13

Bud acariciaba la copa.

La música lo aturdía; tenía el peor asiento del bar, un sofá junto a los teléfonos públicos. Palpitaciones de dolor: viejas heridas futbolísticas, el ansia de vengarse de Exley.

Sin placa ni pistola, bajo una lluvia de acusaciones. En medio de su abatimiento, esa cuarentona pelirroja le parecía sensacional.

Cogió su bebida.

Ella le sonrió. El rojo parecía teñido, pero la mujer tenía un rostro agradable. Bud sonrió.

—¿Estás bebiendo un Oldfashioned?

—Sí, y me llamo Ángela.

—Bud.

—Nadie nació con ese nombre.

—Cuando te ponen un nombre como «Wendell», buscas un alias.

Ángela rió.

—¿Qué haces, Bud?

—Digamos que estoy cambiando de empleo.

—Bien, ¿qué hiciste?

¡SUSPENDIDO! ¡IDIOTA, A CABALLO REGALADO NO LE MIRES LOS DIENTES!

—No quise seguirle el juego a mi jefe. Ángela, ¿qué dices si…?

—¿Un problema gremial o algo parecido? Yo estoy en la Federación Unida de Maestras, y mi ex esposo fue delegado de los camioneros. ¿Es eso…? Bud sintió una mano en el hombro. —Muchacho, ¿puedo hablar contigo? Dudley Smith. ASUNTOS INTERNOS. VIGILANCIA.

—¿Negocios, teniente?

—Ya lo creo. Despídete de tu nueva amiga y reúnete conmigo en esas mesas del fondo. Pedí al barman que bajara la música para que pudiéramos hablar.

La melodía se suavizó: Smith echó a andar. Un marinero se acercó a Ángela. Bud caminó hacia el fondo.

Acogedor: Smith, dos sillas, una mesa con un periódico encima, un bulto debajo. Bud se sentó.

—¿Asuntos Internos me está vigilando?

—Sí, y a otros probables condenados. Fue idea de tu amigo Exley. El muchacho se ha conquistado al jefe Parker, y le dijo que tú y Stensland sois propensos a los actos precipitados. Exley te vilipendió a ti y a muchos buenos agentes en ese estrado, muchacho. He leído la transcripción. Su testimonio fue alta traición y una despreciable afrenta para todos los policías honorables.

Stensland, escondido y borracho.

—¿Ese periódico no dice que hemos sido condenados?

—No te precipites, muchacho. He usado mi influencia sobre el jefe para aconsejar que dejaran de vigilarte, así que estás con un amigo.

—¿Qué buscas, teniente?

—Llámame Dudley —dijo Smith.

—¿Qué buscas, Dudley?

Ja, ja, ja, una bella voz de tenor.

—Muchacho, me impresionas. Admiro tu negativa a testificar y tu lealtad hacia tu compañero, por injustificada que sea. Te admiro como policía, particularmente por tu adhesión a la violencia cuando se la requiere como accesorio indispensable de nuestro oficio, y me impresiona mucho el castigo que infliges a los maridos violentos. ¿Los odias, muchacho?

Grandes palabras. Le giraba la cabeza.

—Sí, los odio.

—Y por muy buenas razones, teniendo en cuenta lo que sé de tu pasado. ¿Hay algo que odies con la misma pasión?

Los puños tan tensos que le dolían.

—Exley. El puñetero Exley. Jack Cubo de Basura también tiene que estar en eso. Dick Stensland está pillando una cirrosis por culpa de quienes nos delataron.

Smith meneó la cabeza.

—Vincennes no, muchacho. Él fue la máscara del Departamento, y lo necesitábamos para entregar algunos cadáveres a la Fiscalía de Distrito. Sólo delató a hombres con veinte años de servicio, y se responsabilizó por la bebida que tú llevaste a la fiesta. No, muchacho, Jack no merece tu odio.

Bud se inclinó en la mesa.

—Dudley, ¿qué quieres?

—Quiero que eludas una condena y vuelvas al servicio, y sé como conseguirlo.

Bud miró el periódico.

—¿Cómo?

—Trabaja para mí.

—¿Haciendo qué?

—No, primero más preguntas. Muchacho, ¿admites la necesidad de contener el delito, de mantenerlo al sur de Jefferson, con el elemento de tez oscura?

—Claro.

—¿Y crees que se debería permitir la existencia de cierto crimen organizado y perpetuar vicios aceptables que no dañan a nadie?

—Claro, beneficio mutuo. Hay que seguir un poco el juego. ¿Qué tiene que ver con…?

Smith levantó el periódico: el destello de una placa y un 38 especial. Bud sintió un escalofrío.

—Sabía que tenías influencia. ¿Lo arreglaste con Green?

—Sí, muchacho, lo arreglé… con Parker. Con esa parte de Parker que Exley no ha envenenado. Dijo que si el gran jurado no presentaba una acusación, tu negativa a declarar no sería castigada. Ahora coge tus cosas antes de que el dueño llame a la policía.

UN DESTELLO. Bud cogió sus cosas.

—¿No hay ninguna acusación?

Una risa burlona.

—Muchacho, el jefe sabía que me hacía una gran concesión, y me alegra que no hayas leído el inefable Herald.

—¿Cómo? —preguntó Bud.

—Aún no, muchacho.

—¿Y Dick?

—Está acabado. Y no protestes, porque es inevitable. Lo han acusado, lo condenarán e irá a prisión. Es el chivo expiatorio del Departamento, por órdenes de Parker. Y fue Exley quien lo convenció de entregar a Dick. Acusaciones penales y encarcelación.

El salón era sofocante. Bud se aflojó la corbata, cerró los ojos.

—Muchacho, le conseguiré a Dick una cómoda litera en la granja penal. Conozco a una agente que puede arreglar las cosas, y cuando salga en libertad le daré la oportunidad de desquitarse con Exley.

Bud abrió los ojos. Smith había desplegado el Herald. El titular: «Policías condenados por escándalo de Navidad Sangrienta». Debajo, una columna marcada con un círculo: el sargento Richard Stensland con cuatro acusaciones, tres policías veteranos —Lentz, Brownell y Huff— con dos acusaciones cada uno. Subrayado: «El agente Wendell White, de 33 años, no recibió acusaciones, aunque varias fuentes de la Fiscalía de Distrito habían manifestado que comparecería por ataque en primer grado. El presidente del gran jurado declaró que cuatro víctimas del ataque policíaco alteraron su testimonio anterior, según el cual el agente White había intentado estrangular a Juan Carbijal, de 19 años. El testimonio alterado contradice abiertamente el testimonio del sargento Edmund J. Exley, del Departamento de Policía de Los Ángeles, quien declaró bajo juramento que White intentó lesionar gravemente a Carbijal. El testimonio del sargento Exley no está en tela de juicio, pues derivó en probables condenas contra otros siete policías; sin embargo, aunque los integrantes del gran jurado dudaron de la veracidad de las alteraciones, las juzgaron suficientes para negar a la Fiscalía de Distrito acusaciones contra el agente White. Ellis Loew, asistente de la Fiscalía, declaró a los reporteros: «Ocurrió algo sospechoso, pero no sé qué. Cuatro retractaciones tienen que imponerse sobre el testimonio de un solo testigo, aun tratándose de un magnífico testigo como el sargento Exley, héroe de guerra condecorado».

Vértigo.

—¿Por qué? —preguntó Bud—. ¿Por qué hiciste eso por mí? ¿Y cómo?

Smith arrugó el periódico.

—Muchacho, te necesito para una nueva misión que Parker acaba de aprobar. Es una medida de contención, en colaboración con Homicidios. Lo llamaremos Destacamento de Vigilancia, un nombre inocuo para un deber que pocos hombres son capaces de cumplir, pero para el cual tienes talento innato. Músculos, balas y pocas preguntas. Muchacho, ¿ves a qué me refiero?

—En Technicolor.

—Te sacarán de Detectives de la Central cuando Parker anuncie su reforma interna. ¿Trabajarás para mí?

—Tendría que estar loco para no hacerlo. ¿Por qué, Dudley?

—¿Por qué qué, muchacho?

—Persuadiste a Ellis Loew de que me ayudara, y todos saben que tú y él sois muy amigos. ¿Por qué?

—Porque me gusta tu estilo, muchacho. ¿Te basta esa respuesta?

—Supongo que tendrá que bastar. Bien, probemos «cómo».

—¿Cómo qué, muchacho?

—Cómo lograste que los mexicanos se retractaran. Smith apoyó una manopla de bronce en la mesa: cascada, embadurnada de sangre.