Estrías y manchas en el espejo. Las expresiones resultaban borrosas. Thad Green era difícil de interpretar; Parker era simple: se ponía rojo. Dudley Smith —lexófilo con acento irlandés— demasiado calculado. Bud White también era fácil; el jefe citó «Esto es una vergüenza» y apareció un gran globo de historieta: «El testigo es Ed Exley». El gesto obsceno era pura decoración.
Ed tocó el altavoz; un crujido de estática. El cuarto era caluroso, pero no sofocante como ese depósito de la Central. Recordó las dos últimas semanas.
Había sido directo con Parker, presentándole las tres versiones, conviniendo en declarar como testigo clave del Departamento. Parker juzgó que la evaluación era brillante, la marca de un policía ejemplar. Entregó la declaración menos perjudicial a Ellis Loew y a su investigador favorito de la Fiscalía, un abogado recién graduado, Bob Gallaudet. La culpa recayó, muy merecidamente, en el sargento Richard Stensland y el agente Wendell White; menos merecidamente, en tres hombres con las pensiones ya aseguradas. La recompensa del jefe a su testigo ejemplar: una transferencia a Detectives, una gran promoción. Con el examen de teniente aprobado, sería teniente de detectives al cabo de un año.
Green salió de la oficina; entraron Ellis Loew y Gallaudet. Loew y Parker conferenciaron; Gallaudet abrió la puerta.
—Sargento Vincennes, por favor.
Estática en el altavoz.
Jack Cubo de Basura, elegante en un traje a rayas. Sin perder tiempo en cortesías, se sentó mirando su reloj de pulsera. Un intercambio de miradas: Jack, Ellis Loew. Parker echó una ojeada al recién llegado. Lectura fácil: puro desprecio. Gallaudet se quedó de pie junto a la puerta, fumando.
—Sargento —dijo Loew—, iremos al grano. Usted ha colaborado mucho con Asuntos Internos, lo cual obra a su favor. Pero nueve testigos lo identifican como la persona que golpeó a Juan Carbijal, y cuatro prisioneros de la celda de ebrios le vieron entrar una caja de ron. Como verá, su notoriedad lo precedía. Incluso los ebrios leen las revistas escandalosas.
Dudley Smith se hizo cargo.
—Muchacho, necesitamos tu notoriedad. Tenemos un testigo estelar que dirá al gran jurado que golpeaste sólo después de recibir un golpe, y, como tal vez eso sea cierto, los testimonios de otros prisioneros contribuirán a apoyarte. Pero tienes que admitir que llevaste la bebida con que se embriagaron los hombres. Admite esa infracción interdepartamental y sólo tendrás un juicio interno. El señor Loew garantiza la anulación de la condena, si llega a haberla.
Jack guardó silencio. Ed interpretó: Bud White llevó la mayor parte de la bebida, Vincennes teme delatarlo.
—Habrá una gran reforma dentro del Departamento —dijo Parker—. Si usted testifica, tendrá un juicio interno menor, sin suspensiones ni degradaciones. Sólo una palmada en la mano: una transferencia a Antivicio por un año.
Vincennes a Loew:
—Ellis, ¿tengo más ayuda tuya en esto? Sabes lo que significa para mí trabajar en Narcóticos.
Loew se amilanó.
—Ninguna —intervino de pronto Parker—, y hay más. Mañana tendrá que participar en la rueda de reconocimiento, y queremos que declare contra el agente Krugman, el sargento Tucker y el agente Pratt. Los tres ya se han ganado la pensión. Nuestro testigo clave dará declaraciones precisas, pero usted puede alegar ignorancia respecto de las preguntas hechas a los demás. Francamente, debemos saciar la sed de sangre del público entregando a algunos de los nuestros.
—Dudo que alguna vez hayas cometido un tropiezo estúpido, muchacho —dijo Dudley Smith—. No lo hagas ahora.
—De acuerdo —respondió Jack.
Sonrisas.
—Revisaremos juntos el testimonio, sargento —dijo Gallaudet—. Un almuerzo en el Dining Car. El señor Loew invita.
Vincennes se levantó; Loew lo acompañó a la puerta.
Susurros en el altavoz: «… y le dije a Cooley que no lo volverías a hacer». «Vale, jefe…». Parker le cabeceó al espejo.
Ed entró y ocupó el asiento.
—Muchacho —afirmó Smith—, eres el hombre del momento.
Parker sonrió.
—Ed, te hice mirar por el espejo porque tu evaluación de esta situación ha sido muy sagaz. ¿Alguna idea final antes del testimonio?
—Señor, ¿debo entender que toda acusación presentada por el gran jurado será detenida o anulada durante el proceso posterior, a cargo del señor Loew?
Loew hizo una mueca. Ed había dado en la tecla, tal como había dicho su padre.
—¿Estudió usted abogacía, sargento? —preguntó Loew, con tono paternalista.
—No, señor.
—Entonces su estimado padre le ha asesorado bien.
—No, señor. No es así. —Con voz firme.
—Supongamos que estás en lo cierto —prosiguió Smith—. Supongamos que encauzamos nuestros esfuerzos a lograr lo que desean todos los policías leales: ningún agente juzgado públicamente. Suponiendo eso, ¿qué aconsejas?
El discurso que había ensayado. Literalmente.
—El público exigirá algo más que acusaciones, tácticas de demora y condenas anuladas. No bastará con juntas interdepartamentales, suspensiones y una gran reforma interna. Usted dijo al agente White que debían rodar cabezas. Estoy de acuerdo, y en bien del prestigio del jefe Parker y del Departamento, creo que necesitamos condenas y sentencias.
—Muchacho, me alarma el regodeo con que pronuncias esas palabras.
—Señor —le dijo Ed a Parker—, usted ha rescatado el Departamento después de Horrall y Worton. Goza usted de una reputación ejemplar y el Departamento ha mejorado muchísimo. Usted puede garantizar que continúe así.
—Al grano, Exley —dijo Loew—. ¿Qué aconseja nuestro joven informador?
Ed, mirando a Parker.
—Anule las condenas contra hombres que hayan cumplido veinte años de servicio. Publicite la reforma interna y someta a la mayoría a juntas internas y suspensiones. Condene a Johnny Brownell, aconséjele que requiera un procedimiento sin jurado y pida al juez que le deje ir con sentencia suspendida… su hermano fue uno de los agentes atacados inicialmente. Y acuse, juzgue y condene a Dick Stensland y Bud White. Que vayan a la cárcel. Expúlselos del Departamento. Stensland es un matón y un borracho, White casi mató a un hombre y suministró más alcohol que Vincennes. Entréguelos a los tiburones. Protéjase usted, proteja el Departamento.
Un largo silencio. Smith lo interrumpió.
—Caballeros, creo que el consejo de nuestro joven sargento es precipitado e hipócrita. Stensland tiene sus defectos, pero Wendell White es un policía valioso.
—White es un matón homicida.
Smith iba a hablar, pero Parker alzó la mano.
—Creo que vale la pena reflexionar sobre el consejo de Ed. Deslumbra mañana al gran jurado, hijo. Viste un traje elegante y deslúmbralos.
—Sí, señor —dijo Ed, controlándose para no gritar de alegría.