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—Si llega al gran jurado, no te condenarán. Y el fiscal de distrito y yo intentaremos que no llegue allí. Jack contó favores. Mil seiscientos dólares al suculento fondo de Loew. Miller Stanton le ayudó a aplacar a los de Insignia del Honor. Jack se encargó personalmente de Brett Chase. Una concisa amenaza: una nota en Hush-Hush sobre su homosexualidad. Max Peltz no diría una palabra si Loew impedía una auditoría fiscal. Un favor de Cupido: esta noche el hombre se reuniría con la enfurruñada Joan Morrow.

—Ellis, ni siquiera quiero testificar. Mañana hablaré con unos tíos de Asuntos Internos, y el caso irá al gran jurado. Así que arréglalo.

Loew jugueteó con su cadena Phi Beta Kappa.

—Jack, un prisionero te atacó y tú pagaste con la misma moneda. Estás limpio. Además eres una figura pública y las declaraciones preliminares que hemos recibido de los abogados del querellante establecen que cuatro víctimas de las palizas te reconocieron. Testificarás, Jack. Pero no te condenarán.

—Pensaba seguir tus indicaciones. Pero si me pides que delate a mis compañeros, alegaré amnesia. ¿Entiendes?

Loew se inclinó sobre el escritorio.

—No discutamos. Nos va demasiado bien juntos. Wendell White y el sargento Richard Stensland son los únicos que deben preocuparse, no tú. Además, me han contado que tienes una nueva mujer en tu vida.

—Quieres decir que te lo ha contado Joan Morrow.

—Sí, y francamente ella y sus padres no lo aprueban. Eres quince años mayor que la chica, y tienes un pasado oscuro.

Caddy, instructor de esquí: un niño de orfanato bueno para atender a los ricachones.

—¿Joan te dio detalles?

—Sólo que la chica está loca por ti y cree en tus recortes periodísticos. Le aseguré a Joan que esos recortes eran veraces. Karen le contó a Joan que hasta ahora te habías portado como un caballero, algo que me resulta difícil de creer.

—Espero que eso termine esta noche. Después de nuestra doble cita, tendremos la fiesta de Insignia del Honor y un interludio íntimo en alguna parte.

Loew torció la cadena.

—Jack, ¿loan se hace la difícil o de veras la persiguen muchos hombres?

Jack movió el cuchillo.

—Es una muchacha popular, pero todos esos tíos del cine son pura cáscara. Sé perseverante.

—¿Tíos del cine?

—Cáscara, Ellis. Guapos, pero cáscara.

—Jack, quiero agradecerte por venir esta noche. Sin duda tú y Karen serviréis para romper el hielo.

—Vamos, pues.

Restaurante Don the Beachcomber's, las mujeres esperando en un reservado redondo. Jack hizo las presentaciones.

—Ellis Loew, Karen Morrow y Joan Morrow. Karen, ¿no forman una pareja encantadora?

—Hola —dijo Karen, sin darle la mano. Seis citas y sólo le ofrecía insulsos besos de despedida.

Loew se sentó al lado de Joan; Joan le echó una ojeada, quizá buscando indicios de judaísmo.

—Ellis y yo ya somos buenos amigos telefónicos, ¿verdad?

—Ya lo creo —dijo Loew con voz tribunalicia. Joan terminó su trago.

—¿Cómo os conocéis? ¿La policía trabaja en colaboración con la Fiscalía de Distrito?

Jack ahogó una risotada: soy el recaudador del judío. —Armamos los casos juntos. Yo obtengo las pruebas, Ellis procesa a los chicos malos.

Un camarero se acercó. Joan pidió un Islander Punch; Jack pidió café.

—Un Martini con Beefeater —dijo Loew.

Karen apoyó la mano en la copa.

—Entonces este episodio de la Navidad Sangrienta agriará las relaciones entre la policía y la oficina del señor Loew, ¿verdad?

Loew se apresuró a intervenir.

—No, no, porque la gente del Departamento desea que los agresores sean castigados severamente. ¿Verdad, Jack?

—Claro. Esos episodios dan mala fama a todos los policías.

Llegaron los tragos. Joan bebió el suyo en tres sorbos.

—Tú estabas allí, ¿verdad, Jack? Papá dijo que siempre vas a esa fiesta, al menos desde que tu segunda esposa te abandonó.

—¡Joan! —exclamó Karen.

—Yo estaba allí —dijo Jack.

—¿No participaste en esos actos de justicia?

—Para mí no valía la pena.

—¿Porque no saldrías en ningún titular?

—Cállate, Joan. Estás borracha.

Loew se acarició la corbata; Karen acarició un cenicero.

Joan empinó el resto del trago.

—Los abstemios siempre juzgan a los demás. Asistías a esa fiesta después de que tu primera esposa te abandonara, ¿eh, sargento?

Karen cogió el cenicero.

—Maldita zorra.

Joan rió.

—Si quieres un policía héroe, conozco a un hombre llamado Exley que al menos arriesgó la vida por su país. Concedo que Jack es atractivo, pero ¿no te das cuenta de su calaña?

Karen arrojó el cenicero, que dio contra la pared y cayó en el regazo de Ellis Loew. Loew ocultó la cabeza en un menú; «zorra Joan» les clavó una mirada fulminante. Jack se llevó a Karen del restaurante.

Hacia Variety International Pictures. Karen insultando a Joan sin parar. Jack aparcó junto al plató de Insignia del Honor, se oía música western. Karen suspiró.

—Mis padres se acostumbrarán a la idea.

Jack encendió la luz del salpicadero. La muchacha tenía el pelo castaño oscuro y ondulado, pecas, labio superior prominente.

—¿Qué idea?

—Bien… la idea de que salgamos juntos.

—Lo cual va bastante despacio.

—En parte es culpa mía. Me cuentas esas historias maravillosas y de pronto callas. Yo me pregunto en qué piensas y sospecho que hay muchas cosas que no puedes contarme. Me hace pensar que soy demasiado joven, así que me retraigo.

Jack abrió la portezuela.

—Sigue intentando comprenderme y no serás demasiado joven. Y cuéntame tus historias, porque a veces me canso de las mías.

—¿Trato hecho? Entonces, ¿mis historias después de la fiesta?

—Trato hecho. De paso, ¿qué piensas de tu hermana y Ellis Loew? —Karen no pestañeó.

—Se casará con él. Mis padres olvidarán que es judío porque es ambicioso y republicano. Él tolerará los escándalos de Joan en público y le pegará en privado. Sus hijos serán un desastre.

Jack rió.

—En marcha. Y no te dejes deslumbrar por los astros, porque te considerarán una palurda.

Entraron tomados del brazo. Karen estaba fascinada; Jack echó una ojeada a la gran fiesta.

Spade Cooley y sus muchachos en una tarima, Spade en el micrófono con Burt Arthur «Doble» Perkins, su bajista, llamado «doble» por su par de años en trabajos forzados: actos antinaturales con perros. Spade fumaba opio; Doble se flipaba con heroína: casos ideales para un artículo de Hush-Hush. Max Peltz alternando con los cámaras; Brett Chase hablando con Billy Dieterling, jefe de cámaras. Billy mirando a su novio, Timmy Valburn, el ratón Moochie en la Hora de los Sueños. Mesas contra la pared del fondo, cubiertas de botellas y platos fríos. Abe Teitlebaum con la comida. Tal vez Peltz había contratado los servicios del restaurante de Abe. Johnny Stompanato con Kikey, ex muchachos de Mickey Cohen haciéndose compañía. Todos los actores, técnicos y asistentes de Insignia del Honor comiendo, bebiendo, bailando.

Jack llevó a Karen a la pista: giros al son de melodías rápidas; contoneos cuando Spade tocó baladas. Karen mantenía los ojos cerrados; Jack los mantenía abiertos para observar el ambiente. Le tocaron el hombro.

Miller Stanton interrumpiendo. Karen abrió los ojos y suspiró: una estrella de TV quería bailar con ella. Jack los presentó:

—Karen Morrow, Miller Stanton.

Karen gritó por encima de la música.

—¡Hola! Vi todas esas películas de Raymond Dieterling en que actuaste. ¡Estabas sensacional!

Stanton alzó las manos como en una danza india.

—¡Yo era entonces un mocoso! Jack, ve a ver a Max. Quiere hablarte.

Jack caminó hasta el fondo del plató, donde la música no era tan bulliciosa. Max Peltz le entregó dos sobres.

—Tu bonificación de la temporada y una aportación para el señor Loew. Es de Spade Cooley. El sobre de Loew era gordo.

—¿Qué quiere Cooley?

—Yo diría que la seguridad de que no interferirás en su hábito.

Jack encendió un cigarrillo.

—Spade no me interesa.

—¿No es suficientemente famoso?

—Sé amable, Max.

Peltz se le acercó.

—Jack, tú debes ser más amable, porque te estás ganando una mala reputación en la industria cinematográfica. La gente dice que eres cargante, que no respetas las reglas. Arrestaste a Brett para el señor Loew, de acuerdo, es un maldito faigeleh, lo estaba pidiendo. Pero no puedes morder la mano que te alimenta, cuando la mitad de la gente de la industria usa drogas de vez en cuando. Limítate a los shvartzes… esos jazzistas son buen material.

Jack echó un vistazo al plató. Brett Chase bebiendo con amigos: Billy Dieterling, Timmy Valburn. Una convención de homosexuales. Kikey T. y Johnny Stompanato charlando, «Doble» Perkins, Lee Vachss reuniéndose con ellos.

—De veras, Jack. Respeta las reglas.

Jack señaló a los chicos rudos.

—Max, las reglas del juego son mi vida. ¿Ves a esos fulanos?

—Claro. ¿Qué…?

—Max, eso es lo que el Departamento de Policía llama una asamblea de delincuentes conocidos. Perkins es un ex convicto que folla perros, y Abe Teitlebaum está en libertad bajo palabra. El tío alto de bigote es Lee Vachss, y está relacionado con varios trabajos para Mickey Cohen. El italiano guapo es Johnny Stompanato. No sé si llega a los treinta años, pero tiene una lista de negocios sucios tan larga como tu brazo. El Departamento de Policía de Los Ángeles me otorga autoridad para arrestar a todos esos maleantes por sospecha general, y falto a mi deber al no hacerlo. Porque respeto las reglas.

Peltz agitó el puro.

—Sigue respetándolas, pero anda pianissimo con tu papel de duro. Y mira, Miller está olfateando tu presa. Vaya, te gustan jóvenes.

Rumores: Max y las colegialas.

—No tanto como a ti.

—¡Ja! Ve allá, puñetero gonif. Tu chica te está buscando.

Karen junto a un póster: Brett Chase como el teniente Vance Vincent. Jack se le acercó, los ojos de Karen se iluminaron.

—¡Cielos, esto es maravilloso! ¡Cuéntame quiénes son todos!

Una andanada de música: Cooley ululando, Perkins aporreando el bajo. Jack bailó con Karen llevándola por la pista hacia un rincón atiborrado de lámparas de arco voltaico. Un lugar perfecto, tranquilo: una mirada a toda la pandilla.

Jack señaló a los músicos.

—Ya conoces a Brett Chase. No baila porque es marica. El viejo del cigarro es Max Peltz. Es el productor y dirige la mayor parte de los episodios. Bailaste con Miller, así que ya lo conoces. Los dos tíos en camiseta son Augie Luger y Hank Kraft, tramoyistas. La muchacha con la tablilla en la mano es Penny Fulweider, trabajadora compulsiva; es la supervisora de guiones. ¿Has notado que los ambientes del programa son modernistas? Bien, aquel rubio es David Mertens, el diseñador. A veces parece que está ebrio, pero no lo está. Sufre una especie rara de epilepsia, y toma medicamentos. Oí que sufrió un accidente y se golpeó la cabeza, y así empezó. Tiene cicatrices en el cuello, así que tal vez sea eso. Al lado está Phil Shenkel, el asistente de dirección, y el tío de al lado es Jerry Marsalas, el enfermero que cuida de Mertens. Terry Riegert, el actor que hace de capitán Jeffries, está bailando con esa pelirroja alta. Los tíos que están junto a la máquina del agua son Billy Dieterling, Chuck Maxwell y Dick Harwell, los cámaras. Los demás son acompañantes.

Karen lo miró a los ojos.

—Es tu ambiente, y lo adoras. Y sientes afecto por esa gente.

—Me agrada… y Miller es un buen amigo.

—Jack, no me engañes.

—Karen, esto es Hollywood. Y el noventa por ciento de Hollywood es pura pátina.

—Aguafiestas. Me estoy preparando para no tener escrúpulos, así que no lo estropees.

Un desafío.

Jack se inclinó; Karen se dejó besar. Se sondearon, se saborearon, se separaron. Jack tenía una sensación de vértigo.

Karen le dejó las manos encima.

—Los vecinos aún están de vacaciones. Podríamos ir a alimentar a los gatos.

—Sí… claro.

—¿Me alcanzas un coñac antes de irnos?

Jack caminó hacia la mesa de comida.

—Buena hembra, Vincennes —convino Doble Perkins—. Tienes los mismos gustos que yo.

Un sureño flaco, camisa de cowboy negra, orlas rosadas. Las botas le daban casi uno noventa de altura; las manos eran enormes.

—Perkins, tus hembras olisquean los desagües de la calle.

—Tal vez a Spade no le agrade que me hables así.

Especialmente con ese sobre que llevas en el bolsillo. Lee Vachss y Abe Teitlebaum los miraban.

—Ni una palabra más, Perkins.

Perkins mascó un mondadientes.

—¿Tu novia sabe que te excitas mucho apaleando negros?

Jack señaló la pared.

—Arremángate, separa las piernas.

Perkins escupió el mondadientes.

—No estás tan loco.

Johnny Stompanato, Vachss, Teitlebaum. Todos escuchaban.

—Besa esa pared, cabrón —dijo Jack.

Perkins se arqueó encima de la mesa, las palmas en la pared. Jack le arremangó la camisa: pinchazos recientes. Le vació los bolsillos. Bingo: una jeringa hipodérmica. Se estaba formando una multitud. Jack continuó el juego.

—Con los pinchazos y ese artefacto te llevas tres años. Dime quién te vendió la hipodérmica y estás libre. Perkins sudaba a chorros.

—Habla delante de tus amigos y podrás irte. Perkins se relamió los labios.

—Barney Stinson. Enfermero del Queen of Angels. Jack le pateó las piernas haciéndolo caer.

Perkins aterrizó de bruces sobre los platos fríos; la mesa se derrumbó en el suelo. Todos los presentes resoplaron.

Jack caminó hacia fuera entre gentes que le cedían el paso. Karen tiritaba junto al coche.

—¿Tenías que hacer eso?

Jack tenía la camisa empapada en sudor.

—Sí.

—Ojalá no lo hubiera visto.

—Lo mismo digo.

—Supongo que leerlo no es lo mismo que verlo. ¿Podrías…?

Jack la rodeó con los brazos.

—Te mantendré alejada de estas cosas.

—Pero ¿me seguirás contando?

—No… bueno, sí.

—Ojalá pudiéramos borrar todo lo que ha ocurrido esta noche.

—Ojalá. Oye, ¿quieres cenar?

—No. ¿Aún quieres ir a ver a los gatos?

Había tres gatos, criaturas amigables que intentaron ocupar la cama mientras hacían el amor. Karen llamaba Acera al gris, Tigre al rayado, Ellis Loew, al flacucho. Jack se resignó al séquito: los gatos hacían reír a Karen, y cada risa la ayudaba a olvidarse de Perkins. Hicieron el amor, charlaron, hablaron con los gatos; Karen probó un cigarrillo y tuvo un ataque de tos. Suplicó que le contara historias; Jack tomó prestadas las hazañas de Wendell White y montó versiones expurgadas de sus propios casos: poca violencia, toneladas de azúcar. El Gran V, protegiendo a los niños del flagelo de la droga. Al principio le costaba mentir, pero la calidez de Karen le facilitó la tarea. Hacia el alba, la muchacha se adormiló; Jack se quedó despierto, pues los gatos lo enloquecían. Ansiaba que ella despertase para contarle más historias; sintió aguijonazos de alarma: si olvidaba las partes inventadas y ella lo pillaba mintiendo, todo se iría al demonio. El cuerpo de Karen se entibió mientras dormía; Jack se acurrucó contra ella. Se durmió perfeccionando sus historias.