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Jack ante el escritorio, contando mentiras.

Primero: una serie de informes negativos; los ceros legítimos de los demás detectives redondeaban su suerte: Millard quería dejar esa investigación. Mentiras: sus ausencias en la oficina. Había pasado un día entero buscando nombres que concordaran con los coches de Bel Air. Cuatro nombres; no hubo suerte en una agencia que se especializaba en sosias de estrellas de cine. Ninguna de las muchachas se parecía a sus bellezas. Dejó los nombres de lado, dio el día por liquidado. Sid Hudgens transformaba la búsqueda en callejón sin salida. Sólo quería ver de nuevo a las mujeres: eso se sumaba a las mentiras dichas a Karen.

Habían pasado la mañana en la casa de la playa. Karen quería hacer el amor; él la disuadió con pretextos: estaba distraído, había pedido participar en el caso Nite Owl porque la justicia le parecía importante. Karen intentó desvestirlo; Jack dijo que le dolía la espalda; no le dijo que no tenía interés porque sólo quería usarla, ver cómo ella lo hacía con otras mujeres, recreando escenas de libros porno. Su mayor mentira: no le dijo que estaba en un atolladero, que había hallado una pista que lo llevaría a la cámara de gas, que su billete de vuelta a Narcóticos decía «Adiós, tórtolos». No se lo dijo porque ella asociaría 24/10/47 con sus demás mentiras y el heroico Gran V ardería en llamas.

No le dijo que estaba aterrado. Ella no lo intuyó. Jack aún sostenía su farsa.

Otras farsas también se sostenían. Pura suerte. Sid no había llamado, su Hush-Hush mensual salió puntualmente. Ninguna nota, algunos rumores sobre Max Peltz y sus quinceañeras, nada tremendo. Miró el informe sobre el tiroteo de Fleur-de-Lis: el listo Ed Exley había recibido la denuncia. Exley desconcertado: ocupantes sin identificar, anaqueles limpios, excepto material sadomasoquista. El resto de esa inmundicia debía de haber ido a parar al escondrijo del suelo. Lamar Hinton debía de ser el autor de los disparos.

En balde. El Gran V estaba fuera del caso, el Gran V tenía una nueva misión.

Sid Hudgens conocía a Pierce Patchett y Fleur-de-Lis; Sid Hudgens sabía lo del Malibu Rendez-vous. Sid tenía archivos enteros con intimidades vergonzosas. La misión del Gran V: encontrar su propio archivo, destruirlo.

Jack miró su lista de matrículas, cotejó nombres con fotos de Vehículos.

Seth David Krugliak, propietario de la mansión de Bel Air: gordo, repulsivo, abogado de la industria del cine. Pierce Morehouse Patchett, jefe de Fleur-de-Lis, galán elegante. Charles Walker Champlain, banquero, cabeza rasurada, aire caprino. Lynn Margaret Bracken, veintinueve años: Veronica Lake. Sin antecedentes penales.

—Hola, muchacho.

Jack dio media vuelta.

—Dudley Smith ¿cómo estás? ¿Qué te trae a Antivicio?

—Una confabulación con Russell Millard, mi colega en el caso Nite Owl a partir de ahora. Por cierto, he oído que te interesa.

—Has oído bien. ¿Puedes arreglarlo?

Smith le pasó una hoja ciclostilada.

—Ya lo he hecho, muchacho. Participarás en la búsqueda del coche de Coates. Hay que registrar cada garaje dentro del radio que ves en esta página… con o sin consentimiento del dueño. Debes comenzar de inmediato.

Copia carbónica de un mapa: el sur de Los Ángeles en una cuadrícula de calles.

—Muchacho, necesito un favor personal.

—Dilo.

—Quiero que vigiles a Bud White. Se ha involucrado personalmente en la desgraciada muerte de una prostituta menor de edad, y necesito que esté tranquilo. ¿Lo seguirás de noche, sacando partido de tu pericia?

Pobre Bud. Su debilidad por las causas perdidas.

—Claro, Dudley. ¿Dónde está trabajando?

—En la sección de la calle Setenta y siete. Tiene que arrestar a negros con antecedentes en agresiones sexuales. Debe comparecer en esa sección, y tú también.

—Dudley, me has salvado la vida.

—¿Puedes decirme en qué sentido, muchacho?

—No.