja Patchett, incluido el material pornográfico.

La mujer no se inmutó: cara de piedra.

—Algunas revistas tienen fotos con tinta animada. Roja como la sangre. Vi fotos del cadáver de Hudgens. Lo cortaron de tal modo que aparece igual que en las fotos.

Aún cara de piedra.

—Conque ahora vas a preguntarme acerca de Pierce y Hudgens.

—Sí, y quién trucó las fotos de los libros. Lynn meneó la cabeza.

—No sé quién hizo los libros, y tampoco lo sabe Pierce. Compró una partida a un mexicano rico.

—No te creo.

—No me importa. ¿Aparte quieres dinero?

—No, y apuesto a que el autor de esas fotos mató a Hudgens.

—Tal vez lo mató alguien que se excitó con las fotos. ¿Acaso te importa? Apostaría a que Hudgens conocía algún secreto tuyo. ¿Qué hay detrás de todo esto?

—Una dama lista. Y apostaría a que Patchett y Hudgens no jugaban al golf ni…

—Pierce y Sid planeaban un proyecto juntos —interrumpió Lynn—. No te diré más que eso. Extorsión. Tenía que ser.

—¿Y estos archivos eran para eso?

—Sin comentarios. No he mirado los archivos. Mantengamos el empate y que nadie salga lastimado.

—Entonces dime qué ocurrió en el banco. Lynn miró a Hinton, que trataba de arrastrarse.

—Pierce sabía que Sid guardaba sus archivos privados en cajas de caudales en ese Bank of America. Cuando leímos que lo habían matado, Pierce supuso que la policía localizaría los archivos. Sid llevaba archivos sobre los negocios de Pierce…, negocios que un policía honesto no aprobaría. Pierce sobornó al gerente para que nos dejara los archivos. Y aquí estamos.

Jack olió el papel, el carbón.

—Tú y Bud White.

Lynn apretó los puños, se los aplastó contra las piernas.

—Él no tiene nada que ver.

—Cuéntame, de todos modos.

—¿Por qué?

—Porque no os veo como la gran pareja de 1953. Una sonrisa inesperada. Jack casi sonrió también.

—Haremos un trato, ¿verdad? —dijo Lynn—. ¿Una tregua?

—Sí, un pacto de no agresión.

—Pues considera esto como parte del pacto. Bud fue a ver a Pierce, investigando el asesinato de una joven llamada Kathy Janeway. Había hallado el nombre de Pierce y el mío a través de un hombre que conocía a la joven. Desde luego, nosotros no la matamos, y Pierce no quería un policía husmeando por aquí. Me dijo que fuera amable con Bud… y ahora empieza a gustarme. Y no quiero que le digas nada sobre esto. Por favor.

Tenía clase aún para suplicar.

—De acuerdo, y dile a Patchett que el fiscal de distrito piensa que el caso Hudgens no tiene solución. Intentará no meterse, y si yo encuentro lo que busco en esa pila, el día de hoy nunca ocurrió.

Lynn sonrió. Esta vez Jack también sonrió.

—Ve a cuidar de Hinton.

Lynn se acercó a Músculos y Jack hurgó en las carpetas. Encontró etiquetas con nombres, siguió hurgando. Apellidos con T, apellidos con V, el objetivo: «Vincennes, John».

Testigos oculares: tíos honestos que estaban esa noche en la playa. Buenas gentes que le vieron perforar a Harold J. Scoggins y señora, buenas gentes que se lo dijeron a Sid por dinero, buenas gentes que no hablaban con las «autoridades» por temor a «involucrarse». Los resultados del análisis de sangre que el doctor había eliminado, sobornado por Sid: el Gran V atiborrado de marihuana, bencedrina, alcohol. La declaración de un dopado Jack en la ambulancia: confesando varias extorsiones. Pruebas concluyentes: Jack Vincennes liquidó a dos ciudadanos inocentes frente al Malibu Rendezvous.

—Llevaré a Lamar a mi coche. Lo conduciré a un hospital.

Jack dio media vuelta.

—Esto es demasiado bueno para ser cierto. Patchett tiene copias, ¿verdad?

De nuevo esa sonrisa.

—Sí, por su trato con Hudgens. Sid le daba copias en papel carbón de cada archivo, excepto de los archivos sobre el mismo Pierce. Pierce quería esas copias como una póliza de seguro. No confiaba en Sid, y como aquí tenemos todos los archivos de Hudgens, estoy segura de que los archivos de Pierce están allí.

—Sí, y tenéis una copia del mío.

—En efecto, amigo Vincennes.

Jack trató de imitar esa sonrisa.

—Todo lo que sé sobre ti, Patchett, sus negocios y Sid Hudgens irá a una declaración, copias múltiples a múltiples cajas de caudales. Si algo me pasa a mí o un allegado, serán enviadas al Departamento de Policía, a la Fiscalía de Distrito y al Mirror de Los Ángeles.

—Empate, pues. ¿Quieres encender la cerilla?

Jack le cedió el puesto con una reverencia. Lynn roció las carpetas, las encendió. El papel siseaba y crepitaba. Jack miró hasta que le ardieron los ojos.

—Ve a casa a dormir, sargento. Tienes pésimo aspecto.

No fue a casa. Fue a ver a Karen.

Condujo hasta allí ebrio, excitado. Bajaba el telón: malas deudas mal saldadas, borrón y cuenta nueva. Tuvo la idea tal como había tenido el proyecto de presionar a Claude Dineen. No dijo las palabras, no las ensayó. Encendió la radio para mantener la idea fresca.

Un locutor de voz severa:

—… el lado sur de Los Ángeles es ahora escenario de la mayor cacería de hombres en la historia de California. Repetimos, hace media hora, poco después del alba, Raymond Coates, Tyrone Jones y Leroy Fontaine, los acusados de la Matanza del Nite Owl, escaparon de la Cárcel del Tribunal de Los Ángeles. Se les había trasladado a una sección de mínima seguridad para someterlos a nuevos interrogatorios y escaparon mediante sábanas anudadas y un salto desde una ventana del segundo piso. Aquí, grabados inmediatamente después de la fuga, tenemos los comentarios del capitán Russell Millard del Departamento de Policía de Los Ángeles, cosupervisor de la investigación.

Jack apagó la radio. Telón: la carrera del beato Russell Millard. Imagen: todos los detectives interrumpiendo el sueño para la redada. Bostezó el resto del camino, tocó el timbre de la puerta de Karen viendo doble.

Karen abrió.

—Querido, ¿dónde estuviste? —Jack le sacó rulos del pelo.

—¿Quieres casarte conmigo?

—Sí —dijo Karen.