Bud invitó a la mujer a café. Debía librarse de ella, visitar a Stensland en su encierro.
Carolyn algo. Tenía buen aspecto en el Orbit Lounge. La luz matinal le sumaba diez años. La sedujo en un santiamén: se acababa de enterar de lo de Dick; si no encontraba una mujer buscaría a Exley para matarlo. Ella no estaba mal en la cama, pero Bud tuvo que pensar en Inez para armarse de entusiasmo. Le hacía sentirse barato. Las probabilidades de que Inez alguna vez lo hiciera por amor eran de seis billones contra uno. Dejó de pensar en ella. El resto de la noche fue charla aburrida y coñac.
—Creo que debería irme —dijo Carolyn.
—Te llamaré.
Sonó el timbre.
Bud acompañó a Carolyn. A través de la cancela: Dudley Smith y Joe DiCenzo, un detective de West Valley.
Dudley sonrió, DiCenzo sonrió. Carolyn salió deprisa, como avergonzada. Bud miró su habitación de frente: la cama plegable abajo, una botella, dos vasos.
DiCenzo señaló la cama.
—Ahí está su coartada, y de todos modos no creí que fuera culpable.
Bud cerró la puerta.
—¿Culpable de qué? Jefe, ¿qué es esto?
Dudley suspiró.
—Muchacho, me temo que soy portador de malas nuevas. Anoche una joven doncella llamada Kathy Janeway fue hallada en el cuarto de un motel, violada y muerta a golpes. Hallaron tu tarjeta en su cartera. El sargento DiCenzo recibió la denuncia, sabía que eras mi protegido y me llamó. Visité la escena del delito, hallé un sobre dirigido a la señorita Janeway y reconocí al instante tu inculta letra. Explícate con concisión, muchacho…, el sargento DiCenzo dirige la investigación y te quiere eliminar como sospechoso.
Una sacudida: el llanto de la pequeña Kathy. Bud ordenó sus mentiras.
—Estaba investigando el pasado de Cathcart y una prostituta que trabajaba para él me dijo que la chica Janeway era la última adquisición de Cathcart, pero que no la hacía trabajar. Hablé con la chica, pero ella no sabía nada interesante. Me dijo que la prostituta le debía dinero de Cathcart, pero que no quería dárselo. La presioné y le envié el dinero a la chica.
DiCenzo meneó la cabeza.
—¿Es su costumbre presionar a prostitutas? Dudley suspiró.
—Bud tiene una flaqueza sentimental por las damas, y halló este relato plausible dentro de las posibilidades de esa limitación. Muchacho, ¿quién es esa prostituta?
—Cynthia Benavides, también llamada «Pecaminosa Cindy».
—Muchacho, no la has mencionado en ninguno de los informes que presentaste. Que han sido bastante deshilachados, si me permites el comentario.
Mentiras: cerrar el pico sobre el proyecto pornografía, la revisión del apartamento de Cathcart, el chulo que vendió a Kathy.
—No creí que ella fuera importante.
—Muchacho, es una testigo tangencial del Nite Owl. ¿Acaso no te enseñé a ser minucioso en tus informes?
Furia. Kathy en un depósito de cadáveres.
—Sí, me enseñaste.
—¿Y dónde has llegado desde que nos reunimos para cenar? Pues fue entonces cuando debiste hablarme de la señorita Janeway y la señorita Benavides.
—Todavía estoy indagando sobre los socios conocidos de Lunceford y Cathcart.
—Muchacho, los socios de Lunceford son ajenos a esta investigación. ¿Supiste algo más sobre Cathcart?
—No.
—Muchacho —le dijo Dudley a DiCenzo—, ¿das por comprobado que Bud no es tu hombre?
DiCenzo sacó un puro.
—En efecto. Y doy por comprobado que no es el tipo más listo del mundo. White, tírame un hueso. ¿Quién crees que se cargó a la chica?
El sedán rojo: el motel, Cahuenga.
—No sé.
—Una respuesta lacónica. Joe, déjame unos minutos a solas con mi amigo, por favor.
DiCenzo salió fumando; Dudley se apoyó en la puerta.
—Muchacho, no puedes sacar dinero a prostitutas para pagar a amantes menores de edad. Entiendo tu apego sentimental a las mujeres, y sé que es un componente esencial de tu personalidad policíaca, pero no podemos tolerar semejante exceso emocional, y a partir de ahora quedas fuera del historial de Cathcart y Lunceford y vuelves al distrito negro. Ahora bien, Parker y yo estamos convencidos de que los tres negros bajo custodia son nuestros culpables o, a lo sumo, de que otra pandilla de color es responsable. Aún no tenemos las armas ni el coche de Coates, y Ellis Loew quiere más evidencias para apelar a un gran jurado. Nuestra bella dama Soto se niega a hablar, y me temo que debemos exhortarla a tomar pentotal y someterse a un interrogatorio. Tu tarea consistirá en registrar archivos e interrogar a violadores negros conocidos. Tenemos que encontrar a los hombres que ultrajaron a la señorita Soto pagando a nuestros tres detenidos, y creo que el trabajo es apropiado para ti. ¿Me harás este favor?
Grandes palabras. Más sacudidas.
—Claro, Dudley.
—Buen muchacho. Visita la jefatura de la calle Setenta y siete, y cerciórate de que tus informes sean más detallados.
—Claro, jefe.
Smith abrió la puerta.
—Te he propinado esta reprimenda con todo mi afecto, muchacho. ¿Te das cuenta?
—Claro.
—Grandioso. Pienso mucho en ti, muchacho. Parker ha aprobado una nueva medida de contención, y ya he tomado a Dick Carlisle y Mike Breuning. Una vez que cerremos el caso Nite Owl, te pediré que te reúnas con nosotros.
—Suena prometedor, jefe.
—Grandioso. Otra cosa, muchacho. Sin duda sabes que Dick Stensland ha sido arrestado y Ed Exley participó en el episodio. No quiero represalias. ¿Entiendes?
El sedán rojo. Un quizá.
El apartamento de Cathcart revisado y analizado. Sus ropas registradas.
La Pecaminosa Cindy: Duke y su sueño de distribuir material porno.
«Pluma» Royko sobre Duke: «Estaba liado con nuevos negocios».
El hombre que intentaba reclutar prostitutas en los bares. Antivicio: ninguna novedad en la investigación sobre pornografía. Jack Cubo de Basura Vincennes, as de los informes, pedía el traslado al caso Nite Owl, alegando que esa tarea no valía nada. Último resumen de Russell Millard: olvidar la investigación, no tenía salida.
Le había mentido a Dudley y se había salido con la suya.
Si hubiera enviado a Kathy a un correccional juvenil, ahora estaría leyendo una revista de cine.
EL CHULO QUE SE LA VENDIÓ A DUKE: «ESE FULANO ME OBLIGABA A HACERLO CON OTROS HOMBRES».
EXLEY EXLEY EXLEY EXLEY EXLEY EXLEY EXLEY EXLEY.
Historial de Pecaminosa Cindy: cuatro bares conocidos en lista. Primero su apartamento. Cindy no estaba allí. Hal's Nest, el Moonmist Lounge, el Firefly Room, el Cinnabar del Roosevelt: Cindy no estaba. La vieja historia de un polizonte de Antivicio: rameras congregándose en Tiny Naylor's Drive-in, donde las camareras les conseguían trabajo. Bud se dirigió al Drive-in y encontró el De Soto de Cindy fuera, con una bandeja de comida enganchada a la portezuela.
Bud aparcó al lado. Cindy lo vio, dejó la bandeja, subió la ventanilla. Arrancó marcha atrás. Bud dio un salto, abrió el capó, arrancó el distribuidor. El coche se detuvo.
Cindy bajó la ventanilla.
—¡Me robaste dinero! ¡Me has arruinado el almuerzo!
Bud le arrojó un billete de cinco en el regazo.
—El almuerzo va por mi cuenta.
—¡El gran señor! ¡El gran derrochador!
—Kathy Janeway fue violada y muerta a golpes. Háblame del chulo que tenía, háblame de su pasado.
Cindy apoyó la cabeza en el volante. Sonó la bocina. Cindy alzó una cara pálida, sin lágrimas.
—Dwight Gilette. Es un tío de color que finge ser blanco. No sé nada sobre el pasado de ella.
—¿Gilette conduce un coche rojo?
—No sé.
—¿Tienes la dirección?
—Oí que vive en una callejuela de Eagle Rock. Es para blancos solamente, así que él finge serlo. Pero sé que no la mató.
—¿Por qué?
—Es marica. Se cuida las manos, y jamás se la metería a una chica.
—¿Algo más?
—Llevaba una navaja. Sus chicas lo llaman «Blue Blade» porque su apellido es Gilette.
—No pareces sorprendida de lo que le pasó a Kathy.
Cindy se tocó los ojos secos.
—Nació para eso. Duke la ablandó, y ella dejó de odiar a los hombres. Unos años más y habría aprendido. Demonios, debí tratarla mejor.
—Sí, yo también.
Eagle Rock, datos de Antecedentes: Dwight Gilette, alias «Blade», alias «Blue Blade», Hibiscus 3245, complejo de apartamentos Aerie de Eagle. Seis arrestos por soborno, sin condena, anotado como varón caucásico. Si era un negro, lo disimulaba con elegancia. Bud encontró el distrito, la calle: acogedores cubos de estuco; Hibiscus era un lugar de importancia: una brumosa vista de Los Ángeles.
3245: pintura color melocotón, flamencos de acero en el césped, sedán azul en la calzada. Bud fue a la puerta, llamó. Sonaron campanillas.
Un tío negro abrió. Treinteañero, bajo, regordete, pantalones abolsados y camisa de seda con cuello Mr. B.
—Lo he oído en la radio, así que ya suponía que recibiría visitas. La radio ha dicho que fue a medianoche, y tengo una coartada. La coartada vive a una calle de aquí y puedo traerla aquí al instante. Kathy era una niña dulce y no sé quién haría semejante cosa. ¿Y vosotros no soléis venir en pareja?
—¿Has terminado?
—No. Mi coartada es mi abogado. Insisto, vive a una calle y es influyente en el Sindicato de Libertades Civiles Americanas.
Bud lo hizo entrar de un empellón, silbó.
Paraíso de maricas: alfombras mullidas, estatuas de dioses griegos, desnudos masculinos en las paredes, pintura sobre papel aterciopelado.
—Bonito —dijo Bud.
Gilette señaló el teléfono.
—Dos segundos o llamo a mi abogado.
Acción rápida:
—Duke Cathcart. Tú le vendiste a Kathy, ¿verdad?
—Kathy era tozuda, Duke me hizo una oferta. Duke murió en ese horror del Nite Owl, así que no digas que sospechas de mí por eso.
Ningún indicio.
—Oí que Duke repartía material pornográfico. ¿Sabes algo?
—La pornografía es grosera y la respuesta es no. Cero indicios.
—Háblame de Duke. ¿Qué has oído?
Gilette ladeó una cadera.
—Oí que un fulano preguntaba por Duke, actuaba como Duke, tal vez pensando en quitarle el rebaño, aunque no le quedaba mucho, por lo que oí. Ahora hazme el favor de dejarme en paz antes de que llame a mi amigo.
Sonó el teléfono. Gilette fue a la cocina y cogió un supletorio. Bud entró despacio. Bonito panorama. Nevera, cocina eléctrica a toda marcha: huevos, agua hirviendo, guiso.
Gilette se despidió con besos, colgó.
—¿Todavía estás aquí?
—Vistoso nido, Dwight. Debes hacer buenos negocios.
—Excelentes negocios, muchas gracias.
—Bien. Necesito datos sobre el pasado de Kathy, así que pásame tu lista de rameras.
Gilette apretó un interruptor junto al fregadero. Gruñó un motor; Gilette arrojó sobras por un orificio. Bud apagó el interruptor.
—Tu lista de rameras.
—No, nein, nyet y nunca.
Bud le pegó en el vientre. Gilette rodó, cogió un cuchillo, giró. Bud lo esquivó, le pateó los testículos. Gilette se arqueó; Bud encendió el interruptor. El motor chirrió; Bud metió en el conducto la mano que empuñaba el cuchillo.
Un chirrido. El fregadero salpicó sangre y hueso. Bud sacó la mano de Gilette, menos los dedos. El chirrido se agudizó. Fragmentos de dedo a la cocina, fragmentos chamuscados a la nevera.
—Pásame la puñetera lista —gritó Bud, en medio del chirrido resonante.
Gilette señaló con la mirada.
—Cajón…, junto a la TV…, ambulancia.
Bud lo soltó, corrió al salón, Cajones vacíos. Regresó a la cocina: Gilette en el suelo, comiendo papel.
Le palmeó la espalda: Gilette escupió una página a medio mascar. Bud cogió el papel, salió. La carne quemada le daba náuseas. Alisó el papel. Nombres y teléfonos borrosos, dos legibles: Lynn Bracken, Pierce Patchett.