Jack miró a Karen dormida, olvidando la riña que habían tenido.
La causa había sido las fotos del periódico: el Gran V y Cal Denton arrestando a tres malhechores de color, sospechosos en el «Crimen del Siglo» de Los Ángeles. Denton arrastraba a Fontaine de la cabeza; el Gran V había apretado el cuello de los otros dos. Karen dijo que le recordaba a los Scottsboro Boys; Jack dijo que les había salvado el pellejo, pero después de enterarse de que habían violado a una muchacha mexicana lamentaba no haber dejado que Denton los despachara sin más trámite. La discusión cobró mal cariz.
Karen dormía hecha un ovillo, lejos de él, tapada como temiendo que él le pegara. Jack la miró mientras se vestía; evocó los dos últimos días.
Estaba fuera del caso Nite Owl, de vuelta en Antivicio. Los interrogatorios de Ed Exley habían exculpado a los sospechosos por el momento. Faltaba interrogar a la mujer ultrajada. Bud White había jugado a la ruleta rusa: los tres se habían asustado. Hasta ahora no había modo de saber si habían tenido tiempo de dejar a la mujer, ir hasta el Nite Owl, regresar al distrito negro y violarla. Tal vez Coates o Fontaine habían dejado a Jones a cargo de la muchacha y habían cometido los asesinatos con otros socios. No se encontraban las escopetas ni el Mercury de Coates. En el hotel no estaba el botín del restaurante; los restos del incinerador estaban demasiado quemados para analizar la tela en busca de sangre. El perfume que tenían en las manos impedía un análisis de parafina. Alta presión en Detectives: resolved deprisa este puñetero caso.
El forense intentaba identificar a los clientes asesinados, trabajando a partir de muestras dentales y descripciones físicas cotejadas con boletines y llamadas sobre personas desaparecidas. Resueltos: el cocinero/lavaplatos, la camarera, la cajera; aún nada sobre los tres clientes, y las autopsias no indicaban abuso sexual de las mujeres. Quizá Coates/Jones/ Fontaine no fueran los culpables; Dudley Smith a cargo: sus hombres indagaban sobre asaltantes, chiflados en libertad bajo palabra, cada sujeto de la ciudad que tuviera antecedentes en uso de armas. Volvieron a interrogar al vendedor de periódicos que había visto el Mercury rojo frente al Nite Owl; ahora decía que quizá fuera un Ford o un Chevy. Revisaron los registros de Ford y Chevy; ahora el guardián de Griffith Park decía que no estaba seguro. Ed Exley dijo a Green y Parker que alguien podía haber aparcado el coche rojo frente al Nite Owl para responsabilizar a los negros; Dudley desdeñó la teoría: quizá solo fuera coincidencia. Un caso seguro se desmadejaba en un sinfín de posibilidades.
Gran cobertura periodística. Sid Hudgens ya había llamado: nada sobre las revistas porno, ninguna alusión a «Todos tenemos secretos». Versión heroica de los arrestos por cincuenta pavos. Sid colgó deprisa.
El Nite Owl le costó un día en su otra investigación. Había revisado las declaraciones de los demás detectives: ninguna pista, nadie había encontrado rastros. Preparó un informe falso: nada sobre Christine Bergeron y Bobby Inge, nada sobre las demás revistas que había hallado. Nada sobre sus sueños obscenos: su novia Karen en una orgía.
Jack besó el cuello de Karen, deseando que despertara sonriendo.
No tuvo suerte.
Primero averiguar en el vecindario.
Charleville Drive, preguntas, sin suerte: ninguno de los ocupantes del edificio de Christine Bergeron había oído nada cuando la mujer y su hijo se largaron; nadie sabía nada sobre los hombres que recibía. Los edificios vecinos, ídem. Jack llamó a la secundaria de Beverly Hills, supo que Daryl Bergeron era un absentista crónico que no había asistido a clases en una semana; el vicedirector dijo que era un chico reservado que no causaba problemas: nunca estaba en la escuela para causarlos. Jack no le dijo que Daryl estaba demasiado cansado para causar problemas: follar con su madre en patines agotaba a un adolescente.
Próxima visita: Stan's Drive-in. El administrador le dijo que Christine Bergeron se había esfumado un par de días atrás, dos segundos después de una llamada telefónica. No, no sabía de quién era la llamada; sí, telefonearía al sargento Vincennes si ella aparecía; no, Christine no confraternizaba indebidamente con los clientes ni recibía visitas en el trabajo.
A Hollywood Oeste.
El apartamento de Bobby Inge. Charlas con vecinos. Bobby pagaba el alquiler a tiempo, no hablaba con nadie, nadie le había visto irse. El homosexual de al lado dijo que «no salía con nadie en particular…, Insinuaciones: «revistas obscenas», «Christine Bergeron», «ese pícaro Daryl». El marica ni se inmutó.
Podía dar Hollywood Oeste por muerto: después de BJ's Rumpus Room, Bobby no asomaría el hocico en la zona de bares. Jack compró una hamburguesa, miró los antecedentes de Inge: no figuraban socios conocidos. Estudió las revistas que había encontrado. Era difícil concentrarse, las contradicciones de las fotos lo distraían.
Modelos atractivos, ambientes baratos. Bellos disfraces que te hacían mirar dos veces un repulsivo acto homosexual. Orgía con pretensiones artísticas: tinta color sangre, cuerpos enlazados sobre mantas. Fotos que te hacían entornar los ojos para hallar formas femeninas, disimuladas por tomas excesivamente explícitas: la abundancia de órganos sexuales hacía echar de menos ver mujeres lisa y llanamente desnudas. Esa bazofia era pornografía manufacturada por dinero, pero en alguna parte del proceso estaba involucrado un artista.
Idea.
Jack fue a una tienda, compró tijeras, cinta adhesiva, una libreta. Trabajó en el coche: recortó caras de las revistas, las pegó en el papel; hombres y mujeres aparte, repeticiones lado a lado para facilitar la identificación. Regresó a Detectives para cotejar: homosexuales con fotos de varones caucásicos. Cuatro horas de búsqueda: fatiga ocular, identificaciones cero. Fue a Hollywood para ver las fotos de Antivicio: otro cero; Hollywood Oeste, Departamento del Sheriff, fue el cero número tres. Aparte de Bobby Inge, sus beldades eran vírgenes: sin hojas de antecedentes.
A las cuatro y media de la tarde, Jack notó que sus opciones menguaban deprisa. Otra idea: datos de Bobby Inge en Vehículos; nueva indagación de Christine Bergeron. Registrar todos los papeles. Pedir nuevamente antecedentes de Inge, para actualizar datos.
Fue a una cabina telefónica, hizo las llamadas. Bobby Inge estaba limpio en Vehículos: ninguna citación, ninguna aparición en los tribunales. Datos completos sobre Bergeron: fechas de infracciones de tráfico, nombre de los avales del bono de seguridad. Único dato nuevo sobre Inge: libertad bajo fianza un año atrás. Un nombre tachado. Bergeron a Inge.
Libertad bajo fianza para Inge tras una acusación por prostitución. Pagada por Sharon Kostenza, Havenhurst Norte 1649, Hollywood Oeste. La misma mujer había pagado un bono a Bergeron, arrestada por conducir con imprudencia.
Jack llamó de nuevo a Antecedentes, pidió datos y dirección de Sharon Kostenza: sin antecedentes delictivos en California. Pidió a la empleada que registrara la lista de los cuarenta y ocho Estados; eso llevó diez minutos.
—Lo lamento, sargento. No tenemos nada con ese nombre.
De vuelta a Vehículos. Sorpresa: ninguna persona llamada Sharon Kostenza poseía o había poseído una licencia de conducir en California. Jack fue hasta Havenhurst Norte: el número 1649 no existía.
Circuitos cerebrales: Bobby Inge prostituto, Kostenza había pagado la fianza por cargos de prostitución, los prostitutos usaban nombres falsos, los prostitutos posaban para fotos porno. Havernhurst Norte era una vieja zona de citas.
Empezó a golpear puertas.
Una docena de entrevistas rápidas; identificación de casas de citas cercanas. Dos en Havenhurst: 1611, 1654.
Las seis y diez.
El 1611 abierto para trabajar; el jefe no conocía a Sharon Kostenza, Bobby Inge ni los Bergeron. Ídem las caras recortadas de las revistas porno. Las muchachas que trabajaban en el lugar tampoco reconocieron a nadie. La madama del 1654 cooperó: los nombres y las caras no significaban nada para ella ni para sus rameras.
Otra hamburguesa, vuelta a Hollywood Oeste. Una revisión del archivo de alias: otro callejón sin salida.
Las siete y veinte: sin más nombres para comprobar. Jack enfiló hacia Hamel Norte, aparcó. El paisaje: la puerta de Bobby Inge.
Clavó la vista en el patio. No había peatones, el tráfico callejero era lento. Faltaban horas para que el Strip entrara en actividad. Esperó fumando, con fotos obscenas en la cabeza.
A las 8.46 un descapotable elegante pasó despacio cerca de la acera. Veinte minutos después, una vez más. Jack trató de leer el número de matrícula. Nada, demasiado oscuro. Una corazonada: está buscando luces. Si busca las de Bobby, las tendrá.
Entró en el patio, miró en torno: ningún testigo. Abrió la puerta con el borde de las esposas: dientes de metal mordiendo madera barata. Tanteó la pared, halló un interruptor, encendió la luz. El mismo salón desnudo; el apartamento en igual desorden. Jack se sentó junto a la puerta, esperó.
Espera tediosa: quince minutos, treinta, una hora. Golpes en el panel de enfrente.
Jack se agachó: la puerta al nivel del ojo. Imitó una voz afectada:
—Está abierto.
Un chico guapo entró.
—Mierda —dijo Jack.
Timmy Valburn, alias Ratón Moochie. El novio de Billy Dieterling.
—Timmy, ¿qué diablos haces aquí?
Valburn, el cuerpo flojo, meneándose con desparpajo.
—Bobby es un amigo. No usa narcóticos, si por eso estás aquí. ¿Y no estás lejos de tu jurisdicción? Jack cerró la puerta.
—Christine Bergeron, Daryl Bergeron, Sharon Kostenza. ¿Amigos tuyos?
—No conozco esos nombres, Jack. ¿De qué se trata?
—Cuéntame tú. Hace horas que te armas de coraje para llamar. Empecemos por Bobby. ¿Dónde está?
—Lo ignoro. ¿Estaría aquí si supiera a dónde…?
—¿Juegas con Bobby? ¿Tienes una relación con él?
—Es sólo un amigo.
—¿Billy sabe que andas con Bobby?
—Jack, no seas malvado. Bobby es un amigo. No creo que Billy sepa que somos amigos, pero eso es todo lo que somos.
Jack sacó su libreta.
—Y sin duda tenéis muchos amigos comunes.
—No. Guarda eso, por favor, no conozco a los amigos de Bobby.
—De acuerdo. ¿Entonces dónde lo conociste?
—En un bar.
—¿Qué bar?
—Leo's Hideaway.
—¿Billy sabe que buscas aventuras a sus espaldas?
—Jack, no seas demasiado grosero. No soy un delincuente a quien puedes abofetear. Soy un ciudadano que puede denunciarte por irrumpir en este apartamento.
Cambio de enfoque.
—Pornografía. Fotos en revistas, normales y homo. ¿Eso te gusta, Timmy?
Un pestañeo ambiguo.
—¿Así te excitas? ¿Tú y Billy lleváis esa inmundicia a la cama?
Impávido.
—No seas ruin, Jack. No es tu estilo, pero sé amable. Recuerda lo que soy para Billy, recuerda lo que es Billy para el programa que te da la fama que ansías. Recuerda a quién conoce Billy.
Jack se movió con suma lentitud: las revistas y rostros fotografiados en una silla, una lámpara para iluminarlas.
—Mira esas fotos. Si reconoces a alguien, dímelo. Es todo lo que quiero.
Valburn movió los ojos, miró. Primero las caras: travieso, curioso. Luego los desnudos con disfraces: inmutable, un homosexual sofisticado. Jack le miraba los ojos.
Al fin las orgías. Timmy vio la tinta color sangre y siguió mirando. Jack vio que una vena del cuello le palpitaba con fuerza.
Valburn se encogió de hombros.
—No, lo lamento.
Inescrutable, buen actor.
—¿No reconoces a nadie?
—No, a nadie.
—Pero reconoces a Bobby.
—Claro, porque lo conozco.
—Pero ¿a nadie más?
—Jack, por favor.
—¿Ningún conocido? ¿Nadie que hayas visto en los bares adonde vais los de tu especie?
—¿Mi especie? Jack, ¿no has andado en la industria cinematográfica el tiempo suficiente para llamar a las cosas por su nombre y sin grosería?
Jack lo dejó pasar.
—Timmy, me ocultas tus pensamientos. Tal vez has hecho de Ratón Moochie durante demasiado tiempo.
—¿Qué pensamientos buscas? Soy actor, así que apúntame algo.
—Pensamientos no. Reacciones. Ni siquiera pestañeaste ante las fotos más desquiciadas que vi en quince años de polizonte. Tinta color sangre manando de una docena de personas que están follando y chupando. ¿Eso es algo cotidiano para ti?
Un gesto desdeñoso, elegante.
Jack, soy très Hollywood. Me disfrazo de roedor para divertir a los niños. En esta ciudad nada me sorprende.
—Dudo que me lo crea.
—Te digo la verdad. No conozco a ninguna de esas personas, y jamás vi esas revistas.
—Los de tu especie conocen gente que conoce gente. Conoces a Bobby Inge, y él estaba en las fotos. Quiero ver tu libreta negra.
—No —dijo Timmy.
—Sí —dijo Jack—, o le daré a Hush-Hush una pequeña exclusiva sobre tú y Billy Dieterling como almas afines. Insignia del Honor, la Hora de los Sueños, maricas. ¿Qué te parece esa triple apuesta?
Timmy sonrió.
—Max Peltz te despediría por eso. Él quiere que seas amable. Sé amable.
—¿Llevas la libreta encima?
—No, Jack. Y recuerda quién es el padre de Billy. Recuerda todo el dinero que puedes ganar en el cine cuando te retires.
Irritado, casi viendo rojo:
—Dame tu billetera. Hazlo o pierdo los estribos y te aplasto contra la pared.
Valburn se encogió de hombros, extrajo una billetera. Jack cogió lo que quería: tarjetas, nombres, números anotados en papeles.
—Quiero que me los devuelvas.
Jack le devolvió la billetera vacía.
—Claro, Timmy.
—Un día cometerás un gran tropiezo, Jack. ¿Lo sabías?
—Ya lo cometí, y gracias a eso gané dinero. Recuérdalo si decides delatarme a Max.
Valburn se marchó con elegancia.
Direcciones de bares de homosexuales: apellidos, números telefónicos. Una tarjeta resultaba familiar: «Fleur-de-Lis. Veinticuatro horas por día. Todo lo que desees. HO-01239». Ninguna nota al dorso. Jack se devanó los sesos. No pudo establecer la conexión.
Nuevo plan: marcar esos números, hacerse pasar por Bobby Inge, hacer insinuaciones sobre revistas porno, ver quién mordía el anzuelo. Quedarse en el apartamento, ver quién llamaba o aparecía: juego de azar.
Jack llamó. «Ted-DU-6831», ocupado. «GeoffCR-9640» no mordió el anzuelo cuando Jack susurró «Hola, soy Bobby Inge». «Bing-Ax-6005», sin respuesta. De vuelta a «Ted»: «¿Bobby qué? Lo lamento, creo que no te conozco». «Jim», «Nat», «Otto»: sin respuesta. Aún no lograba descifrarlo. Último recurso: la línea policíaca de Pacific Coast Bell. Pitidos.
—Habla la señorita Sutherland.
—Habla el sargento Vincennes, Departamento de Policía de Los Ángeles. Necesito el nombre y la dirección correspondientes a un número telefónico.
—¿No tiene una guía de números, sargento?
—Estoy en una cabina telefónica, y los datos que quiero corresponden a Hollywood 01239.
—Muy bien. Aguarde, por favor.
Jack aguardó. La mujer regresó.
—Ese número no está asignado. Bell sólo ahora está dando números de cinco dígitos, y ése no está asignado. Francamente, quizá no se asigne nunca, pues el cambio va muy despacio.
—¿Está segura?
—Claro que estoy segura.
Jack colgó. Primeros pensamientos: línea clandestina. Los corredores de apuestas las tenían. Sujetos corruptos de la compañía telefónica interferían las líneas, impedían que se otorgaran los números. Servicio telefónico gratuito, y la policía no podía revisar registros ni identificar llamadas entrantes.
Un reflejo: la línea policíaca de Vehículos.
—¿Sí? ¿Quién lo solicita?
—El sargento Vincennes, Departamento de Policía de Los Ángeles. Domicilio de un tal Timothy V-A-L-B-U-R-N, blanco, de veinticinco a treinta años. Creo que vive en el Distrito Wilshire.
—Entendido. Aguarde, por favor.
Jack aguardó. El empleado regresó.
—En efecto, es Wilshire. Lucerne Sur 432. Oiga, ¿Valburn no es el ratón del programa de Dieterling?
—Sí.
—Ah… ¿por qué lo busca usted?
—Contrabando de queso.
Chez Ratón Moochie: un edificio estilo francés provincial con accesorios de nuevo rico: reflectores, arbustos ornamentales. Moochie, el resto de la pandilla Dieterling. Dos coches en la calzada: el descapotable que recorría Hamel, el Packard Caribbean de Billy Dieterling, una presencia frecuente en el aparcamiento de Insignia del Honor.
Jack vigiló el lugar con miedo: los maricas tenían buenas conexiones, su investigación llegaba a un callejón sin salida. «Todo lo que desees» era una tangente. Podía abordar a Timmy y Billy, presionarlos, averiguar sus contactos: gente que conocía a gente que conocía a Bobby Inge. Quién conocía al que preparaba las revistas. Mantuvo la radio en volumen bajo; una serie de canciones de amor le ayudó a ordenar las ideas.
Quería llegar al fondo porque una parte de él se preguntaba cómo algo podía ser tan feo y tan bello, y una parte de él se excitaba.
Sintió hormigueo, ganas de moverse. Una soprano gutural le hizo salir del coche.
Calzada arriba, bordeando los reflectores. Ventanas cerradas, sin cortinas. Miró adentro.
Accesorios Ratón Moochie, ni Timmy ni Billy. Lotería en la última ventana: los tórtolos hablando alarmados.
La oreja contra el vidrio: sólo captó murmullos. Oyó un portazo en un coche; un tintineo de campanillas. Un vistazo: Billy caminando hacia el frente de la casa.
Jack siguió mirando. Timmy se contoneaba con las manos en las caderas; Billy regresó con un tío musculoso. Músculos entregó la mercancía: píldoras, una bolsa transparente llena de hierba. Jack echó a andar hacia la calle.
Un sedán Buick junto a la acera, lodo en las placas frontal y trasera. Portezuelas cerradas: vidrios rotos o manos vacías.
Jack dio una patada a una ventanilla. Vidrio sobre el botín: una bolsa de papel marrón.
La cogió, corrió a su coche.
La puerta de Valburn se abrió.
Jack hizo rechinar las llantas: al este por la Cinco, en zigzag hasta Western y un aparcamiento con luces brillantes. Abrió la bolsa de papel.
Licor de ajenjo. Alcohol de muchos grados, líquido verde y viscoso.
Hachís.
Fotos en blanco y negro: mujeres con máscaras de ópera chupando vergas de caballos.
«Todo lo que desees».