—Ed —dijo Parker—, estuviste brillante el otro día. No apruebo la intrusión de White, pero no puedo quejarme de los resultados. Necesito hombres listos como tú y… hombres directos como Bud. Y os quiero a ambos en el caso de Nite Owl.
—Señor, no creo que White y yo podamos trabajar juntos.
—No tendréis que hacerlo. Dudley Smith encabeza la investigación, y White responderá directamente ante él. Otros dos hombres, Mike Breuning y Dick Carlisle, trabajarán con White… del modo que a Dudley le plazca. El escuadrón de Hollywood estará en el caso, respondiendo ante el teniente Reddin, quien responderá ante Dudley. Tenemos contactos asignados, y cada hombre de la oficina está consultando a sus informadores. Green dice que Russell Millard quiere dejar Antivicio para dirigir el espectáculo con Dudley, así que ésa es una posibilidad. Con eso tenemos veinticuatro policías a tiempo completo.
—¿Y qué debo hacer, específicamente?
Parker señaló un gráfico que había en un atril.
—Primero, no hallamos las escopetas ni el coche de Coates, y hasta que esa muchacha a quien violaron nos confirme la hora, tenemos que suponer que todavía son nuestros principales sospechosos. Desde la pequeña intervención de White, se han negado a hablar, y los tenemos por secuestro y violación. Creo…
—Señor, me gustaría intentar hablarles de nuevo.
—Déjame concluir. Segundo, todavía no hemos identificado a las otras tres víctimas. El doctor Layman está trabajando con empeño en ello, y recibimos cuatrocientas llamadas diarias de personas preocupadas por seres queridos desaparecidos. Hay una posibilidad de que esto sea algo más que una serie de muertes en un robo, y si es así quiero que abordes ese ángulo. A partir de ahora, eres nuestro enlace con el laboratorio, la Fiscalía de Distrito y las divisiones. Quiero que revises cada informe todos los días, los evalúes y me comuniques tus reflexiones personalmente. Quiero resúmenes escritos diarios, copias para Green y para mí.
Ed trató de no sonreír. Las suturas de la barbilla ayudaron.
—¿Un par de reflexiones antes de continuar? Parker se reclinó en la silla.
—Desde luego.
Ed contó con los dedos.
—Primero, ¿por que no buscamos cartuchos comparables en Griffith Park? Segundo, si la chica exculpa a los sospechosos al confirmar la hora, ¿qué hacía ese coche rojo frente al Nite Owl? Tercero, ¿qué probabilidades tenemos de encontrar las armas y el coche? Cuarto, los sospechosos dijeron que llevaron a la muchacha a un edificio de Dunkirk. ¿Qué pruebas se obtuvieron allí?
—Buenas observaciones. Pero, primero, conseguir cartuchos es difícil. Con armas que se cargan por detrás, los cartuchos pudieron caer en el coche que conducían esos maleantes, los lugares citados en los informes eran imprecisos, Griffith Park es pura ladera, ha habido lluvias y deslizamientos de tierra en estas dos semanas y el guardián ahora vacila en la identificación de los tres sujetos. Segundo, el vendedor de periódicos que identificó el coche del Nite Owl dice que quizá fuera un Ford o un Chevy, así que nuestra búsqueda de registros es ahora una pesadilla. Si piensas que aparcaron el coche allí para incriminarlos, no le veo sentido: ¿cómo sabría alguien que debía ponerlo allí? Tercero, el personal de la calle Setenta y siete está registrando el lado sur en busca del coche y las armas, presionando a los socios conocidos, lo de costumbre. Y, cuarto, había sangre y semen en el colchón de ese edificio de Dunkirk.
—Todo conduce a la muchacha.
Parker cogió un informe.
—Inez Soto, veintiún años. Estudiante universitaria. Está internada en el Queen of Angels, y despertó esta mañana después de estar sedada.
—¿Alguien habló con ella?
—Bud White la acompañó al hospital. Nadie le habló en treinta y seis horas, y no te envidio la tarea.
—Señor, ¿puedo hacer esto solo?
—No. Ellis Loew quiere tratar el caso como el del pequeño Lindbergh: secuestro y violación. Quiere enviar a nuestros chicos a la cámara de gas por esto, por el Nite Owl o por ambas cosas. Dentro de una hora verás a Bob Gallaudet y una matrona del Departamento del Sheriff en el Queen of Angels. No tengo que mencionar que el rumbo de esta investigación quedará determinado por lo que diga la señorita Soto.
Ed se levantó.
—Extraoficialmente —dijo Parker—, ¿crees que fueron los negros?
—No estoy seguro.
—Los has exculpado de momento. ¿Pensabas que me enfadaría contigo por eso?
—Señor, ambos queremos justicia absoluta. Y usted me tiene demasiada simpatía.
Parker sonrió.
—Edmund, no des importancia a lo que White hizo el otro día. Tú vales por una docena de tíos como él. White mató a tres hombres en cumplimiento del deber, pero eso no es nada comparado con lo que tú hiciste en la guerra. Recuérdalo.
Gallaudet lo recibió frente al cuarto de la muchacha. El pasillo apestaba a desinfectante: un aire familiar, su madre había fallecido en el piso de abajo.
—Hola, sargento.
—Llámame Bob, y Ellis Loew te envía las gracias. Temía que molieran a golpes a los sospechosos y no pudiera enjuiciarlos.
Ed rió.
—Quizá no sean culpables del Nite Owl.
—No me importa, y tampoco a Loew. Un secuestro con violación merece la pena de muerte. Loew quiere enterrar a esos tíos, y yo también, y lo mismo opinarás tú después de hablar con la muchacha. Y aquí va la pregunta de un millón de dólares: ¿lo hicieron?
Ed meneó la cabeza.
—Basándome en sus reacciones, yo diría que no. Pero Fontaine dijo que la llevaron de paseo. Reaccionó cuando le pregunté si la habían «vendido». Creo que pudo haber sido Sugar Coates y una pandilla improvisada, quizá dos de los sujetos a quienes se la vendieron. Ninguno de los tres llevaba dinero encima cuando los arrestaron, y de cualquier modo, Nite Owl o violación colectiva, creo que el dinero está guardado en alguna parte, manchado de sangre. Como la ropa que quemó Coates.
Gallaudet silbó.
—Así que necesitamos que la chica nos confirme la hora e identifique a los demás violadores.
—Correcto. Y nuestros sospechosos han cerrado el pico, y Bud White mató al único testigo que nos podría haber ayudado.
—Ese White es un fastidio, ¿eh? No pongas esa cara. Tenerle miedo es indicio de cordura. Ahora vamos, hablemos con la joven.
Entraron en la habitación. Una matrona del Departamento del Sheriff bloqueaba la cama: alta, gorda, pelo corto aplastado con fijador.
—Ed Exley, Dot Rhostein —dijo Gallaudet. La mujer cabeceó, se hizo a un lado.
Inez Soto.
Ojos negros, la cara cortada y magullada. Pelo oscuro rasurado hasta la frente, suturas. Tubos en los brazos, tubos bajo las sábanas. Nudillos cortados, uñas partidas: se había resistido. Ed vio a su madre: calva, treinta kilos en un pulmón artificial.
—Señorita Soto —dijo Gallaudet—, el sargento Exley.
Ed se apoyó en la baranda de la cama.
—Lamento que no podamos darte más tiempo para recobrarte, pero trataremos de ser breves.
Inez Soto le clavó los ojos oscuros, inflamados. Una voz áspera:
—No miraré más fotos.
—La señorita Soto identificó a Coates, Fontaine y Jones —dijo Gallaudet—. Le dije que quizá fuera necesario que viera otras fotos para identificar a los otros hombres.
Ed meneó la cabeza.
—Ahora no será necesario. Ahora necesito que recuerdes una cronología de los acontecimientos que ocurrieron hace dos noches. Podemos hacerlo muy despacio, y por ahora no necesitamos detalles. Cuando estés más reposada, podremos revisar la declaración. Por favor, tómate tu tiempo. Empieza en el instante en que esos tres hombres te secuestraron.
Inez se irguió sobre las almohadas.
—¡No eran hombres!
Ed aferró la barandilla.
—Lo sé. Y serán castigados por lo que hicieron. Pero antes de eso necesitamos eliminarlos o confirmarlos como sospechosos de otro delito.
—¡Quiero que mueran! ¡Oí la radio! ¡Quiero que mueran por eso!
—No podemos hacerlo, porque los otros que te ultrajaron quedarán en libertad. Tenemos que hacer esto correctamente.
Un susurro ronco.
—Correctamente significa que seis blancos son mucho más importantes que una mexicana de Boyle Heights. Esos animales me desgarraron e hicieron sus cosas en mi boca. Me metieron armas. Mi familia cree que yo soy la culpable porque a los dieciséis años no me casé con un estúpido cholo. No te diré nada, cabrón.
—Señorita Soto —dijo Gallaudet—, el sargento Exley le salvó la vida.
—¡Me arruinó la vida! ¡El agente White dijo que liberó de una acusación de homicidio a esos negros! White es el héroe: él mató al puto que me dio por el culo.
Inez rompió a llorar. Gallaudet hizo señas de interrumpir. Ed caminó hacia la tienda de regalos: un aire familiar, su vigilia por la moribunda. Flores para la 875: gordos y alegres ramilletes todos los días.