Dos días desde la captura del botín de Fleur-de-Lis. Sin modo de saber hasta dónde podría llegar.
Dos días, un sospechoso: Lamar Hinton, veintiséis años, un arresto por agresión, una condena de dos años en Chino, libertad bajo palabra el 3/51. Empleo actual: instalador de teléfonos en Pacific Coast Bell. El supervisor de libertad bajo palabra sospechaba que además se lo montaba dando líneas clandestinas a corredores de apuestas. Cotejo de fotografías: Hinton era el musculoso de la casa de Timmy Valburn.
Dos días, ninguna solución para el dilema.
Un caso redondo lo llevaría de vuelta a Narcóticos, pero este caso requería a Valburn y Billy Dieterling como testigos materiales: maricas bien conectados que podían echar al traste su carrera en Hollywood.
Dos días de leer informes ensayando enfoques indirectos. Revisó informes colaterales, habló con los arrestados. Más negaciones. Nadie admitía haber comprado material porno. Un día perdido; nada en Antivicio para reforzar sus pistas: cero en los informes de Stathis, Henderson y Kifka. Millard trataba de ser coprotagonista en el caso Nite Owl y no pensaba en pornografía.
Dos días.
En medio del segundo día dio con algo: el número clandestino, el musculoso.
El teléfono de Fleur-de-Lis no figuraba en la guía; practicó gimnasia cerebral hasta identificar su conexión personal: la primera vez que había visto la tarjeta.
Pista:
Víspera de Navidad del 51, antes de la Navidad Sangrienta. Sid Hudgens organizó un arresto por tenencia de marihuana. Jack detuvo a dos adictos, encontró la tarjeta en el apartamento, no le dio importancia.
El temible Sid: «Todos tenemos secretos, Jack».
Siguió adelante, arrastrado por la corriente: quería saber quién preparaba ese material y por qué. Visitó la oficina de empleo de la Bell, cotejó datos con descripciones físicas hasta dar con Lamar Hinton.
Jack echó un vistazo a la sala: hombres hablando de Nite Owl, Nite Owl, Nite Owl. El Gran V buscando libros masturbatorios.
La foto de la orgía.
Vértigo.
Jack continuó la búsqueda.
Ruta de Hinton: Gower, La Brea, Franklin, Hollywood Reservoir. Instalaciones telefónicas matinales: Creston Drive, Ivar Norte. Jack encontró Creston en su guía: Hollywood Hills, un callejón sin salida camino arriba.
Fue hasta allí y vio el camión de la compañía telefónica aparcado junto a un château que imitaba el estilo francés. Hinton en un poste, enfrente: un monstruo enorme a plena luz del día.
Jack aparcó, miró el camión: la puerta de carga abierta de par en par. Herramientas, guías telefónicas, discos de Spade Cooley. No había sacos de papel marrón de aire sospechoso. Hinton lo miró; Jack se acercó placa en mano.
Hinton bajó del poste: un metro noventa, rubio, un montón de músculos.
—¿Te manda mi supervisor?
—Departamento de Policía de Los Ángeles.
—¿No tiene nada que ver con mi libertad bajo palabra?
—Tiene que ver con tu cooperación para evitarte problemas.
—¿Qué…?
—Tu supervisor no aprueba este empleo, Lamar. Sospecha que quizá quieras instalar líneas clandestinas.
Hinton flexionó músculos: cuello, brazos, pecho.
—Fleur-de-Lis —dijo Jack—. «Lo que desees». A menos que desees verte en apuros. Si no hablas, vuelves a Chino.
Una última flexión.
—Tú rompiste el vidrio de mi coche.
—Eres todo un Einstein. Bien, ¿tienes cerebro para ser informador?
Hinton cambió de posición; Jack apoyó la mano en el arma.
—Fleur-de-Lis. ¿Quién lo dirige, cómo funciona, qué vende? Dieterling y Valburn. Cuéntame y en cinco minutos me iré de tu vida.
Músculos reflexionó: la camiseta se hinchó, se abultó. Jack sacó una revista: la foto de una orgía.
—Conspiración para distribuir material pornográfico, posesión y venta de narcóticos. Tengo suficiente para mandarte a Chino hasta 1970. Bien, ¿vendías este material para Fleur-de-Lis?
Hinton asintió con la cabeza.
—Chico listo. Ahora bien, ¿quién lo producía?
—No lo sé. De veras, no lo sé.
—¿Quién posaba?
—No lo sé. Yo sólo distribuía.
—Billy Dieterling y Timmy Valburn. Venga.
—Sólo clientes. Raros, ya sabes. Les gustan las fiestas de maricas.
—Lo haces muy bien, así que aquí viene la gran pregunta. ¿Quién?
—Por favor, no… —Jack desenfundó el 38, quitó el seguro.
—¿Quieres coger el próximo tren a Chino?
—No.
—Entonces responde. —Hinton se volvió, se agarró al poste.
—Pierce Patchett. Él dirige el negocio. Es un empresario legal.
—Descripción, teléfono, domicilio.
—Es cincuentón. Creo que vive en Brentwood y no sé el número porque recibo la paga por correo.
—Más sobre Patchett. Venga.
—Regenta chicas parecidas a estrellas de cine. Es rico. Sólo lo vi una vez.
—¿Quién te presentó?
—Un tal Chester. Lo conocí en Muscle Beach.
—¿Chester qué?
—No lo sé.
Hinton: flexiones, temblores. Jack pensó que en pocos segundos estallaría.
—¿Qué más vende Patchett?
—Chicos y chicas.
—¿Y Fleur-de-Lis?
—Lo que desees.
—No la publicidad. Específicamente.
Más irritado que asustado.
—Chicos, chicas, bebida, droga, libros con fotos, material sadomasoquista.
—Calma, calma, ahora. ¿Quién se encarga del reparto?
—Chester y yo. El trabaja de día. Yo no…
—¿Dónde vive Chester?
—¡No lo sé!
—Calma. Mucha gente elegante con dinero usa los servicios de Fleur-de-Lis, ¿correcto?
—Correcto.
Los discos del camión.
—¿Spade Cooley? ¿Él es cliente?
—No, yo sólo consigo discos gratis porque salgo de juerga con ese tío, Burt Perkins.
—No me extraña que lo conozcas. Los nombres de algunos clientes. Venga.
Hinton hundió los dedos en el poste. Jack pensó deprisa: si el monstruo se volvía, seis calibre 38 no bastarían.
—¿Trabajas esta noche?
—Sí.
—La dirección.
—No…, por favor.
Jack lo cacheó: billetera, cambio, loción capilar, una llave en un bolsillo. Alzó la llave. Hinton se golpeó la cabeza contra el poste. Bam, bam, bam. Sangre en el poste.
—La dirección y me voy.
Bam, bam. Sangre en la frente del monstruo.
—Cheramoya 5261 B.
Jack soltó lo que había encontrado en el bolsillo.
—No vayas esta noche. Llamas a tu supervisor y le dices que me has ayudado, que quieres ser arrestado por una infracción, que te encierre en alguna parte. Estás limpio en esto, y si llego a Patchett le haré creer que uno de los tíos de las revistas lo delató. Pero si limpias ese lugar, tienes un billete a Chino.
—Pero me has dicho…
Jack corrió al coche, arrancó. Hinton golpeó el poste con las manos desnudas.
Pierce Patchett, cincuentón, «empresario legal».
Jack encontró una cabina telefónica, llamó a Antecedentes, Vehículos. Datos: Pierce Morehouse Patchett, nacido el 30/6/02, Grosse Pointe, Michigan. Sin antecedentes penales, Gretna Green 1184, Brentwood. Tres infracciones de tráfico menores desde 1931. No mucho. Luego Sid Hudgens, a pesar de todo. Ocupado. Una llamada a Morty Bendish del Mirror.
—Periodistas, Bendish.
—Morty, habla Jack Vincennes.
—¡El Gran V! Jack, ¿cuándo vuelves a Narcóticos? Necesito un buen artículo sobre drogas. Morty quería charla.
—En cuanto me quite de encima al virtuoso Russell Millard y le resuelva un caso. Y tú puedes ayudar.
—Habla, soy todo oídos.
—Pierce Patchett. ¿Te suena?
Bendish silbó.
—¿De qué se trata?
—Aún no puedo contártelo. Pero si el caso sigue ese rumbo, tendrás la exclusiva.
—¿Me darás los datos antes que a Sid?
—Sí. Ahora yo soy todo oídos.
Otro silbido.
—Hay poco pero bueno. Patchett es un tío grande y guapo, cincuentón, pero aparenta treinta y ocho. Hace veinticinco años que vive en Los Ángeles. Es experto en judo o jujitsu, es químico de oficio o tiene un título universitario en química. Está forrado de pasta y sé que presta dinero a empresarios al treinta por ciento de interés y una tajada en los negocios. Sé que ha financiado muchas películas bajo cuerda. Interesante, ¿eh? ¿Y qué tal eso? Se rumorea que a menudo usa heroína, y que se desintoxica en la clínica de Terry Lux. Un poderoso que maneja hilos desde la trastienda.
Terry Lux, cirujano plástico de las estrellas. Dueño de un sanatorio: curas para alcohólicos y adictos, abortos, desintoxicación para heroinómanos. Los polizontes hacían la vista gorda, Terry trataba gratis a los políticos de Los Ángeles.
—Morty, ¿es todo lo que tienes?
—¿No es suficiente? Mira, Sid puede tener lo que yo no tengo. Llámalo, pero recuerda que tengo la exclusiva.
Jack colgó, llamó a Sid Hudgens.
—Hush-Hush. Extraoficial y confidencial —respondió Sid.
—Es Vincennes.
—¡Jack! ¿Datos sabrosos sobre el Nite Owl?
—No, pero me mantendré alerta.
—¿Material de Narcóticos? Quiero dedicarle un número… músicos de jazz negros y estrellas de cine, quizá conectarlo con los comunistas. El caso Rosenberg tiene al público enfebrecido, con un termómetro en el trasero. ¿Te gusta?
—Simpático. Sid, ¿has oído hablar de un hombre llamado Pierce Patchett?
Silencio. Segundos demasiados largos. Sid, con demasiada voz de Sid:
—Jack, sólo sé que el hombre es muy rico y lo que me gusta llamar «crepuscular». No es maricón, no es rojo, no conoce a nadie a quien yo pueda usar en mi búsqueda de rumores. ¿Dónde lo oíste nombrar?
Embustes. Podía olerlo.
—Me lo mencionó un vendedor de material pornográfico.
Interferencias, aliento entrecortado.
—Jack, la pornografía es basura, sólo para zopencos que no tienen dónde clavar la polla. Olvídalo y llama cuando tengas trabajo, ¿entendido?
Sid colgó. Bang. Una puerta en las narices: dejándolo afuera, territorio prohibido. Jack regresó a la oficina. Esa puerta decía Malibu Rendezvous.
La sala de Antivicio estaba desierta, sólo Millard y Thad Green juntos cerca del guardarropa. Jack miró la pizarra —ninguna novedad— y caminó en silencio al depósito.
Sin llave: sería fácil oír algo. Los altos oficiales hablando del Nite Owl.
—Russell, sé que te interesa. Pero Parker quiere a Dudley.
—Tiene demasiados prejuicios contra los negros, jefe. Ambos lo sabemos.
—Sólo me llamas «jefe» cuando quieres algo, capitán.
Millard rió.
—Thad, los zapadores encontraron cartuchos similares en Griffith Park, y supe que la gente de la calle Setenta y siete ha descubierto las billeteras y carteras. ¿Es verdad?
—Sí, hace una hora, en una alcantarilla. Embadurnadas de sangre, sin huellas. El laboratorio confirmó que era sangre de las víctimas. Son los negros, Russell. Lo sé.
—No creo que sean los que tenemos bajo custodia. ¿Los imaginas abandonando la escena de la violación en el lado sur, paseando a la chica para que sus amigotes abusen de ella, y luego yendo a Hollywood para asaltar el Nite Owl… cuando dos de ellos se han atosigado de barbitúricos?
—Admito que es demasiado. Necesitamos identificar a los otros violadores y lograr que Inez Soto hable. Hasta ahora se ha negado. Pero Ed Exley está trabajando en eso, y Ed Exley es muy bueno.
—Thad, no dejaré que mi ego se interponga. Yo soy capitán, Dudley es teniente. Compartiremos el mando.
—Me preocupa tu corazón.
—Un ataque cardíaco hace cinco años no me transforma en lisiado.
Green rió.
—Hablaré con Parker. Cielos, tú y Dudley. Vaya par.
Jack encontró lo que buscaba: un grabador para conversaciones telefónicas con interruptor, auriculares. Lo sacó por una puerta lateral, sin testigos.
Crepúsculo, avenida Cheramoya: Hollywood, a una calle de Franklin. 5261: un edificio Tudor, dos apartamentos arriba, dos abajo. Sin luces. Quizá muy tarde para echarle el guante a «Chester», el repartidor diurno. Jack tocó el timbre. Ninguna respuesta. La oreja contra la puerta: ningún sonido. Metió la llave.
Lotería: un vistazo le indicó que Hinton había obedecido. No había hecho la limpieza. Utopía de pervertidos: estanterías con mercancía desde el suelo hasta el techo.
Marihuana en hoja, muy buena cosecha. Píldoras: barbitúricos, estimulantes, rojas, amarillas, azules. Droga patentada: láudano, mezclas de codeína, marcas vistosas: Paisaje de Sueños, Ocaso en Hollywood, Claro de Luna en Marte. Ajenjo, alcohol puro en botellas de varios tamaños. Éter, píldoras de hormonas, sobres de cocaína, heroína. Latas de películas, títulos sugerentes: Señor Gran Polla, Amor anal, Follando en pandilla, Violador escolar, Club de violaciones, Chupadora virgen, Caliente amor negro, Fóllame esta noche, La entrada trasera de Susie, Chicos enamorados, Pasión en el depósito, Chúpalo hasta voltearlo, Jesús se folla al Papa, Paraíso de las vergas, Duros contra perforadores, Rex, el perro retozón. Viejas revistas: ambientes de Tijuana, mujeres chupando vergas, chicos chupando vergas, penetraciones en primer plano. Polvorientas. Artículos poco solicitados; espacios vacíos, quizás el material bueno, el que él buscaba, se apilaba allí. ¿Lamar se lo habría llevado? ¿Por qué? El resto de la mercancía bastaba para condenas hasta el año 2000. Instantáneas cándidas: auténticas estrellas de cine desnudas. Lupe Velez, Gary Cooper, Johnny Weissmuller, Carole Landis, Clark Gable, Tallulah Bankhead mostrando la vulva, cadáveres haciendo el 69. Una foto en color: Joan Crawford follando con un extra samoano muy bien dotado, apodado «O.K. Freddy». Consoladores, collares para perros, látigos, cadenas, nitrito amílico, bragas, sujetadores, anillos para el pene, catéteres, sacos de enema, zapatos negros de caimán con tacones de seis pulgadas y un maniquí femenino cubierto por una lona; yeso, labios de goma, vello púbico pegado, vagina hecha con una manguera de jardín.
Jack buscó el cuarto de baño y orinó. El espejo le mostró su cara: vieja, extraña. Puso manos a la obra: intervino el teléfono, registró la mercancía.
Material barato, tal vez hecho en México: peinados mexicanos y modelos flacos con aire de adictos. Vértigo: sintió el mareo de una buena flipada. La droga de los anaqueles lo hacía babear; mezcló a Karen con las fotos. Tanteó la habitación, buscó un lugar hueco, corrió la alfombra. Un buen escondrijo: subsuelo, escaleras que conducían a un espacio vacío y negro.
Sonó el teléfono. Jack encendió el grabador y atendió.
—Hola. Todo lo que desees. —Imitando a Lamar Hinton.
Colgaron. No tenía que haber usado el eslogan. Pasó media hora. Sonó el teléfono.
—Hola, habla Lamar. —Con desenfado.
Una pausa, clic.
Un cigarrillo tras otro. Le dolía la garganta. Sonó el teléfono.
Probó suerte con un murmullo.
—¿Sí?
—Hola, habla Seth de Bel Air. ¿Quieres traerme algo?
—Claro.
—Tráeme una botella. Si te das prisa, tendrás una buena propina.
—Eh… Repíteme la dirección, por favor.
—¿Quién puede olvidar casas como la mía? Es Roscomere 941, y no tardes.
Jack colgó. Llamaron de nuevo.
—¿Sí?
—Lamar, di a Pierce que necesito… Lamar, ¿eres tú?
SID HUDGENS.
Lamar, temblando:
—Eh, sí. ¿Quién es?
Clic.
Jack rebobinó la cinta. La voz de Hudgens, el reconocimiento.
SID CONOCÍA A PATCHETT. SID CONOCÍA A LAMAR. SID CONOCÍA LA ORGANIZACIÓN FLEUR-DE-LIS.
Sonó el teléfono. Jack lo ignoró. Decidió largarse, coger el grabador, limpiar el teléfono, limpiar todo lo que había tocado. Salió hecho un manojo de nervios.
Oyó el ronroneo de un motor.
Un disparo destrozó la ventana, dos disparos astillaron la puerta.
Jack apuntó, abrió fuego. El coche se alejaba, sin luces.
Torpe: dos disparos dieron contra un árbol, mordiendo madera. Tres disparos más, ningún acierto. El coche derrapó. Se abrieron puertas: testigos.
Jack corrió a su coche: patinazos, curvas, sin luces hasta llegar a Franklin y el tráfico. No había podido identificar el otro coche; en la oscuridad, sin luces, todos los coches parecían iguales: borrones lustrosos. Se calmó con un cigarrillo. Enfiló hacia Bel Air.
La calle Roscomere: sinuosa, empinada, mansiones rodeadas por palmeras. Jack halló el 941, entró en la calzada.
Circular, rodeando una gran mansión seudohispana: una planta, techo de pizarra. Coches en fila: un Jaguar, un Packard, dos Cadillac, un Rolls-Royce. Jack se apeó, nadie lo detuvo. Se agachó, anotó números de matrícula.
Cinco coches: elegantes, sin bolsas Fleur-de-Lis en los asientos de felpa. La casa: ventanas brillantes, cortinas de seda. Jack se acercó y echó un vistazo.
Supo que nunca olvidaría a las mujeres.
Una parecía Rita Hayworth en Gilda. Otra parecía Ava Gardner en un vestido verde esmeralda. Otra parecía Betty Grable: traje de baño con lentejuelas, medias de rejilla. Hombres de esmoquin, ruido de fondo. No podía apartar los ojos de las mujeres.
Un efecto increíblemente convincente. Hinton sobre Patchett: «Regenta chicas parecidas a estrellas de cine». «Parecidas» no bastaba para describirlo: mujeres escogidas, cultivadas, realzadas por un experto. Asombroso.
Veronica Lake atravesó la luz. La cara no se parecía tanto, pero rezumaba esa gracia gatuna. Los hombres se le acercaron.
Jack apretó la cara contra el vidrio. Vértigo porno, mujeres reales. Sid, ese portazo en la nariz, esa llamada. Volvió. El vértigo era brutal: dolor, cosquilleo, crispación. Vio una tarjeta de Hush-Hush en esa puerta, «Malibu Rendezvous» escrito al pie.
Vio titulares:
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¡CÁMARA DE GAS PARA EL GRAN V! ¡NOVIA RICA SE DESPIDE DEL CONDENADO!