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Desfile de pervertidos:

Cleotis Johnson, agresor sexual registrado, pastor de la Iglesia Episcopal Metodista de Sión de New Bethel, tenía una coartada para la noche del secuestro de Inez Soto; estaba preso por borrachera en la calle Setenta y siete. Davis Walter Bush, agresor sexual registrado, contaba con media docena de testigos: todos partícipes en un juego nocturno en la recepción de la Iglesia Episcopal Metodista de Sión de New Bethel. Fleming Peter Hanley, agresor sexual registrado, pasó la noche en la Central: un marica le mordió la polla; un equipo médico de emergencia le salvó el órgano para que pudiera tener más condenas por sodomía con mutilación.

Desfile de pervertidos, una llamada al hospital de Eagle Rock: Dwight Gilette había sobrevivido. Escapatoria: el marica no se le había muerto. Otros cuatro agresores sexuales con coartada; un paseo por la cárcel. Stensland ebrio con licor de pasas. Un carcelero le metió la cabeza en el inodoro. Stensland delirando: Ed Exley, el Pato Danny jodiendo a Ellis Loew.

En casa, una ducha, comprobaciones de Vehículos: Pierce Patchett, Lynn Bracken. Llamadas: un amigo en Asuntos Internos, sección West Valley. Buenos resultados: ninguna denuncia de Gilette, tres hombres en el caso Kathy.

Otra ducha: aún olía el sudor de ese día.

Bud enfiló hacia Brentwood. Objetivo: Pierce Morehouse Patchett, sin antecedentes delictivos, extraño para alguien que figuraba en la libreta de prostitutas de un chulo. Gretna Green 1184, gran mansión hispana: todo rosado, muchos mosaicos.

Aparcó, caminó. Se encendieron las luces del porche: un haz tenue sobre un hombre sentado. Concordaba con las fotos de Vehículos, parecía mucho más joven de lo que indicaba la fecha de nacimiento.

—¿Es usted policía?

Llevaba las esposas enganchadas en el cinturón.

—Sí. ¿Es usted Pierce Patchett?

—En efecto. ¿Busca donaciones de caridad para el Departamento? La última vez me visitaron en mi oficina.

Ojos fijos, tal vez efecto de una droga. Músculos de gimnasta, camisa ceñida para lucirlos. Voz tranquila, como si siempre estuviera sentado en el porche esperando la visita de un polizonte.

—Soy detective de Homicidios.

—Vaya. ¿A quién mataron y por qué cree que puedo ayudarle?

—Una chica llamada Kathy Janeway.

—Una respuesta a medias, señor…

—Agente White.

—Señor White, pues. De nuevo, ¿por qué cree que puedo ayudarle?

Bud se acercó una silla.

—¿Conocía usted a Kathy Janeway?

—No, no la conocía. ¿Ella declaró lo contrario?

—No. ¿Dónde estaba usted anoche sobre las doce?

—Aquí, celebrando una fiesta. Si usted se pone difícil, aunque espero lo contrario, le daré una lista de invitados. ¿Por qué…?

—Delbert «Duke» Cathcart —interrumpió Bud. Patchett suspiró.

—Tampoco le conozco. Señor White.

—Dwight Gilette, Lynn Bracken.

Gran sonrisa.

—Sí, conozco a esas personas.

—¿Sí? Soy todo oídos.

—Permítame interrumpir. ¿Una de ellas le dio mi nombre?

—Exigí a Gilette su lista de putas. Trató de engullirse la página donde figuraban el nombre de usted y de Bracken. Patchett, ¿por qué un chulo de esa calaña tiene su número de teléfono?

Patchett se inclinó hacia delante.

—¿Le interesan los asuntos ilegales periféricos a la muerte de Janeway?

—No.

—Entonces no se sentirá obligado a informar sobre ellos.

El cabrón tenía estilo.

—Correcto.

—Pues escuche bien, porque lo diré una sola vez, y si alguien lo repite lo negaré. Regento call girls. Lynn Bracken es una de ellas. Se la compré a Gilette hace unos años, y si Gilette intentó engullirse mi nombre fue porque sabe que yo odio y temo a la policía, y supuso, correctamente, que lo aplastaría como un gusano si yo sospechaba que la policía me buscaba por su culpa. Ahora bien, trato muy bien a mis chicas. Incluso tengo hijas mayores, y he perdido una niña pequeña. No me gusta que lastimen a las mujeres y francamente tengo mucho dinero para dar rienda suelta a mis fantasías. ¿La muerte de Kathy Janeway fue muy cruenta?

Molida a golpes, semen en la boca, el recto, la vagina.

—Sí, muy cruenta.

—Entonces encuentre al asesino, señor White. Tenga éxito, y le daré una generosa recompensa. Si eso atenta contra su sentido de la moral, donaré el dinero a una sociedad benéfica de la policía.

—No, gracias.

—¿Va contra su código?

—No tengo código. Hábleme de Lynn Bracken. ¿Hace la calle?

—No, trabaja a domicilio. Gilette la estaba arruinando con malos clientes. A propósito, yo soy muy selectivo con la clientela de mis muchachas.

—Así que usted se la compró a Gilette.

—Correcto.

—¿Por qué?

Patchett sonrió.

—Lynn se parece mucho a la actriz Veronica Lake, y la necesitaba para completar mi pequeño estudio.

—¿Qué «pequeño estudio»?

Patchett meneó la cabeza.

—No. Admiro su estilo agresivo e intuyo que se está portando como un caballero, pero eso es todo lo que diré. He cooperado, y si usted insiste le haré ver a mi abogado. ¿Quiere el domicilio de Lynn Bracken? Dudo que ella sepa nada sobre la difunta señorita Janeway, pero si usted gusta la llamaré diciéndole que coopere.

Bud señaló la casa.

—Tengo el domicilio. ¿Y usted consiguió este domicilio regentando call girls?

—Soy un financiero. Tengo un título superior en química, trabajé como farmacéutico varios años e invertí sabiamente. La palabra «empresario» me define. Y no sea impertinente, señor White. No me haga lamentar haber sido franco con usted.

Bud lo evaluó. Dos a uno a que era franco. Sin duda pensaba que los polizontes eran gentuza con la cual a veces la franqueza daba buenos frutos.

—Vale, entonces redondearé el asunto.

—Por favor. —Sacó la libreta.

—Usted dijo que Gilette era el chulo de Lynn Bracken, ¿verdad?

—Me disgusta la palabra «chulo», pero sí.

—Bien, ¿algunas de sus otras muchachas trabajaban en la calle o a domicilio regentadas por otros chulos?

—No, todas mis muchachas son modelos o chicas que salvé de las penurias que causa Hollywood. Cambio de enfoque.

—Usted no lee mucho los periódicos, ¿verdad?

—Correcto. Trato de evitar las malas noticias.

—Pero oyó hablar de la Matanza del Nite Owl.

—Sí, no vivo en una caverna.

—Ese tipo, Duke Cathcart, fue una de las víctimas. Era un chulo, y últimamente un fulano anduvo preguntando por él, tratando de conseguir chicas que le hicieran trabajos a domicilio. Ahora bien, Gilette era el chulo de Kathy Janeway, y usted lo conoce. Pienso que quizás usted haga negocios con otras personas que podrían darme pistas sobre ese fulano.

Patchett cruzó las piernas, se estiró.

—¿Conque usted cree que «ese fulano» pudo haber matado a Kathy Janeway?

—No, no creo eso.

—0 usted cree que se relaciona con el caso del Nite Owl. Pensé que los asesinos eran jóvenes negros. ¿Qué crimen investiga usted, señor White?

Bud se aferró a la silla. La tela se rasgó. Patchett alzó las palmas.

—La respuesta a sus preguntas es no. Dwight Gilette es la única persona de esa catadura con quien he tratado. La prostitución de bajo nivel no es mi especialidad.

—¿Y la irrupción domiciliaria?

—¿Irrupción domiciliaria?

—Ingreso en propiedad ajena. Alguien revisó el apartamento de Cathcart y limpió las paredes. Patchett se encogió de hombros.

—Señor White, ahora habla usted en sánscrito. Simplemente no sé de qué me habla.

—¿Sí? ¿Qué me dice de material porno? Usted conoce a Gilette, quien le vendió a Lynn Bracken. Gilette le vendió Kathy Janeway a Cathcart. Al parecer Cathcart estaba iniciando negocios en pornografía.

«Pornografía» surtió efecto: un pestañeo mínimo.

—¿Eso le suena?

Patchett cogió un vaso, agitó los cubitos de hielo.

—No, y sus preguntas se alejan cada vez más de lo original. Su enfoque es novedoso, por eso lo he tolerado. Pero usted me está hartando y empiezo a creer que sus motivos para visitarme son turbios.

Bud se levantó, irritado por no poder abordar al hombre.

—Hay algo personal en esto, ¿verdad? —dijo Patchett.

—Sí.

—Si es la chica Janeway, he hablado en serio. Quizá yo persuada a las mujeres de realizar actividades ilícitas, pero reciben una generosa retribución, las trato muy bien y me aseguro de que los hombres con quienes trabajan sean respetuosos. Buenas noches, señor White.

Preguntas. ¿Cómo Patchett lo caló tan pronto? ¿La retención de evidencias era contraproducente? Dudley sospechaba, sabía que Bud ansiaba lastimar a Exley. Lynn Bracken vivía en Nottingham, cerca de Los Feliz; encontró fácilmente el domicilio: un tríplex moderno. Luces de colores en las ventanas. Bud miró antes de llamar.

Rojo, azul, amarillo: figuras perfiladas en los haces. Bud miraba su propio espectáculo porno.

Un calco de Veronica Lake, desnuda y en puntillas: esbelta, pechos grandes. Rubia, el pelo cortado a lo paje. Un hombre penetrándola, tenso, preparándose para la descarga.

Bud observó; los ruidos de la calle se apagaron. Anuló la imagen del hombre, estudió a la mujer: cada centímetro del cuerpo en cada matiz de luz. Regresó a casa miope: viéndola sólo a ella.

Inez Soto en el umbral.

Bud se apeó del coche y se acercó.

—Estuve en la cabaña de Exley en el lago Arrowhead —dijo ella—. Dijo que no me obligaría a nada, luego se presentó a decirme que tenía que ingerir esa droga para hacerme recordar. Le dije que no. ¿Sabías que eres el único Wendell White de la guía?

Bud se ajustó el sombrero, se metió una parte floja del forro bajo la copa.

—¿Cómo llegaste aquí?

—Cogí un taxi. Cien dólares de Exley, así que al menos sirve para algo. White, no quiero recordar.

—Primor, ya lo recuerdas. Vamos, te buscaré un sitio.

—Quiero quedarme contigo.

—Sólo tengo una cama plegable.

—Vale. Supongo que tiene que haber otra primera vez.

—Olvídalo. Consíguete un chico universitario. Inez se levantó.

—Estaba empezando a confiar en él.

Bud abrió la puerta. Lo primero que vio fue la cama. Deshecha con Carolyn o como se llamara. Inez se tumbó en la cama y poco después se durmió. Bud la arropó y se acostó en la sala usando el traje como almohada. Tardó en dormirse: seguía rebobinando ese largo y extraño día. Se durmió viendo a Lynn Bracken; hacia el alba se movió y encontró a Inez acurrucada contra él.

La dejó quedarse.