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Recortes de prensa en su panel de corcho: «Cruzado de la droga herido en tiroteo», «El actor Mitchum detenido por posesión de marihuana». Artículos de Hush-Hush enmarcados sobre su escritorio: «Adictos tiemblan cuando actúa el Enemigo de la Droga»; «Declaran actores: Insignia del Honor debe su autenticidad al enérgico asesor técnico». La nota sobre Insignia del Honor incluía una foto: el sargento John «Jack» Vincennes con el protagonista de la serie, Brett Chase. El artículo no incluía chismes del archivo privado del editor: Brett Chase como pedófilo, con tres sentencias por sodomía.

Jack Vincennes echó un vistazo al despacho de la División de Narcóticos. Desierto, oscuro, sólo la luz de su cubículo. Diez minutos para la medianoche. Había prometido a Dudley Smith que pasaría a máquina un informe sobre el crimen organizado para la División de Inteligencia; había prometido al teniente Frieling una caja de bebida para la fiesta de la jefatura. Sid «Hush-Hush» Hudgens debía traer ron, pero no había aparecido. El informe de Dudley: le había pedido ese favor porque Jack escribía cien palabras por minuto; se lo pagaría mañana: un encuentro con Dudley y Ellis Loew, un almuerzo en el Pacific Dining Car. Trabajos inminentes, trabajos para ganar influencia en la Fiscalía de Distrito. Jack encendió un cigarrillo, leyó.

Vaya informe: once páginas, mucha verborrea, muy Dudley. El tema: actividad del hampa de Los Ángeles con Mickey Cohen entre rejas. Jack corregía, escribía a máquina.

Cohen estaba en la penitenciaría federal de McNeil Island: de tres a siete años, evasión de impuestos. Davey Goldman, el contable de Mickey, también estaba allí: de tres a siete años, seis acusaciones de fraude en impuestos federales. Smith pronosticaba posibles escaramuzas entre Morris Jahelka, el sicario de Cohen, y Jack Whalen. Deportado Jack Dragna, señor feudal del hampa, esos dos hombres podrían controlar la usura, las apuestas, la prostitución y las carreras. Smith afirmaba que Jahelka era demasiado ineficaz para merecer vigilancia policíaca; que John Stompanato y Abe Teitlebaum, hombres fuertes de Cohen, parecían haber entrado en la legalidad. Lee Vachss, pistolero a sueldo de Cohen, estaba trabajando en una secta religiosa: vendía medicinas patentadas que garantizaban experiencias místicas.

Jack siguió escribiendo. La evaluación de Dudley era errónea: Johnny Stompanato y Kikey Teitlebaum tenían el rumbo marcado; jamás podrían enderezarse. Introdujo otra hoja.

Un nuevo tema: la reunión Cohen/Dragna en febrero del 50, robo de doce kilos de heroína y ciento cincuenta mil dólares. Jack había oído rumores: un ex poli llamado Buzz Meeks interrumpió la «cumbre», escapó y fue alcanzado por las balas cerca de San Bernardino. Lo liquidaron matones de Cohen y polizontes corruptos de Los Ángeles, por orden de Mickey: Meeks robó la droga de Mickey y se acostaba con su amante. Aparentemente el caballo había desaparecido. Teoría de Dudley: Meeks enterró el dinero y la heroína en un sitio desconocido y alguien lo liquidó, tal vez un pistolero de Cohen. Jack sonrió: si el Departamento había participado, Dudley jamás lo implicaría, ni siquiera en un informe interno.

A continuación, el resumen de Smith: encerrado Mickey C., la actividad del hampa había menguado; el Departamento de Policía de Los Ángeles debía estar alerta a rostros nuevos ansiosos de apropiarse de los negocios de Cohen; la prostitución se consolidaba más allá de la frontera del condado, con aprobación del Departamento del Sheriff. Jack firmó la última página, «Respetuosamente, teniente D. L. Smith».

Sonó el teléfono.

—Narcóticos, Vincennes.

—Soy yo. ¿Tienes hambre?

Jack dominó su furia. Quizá Hudgens disfrutara haciéndolo rabiar.

—Sid, es tarde. Y la fiesta ya empezó.

—Tengo algo mejor que bebida. Tengo dinero.

—Habla.

—Hablo: Tammy Reynolds, coprotagonista de Cosecha de esperanzas, estrena mañana en toda la ciudad. Un tío a quien conozco le vendió marihuana, arresto garantizado. Entrará en éxtasis en Maravilla 2245, Hollywood Hills. Tú arrestas, yo te incluyo en el próximo número. Como es Navidad, le pasaré mis notas a Morty Bendish del Mirror, así llegarás también a los periódicos. Más cincuenta en efectivo y el ron. ¿Soy Santa Claus o qué?

—Fotos.

—Seguro. Lleva el blazer azul, hace juego con tus ojos.

—Cien, Sid. Necesito dos uniformados a veinte cada uno y unos centavos para el comandante de guardia de Hollywood. Y tú te harás cargo.

—¡Jack! Es Navidad…

—No, es posesión ilegal de marihuana.

—Demonios. ¿Media hora?

—Veinticinco minutos.

—Estaré allí, maldito extorsionador.

Jack colgó, trazó una X en el calendario. Otro día sin alcohol ni marihuana: cuatro años y dos meses consecutivos.

El escenario: la calle Maravilla acordonada, dos uniformados junto al Packard de Sid Hudgens, los coches patrulla junto a la acera. La calle estaba oscura y tranquila, Sid tenía preparada una lámpara de arco voltaico. Se veía el Boulevard, Grauman's Chinese incluido: magnífico para una foto comprometedora. Jack aparcó, se acercó.

Sid lo saludó con el dinero.

—Ella está sentada en la oscuridad, mirando el árbol de Navidad. La puerta parece endeble.

Jack desenfundó el 38.

—Di a los muchachos que pongan la bebida en mi maletero. ¿Quieres Grauman's de fondo?

—¡Sensacional! ¡Jack, eres el mejor del Oeste!

Jack le echó una ojeada: flaco como un espantajo, entre treinta y cinco y cincuenta años, custodio supremo de secretos sucios. Quizá Sid supiera lo del 24/10/47, quizá no; si lo sabía, los tratos entre ambos durarían toda la vida.

—Sid, cuando la traiga a la puerta, no quiero ese maldito foco en los ojos. Díselo al fotógrafo.

—Dalo por hecho.

—Bien, bien, ahora cuenta hacia atrás a partir de veinte.

Hudgens contó; Jack se acercó y pateó la puerta. Un fogonazo, un cuarto de estar fotografiado de lleno: árbol de Navidad, dos chicos besuqueándose en ropa interior. Jack gritó «¡Policía!» y los tórtolos quedaron paralizados. La luz alumbró un grueso saco de hierba en el diván.

La muchacha rompió a llorar; el chico buscó sus pantalones. Jack apoyó el pie en su pecho.

—Las manos, despacio.

El chico juntó las muñecas; Jack lo esposó con una sola mano. Los uniformados irrumpieron y juntaron pruebas; Jack recordó: Rock Rockwell, galán de la RKO. La muchacha corrió; Jack la agarró. Dos sospechosos del cuello. Salió por la puerta, bajó la escalinata.

—¡Grauman's, mientras todavía hay luz! —gritó Hudgens.

Jack los enmarcó: preciosidades semidesnudas en ropa interior. Los flashes centellearon.

—¡Corten! ¡Guarden! —gritó Hudgens.

Los uniformados obedecieron: Rockwell y la muchacha lloriqueaban mientras los llevaban al coche patrulla. Luces en las ventanas, curiosos abriendo puertas. Jack entró de nuevo en la casa.

Humo de marihuana: cuatro años después, esa bazofia aún olía bien. Hudgens abría cajones, sacaba consoladores, collares de perro con púas. Jack encontró el teléfono, hojeó la libreta buscando camellos: bingo. Cayó una tarjeta: «Fleur-de-Lis. Veinticuatro horas por día. Todo lo que desees».

Sid empezó a murmurar. Jack dejó la tarjeta donde estaba.

—Veamos cómo suena.

Hudgens se aclaró la garganta.

—Es mañana de Navidad en la ciudad de Los Ángeles, y mientras los ciudadanos decentes duermen el sueño de los justos, los adictos buscan marihuana, la hierba cuyas raíces están en el infierno. Tammy Reynolds y Rock Rockwell, estrellas cinematográficas con un pie en el Hades, disfrutan del vicio en el vistoso refugio de Tammy en Hollywood, sin saber que están jugando con fuego sin guantes de amianto, sin saber que un hombre irá a extinguir ese fuego: el impetuoso Gran V, el célebre Jack Vincennes, enemigo del delito, flagelo de adictos y yonquis. Siguiendo el dato de un informador anónimo, el sargento Vincennes, bla, bla, bla. ¿Te gusta, Jack?

—Sí, tiene sutileza.

—No, tiene una circulación de novecientos mil ejemplares. Creo que intercalaré que te divorciaste dos veces porque tus esposas no podían soportar tu cruzada y tu nombre viene de un orfanato de Vincennes, Indiana. El Gran V.

Su apodo en Narcóticos: Jack Cubo de Basura, evocación del momento en que había aferrado a Charlie «Bird» Parker y lo había arrojado a un cubo de basura frente al Klub Zamboanga.

—Deberías cargar las tintas sobre Insignia del Honor. Mi amistad con Miller Stanton, cómo enseñé a Brett Chase a hacer de polizonte. Jefe de asesoría técnica, esas cosas.

Hudgens rió.

—¿A Brett aún le gustan los púberes?

—¿Los negros saben bailar?

—Sólo al sur de Jefferson Boulevard. Gracias por la nota, Jack.

—De nada.

—Lo digo en serio. Siempre es agradable verte.

«Maldita cucaracha, vas a guiñarme el ojo porque sabes que puedes liquidarme ante ese idiota moralista de William H. Parker cuando quieras. Pagos por arrestos desde el año 48. Tal vez tengas documentos preparados para quedar limpio y crucificarme».

Hudgens le guiñó el ojo.

Jack se preguntó si tendría todos esos datos.