Focos, indicadores de altura: Jack con un metro sesenta, Frank Doherty, Dick Stensland, John Brownell los más bajos, Wilbert Huffy Bud White con uno ochenta. Presos de la Central detrás del espejo, junto con policías del Departamento anotando nombres.
—Perfil izquierdo —chilló un altavoz. Seis hombres giraron—. Perfil derecho. De cara a la pared. Descanso, caballeros. —Silencio, luego—: Catorce identificaciones positivas para Doherty, Stensland, Vincennes, White y Brownell, cuatro para Huff. ¡Demonios, el altavoz está encendido!
Stensland se echó a reír.
—Jódete, gilipollas —dijo Frank Doherty. White se mantuvo impávido, como si ya estuviera en la granja correccional protegiendo a Stensland de los negros.
—Sargento Vincennes, al despacho 114 —se oyó por el altavoz—; agente White, a la oficina del jefe Green. El resto puede irse.
114: la sala de testigos del gran jurado.
Jack atravesó las cortinas que conducían al 114. Una sala atestada: querellantes de la Navidad Sangrienta
Ed Exley con un traje flamante, con hebras sueltas en las mangas.
Los chicos de la Navidad sonreían con sorna; Jack se acercó a Exley.
—¿Tú eres el testigo clave?
—Así es.
—Debí saber que eras tú. ¿Qué te ofrece Parker?
—¿Ofrecerme?
—Sí, Exley. ¿Qué te ofrece? ¿Cuál es el trato, la recompensa? ¿O crees que yo testifico gratis?
Exley jugó con las gafas.
—Sólo cumplo con mi deber.
Jack se echó a reír.
—Te traes algo entre manos, chico universitario. Sacas algo de esto, así no tendrás que codearte con los polizontes comunes, que te odiarán por ser un soplón. Y si Parker te prometió la Oficina de Detectives, ten cuidado. Algunos muchachos recordarán esto, y tendrás que trabajar con amigos suyos.
Exley hizo una mueca; Jack rió.
—Buena bonificación, debo admitirlo.
—Tú eres el experto en bonificaciones, no yo.
—Pronto tendrás un rango más alto, así que me conviene ser amable. ¿Sabías que la nueva novia de Ellis Loew te ha echado el ojo?
—Que comparezca Edmund J. Exley —llamó un escribiente.
Jack le guiñó el ojo.
—Ve. Y quítate esas hebras de la chaqueta, o parecerás un patán.
Exley atravesó el pasillo, ajustándose el traje, sacando hilachas.
Jack mató el tiempo pensando en Karen. Diez días desde la fiesta; la vida le ofrecía la mejor baraja. Tendría que disculparse con Spade Cooley; Welton Morrow estaba enfadado por su relación con Karen, pero el trato Joan/Ellis Loew contribuía a aplacarlo. Las citas en hoteles eran caras. Karen vivía en casa de sus padres, el apartamento de Jack era una pocilga. Había dejado de enviar cheques a los chicos Scoggins para poder costearse el Ambassador. Karen amaba el romance ilícito; él la amaba por eso. La mejor baraja. Pero Sid Hudgens no llamaba y no había heroína en Los Ángeles. Ningún gran golpe en Narcóticos. Un año en Antivicio lo acechaba como la cámara de gas.
Se sentía como un púgil a punto de atacar. Las víctimas de la Navidad Sangrienta le clavaban los ojos; el vago a quien había golpeado tenía la nariz entablillada, tal vez un truco aconsejado por un abogado judío. La puerta de la sala estaba entornada; Jack se acercó, miró adentro.
Seis jurados ante una mesa, frente al estrado; Ellis Loew disparando preguntas. Ed Exley en el estrado.
No jugaba con las gafas, no tartamudeaba. Voz firme, una octava más baja de lo normal. Enclenque, sin aire de polizonte, pero aun así tenía autoridad. Y perfecto equilibrio. Loew lo ayudaba con astucia; Exley calaba cada jugada, pero fingía sorpresa. Quien lo había instruido había hecho un magnífico trabajo. Jack observó detalles, el aplomo de Exley: un héroe de guerra, no un llorón entre tíos rudos. Loew rozó ese aspecto; las respuestas de Exley fueron sagaces: lo superaban en número, le arrebataron las llaves, lo encerraron en un depósito. Eso era todo. Era un hombre bien plantado que conocía la futilidad del heroísmo barato.
Ed Exley discurseaba: disculpas para Brownell, Huff, Doherty. Llamó a Dick Stensland lo peor de lo peor, no pestañeó al delatar a Bud White. Jack sonrió cuando le llegó el turno: todo se orienta hacia nosotros. Krugman, Pratt, Tucker, la pensión segura, serían acusados con su testimonio. Stensland y White en la picota. Vaya actuación. Loew pidió una síntesis. Exley se la dio: una filípica sobre la justicia. Loew lo dejó ir; los jurados quedaron extasiados. Ed Exley bajó del estrado cojeando. Quizá se le habían dormido las piernas. Jack lo encontró fuera.
—Muy bueno. A Parker le hubiera encantado. Exley estiró las piernas.
—¿Crees que leerá la transcripción?
—La recibirá dentro de diez minutos, pero Bud White se vengará de esto aunque le lleve el resto de su vida. Thad Green lo citó después de la rueda de reconocimiento, y sin duda lo suspendió. Reza para que llegue a un trato y se quede en el Departamento, pues como civil sería peor enemigo.
—¿Por eso no le dijiste a Loew que él llevó casi toda la bebida?
—John Vincennes, cinco minutos —dijo un escribiente.
Jack habló con soltura.
—Delataré a tres veteranos que la semana próxima estarán pescando en Oregón. Quedo limpio. Pero soy listo.
—Ambos hacemos lo correcto. Sólo que a ti te disgusta hacerlo, y eso no es listo.
Jack vio a Ellis Loew y Karen en el pasillo. Loew se les acercó.
—Le dije a Joan que declararías hoy, ella se lo dijo a Karen. Lo lamento, se lo expliqué a Joan confidencialmente. Jack, lo lamento. Le dije a Karen que no podía entrar en la sala, que tendrá que escuchar por el altavoz de mi oficina. Jack, lo lamento.
—Chico judío, sin duda sabes cómo asegurarte un testigo.