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Bud llegó temprano, encontró un memorándum en el escritorio.

19/4/53

Muchacho:

El papeleo no es tu fuerte, pero necesito que revises antecedentes (dos). (El doctor Layman ha identificado a los tres clientes asesinados.) Usa el procedimiento estándar que te he enseñado y primero mira el boletín 11 de la pizarra: allí tienes el caso actualizado y detalles sobre los deberes de otros investigadores, lo cual impedirá que efectúes tareas gratuitas e improcedentes.

1. Susan Nancy Lefferts, blanca, nacida el día 29/1/22, sin antecedentes delictivos. Nativa de San Bernardino, llegada recientemente a Los Ángeles. Trabajaba como vendedora en Bullock's Wilshire (averiguación asignada al sargento Exley).

2. Delbert Melvin Cathcart, también conocido como «Duke», blanco, nacido el 14/11/14. Dos condenas por estupro, tres años en San Quintín. Tres arrestos por chulo, sin condena. (Una identificación difícil: la obtuvimos gracias a marcas de lavandería y cotejo del cuerpo con las medidas documentadas en la prisión.) Sin lugar de empleo conocido, último domicilio conocido Vendome 9819, distrito de Silverlake.

3. Malcolm Robert Lunceford, también conocido como «Mal», blanco, nacido el 2/6/12. No hay último domicilio conocido. Trabajó como guardia de seguridad en la Mighty Man Agency, Cahuenga Norte 1680. Ex agente del Departamento de Policía de Los Ángeles, asignado a la División Hollywood casi toda su carrera de once años. Despedido por incompetencia el 6/50. Parroquiano conocido del Nite Owl. He revisado el archivo de Lunceford y llegué a la conclusión de que era un lamentable policía (informes negativos de todos sus comandantes). Registra los papeles que existan sobre él en Hollywood (Breuning y Carlisle estarán allí para hacerte los mandados).

Resumen: Todavía creo que los negros son los culpables, pero los antecedentes de Cathcart y la posición de ex policía de Lunceford nos obligó a indagar con cierta profundidad. Quiero que seas mi asistente en esta labor; una excelente prueba de fuego para un flamante detective de Homicidios. Encuéntrame esta noche (9.30) en el Pacific Dining Car. Hablaremos del caso y asuntos relacionados.

D. S.

Bud revisó la pizarra de informaciones. Nite Owl la acaparaba: informes de agentes, informes sobre autopsias, resúmenes. Encontró el boletín 11, lo hojeó.

Seis empleados designados para revisar antecedentes delictivos y registros de automóviles; el personal de la calle Setenta y siete rastrillando el distrito negro en busca de las escopetas y el Mercury de Coates. Breuning y Carlisle presionando a conocidos operadores de armas; la zona del Nite Owl indagada nueve veces sin hallar un solo testigo ocular más. Los negros se negaban a hablar con hombres del Departamento, de la Fiscalía, el mismo Ellis Loew. Inez Soto se negaba a colaborar para corroborar la hora; Ed Exley estropeó un interrogatorio, dijo que había que tratarla con guantes.

Más abajo: las hojas de personal correspondientes a Malcolm Lunceford. Malas noticias: Lunceford era un polizonte que buscaba comida gratis, un incompetente. Pésima lista de arrestos; citado tres veces por negligencia. Petición de informe interdepartamental, con respuesta de cuatro policías. Extorsionador/ bufón. Mal bebía estando de servicio, presionaba a prostitutas para que le chuparan la verga, presionaba a comerciantes de Hollywood por su «servicio de protección» en horas libres: dormir en sus propiedades cuando no podía usar su apartamento por no haber pagado el alquiler. Lunceford fue expulsado en junio de 1950 por inepto; los cuatro policías declaraban que quizá no fuera una víctima buscada en el Nite Owl: como policía frecuentaba cafeterías nocturnas, habitualmente para comer gratis; probablemente estaba en el Nite Owl a las tres de la mañana porque fumaba marihuana, no tenía dónde dormir y el Nite Owl resultaba acogedor.

Bud enfiló hacia la sección Hollywood. Pensando en Inez, Dudley, Dick Stensland. Agallas: Inez intentó levantarse de la camilla para pegarle a Sylvester Fitch, un cadáver amarrado a una camilla. «¡Estoy muerta, y quiero que mueran!»., gritó. Él la acompañó a la ambulancia, birló morfina y una hipodérmica, se la inyectó mientras nadie miraba. Lo peor parecía haber terminado, pero lo peor estaba por venir.

Exley la interrogaría, le haría describir detalles, le haría mirar fotos de abusadores sexuales hasta destruirla. Ellis Loew quería un caso impecable: eso significaba ruedas de reconocimiento, testimonios. Inez Soto: la primera testigo célebre del más ambicioso fiscal de distrito que había existido. Él sólo podía verla en el hospital, saludarla, tratar de aplacar los golpes. Una mujer valiente arrojada a Ed Exley: forraje para un cobarde.

Inez a Stensland.

Buena venganza: máscaras del Pato Danny. Exley gimiendo. La garantía de la foto; Dick aún sediento de sangre, un sabor que le indicaba que todavía estaba en forma. Su empleo en el restaurante de Teitlebaum apestaba. Ese tugurio era un célebre reducto de jugadores, un potencial refugio de maleantes. Stensland durmiendo en su auto, bebiendo, apostando. La cárcel no le había enseñado nada.

Bud enfiló hacia el norte por Vine; el sol recortó su reflejo en el parabrisas. La corbata se destacaba: emblemas del Departamento; números, dos. Los números aludían a los hombres que había matado; tendría que hacerse fabricar corbatas nuevas con números tres, para añadir a Sylvester Fitch. Idea de Dudley: esprit de corps para Vigilancia. Material explosivo: las mujeres sentían patadas de excitación al ver esas corbatas. Dudley era una patada: en los dientes, en el cerebro.

Le debía más de lo que debía a Dick Stensland. El hombre sepultó la Navidad Sangrienta, lo puso en Vigilancia, luego en Homicidios. Pero cuando Dudley Smith te ayudaba le pertenecías. Y era tan listo que nunca sabías qué quería de ti ni cómo lo usaba. Su lenguaje alambicado te desorientaba. No provocaba rencor, pero se sentía; daba miedo ver cómo Mike Breuning y Dick Carlisle le habían entregado el alma. Dudley podía doblarte, modelarte, torcerte, arquearte y afilarte sin hacerte sentir como un estúpido terrón de arcilla. Pero siempre daba a entender que sabía más que los demás.

No pudo aparcar en la calle. Todo ocupado. Bud aparcó a tres calles de distancia y caminó. Exley no estaba, y todos los escritorios estaban ocupados: hombres hablando por teléfono, tomando notas. Una gigantesca pizarra de boletines ocupada por Nite Owl: fajos de papel de seis pulgadas. Dos mujeres sentadas a una mesa, una centralita detrás, un letrero a los pies: «Requerimientos Antecedentes/ Vehículos». Bud se les acercó, habló por encima de los ruidos telefónicos.

—Estoy indagando a Cathcart, y quiero todo lo que podáis conseguirme, asociados conocidos, todo. Este payaso tuvo dos condenas por estupro. Quiero todos los detalles de las denunciantes, más las direcciones actuales. Tuvo tres arrestos por chulo, sin condena, y quiero que consultéis a todos los escuadrones de Antivicio de la ciudad y el condado para ver si tienen un archivo. Si lo tienen, quiero los nombres de las muchachas que perseguía. Si obtenéis nombres, conseguid las fechas de nacimiento y cotejadlas con Antecedentes, Vehículos, supervisores de libertad bajo palabra, la Cárcel de Mujeres. Detalles. ¿Comprendido?

Las muchachas empezaron a hacer llamadas; Bud fue a ver la pizarra: el papel con la etiqueta «Víctima Lunceford». Un dato actualizado: un agente de Hollywood había hablado con el jefe de Lunceford en la agencia Mighty Man. Datos: Lunceford concurría al Nite Owl casi todas las noches, cuando salía de su turno de seis a dos en el edificio Pickwick. Lunceford era un típico guardia borracho a quien no le permitían llevar armas; no tenía enemigos conocidos, amigos conocidos ni amantes conocidas, no se codeaba con sus colegas de Mighty Man, dormía en una tienda detrás del Hollywood Bowl. Habían revisado la tienda, y había un inventario: un saco de dormir, cuatro uniformes de Mighty Man, seis botellas de moscatel Old Monterey.

Adiós, zopenco: estabas en el lugar equivocado a la hora equivocada. Bud leyó la lista de arrestos de Lunceford: diecinueve por delitos menores en once años de polizonte. La venganza no era el motivo, aunque igual podían haber matado a seis para liquidar a uno. Exley, Breuning y Carlisle aún no estaban a la vista. Bud recordó la nota de Dudley: revisar los archivos para hallar datos sobre Lunceford.

Una buena apuesta: tarjetas de interrogación archivadas por el apellido del agente. Bud fue al depósito, sacó el cajón de la «L». No había ninguna carpeta para «Lunceford, Malcolm». Una hora de revisión en busca de tarjetas mal archivadas: resultado nulo. Ningún interrogatorio. Raro. Tal vez el borrachín Mal nunca archivaba sus tarjetas.

Casi mediodía, hora de comer. Un bocadillo, hablar con Dick. Llegaron Carlisle y Breuning: remoloneando, bebiendo café. Bud encontró un teléfono libre, llamó a sus soplones.

Snake Tucker no sabía nada; ídem Fats Rice y Johnny Stompanato. Jerry Katzenbach dijo que eran los Rosenberg, que ordenaban las muertes mientras esperaban la silla eléctrica: sin duda Jerry se estaba flipando de nuevo. Se acercó una muchacha de Antecedentes.

Le entregó una hoja.

—No hay mucho. Nada sobre los socios conocidos de Cathcart, pocos detalles aparte de sus hojas de arresto. No conseguí mucho sobre las denunciantes de estupro, excepto que tenían catorce años, eran rubias y trabajaron en Lockheed durante la guerra. Yo diría que eran gente de paso. Antivicio del Sheriff tenía un archivo sobre Cathcart, con una lista de nueve sospechosas de prostitución. Hice un seguimiento. Dos murieron de sífilis, dos eran menores y abandonaron el Estado como estipulación de su libertad condicional, no averigüé nada sobre las otras dos. Las dos restantes están en esa página. ¿Eso ayuda?

Bud llamó a Breuning y Carlisle con un gesto.

—Sí, gracias.

La empleada se alejó; Bud miró la hoja, dos nombres marcados con un círculo: Jane («Pluma») Royko, Cynthia («Pecaminosa Cindy») Benavides. Últimos domicilios conocidos, reductos famosos: apartamentos de Poinsettia y Yucca; bares.

Los matones de Dudley se acercaron.

—Estos dos nombres —ordenó Bud—. Investigadlos.

—Averiguar antecedentes es una lata —dijo Carlisle—. Yo opino que fueron los negros.

Breuning cogió la hoja.

—Si Dudley dice que lo hagamos, lo hacemos.

Bud les miró las corbatas: cinco muertos en total, El gordo Breuning, el flaco Carlisle: de algún modo parecían gemelos.

—Pues hacedlo, ¿eh?

Abe's Noshery, sin espacio. Bud aparcó a la vuelta. El Chevy de Dick atrás, botellas vacías en el asiento: infracción. Bud encontró un espacio, se acercó y miró por la ventana: Stensland bebiendo Manischewitz, codeándose con ex convictos: Lee Vachss, «Doble» Perkins, Johnny Stompanato. Un tío con aire de poli comiendo ante el mostrador: un mordisco, una ojeada a la asamblea de delincuentes conocidos, otro mordisco. Como un reloj. De vuelta a Hollywood, harto de actuar de niñera.

Breuning lo esperaba con dos tías con aire de rameras: riendo en un cubículo. Bud golpeó el vidrio; Breuning salió.

—¿Quién es quién? —preguntó Bud.

—La rubia es «Pluma» Royko.

—¿Qué les dijiste?

—Les dije que era una indagación de rutina sobre Cathcart. Leen los periódicos, así que no se sorprendieron. Bud, fueron los negros. Van a morir por esa golfa mexicana, Dudley sólo se presta a esta payasada porque Parker quiere un caso impecable y presta oídos a ese imbécil de Exley con sus aires de…

Dedos en el pecho.

—Inez Soto no es una golfa, y quizá no sean los negros. Así que es hora de que tú y Carlisle os pongáis a trabajar.

Actitud reverente. Breuning se alejó alisándose la camisa. Bud entró en el cubículo. Las rameras tenían mal aspecto: rubia teñida con agua oxigenada, pelirroja teñida con alheña, demasiado maquillaje sobre demasiado kilometraje.

—Conque leísteis los periódicos de esta mañana —dijo Bud.

—Sí, pobre Duke —dijo Royko.

—No pareces muy acongojada.

—Duke era Duke. Era barato, pero nunca te pegaba. Tenía debilidad por las hamburguesas con pimientos, y en Nite Owl las preparaban bien. Esa última hamburguesa lo liquidó.

—Entonces ¿creéis que fue un robo, como dicen los periódicos?

Cindy Benavides afirmó con la cabeza.

—Claro —dijo Royko—. Eso fue, ¿o no? ¿Tú no crees lo mismo?

—Quizás. Hablemos de enemigos. ¿Duke los tenía?

—No, Duke era Duke.

—¿Cuántas muchachas más tenía a su cargo?

—Sólo nosotras. Somos los magros restos del rebaño de Duke.

—Oí decir que en un tiempo, Duke tenía nueve mujeres. ¿Qué ocurrió? ¿Rivalidad con otros chulos?

—Amigo, Duke era un soñador. Personalmente le gustaba la mercancía joven y se complacía en administrarla. La mercancía joven se aburre y sigue viaje a menos que el jefe se ponga rudo. Duke podía ser rudo con otros hombres, pero nunca con las damas. R.I.P. Duke.

—Entonces, Duke debía de tener algo más en marcha. Dos muchachas no bastarían para mantenerlo. Royko se tocó las uñas esmaltadas.

—Duke estaba liado con nuevos negocios. Siempre tenía algún proyecto. Era un soñador. Y los proyectos lo hacían feliz, le hacían pensar que las escasas perras que le llevábamos Cindy y yo no eran tan poco.

—¿Os dio los detalles?

—No.

Cindy había sacado el pintalabios para retocarse.

—Cindy, ¿a ti te dijo algo?

—No. —Un chillido.

—¿Sobre enemigos?

—Nada.

—¿Sobre amigas? ¿Duke había recibido mercancía joven últimamente? —Cindy cogió una toalla de papel, se enjugó los labios.

—No.

—¿Tú también crees eso?

—Supongo que Duke no hablaba con nadie. ¿Podemos irnos? Es decir…

—Sí. Hay una parada de taxis calle arriba.

Las muchachas se marcharon deprisa. Bud les dio cierta ventaja, corrió hacia su coche. Enfiló hacia Sunset, esperó dos minutos. Aparecieron Cindy y Royko.

Taxis separados, distintos rumbos. Cindy se dirigió al norte por Wilcox, tal vez a su casa: Yucca 5814. Bud tomó un atajo; el taxi apareció justo a tiempo. Cindy caminó hacia un De Soto verde, arrancó rumbo al oeste. Bud contó hasta diez, la siguió.

Highland, el paso Cahuenga hacia el Valle, al oeste por Ventura Boulevard. Bud la seguía de cerca; Cindy conducía a velocidad media. Viraje repentino hacia un motel: habitaciones alrededor de una piscina turbia.

Bud frenó, giró en redondo, observó. Cindy caminó hacia una habitación lateral, llamó a la puerta. Una muchacha —quince años, rubia— la hizo pasar. Mercancía joven: tipo ideal para los estupros de Duke Cathcart.

Vigilancia.

Cindy salió diez minutos después, arrancó, regresó hacia Hollywood. Bud llamó a la puerta de la chica.

Ella abrió, lágrimas en los ojos. Una radio canturreaba: «Matanza del Nite Owl», «Crimen del siglo en California». La chica alzó los ojos.

—¿Eres policía?

Bud afirmó con un gesto.

—Niña, ¿qué edad tienes?

Los ojos de la chica se enturbiaron.

—Kathy Janeway. Kathy con K.

Bud cerró la puerta.

—¿Qué edad tienes?

—Catorce. ¿Por qué los hombres siempre preguntan eso?

Acento de la pradera.

—¿De dónde eres?

—Dakota del Norte. Pero si me envías de regreso allí huiré de nuevo.

—¿Por qué?

—¿Lo quieres en Vistavisión? Duke decía que muchos tíos se excitan de esa manera.

—No seas tan ruda, ¿eh? Estoy de tu lado

—No me hagas reír.

Bud echó una ojeada a la habitación. Osos panda, revistas de cine, vestido de colegiala. No había atuendos de prostituta, ni elementos para drogarse.

—¿Duke era amable contigo?

—No me obligaba a hacerlo con otros hombres, si a eso te refieres.

—¿Quieres decir que sólo lo hacías con él?

—No, quiero decir que mi papá me lo hacía y ese otro fulano me obligaba a hacerlo con otros hombres, pero Duke me compró.

Intrigas entre chulos.

—¿Cómo se llamaba ese fulano?

—¡No! No te lo diré. No puedes obligarme y de todos modos lo olvidé.

—¿Cuál de ellos, niña?

—No quiero contártelo.

—Shh. ¿Conque Duke era amable contigo?

—No me chistes. Duke era un oso panda, sólo quería dormir en la misma cama y jugar a los naipes. ¿Eso es tan malo?

—Niña…

—¡Mi papá era peor! ¡Mi tío Arthur era mucho peor!

—Baja la voz, por favor.

—¡No puedes obligarme!

Bud le cogió las manos.

—¿Qué quería Cindy?

Kathy se zafó.

—Me dijo que Duke estaba muerto, cosa que sabe cualquiera que tenga una radio. Duke dijo que si le ocurría algo, Cindy debía cuidar de mí, y me trajo diez dólares. Dijo que la policía la fastidió. Dije que diez dólares no es mucho, y ella se ofendió y me gritó. ¿Cómo sabes que Cindy estuvo aquí?

—No importa.

—Aquí cobran nueve dólares por semana y yo…

—Te daré más dinero si tú…

—¡Duke nunca fue tan barato conmigo!

—Kathy, baja la voz y déjame hacerte unas preguntas. Quizás echemos el guante a los tíos que mataron a Duke. ¿Vale?

Un suspiro de niña.

—Vale. Pregunta.

Bud, con voz suave:

—Cindy dijo que Duke le pidió que cuidara de ti si le ocurría algo. ¿Crees que sospechaba que algo le iba a pasar?

—No sé. Quizá.

—¿Por qué quizá?

—Quizá porque últimamente Duke estaba nervioso.

—¿Por qué estaba nervioso?

—No sé.

—¿Le preguntaste?

—Dijo: «Sólo negocios».

Royko: «Estaba liado con nuevos negocios».

—Kathy, ¿Duke estaba iniciando un proyecto nuevo?

—No sé. Duke decía que las mujeres no tienen por qué hablar de negocios. Y sé que me dejó algo más que diez roñosos pavos.

Bud le dio su tarjeta de detective.

—Éste es mi número en el trabajo. Llámame, ¿quieres? —Kathy cogió un oso panda de la cama.

—Duke era desordenado y haragán, pero no me importaba. Tenía una sonrisa simpática, y una simpática cicatriz en el pecho, y nunca me gritaba. Mi padre y mi tío Arthur siempre me gritaban, pero Duke jamás lo hizo. ¿No crees que fue bueno conmigo?

Bud se despidió estrujándole la mano. Mientras salía a la calle la oyó sollozar.

De vuelta al coche, nuevas ideas sobre Cathcart. El «nuevo proyecto» de Duke y sus intrigas de chulo eran caminos poco prometedores; noventa y nueve por ciento de probabilidades de que las hamburguesas con pimientos del Nite Owl hubieran sido la causa de su muerte. Un chulo con antecedentes de estupro y un ex poli extorsionador. Víctimas extrañas, pero así era Hollywood Boulevard a las tres de la mañana. Complicaciones para Dudley. Quizá Cindy ocultaba algo más que el dinero que retenía. Bud podía sacarle el dinero, recurrir a chismes sobre chulos, cerrar el tema Cathcart y pedir a Dudley que lo enviara al distrito negro. Simple. Pero Cindy podía estar en cualquier parte y Kathy llevaba la voz cantante: un salvador sin lugar adonde ir. Recordó que algo faltaba en los boletines: revisión del apartamento de Cathcart. Quizás allí estuviera la lista de prostitutas de Duke. Pistas sobre su proyecto y el chulo que le había vendido a Kathy. Buen pretexto para matar el tiempo.

Bud enfiló hacia Cahuenga. Vio un sedán rojo detrás. Creía haberlo visto cerca del motel. Aceleró, pasó junto al apartamento de Cindy: ni De Soto verde ni sedán rojo. Condujo hacia Silverlake mirando el espejo retrovisor. Ningún coche detrás: sólo su imaginación.

Vendome 9819 parecía virginal: un apartamento en un garaje, detrás de una pequeña casa de estuco. Ni reporteros ni cordones policiales ni lugareños tomando sol. Bud abrió la puerta con la mano.

Típico apartamento de soltero: una habitación que hacía de sala de estar y dormitorio, cuarto de baño, cocina pequeña. Encendió las luces para un inventario rápido, tal como le había enseñado Dudley.

Una cama plegable apoyada en el suelo. Paisajes marinos baratos en las paredes. Una cómoda, un armario. Cuarto de baño y cocina sin puertas: pulcros, limpios. Todo el lugar era impecable. Contradecía el comentario de Kathy: «Duke era desordenado y haragán».

Búsqueda de detalles, otro truco de Dudley. Un teléfono en una mesilla. Registró los cajones: lápices, ninguna libreta, ninguna lista de prostitutas. Un fajo de guías de Páginas Amarillas: condados de Los Ángeles, Riverside, San Bernardino, Ventura. La de San Bernardino era la única usada: páginas ajadas, lomo roto. Examinó las páginas ajadas: «Imprentas». Una conexión, tal vez nada: la víctima Susan Lefferts, nativa de San Bernardino.

Bud registró todo, los ojos como una cámara fotográfica: clic, clic, clic. Cuarto de baño y cocina, inmaculados; camisas bien planchadas en la cómoda. Alfombra limpia, un poco sucia en las puntas. Un clic final: alguien había revisado el apartamento, lo había limpiado. Quizás un profesional.

Revisó el armario: chaquetas y pantalones en perchas. Cathcart tenía un buen guardarropa. Alguien se había probado sus prendas o éste era el verdadero Duke —desordenado— y el profesional no se había molestado con la ropa.

Bud revisó cada bolsillo, cada prenda: hilachas, monedas, nada importante. Un clic: una prueba para probar al profesional. Regresó al coche, cogió su equipo, espolvoreó el lugar: la cómoda era buen sitio para posibles huellas. Otro clic: rastros de polvo limpiador. Un profesional había borrado las huellas digitales.

Bud empacó, salió, reflexionó. Guerra entre chulos. Duke Cathcart tenía dos hembras en su rebaño, no tenía estómago para obligar a trabajar a una nínfula de catorce años. Era un desastre como chulo. Bud trató de asociar la revisión de ese apartamento con el Nite Owl: ningún mecanismo en marcha, los negros aún tenían grandes probabilidades. Si la revisión se confirmaba, asociarla con el «nuevo proyecto» de Cathcart. Royko lo había mencionado: ella quedaba limpia, pero la pecaminosa Cindy era sospechosa. Cindy era el próximo paso. Además le debía dinero a Kathy.

Anochecía. Bud se dirigió al apartamento de Cindy, vio el De Soto verde. Gemidos por un ventana rajada. La abrió, entró.

Un pasillo oscuro, gruñidos en la próxima puerta. Bud se acercó, miró. Cindy y un gordo en calcetines en una cama crujiente. Los pantalones del gordo colgados del picaporte. Bud cogió la billetera, la vació, silbó.

Cindy gritó. El gordo siguió bombeando, Bud:

—¡BASURA! ¿QUÉ HACES CON MI MUJER?

Todo se aceleró.

El gordo echó a correr cubriéndose la polla; Cindy se sumergió bajo las sábanas. Bud vio una cartera, la vació, cogió dinero. Cindy gritaba a tontas y a locas. Bud dio una patada a la cama.

—Los enemigos de Duke. Canta y no te arrestaré.

Cindy asomó la cabeza.

—Yo… no… sé… nada.

—Claro que sabes. Probemos con esto: alguien limpió el apartamento de Duke. Dame un sospechoso.

—No… sé…

—Última oportunidad. Tú retuviste información en la oficina, Royko salió limpia. Fuiste al motel de Kathy Janeway y la arreglaste con diez pavos. ¿Qué más retienes?

—Mira…

—Habla.

—¿De qué?

—Habla del nuevo proyecto de Duke y de sus enemigos. Dime quién era el chulo de Kathy.

—No sé quién era el chulo.

—Entonces habla de los otros dos temas. —Cindy se enjugó la cara: pintura labial corrida, maquillaje deshecho.

—Sólo sé acerca de este tío que recorría bares hablando con las chicas, actuando como Duke. Ya sabes, las mismas frases, el mismo estilo. Oí que intentaba conseguir muchachas que hicieran trabajos a domicilio para él. No habló conmigo ni con Pluma. Esto es cosa vieja. Lo oí hace dos semanas.

Clic: «Este tío» podía ser el que había registrado el apartamento. «Este tío» probándose la ropa de Cathcart.

—Continúa con eso.

—Es todo lo que oí, tal como lo oí.

—¿Qué facha tenía ese tío?

—No sé.

—¿Quién te habló de él?

—Ni siquiera lo sé. Eran sólo muchachas que charlaban en la mesa de al lado, en un bar.

—De acuerdo, calma. El nuevo proyecto de Duke. Háblame de eso.

—Era sólo otro sueño de Duke, castillos en el aire.

—Entonces ¿por qué no lo mencionaste antes?

—¿Conoces el viejo adagio: «No hables mal de los muertos»?

—Sí. ¿Tú conoces a las lesbianas de la Cárcel de Mujeres?

Cindy suspiró.

—El sueño número seis mil de Duke: vendedor de revistas porno. Qué idiotez. Duke decía que vendería ese material. Es todo lo que sé. Charlamos dos segundos sobre el tema y Duke sólo dijo eso. Yo no insistí porque reconozco un delirio cuando lo veo. ¿Ahora te largarás de aquí?

Charlas en la Oficina de Detectives: Antivicio investigando pornografía.

—¿Qué clase de material?

—Oye, no lo sé. Sólo hablamos dos segundos.

—¿Le pagarás a Kathy lo que te dejó Duke?

—Claro, buen samaritano. Diez aquí, diez allá. Si le diera todo el dinero junto se lo gastaría en revistas de cine.

—Tal vez yo regrese.

—Te esperaré con ansia.

Bud se dirigió a un buzón, envió el dinero en entrega especial: Kathy Janeway, Orchid View Motel, muchos sellos postales y una nota amigable. Más de cuatrocientos pavos. Una fortuna para una niña.

Las siete. Tiempo libre hasta su reunión con Dudley. La oficina: Antivicio, la pizarra del escuadrón.

El escuadrón cuatro se encarga de la investigación de pornografía: Kifka, Henderson, Vincennes, Stathis. Cuatro hombres buscando revistas obscenas, ninguna pista. No había nadie a la vista. Se presentaría por la mañana, aunque tal vez tampoco hubiera nada. Enfiló hacia Homicidios, llamó a Abe's Noshery.

—Abe's —respondió Stensland.

—Dick, soy yo.

—¿Oh? ¿Vigilándome, sargento?

—Vamos, Dick.

—No, hablo muy en serio. Ahora eres hombre de Dudley. Tal vez a Dudley no le agrade la gente con quien me codeo. Tal vez Dudley quiera información, cree que hablaré contigo. Ya no eres dueño de tus actos, Bud.

—¿Has estado bebiendo, socio?

—Ahora bebo kosher. Díselo a Exley. Dile que el Pato Danny quiere bailar con él. Dile que leí acerca de su padre y la Tierra de los Puñeteros Sueños. Dile que quizá vaya a la inauguración. El Pato Danny requiere la presencia del sargento Ed Marica Exley para bailar otra pieza.

—Dick, no digas tonterías.

—Qué diablos. Un baile más. El Pato Danny va a romperle las gafas y masticarle la puñetera garganta…

—Dick, maldita sea…

—¡Oye, vete al demonio! Leo los periódicos. Vi el personal que está a cargo del Nite Owl. Tú, Dudley Smith, Exley y el resto de los amigotes de Dudley. Ahora sois socios del maricón que me encerró, estáis todos en el gran caso, así que…

Bud arrojó el teléfono por la ventana. Caminó hacia el aparcamiento pateando cosas. Entonces vio las cosas con claridad.

Tendrían que haberlo condenado por la Navidad Sangrienta.

Dudley lo salvó.

Hasta ahora Exley era el héroe del Nite Owl. Él enviaría a Inez de vuelta al infierno.

Algo raro con Cathcart. El caso podía crecer: algo más que un asalto realizado por maniáticos. Podría transformarlo en su caso, joder a Exley, buscar el modo de ayudar a Stensland. Lo cual significaba:

No pedir pistas del asunto pornografía en Antivicio.

Ocultar pruebas a Dudley.

Ser un detective, no alguien que machacaba cabezas por su cuenta.

Trató de alentarse con palabras de borracho: Ya no eres dueño de tus actos.

Ya no eres dueño de tus actos.

Ya no eres dueño de tus actos.

Sintió miedo.

Estaba en deuda con Dudley.

Estaba provocando al único hombre del mundo que era más peligroso que él.