Preston Exley corrió el telón. Sus invitados suspiraron de admiración; un concejal aplaudió, derramó ponche de huevo sobre una matrona de sociedad. Ed Exley pensó: no es la típica Nochebuena de un policía.
Miró el reloj de pulsera: 8.46. Tenía que estar en la jefatura a medianoche. Preston Exley señaló el modelo a escala.
Ocupaba la mitad de su cuarto: un parque de atracciones lleno de montañas de papel maché, naves cohete, pueblos del Salvaje Oeste. Personajes de dibujos animados en la puerta: el ratón Moochie, la ardilla Scooter, el pato Danny. Creaciones de Raymond Dieterling, presentadas en la Hora de los Sueños y veintenas de películas.
—Damas y caballeros, les presentamos la Tierra de los Sueños. Exley Construction la edificará en Pomona, California, y la fecha de inauguración será en abril de 1953. Será el parque de atracciones más sofisticado de la historia, un universo autónomo donde los niños de todas las edades podrán disfrutar del mensaje de diversión y buena voluntad que caracteriza a Raymond Dieterling, el padre de la animación moderna. La Tierra de los Sueños presentará a los personajes favoritos de Dieterling, y será un refugio para los jóvenes y los jóvenes de corazón.
Ed miró a su padre: cincuenta y siete años, con aspecto de cuarenta y cinco, un policía descendiente de una larga dinastía de policías que celebraba la Nochebuena en una mansión de Hancock Park, con políticos que abandonaban su fiesta a un chasquido de sus dedos. Los invitados aplaudieron. Preston señaló una montaña coronada de nieve.
—El Mundo de Paul, damas y caballeros. Una réplica en escala de una montaña de la Sierra Nevada. El Mundo de Paul presentará un excitante tobogán y un refugio de esquiadores donde Moochie, Scooter y Danny actuarán para toda la familia. ¿Y quién es el Paul del Mundo de Paul? Paul era el hijo de Raymond Dieterling, perdido trágicamente en 1936, en plena adolescencia, perdido en un alud durante una excursión… perdido en una montaña como ésta. Así pues, de la tragedia nacen la afirmación y la inocencia. Y, damas y caballeros, cada centavo de cada dólar gastado en el Mundo de Paul irá dirigido a la Fundación contra la Polio Infantil.
Grandes aplausos. Preston hizo un gesto con la cabeza a Timmy Valburn, el actor que hacía el papel del ratón Moochie en la Hora de los Sueños, siempre comiendo queso con sus grandes dientes. Valburn golpeó con el codo al hombre que tenía al lado; el hombre le devolvió el gesto.
Art de Spain captó la mirada de Ed; Valburn se puso a actuar como Moochie. Ed llevó a De Spain al pasillo.
—Gran sorpresa, Art.
—Dieterling lo anunciará en la Hora de los Sueños. ¿Tu padre no te contó nada?
—No, y yo no sabía que él conocía a Dieterling. ¿Lo conoció durante el caso Atherton? ¿Acaso Wee Willie Wennerholm no era una de las estrellas infantiles de Dieterling?
De Spain sonrió.
—Entonces yo era asistente de tu padre, y creo que los caminos de esos dos grandes hombres nunca se cruzaron. Preston conoce gente, es todo. De paso, ¿descubriste quiénes son el ratón y su compañero?
—¿Quién es él?
Risas desde la habitación. De Spain guió a Ed hacia el estudio.
—Es Billy Dieterling, el hijo de Ray. Es cámara de la serie Insignia del Honor, que ensalza a nuestro amado Departamento de Policía de Los Ángeles ante millones de telespectadores todas las semanas. Quizá Timmy le pase queso por la polla antes de chuparla.
Ed rió.
—Art, eres un cabrón
De Spain se acomodó en una silla.
—Eddie, de ex policía a policía, cuando dices palabras como «cabrón» pareces un profesor universitario. Y «Eddie» no te pega; tú eres un «Edmund».
Ed se acomodó las gafas.
—Ya veo venir el consejo de mis mayores. Quédate en Patrulla, porque fue así como Parker llegó a jefe. Debo ascender en puestos administrativos, pues no tengo presencia de mando.
—No tienes sentido del humor. ¿Y no te puedes deshacer de esas gafas? Entorna los ojos, haz algo. Fuera de Thad Green, no conozco a ningún fulano de Detectives que use gafas.
—Vaya, echas de menos el Departamento. Creo que si pudieras abandonar Exley Construction y tus cincuenta mil por año por un puesto de novato en el Departamento, lo harías.
De Spain encendió un puro.
—Sólo si tu padre viniera conmigo.
—¿Sólo así?
—Sólo así. Fui teniente de Preston, y todavía soy número dos. Me agradaría estar a la par.
—Si tú no conocieras los aserraderos, Exley Construction no existiría.
—Gracias. Y líbrate de esas gafas.
Ed cogió una foto enmarcada: su hermano Thomas de uniforme, retratado el día antes de su muerte.
—Si fueras un novato, te castigaría por insubordinación.
—Sin duda. ¿Cómo quedaste en el examen de teniente?
—Primero entre veintitrés solicitantes. Yo era el menor de ellos, por ocho años de diferencia, con menos años como sargento y menos años en el Departamento de Policía.
—Y quieres llegar a Detectives.
Ed dejó la foto.
—Sí.
—Entonces, primero calcula un mínimo de un año para que haya una apertura, y quizá te metan en la Patrulla. Luego tendrás muchos años de espera y servilismo para lograr una transferencia a la Oficina. ¿Tienes veintinueve?
—Sí.
—Entonces serás teniente a los treinta o treinta y uno. Un oficial tan joven crea rencores. Bromas aparte, Ed. No eres como los demás. No eres un tipo duro. No eres para Detectives. Y la Jefatura de Parker ha sentado un precedente para que la gente de la Patrulla ascienda. Piénsalo.
—Art —dijo Ed—, quiero trabajar en casos. Estoy conectado y gané la Cruz del Servicio Distinguido, que para algunos podría servir como antecedente de dureza. Y conseguiré una designación para Detectives.
De Spain limpió su fajín de cenizas.
—¿Podemos hablar con franqueza, mi querido Ed? El término afectuoso era irritante.
—Desde luego.
—Bien… eres bueno, y con el tiempo podrías ser muy bueno. Y no pongo en duda tu instinto. Pero tu padre era implacable y simpático. Y tú no lo eres, así que…
Ed apretó los puños.
—¿Qué, tío Arthur? Entre un polizonte que abandonó el Departamento por dinero a un polizonte que jamás haría eso… ¿qué me aconsejas?
De Spain hizo una mueca.
—Sé servil e inclínate ante los hombres indicados. Besa el trasero de William H. Parker y ruega para estar en el lugar adecuado a la hora adecuada.
—¿Cómo tú y mi padre?
—Touché, querido Jim.
Ed se miró el uniforme: azul e impecable. Bien planchado, galones de sargento, una sola tira.
—Pronto tendrás las barras de oro, Ed —dijo De Spain—. Y trenzas en la gorra. Y yo no te fastidiaría si no me importaras.
—Lo sé.
—Y qué diablos, eres un héroe de guerra.
Ed cambió de tema.
—Es Navidad. Estás pensando en Thomas.
—Sigo creyendo que pude haberle advertido. Ni siquiera tenía abierta la funda del arma.
—¿Un carterista con pistola? Jamás pudo preverlo. De Spain apagó el puro.
—Thomas tenía talento, y siempre creí que él debía darme consejos. Por eso insisto en aclararte las cosas.
—Murió hace doce años, y lo enterraré como policía.
—Olvidaré que has dicho eso.
—No, recuérdalo. Recuérdalo cuando yo llegue a Detectives. Y cuando mi padre brinde por Thomas y mamá, no te pongas sensiblero. Lo deja abatido durante días.
De Spain se levantó, sonrojándose; Preston Exley entró con vasos y una botella.
—Feliz Navidad, padre —dijo enfáticamente Ed—. Y felicitaciones.
Preston llenó los vasos.
—Gracias. Exley Construction culmina su tarea en la autopista de Arroyo Seco con un reino para un roedor glorificado, y jamás probaré otro pedazo de queso. Un brindis, caballeros. Por el eterno descanso de mi hijo Thomas y mi esposa Marguerite, por los tres que estamos aquí reunidos.
Los hombres bebieron; De Spain volvió a servir. Ed hizo el brindis favorito de su padre:
—Por la resolución de crímenes que exigen justicia absoluta.
Apuraron tres tragos más.
—Padre —dijo Ed—, no sabía que conocías a Raymond Dieterling.
Preston sonrió.
—Hace años que trato con él por negocios. Art y yo mantuvimos el contrato en secreto a petición de Raymond… Quiere anunciarlo en ese programa infantil de televisión.
—¿Lo conociste durante el caso Atherton?
—No, y desde luego entonces no estaba en el negocio de la construcción. Arthur, ¿deseas proponer un brindis?
De Spain sirvió tragos cortos.
—Porque nuestro futuro teniente llegue a la Oficina de Detectives.
Risas, exclamaciones.
—Joan Morrow estaba preguntando por tu vida amorosa, Edmund —dijo Preston—. Creo que la has flechado.
—¿Ves a una debutante como esposa de un policía?
—No, pero la imagino casada con un oficial de rango.
—¿Jefe de Detectives?
—No, pensaba en comandante de la División Patrullas.
—Padre, Thomas iba a ser tu jefe de Detectives, pero está muerto. No me niegues mi oportunidad. No me hagas vivir un viejo sueño tuyo.
Preston miró fijamente al hijo.
—Has sido claro, y te lo agradezco. Tienes razón, era mi sueño. Pero lo cierto es que no creo que tengas ese ojo para las flaquezas humanas que define al buen detective.
Su hermano: un genio matemático loco por las muchachas bonitas.
—¿Thomas lo tenía?
—Sí.
—Padre, yo habría disparado a ese carterista en cuanto metía la mano en el bolsillo.
—Demonios —masculló De Spain.
Preston lo hizo callar.
—Está bien, Edmund. Unas preguntas antes de que vuelva a ver a mis invitados. Primero, ¿estarías dispuesto a apañar pruebas testificantes a un sospechoso a quien sabes culpable, para asegurar su condena?
—Tendría que…
—Contesta sí o no.
—Yo… no.
—¿Estarías dispuesto a disparar contra asaltantes armados y poco escrupulosos por la espalda, para impedir que utilicen fallos del sistema legal para salir en libertad?
—Yo…
—Sí o no, Edmund.
—No.
—¿Estarías dispuesto a arrancar confesiones a golpes a sospechosos cuya culpabilidad conoces?
—No.
Preston suspiró.
—Entonces, por amor de Dios, busca puestos donde no tengas que enfrentarte con esas opciones. Usa esa inteligencia superior que Dios te ha dado.
Ed se miró el uniforme.
—Usaré esa inteligencia como detective.
Preston sonrió.
—Detective o no, tienes el don de la perseverancia, algo que no tenía Thomas. Te destacarás, mi héroe de guerra.
Sonó el teléfono. De Spain lo atendió. Ed pensó en trincheras japonesas y no pudo sostener la mirada de Preston.
—El teniente Frieling —dijo De Spain—. Dijo que las celdas estaban casi llenas, y dos agentes fueron atacados esta noche. Hay dos sospechosos bajo custodia, y otros cuatro están prófugos. Pidió que te presentaras temprano.
Ed se volvió hacia su padre. Preston caminaba por el pasillo, bromeando con el alcalde Bowron, que llevaba el sombrero del ratón Moochie.