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Botellas: whisky, gin, brandy. Letreros centelleantes: Schlitz, Pabst Blue Ribbon. Marineros bebiendo cerveza fría, gentes felices aturdiéndose con bebida. El apartamento de Hudgens estaba a una calle. El alcohol le daría agallas. Lo sabía antes de seguir a Bud White. Ahora tenía mil razones más.

—Última ronda —gritó el barman. Jack terminó la soda, se apretó el vaso contra el cuello. Recordó el día. De nuevo.

Millard dice que Duke Cathcart estaba involucrado en un negocio para vender material porno.

Bud White visita a Lynn Bracken, una de las prostitutas semejantes a estrellas de cine. Se queda dentro dos horas; la prostituta lo acompaña al salir. Jack sigue a White a su casa, empieza a atar cabos: White conoce a Bracken, ella conoce a Pierce Patchett, él conoce a Hudgens. Sid sabe acerca del Malibu Rendezvous, Dudley Smith quizá sabe algo. La razón de Dudley para el seguimiento: White perturbado por el asesinato de una ramera.

Vibrantes anuncios de cerveza: monstruos de neón. Nudilleras en el coche, Sid podría ceder, entregarle el archivo.

Jack se acercó a la casa de Hudgens. Ninguna luz encendida, el Packard de Sid junto a la acera. La puerta: la nudillera como llamador.

Treinta segundos. Nada. Jack tanteó la puerta. No cedió. Forzó la jamba. La puerta se abrió. Ese olor.

Cámara lenta: pañuelo afuera, arma en mano, codo contra la pared. El interruptor, sin dejar huellas. Interruptor abajo, luces encendidas.

Sid Hudgens descuartizado en el suelo: una alfombra empapada de negro, en el suelo un charco de sangre.

Brazos y piernas cercenadas, formando ángulos abruptos con el torso.

Abierto de la entrepierna al cuello, huesos blancos asomando en carne roja.

Muebles tumbados, carpetas arrojadas sobre un retazo limpio de la alfombra.

Jack se mordió los brazos para sofocar los gritos.

Ninguna huella sanguinolenta. El asesino debía de haber escapado por la puerta trasera. Hudgens desnudo, embadurnado con una pátina negra rojiza. Las extremidades separadas del torso, viscosidad en los tajos, ondas como en la tinta de los libros obscenos.

Jack se dio prisa. Rodeó la casa, recorrió la calzada. La puerta trasera: entornada, derramando luz. Adentro: un suelo lustroso. Ninguna huella, rastros borrados. Entró, halló sacos de comestibles bajo el fregadero. Avanzó temblando hacia el living. Archivos: carpetas, carpetas, carpetas, una, dos, tres, cuatro, cinco sacos. Dos viajes hasta el coche.

Una tranquila calle de Los Ángeles a las dos y veinte; trató de calmarse. Miles de personas tenían motivos. Nadie sabía que había visto los libros pornográficos. Las mutilaciones se podían atribuir a un psicópata.

Tenía que encontrar su archivo.

Jack apagó las luces, serró la puerta delantera con las esposas: que pensaran que era un ladrón. Se marchó sin rumbo preciso.

Se hartó de conducir. Encontró luego un motel, un tugurio para parejas llamado Oscar's Sleepytime Lodge.

Pagó el alquiler de una semana, llevó los sacos adentro, se dio una ducha y se puso de nuevo la ropa maloliente. Un palacio de la roña: bichos, grasa en la pared. Se olió a sí mismo: tufo rancio sobre mugre. Cerró la puerta con llave, empezó a investigar.

Números viejos de Hush-Hush, recortes, documentos policíacos birlados. Archivos: Montgomery Clift con la polla más pequeña de Hollywood, Errol Flynn como agente nazi. Un dato escandaloso: Flynn y un escritor homosexual llamado Truman Capote. Comunistas, simpatizantes de los comunistas, celebridades que follaban con gente de color, desde Joan Crawford hasta el ex fiscal Bill McPherson. Adictos a granel: chismes sobre Charlie Parker, Anita O'Day, Art Pepper, Tom Neal, Barbara Payton, Gail Russell. Artículos intactos de Hush-Hush: «Lazos de la mafia con el Vaticano», «Liturgia lavanda: ¿Es «Rock» Hudson «Rockette»?»., «Alerta, marihuana: cuidado con el té de hierba de Hollywood». Archivos completos, demasiado blandos para ser material secreto de Hudgens: comunistas, maricas, lesbianas, adictos, sátiros, ninfómanas, misóginos, politicastros comprados por el hampa.

Nada sobre el sargento Jack Vincennes.

Nada sobre Insignia del Honor, una gran fijación de Hudgens. Jack sabía que Sid tenía un archivo sobre Brett Chase.

Extraño.

Más extraño: Hush-Hush había dedicado una nota a Max Peltz. No había nada sobre él. Nada sobre Pierce Patchett, Lynn Bracken, Lamar Hinton, Fleur-de-Lis.

Jack midió su pila de bazofia. Enorme. Si el asesino era un ladrón de archivos, no se había llevado muchos. Esa pila reventaría cajones enteros.

Coartada.

Jack metió los archivos en el armario. «No molestar» en la puerta, de regreso a su apartamento. Las cinco y diez.

Debajo del llamador: «Jack. Recuerda nuestra cita del jueves». «Dulce Jack, ¿estás hibernando? Besos - K». Entró, cogió el telefóno, marcó 888.

—Emergencia policíaca.

Imitó una voz de negro.

—Hombre, quiero denunciar un asesinato. Que me cuelguen si miento.

—Señor, ¿esto es legítimo?

—Sí, que me…

—¿Cuál es su domicilio?

—No tengo domicilio, pero entré en una casa para robar y vi ese cuerpo.

—Señor…

—Alexandria Sur, 421. ¿Ha tomado nota?

—Señor, ¿dónde…?

Jack colgó, se desnudó, se acostó en la cama. Veinte minutos para que llegaran los uniformados, diez para que identificaran a Hudgens. Parlotean, deciden que es importante, llaman a Homicidios. El que atiende piensa en altos oficiales, levanta de la cama a un jefe. Thad Green, Russell Millard, Dudley Smith. Todos pensarían de inmediato en el Gran V. El teléfono sonaría en una hora.

Jack se quedó allí, empapando de sudor las sábanas limpias. El teléfono sonó a las 6.58.

—¿Sí? —bostezó.

—Vincennes, habla Millard.

—Sí, capitán. ¿Qué hora es? ¿Qué…?

—No importa. ¿Sabes dónde vive Sid Hudgens?

—Sí, en alguna parte de Chapman Park. Capitán, ¿qué…?

—Alexandria Sur 421. Ahora, Vincennes.

Afeitado, ducha, ropa limpia. Cuarenta minutos para llegar. La casa de Sid Hudgens rodeada de coches patrulla. Hombres del depósito de cadáveres cargando sacos de plástico: sangre, fragmentos de cuerpo.

Jack aparcó. Un asistente salió con una camilla: viscosidad envuelta en sábanas. Millard junto a la puerta; Don Kleckner y Duane Fisk en la calzada. Los agentes ahuyentaban a los curiosos; los reporteros se apiñaban en la acera. Jack se acercó a Millard.

—¿Hudgens? —Sin demasiado asombro, un profesional.

—Sí, tu compinche. Un poco estropeado, me temo. Llamó un ladrón de casas. Entraba para robar cuando vio el cuerpo. Hay marcas en la jamba, así que me lo creo. No mires dentro si has comido.

Jack miró. Sangre seca, cintas blancas indicando brazos, piernas, torso, los puntos de mutilación.

—Alguien lo odiaba de veras —dijo Millard—. ¿Ves esos cajones? Creo que el asesino mató por sus archivos. Pedí a Kleckner que llamara a la editorial de Hush-Hush. Abrirá la oficina y nos entregará copias del material en que estaba trabajando Hudgens.

Millard quería un comentario. Jack se persignó: la primera vez desde el orfanato, no sabía por qué diablos.

—Vincennes, eras su amigo. ¿Qué opinas?

—¡Creo que era inmundo! ¡Todos lo odiaban! ¡Se puede sospechar de toda Los Ángeles!

—Calma, calma. Sé que le pasabas información a Hudgens, sé que los dos hacíais negocios. Si no resolvemos esto en pocos días, necesitaré una declaración.

Duane Fisk hablando con Morty Bendish: datos para una nota en el Mirror.

—Lo pondré todo —dijo Jack—. ¿Qué voy a hacer? ¿Impedir el avance de una investigación oficial?

—Tu sentido del deber es admirable. Ahora hablemos de Hudgens. Chicas, chicos. ¿Qué le gustaba? —Jack encendió un cigarrillo.

—Le gustaba la carroña. Era un maldito degenerado. Quizá se masturbaba mientras miraba su propio pasquín. No sé.

Don Kleckner se acercó con un ejemplar de Hush-Hush: «Magnate de TV mira y admira a las jovencitas».

—Capitán, compré esto en un puesto de la esquina. Y el editor me dijo que Hudgens tenía en mente Insignia del Honor.

—Esto es bueno. Don, empieza a hacer preguntas. Vincennes, ven aquí.

Millard lo llevó al jardín.

—Esto nos remite a gente que conoces —dijo.

—Soy policía y soy de Hollywood. Conozco a mucha gente, y sé que a Max Peltz le gustan las quinceañeras. ¿Y qué? Tiene sesenta años y no es un asesino.

—Decidiremos eso esta tarde. Estás trabajando en el caso Nite Owl, ¿verdad? ¿Buscando el coche de Coates?

—Sí.

—Entonces vuelve a eso ahora y preséntate en la oficina a las dos. Pediré a ciertas personas de Insignia del Honor que nos visiten para responder preguntas amistosas. Tú puedes ayudar.

Billy Dieterling, Timmy Valburn. «Gente que conoces».

—Claro, allí estaré.

Morty Bendish se acercó.

—Jack, ¿esto significa que ahora tendré todas tus exclusivas?

Irrupciones en garajes, negros arrojando fruta. Trabajo duro en el motel. Enfilaba hacia el distrito negro cuando cayó en la cuenta.

Dobló hacia el este, aparcó junto al Royal Flush. El Buick de Claude Dineen a poca distancia. Tal vez estuviera vendiendo droga en el servicio de hombres.

Jack entró. Todos quedaron paralizados: el Gran V parecía amenazador. El barman le sirvió un Old Forester doble; Jack lo bebió, interrumpiendo cinco años de abstinencia. El alcohol lo entibió. Abrió el servicio de hombres de un puntapié.

Claude Dineen pinchándose.

Jack lo pateó, le arrancó la aguja del brazo. Lo cacheó sin encontrar resistencia: Claude estaba en la décima nube. Lotería: bencedrina. Tragó una hilera en seco, arrojó la hipodérmica al inodoro.

—He regresado —dijo.

Volvió al motel excitado, lúcido para las deducciones. Paseo número dos por los archivos.

Nada nuevo; un cosquilleo instintivo: Hudgens no guardaba sus archivos «secretos» en casa. Si el asesino lo había matado por un archivo en particular, primero lo torturó para sonsacarle dónde estaba. El asesino no se llevó muchas carpetas. Los cajones no podían contener mucho más de lo que él se había llevado. El archivo del Gran V aún estaba en alguna parte. Si el asesino lo hallaba, quizá se lo guardara, quizá lo tirara.

Salto: Hudgens / Patchett se conectaban. La conexión: pornografía y afines. Dejó de lado la conexión Cathcart / Nite Owl: Millard / Exley le quitaban importancia. Negaciones de Whalen y Mickey Cohen, Cathcart no había puesto en marcha su proyecto. Informe de Millard: los hermanos Englekling no sabían quiénes tomaban las fotos; Cathcart cogió algunas revistas, se entusiasmó con un plan imbécil. Dejando eso de lado, quedaba esto:

Bobby Inge, Christine y Deryl Bergeron: esfumados. Lamar Hinton, probable agresor en el Fleur-de-Lis: esfumado. Timmy Valburn, cliente de Fleur-de-Lis, interrogado por él, conectado con Billy Dieterling, cámara de Insignia del Honor, a quien vería en el interrogatorio de Millard: calma con eso. Quizá Timmy le había contado algo a Billy acerca del encuentro con Jack; Billy estaba allí cuando rompió el vidrio del coche de Hinton: calma. Los maricas tenían mucho que perder si admitían su conexión con Fleur-de-Lis, cuya existencia Russell Millard ignoraba.

Pensando, fumando.

Las mutilaciones del cuerpo de Hudgens congeniaban con las poses entintadas de los libros obscenos que Jack había hallado frente al apartamento de Bobby Inge. Ningún otro policía había visto esos libros en particular. Millard vio el cadáver, definió los cercenamientos como amputaciones directas.

Hudgens le advirtió que no se metiera con Fleur-de-Lis. Lynn Bracken era una pata de Patchett, quizá conociera a Sid.

Un comodín: Dudley Smith pidiéndole que siguiera a Bud White. Sus razones: White perdiendo los estribos por la muerte de una ramera. Bracken era ramera, Patchett regentaba rameras. Pero: Dudley no mencionó ningún lazo con el Nite Owl ni la pornografía. Quizá no supiera nada sobre Patchett/ Bracken/ pornografía/Fleur-de-Lis y muchos otros. Al margen de los hermanos Englekling/Cathcart, pornografía / Patchett / Bracken / Fleur-de-Lis / Hudgens no figuraba en el papeleo policíaco del Nite Owl.

A gran altura: bencedrina, lógica policial. Las once y veinte: tiempo libre antes de ir a la oficina. Dos pistas reales: Pierce Patchett, Lynn Bracken.

Bracken vivía más cerca.

Jack condujo hasta el apartamento de Bracken, aparcó detrás de su coche. Le daría una hora, improvisaría si la veía salir.

La bencedrina aceleraba el tiempo; la puerta de Bracken permaneció cerrada. 12.33: un niño arrojó un periódico. Si Bendish había trabajado deprisa y ese niño había arrojado el Mirror

Se abrió la puerta; Lynn Bracken recogió el periódico, bostezó, entró. El repartidor pasó al lado de Jack, los periódicos a la vista: Mirror-News. Ojalá estés allí, Morty. Un portazo. Bracken salió, corrió al coche. Arrancó con furia, viró al oeste en Los Feliz. Jack le dio dos segundos, la siguió.

Sudoeste: Los Feliz, Western, Sunset. Derecho por Sunset a quince kilómetros por encima del límite de velocidad. Apuesta: una carrera a la casa de Patchett, Lynn Bracken no quería usar el teléfono.

Jack viró al sur, tomó un atajo, llegó a Gretna Green 1184 quemando las llantas. Gran mansión española, gran parque. Lynn Bracken aún no había llegado. El corazón le patinaba: Jack había olvidado el precio de ingerir bencedrina. Aparcó, miró la casa: nadie dentro ni en las cercanías. Fue a la puerta, rodeó el flanco, buscó ventanas.

Todo cerrado. Un jardinero trabajando detrás. No había modo de rodearla sin ser visto. La puerta de un coche; Jack corrió a la ventana delantera: cerrada, una rendija en las cortinas que permitía espiar.

Sonó la campanilla; Jack espió. Patchett fue a la puerta, abrió. Lynn Bracken le mostró el periódico. Zoom sobre un dueto de pánico: movimiento de labios mudos, gran temor. Jack apoyó la oreja en el vidrio: sólo oyó las palpitaciones de su propio corazón. No necesitaba sonido: ellos se enteraban ahora de la muerte de Sid, tenían miedo, no eran los asesinos.

Entraron en el cuarto contiguo. Cortinas bajas. No había modo de mirar ni escuchar. Jack corrió hacia el auto.

Llegó a la oficina con diez minutos de retraso. Insignia del Honor atestaba Homicidios: Brett Chase, Miller Stanton, David Mertens el diseñador, Jerry Marsalas su enfermero. Un banco abarrotado. De pie: Billy Dieterling, los cámaras. Media docena de hombres con maletines: abogados. La pandilla estaba nerviosa; Duane Fisk y Don Kleckner se paseaban con tablillas. Ni Max Peltz ni Russ Millard.

Billy Dieterling lo miró con frialdad; el resto lo saludó con la mano. Jack devolvió el saludo; Kleckner lo abordó.

—Ellis Loew quiere verte. Despacho número seis.

Jack fue allá. Loew miraba por el anverso de un espejo. Del otro lado había un detector de mentiras. Polígrafo en marcha: Millard interrogando a Peltz, Ray Pinker a cargo de la máquina.

Loew reparó en Jack.

—Preferiría que Max no pasara por eso. ¿Puedes arreglarlo?

Protección a alguien que aportaba fondos.

—Ellis, no tengo influencia sobre Millard. Si el abogado de Max le aconsejó que lo hiciera, tendrá que hacerlo.

—¿Puede arreglarlo Dudley?

—Dudley tampoco tiene influencia sobre él. Millard es un beato. Y antes que me preguntes, no sé, ni me importa quién mató a Sid. ¿Max tiene coartada?

—Sí, pero preferiría no usarla.

—¿Qué edad tiene ella?

—Es muy joven. ¿Acaso…?

—Sí, Russell lo denunciaría por eso.

—Dios santo, todo esto por una inmundicia como Hudgens.

Jack rió.

—Ellis, uno de sus trucos sucios te permitió ganar la elección.

—Sí, la política crea extrañas alianzas, pero dudo que alguien lo llore. Y no tenemos nada. He hablado con esos abogados, y todos me aseguran que sus clientes tienen coartadas válidas. Harán declaraciones y quedarán descartados como sospechosos, el resto de la gente de Insignia del Honor quedará descartada. ¡Sólo tendremos que investigar al resto de Hollywood!

Una brecha:

—Ellis, ¿quieres un consejo?

—Sí, dame una opinión oportunamente cínica.

—Déjalo pasar. Insiste en el Nite Owl, es lo que interesa al público. Hudgens era una mierda, la investigación será un circo y nunca hallaremos al asesino. Déjalo pasar.

Abrieron la puerta; Duane Fisk bajó ambos pulgares.

—Sin suerte, señor Loew. Todos tienen coartadas, y todas parecen convincentes. El forense estimó que Hudgens murió entre la medianoche y la una de la mañana, y todas estas personas estaban en compañía de otras. Intentaremos corroborarlo, pero creo que no hay nada aquí.

Loew cabeceó, Fisk salió.

—Déjalo pasar —dijo Jack.

Loew sonrió.

—¿Cuál es tu coartada? ¿Estabas en la cama con mi cuñada?

—Estaba en la cama solo.

—No me sorprende. Karen dijo que últimamente estabas melancólico y apocado. Pareces tenso, Jack. ¿Temes que se dé publicidad a tu trato con Hudgens?

—Millard quiere una declaración, y le daré una. ¿Es creíble que Sid y yo fuéramos hermanos de clausura?

—Claro que sí. Junto con Dudley Smith, un servidor y otros conocidos monaguillos. Tienes razón, Jack. Se lo pasaré a Bill Parker.

Un bostezo.

Las píldoras perdiendo efecto.

—Es un caso peliagudo, y no querrás hacerte cargo.

—Sí, porque la víctima en efecto facilitó mi elección, y pudo haber dejado constancia de que tú le hiciste saber acerca de los comillas oscuros deseos comillas de McPherson. Jack…

—Sí, me mantendré alerta, y si tu nombre aparece escrito en algún papel, lo destruiré.

—Así me gusta. Y si yo…

—Sí, hay algo. Busca los informes sobre la investigación. Sid tenía archivos secretos, y si tu nombre está en alguna parte, está allí. Si averiguo dónde, estaré allí con una cerilla.

Loew, pálido.

—Vale, y hablaré con Parker esta tarde.

Ray Pinker golpeó el espejo, apretó un gráfico contra el vidrio: líneas parejas, ninguna fluctuación. Por el parlante:

—Inocente, pero ningún indicio sobre la coartada. ¿Algún episodio comprometedor?

Loew sonrió. Russell Millard por el parlante:

—A trabajar, Vincennes. Búsqueda del coche del Nite Owl, ¿recuerdas? Tu puñetero programa de televisión no nos ha dado nada hasta ahora, y quiero una declaración escrita sobre tus tratos con Hudgens. Para las ocho de la mañana.

Jack se dirigió al distrito negro.

Por el sur hasta la 77. Jack tragó más píldoras y cogió su mapa de búsqueda; el sargento del escritorio le dijo que los negros estaban más altaneros, algún agitador comunista les había metido ideas en la cabeza. Más ataques con basura. Los investigadores registraban garajes en grupos de tres: un detective, dos patrulleros, equipos en lados opuestos de la calle. Debía encontrar a su gente en la 116 y Willis. Les faltaría un hombre desde el mediodía.

La bencedrina causó efecto. Jack subió a las nubes. Condujo hasta la 116 y Willis: una hilera de casuchas, ventanas tapadas con cartón. Calles de tierra, una brigada de bicicletas: niños de color juntando fruta. Sus hombres delante: dos patrulleros a la izquierda, dos azules y dos de paisano a la derecha. Armados: tenazas, rifles. Jack aparcó, se unió al equipo de la izquierda.

Un trabajo de mierda.

Golpe en la puerta, permiso para registrar el garaje. Gran cantidad de vecinos formando una partida de vigilancia; de vuelta al garaje, abrir la puerta, cortar la cerradura. El equipo de la derecha no hacía preguntas. Avanzaba tenaza en mano, amenazaba, blandía la artillería contra los ciclistas. Los chicos de la izquierda trataban de poner mal ceño; un chico les arrojó un tomate por encima de la cabeza. Los azules dispararon al aire, derribaron un nido de paloma, astillaron una palmera. Un garaje polvoriento tras otro: ningún Mercury 49 matrícula DG114.

Crepúsculo, una manzana de casas desiertas. Ventanas rotas, jardines que eran junglas de maleza. Jack empezó a sentirse mal: dientes doloridos, punzadas en el pecho. Oyó aullidos en la calle; el equipo de la derecha lanzó disparos. Jack miró a sus compañeros, todos corrieron hacia allí.

El Santo Grial en un garaje infestado de ratas: un Mercury 49 rojo, plagado de adornos. Matrícula de California DG114, registrada a nombre de Ray «Sugar» Coates.

Dos patrulleros sacaron botellas.

Un par de ciclistas parloteaban: la magnífica pintura, un gato blanco merodeando en el callejón.

Los tíos del lado izquierdo iniciaron la danza de la lluvia. Jack miró por una ventanilla lateral: tres escopetas en el suelo entre los asientos, calibre grande, probablemente 12.

Aullidos ensordecedores, palmadas fuertes. Los niños también aullaron; un patrullero les dejó beber de la botella. Jack bebió un buen sorbo, vació el revólver contra un farol de la calle, le acertó con el último disparo. Gritos, alaridos; Jack dejó que los niños jugaran con su arma. Sid Hudgens lo asediaba. Jack bebió otro sorbo para ahuyentarlo.