—Pasamos tanto tiempo en esa muestra —dijo El Águila después de haber terminado la revisión—, que creo que quizá debamos rever nuestra gira.
Estaban sentados uno al lado del otro, en el coche.
—¿Es ésta tu manera diplomática de decirme que mi corazón está fallando más rápido que lo esperado? —preguntó Nicole, forzando una sonrisa.
—No, realmente no. Pero, en realidad, empleamos casi el doble de tiempo que el que había planeado… Ni siquiera tomé en cuenta el sobrevuelo de Francia, por ejemplo, o la visita a la ciudad de las octoarañas…
—Esa parte fue maravillosa. Ojalá pudiera ir allá otra vez, con Doctora Azul como guía, y descubrir más sobre el modo en que viven…
—¿Así que te gustó más la ciudad octoarácnida que las espectaculares vistas de las estrellas?
—No diría eso. Todo fue fantástico… Lo que acabo de ver vuelve a confirmar que elegí el lugar correcto para… —No terminó la frase—. Me di cuenta, mientras estaba en la plataforma, de que la muerte no es sólo la terminación del pensar y del estar consciente, también es la terminación del sentir… No sé por qué eso no me fue obvio antes.
Se produjo un breve silencio.
—Así que, amigo mío, ¿adónde vamos después de aquí?
—Pensé que después podríamos ir a ingeniería, donde verás modelos de los Nodos, Portaaviones y otras espacionaves, y luego, si todavía tenemos tiempo, planeo llevarte a la sección de biología. Algunos de tus nietos ex utero están viviendo en esa región, en uno de nuestros mejores hábitats parecidos a la Tierra. En las cercanías hay otro complejo que alberga una comunidad de esas fascinantes anguilas o serpientes acuáticas con las que una vez nos encontramos en El Nodo. Y hay una exhibición taxonómica que hace comparaciones y establece diferencias, desde el punto de vista físico, entre todas las especies que alcanzaron el estadio de viajeras del espacio, y que se estudiaron en esta región…
—Todo eso suena fantástico —aprobó Nicole. De pronto, rio—. El cerebro humano es sorprendente… Ni te imaginas lo que se me acaba de ocurrir. El primer verso del poema de Andrew Marvell «A su esquiva dama»… «De contar nosotros con mundos de tiempo asaz infinito, esta esquivez femenina pues no sería delito»… Sea como fuere, iba a decir que dado que no tenemos tiempo para siempre, vayamos primero a la exhibición de El Portaaviones. Me gustaría conocer la espacionave en la que Patrick, Nai, Galileo y los demás van a vivir… Después, veremos cuánto tiempo queda.
El coche empezó a desplazarse. Nicole observó, para sus adentros, que El Águila nada había dicho sobre los resultados de su examen. El miedo regresó, más fuerte esta vez.
«La sepultura es un lindo y privado lugar», recordó, «pero no es sitio al que me apure en llegar».
Estaban juntos sobre la superficie plana del modelo del Portaaviones.
—Éste es un modelo en escala uno a sesenta y cuatro —dijo El Águila—, así tienes una idea de lo grande que El Portaaviones es realmente.
Desde su silla de ruedas, Nicole fijó la vista en la distancia.
—¡Por Dios!, este plano debe de tener casi un kilómetro de largo.
—Ésa es una buena suposición. La parte de arriba de El Portaaviones verdadero tiene, más o menos, cuarenta kilómetros de largo y quince de ancho.
—¿Y cada una de estas burbujas encierra un ambiente diferente?
—Sí. A la atmósfera y otras condiciones las controlan el equipo que está aquí, en la superficie, así como sistemas adicionales de ingeniería situados bien abajo, en el volumen principal de la espacionave… Cada uno de estos hábitats tiene su propia velocidad de rotación, para crear la gravedad adecuada… Se puede agregar tabiques para especies separadas, de ser necesario, dentro de una de las burbujas. A los residentes de la estrella de mar se los ubicó en el mismo dominio, porque están cómodos más o menos en las mismas condiciones ambientales. Sin embargo, no tienen acceso alguno entre sí.
Iban por un sendero que pasaba entre los emplazamientos de los equipos y las burbujas.
—Algunos de estos hábitats —dijo Nicole, examinando una pequeña protuberancia oval que se elevaba no más que unos cinco metros por encima del plano— parecen ser demasiado pequeños y restringidos como para albergar más que unos pocos individuos…
—Existen algunos viajeros muy pequeños —aclaró El Águila—. Una de las especies, proveniente de un sistema estelar no demasiado alejado del de vosotros, no tiene más que alrededor de un milímetro de largo; sus espacionaves más grandes ni siquiera llegan a tener el tamaño de este coche.
Nicole trató de imaginar un grupo de hormigas o áfidos inteligentes, trabajando juntas para construir una nave espacial. Sonrió ante la imagen mental.
—¿Y todos estos Portaaviones simplemente viajan de un Nodo a otro? —preguntó, cambiando de tema.
—Es su actividad primordial. Cuando ya no quedan seres vivos en una burbuja dada, se reacondiciona el hábitat en uno de los Nodos.
—Al igual que Rama —apuntó Nicole.
—En cierto sentido —dijo El Águila—, pero con muchas diferencias importantes. Siempre estamos estudiando a propósito cualquier especie que esté a bordo de una espacionave clase Rama. Tratamos de poner a esa especie en un ambiente tan realista como sea posible, de modo de poder observarla en «condiciones naturales». En cambio, no necesitamos más datos sobre los seres que se asignan a la flota de Portaaviones. Ésa es la razón por la que no intercedemos en sus asuntos.
—Salvo para evitar la reproducción… A propósito, en la estructura de vuestra ética, ¿evitar la reproducción es una actitud más humanitaria, o cualquiera que sea la palabra equivalente que tenéis vosotros, que exterminar a los seres directamente?
—Así lo creemos —repuso El Águila.
Habían llegado a un sitio en la parte de arriba del modelo del Portaaviones, en el que un sendero se bifurcaba hacia la izquierda, regresando a las rampas y pasillos del módulo de conocimientos.
—Creo que ya conseguí lo que quería aquí —dijo Nicole. Vaciló un instante—. Pero tengo un par de preguntas más.
—Adelante.
—Si se admite que la descripción que San Michael hizo del propósito de Rama, de El Nodo y de todo lo demás es correcta, ¿no estáis vosotros mismos perturbando y alterando el proceso en sí que queréis observar? Me da la impresión de que por el mero hecho de estar aquí e interactuar…
—Tienes razón, claro. Nuestra presencia aquí sí influye levemente sobre el curso de la evolución. Es una situación análoga a la del principio de incertidumbre de Heisenberg, en física. No podemos observar sin influir… De todos modos, a nuestras interacciones puede considerarlas el monitor primario y tomarlas en cuenta en la elaboración del modelo total del proceso. Y tenemos reglas para reducir al mínimo las maneras en que podemos perturbar la evolución natural…
—Ojalá Richard hubiera podido estar conmigo para oír la explicación de todo que dio San Michael. Habría quedado fascinado y, estoy segura, habría planteado algunas preguntas excelentes.
El Águila no respondió. Nicole suspiró.
—Así que, ¿qué hay de nuevo, Monsieur le Tour Director[21]? —preguntó sonriente.
—Almuerzo. En el coche hay un par de sándwiches, agua y una deliciosa porción de esa fruta octoarácnida que es tu favorita.
Nicole rio y giró la silla de ruedas en dirección del sendero.
—Piensas en todo —comentó.
—Richard no creía en el Paraíso —dijo Nicole, mientras El Águila completaba otro examen—, pero si hubiera podido construir su propia y perfecta vida en el más allá, indudablemente habría incluido un sitio como éste.
El Águila estaba estudiando los espectrales garabatos que aparecían en el monitor que tenía en la mano.
—Creo que sería buena idea —señaló, alzando la vista hacia Nicole— saltar parte de la gira… e ir directamente a las exposiciones más importantes que hay en el dominio siguiente.
—Tan mal, ¿eh? —apuntó Nicole. No estaba sorprendida. Los dolores ocasionales que había estado sintiendo en el pecho antes de las visitas a Francia y la ciudad de las octoarañas ahora se habían vuelto continuos.
El miedo era constante ahora también. Entre cada dos palabras, dos pensamientos, estaba agudamente consciente de que su muerte no estaba muy lejana. «Así que, ¿de qué tienes miedo?», se preguntó. «¿Cómo puede ser tan mala la nada?» Así y todo, el miedo persistía.
El Águila explicó que no había suficiente tiempo para una orientación hacia el segundo dominio. Cruzaron los portones, entrando en la segunda de las esferas concéntricas, y viajaron durante unos diez minutos.
—El aspecto en el que se hace hincapié en este dominio —explicó El Águila mientras conducía— es en el modo en que todo cambia con el paso del tiempo. Hay una sección aparte para cada elemento concebible de la galaxia que se vea afectado por el total de su evolución o que afecte a ésta… Creí que te sentirías especialmente interesada por la primera exposición.
La sala era similar a aquélla en la que vieron por primera vez la Vía Láctea, con la diferencia de que era considerablemente más chica. Una vez más, abordaron una plataforma móvil que les permitía desplazarse por la cámara a oscuras.
—Lo que vas a presenciar —aclaró El Águila— necesita cierta explicación. Es, en lo esencial, un resumen en función de lapsos, de la evolución de civilizaciones viajeras por el espacio existentes en una región galáctica que abarca tu Sol y alrededor de otros diez millones de sistemas estelares. Esto es, aproximadamente, un diezmilésimo de toda la galaxia, pero lo que vas a ver es representativo de la galaxia como un todo…
»En esta exhibición no vas a ver estrellas, planetas ni otras estructuras físicas, aunque al desarrollar el modelo se dan por supuestas sus respectivas ubicaciones. Lo que verás, una vez que comencemos, son luces, cada una representando un sistema estelar en el que una especie biológica se convirtió en viajera espacial al poner, por lo menos, una espacionave en órbita de su propio planeta… En tanto y en cuando el sistema estelar siga siendo un centro de morada de viajeros espaciales activos, la luz de ese sitio en especial permanecerá encendida…
»Iba a empezar la exposición unos diez mil millones de años atrás, poco después que lo que evolucionó hasta convertirse en la actual galaxia de la Vía Láctea se hubiera recién formado. Dado que hubo mucha inestabilidad y rápidos cambios al comienzo, ninguna especie viajera surgió durante largo tiempo. En consecuencia, durante los primeros cinco mil millones de años, o algo así, hasta la formación de tu Sistema Solar, haré pasar la exhibición con rapidez, a un ritmo de veinte millones de años por segundo… Para poder establecer una referencia, la Tierra empezará a incrementar su tamaño aproximadamente cuatro minutos después de comenzado este proceso. Detendré la exhibición en ese momento.
Estaban juntos sobre la plataforma, en la gran cámara. El Águila de pie y Nicole sentada en su silla de ruedas, al lado de él. La única iluminación provenía de una pequeña luz sobre la plataforma, que permitía que los dos pudieran verse. Después de contemplar durante más de treinta segundos la oscuridad circundante, Nicole rompió el silencio.
—¿Iniciaste el proceso? —preguntó—. Nada ocurre.
—Exactamente —repuso El Águila—. Lo que hemos notado por la observación de otras galaxias, algunas de ellas mucho más antiguas que la Vía Láctea, es que la vida no surge hasta que la galaxia se asiente y desarrolle zonas estables. La vida necesita, al mismo tiempo, algunas estrellas con muy poca variación en un ambiente relativamente benigno, y la evolución estelar que redunde en la creación de todos los elementos críticos de la tabla periódica que son tan importantes en todos los procesos bioquímicos. Si toda la materia es partículas subatómicas y los átomos más simples, la probabilidad de que se origine vida de alguna clase, y mucho menos vida capaz de viajar por el espacio, es sumamente reducida. No es sino hasta que las estrellas grandes cumplen todo su ciclo de vida y fabrican los elementos más complejos, como nitrógeno, carbono, hierro y magnesio, que las probabilidades de surgimiento de la vida se vuelven razonables.
Debajo de ellos parpadeaba una luz ocasional, pero durante los cuatro primeros minutos completos, aparecieron no más que unos pocos centenares de luces diseminadas, y solamente una duró más de tres segundos.
—Ahora hemos llegado al tiempo de la formación de la Tierra y del Sistema Solar —anunció El Águila, preparándose para volver a poner en funcionamiento la exhibición.
—Espera un momento, por favor —dijo Nicole—. Quiero estar segura de entender. ¿Acabas de mostrarme que, durante la primera mitad de la historia galáctica, cuando no había ni Tierra ni Sol, relativamente pocos viajeros espaciales se desarrollaron en la región que está en torno del lugar en el que, con el tiempo, se habría de formar el Sol…? ¿Que de esos viajeros espaciales, casi todas las especies tuvieron un lapso de vida de menos de veinte millones de años, y que sólo lograron sobrevivir durante unos sesenta millones?
—Muy bien —aprobó El Águila—. Ahora voy a añadir otro parámetro a la exhibición… Si un viajero espacial logró desplazarse fuera de su propio sistema estelar, y estableció una presencia permanente en otro, lo que vosotros, los seres humanos, todavía no hicisteis, claro está, entonces la representación visual admite esa ampliación iluminando el otro sistema estelar también, con luz del mismo color.
»Por consiguiente, podemos hacer el seguimiento de la diseminación de una especie viajera en particular… Ahora también voy a modificar la velocidad de representación visual, duplicándola, y la llevaré a diez millones de años por segundo…
Sólo medio minuto dentro del período siguiente, una luz roja se encendió en uno de los rincones de la cámara. Seis a ocho segundos después estuvo rodeada por centenares de luces rojas más. En conjunto brillaban con tanta intensidad, que el resto de la sala, con su ocasional luz solitaria, parecía, en comparación, oscura y desprovista de interés. El campo de luces rojas se desvaneció entonces en una fracción de segundo. Primero, el núcleo interno del patrón en rojo se volvió oscuro, dejando pequeños grupos de luces esparcidas en los bordes de lo que otrora había sido una región gigantesca. Un parpadeo del ojo más tarde, y todas las luces rojas desaparecieron.
La mente de Nicole estaba operando a todo vapor, mientras observaba las luces destellando alrededor.
«Ésta debe de ser una narración interesante», pensó, reflexionando sobre las luces rojas. «Imaginemos una civilización esparcida por una región que contiene centenares de estrellas. Entonces, de repente, ffft, esa especie ya no está más… La lección es ineludible. Para todo hay un comienzo y un final… La inmortalidad únicamente existe como concepto, no como realidad».
Recorrió la sala con la vista. Se estaba formando un diseño general periódico a medida que cada vez más regiones albergaban luces ocasionales, indicadoras del surgimiento de más civilizaciones astronavegantes. Todavía la mayoría de los viajeros duraban, en promedio, nada más que un breve instante, mucho menos que un segundo entero, y aun aquéllas que se diseminaban y colonizaban sistemas estelares colindantes raramente se ponían en estrecha proximidad de una luz que indicara otra especie con capacidad para viajar por el espacio.
«Hubo inteligencia y capacidad de desplazamiento por el espacio en nuestra parte de la galaxia desde antes que hubiera una Tierra», pensó Nicole «… pero muy pocos de esos evolucionados seres experimentaron, siquiera, la emoción de tener contacto continuo con sus pares… Así que también la soledad es uno de los principios fundamentales del universo… en esta parte, por lo menos…»
Ocho minutos después, El Águila volvió a paralizar la exhibición visual.
—Ahora hemos llegado a un punto en el tiempo que está diez millones de años antes de lo presente —dijo—. En la Tierra, hace mucho que desaparecieron los dinosaurios, destruidos por su incapacidad para adaptarse a los cambios climáticos ocasionados por el impacto de un gran asteroide… Su desaparición, empero, permitió que los mamíferos florecieran, y una de las líneas evolutivas de los mamíferos está empezando a mostrar los rudimentos de la inteligencia…
El Águila se detuvo. Nicole estaba mirándolo con una expresión intensa, casi dolorida, en el rostro.
—¿Qué pasa? —preguntó el alienígena.
—Nuestro universo, en particular, ¿terminará en armonía —preguntó Nicole—, o será uno de esos puntos de información que ayude a Dios a definir la región que Él está buscando, al permanecer fuera del conjunto deseado?
—¿Qué te hace formular esa pregunta justamente ahora?
—Toda esta representación visual —contestó Nicole, haciendo un ademán abarcador— es un catalizador asombroso. Mi mente tiene montones de preguntas. —Sonrió—. Pero dado que no tengo tiempo para hacerlas todas, pensé en formular las más importantes primero…
»Mira lo que ocurrió aquí —prosiguió—. Aun ahora, después de diez mil millones de años de evolución, las luces están ampliamente dispersas, y ninguno de los agrupamientos existentes adquirió carácter permanente o difundido, aun esta parte relativamente pequeña de la galaxia.
»Con toda seguridad, si nuestro universo va a terminar en armonía, más tarde o más temprano se deben encender luces, indicadoras de viajeros espaciales e inteligencia, en casi cada sistema estelar de toda galaxia… ¿o es que interpreté mal lo que San Michael quería decir con lo de armonía?
—No lo creo —dijo El Águila.
—¿Dónde está nuestro sistema solar en esta representación visual?
—Precisamente ahí —indicó El Águila, utilizando su señalador con haces de luz.
Nicole contempló primero la zona que rodeaba la Tierra y después exploró rápidamente el resto de la sala.
—Así que diez millones de años atrás había alrededor de sesenta especies que podían navegar por el espacio, habitando entre nuestros diez mil vecindarios estelares más cercanos… Y una de esas especies, si entiendo ese cúmulo de luces verde oscuro, se originó no demasiado lejos de nosotros y diseminó de modo de abarcar veinte o treinta sistemas estelares en total…
—Correcto —aprobó El Águila—. ¿Paso otra vez la exhibición hacia adelante, a menor velocidad?
—Dentro de un momento. Primero quiero apreciar esta configuración en especial… Hasta este momento, todo estuvo ocurriendo en esta representación visual más rápido que lo que me es posible absorberlo…
Miró con fijeza el grupo de luces verdes. El borde externo quedaba a no más de quince años luz de donde El Águila había señalado que estaba el Sistema Solar. Nicole le hizo un gesto para que reanudara la representación, y él le dijo que, ahora, la velocidad sería de sólo doscientos mil años por segundo.
Las luces verdes se acercaron cada vez más a la Tierra y, de pronto, desaparecieron.
—¡Alto! —aulló Nicole.
El Águila detuvo la exhibición. Miró a Nicole con expresión de perplejidad.
—¿Qué le pasó a esos tipos? —preguntó ella.
—Te hablé sobre ellos hace dos días —dijo El Águila—. Ellos mismos se modificaron con ingeniería genética y anularon su propia existencia.
«Casi alcanzaron la Tierra», pensó Nicole, «y qué diferente habría sido toda la historia si lo hubieran conseguido… Habrían reconocido de inmediato el potencial intelectual de los protohumanos de África y, sin lugar a dudas, les habrían hecho a ellos lo que los Precursores a las octoarañas. Entonces, nosotros…»
Con los ojos de la mente vio, súbitamente, la imagen de San Michael, que le explicaba con calma el propósito del universo delante del fuego que crepitaba en el hogar del estudio de Michael y Simone.
—¿Podría ver el comienzo? —pidió.
—¿El comienzo de qué?
—El comienzo de todo. El instante en que este universo empezó y todo el proceso de evolución se puso en movimiento. —Con la mano hizo un gesto que abarcaba el modelo que estaba debajo de ellos.
—Podemos hacerlo —accedió El Águila, después de una breve pausa.
»No tenemos conocimientos sobre lo que pasó antes de que se creara este universo —añadió un instante después, mientras Nicole y él permanecían juntos sobre la plataforma, en medio de la completa oscuridad—. Pero suponemos empero que alguna clase de energía existía antes del instante de la Creación, pues se nos ha dicho que la materia de este universo fue resultado de una transformación de la energía.
Nicole miró en derredor.
—Oscuridad por todas partes —dijo, casi para sí misma—. Y en alguna parte de esa oscuridad, si es que las palabras «alguna parte» tienen algún significado, hubo energía. Y un Creador… ¿o es que la energía fue parte del Creador?
—No lo sabemos —contestó El Águila, después de otra breve pausa—. Lo que sí sabemos es que el destino de todos y cada uno de los elementos del universo se decidió en ese instante inicial. El modo en que esa energía se transformó en materia definió miles de millones de años de historia…
Mientras El Águila hablaba, una luz cegadora inundó la sala. Nicole apartó la vista y se cubrió los ojos.
—Toma —dijo El Águila, buscando en su bolso, y le alcanzó un par de anteojos especiales.
—¿Por qué hiciste esa simulación tan brillante? —quiso saber Nicole, después de ponérselos.
—Para indicar, en alguna medida por lo menos, cómo fueron esos momentos iniciales… Mira —dijo, señalando hacia abajo—, detuve el modelo en 10–40 segundos después del instante de la Creación. El universo ha existido desde hace sólo un lapso infinitesimal y, no obstante, ya es rico en estructura física. Esta cantidad increíble de luz proviene, en su totalidad, de esa diminuta cantidad de caldo cósmico que hay debajo de nosotros… Toda esa «pasta» que compone el universo temprano es completamente extraña a cualquier cosa que podamos reconocer o entender. No hay átomos, no hay moléculas; la densidad de los quarks, leptones y sus amigos es tan grande, que una pizca de «pasta» no mayor que un átomo de hidrógeno pesaría más que un cúmulo grande de galaxias en nuestra era…
—Tan sólo a título informativo —dijo Nicole ¿dónde estamos tú y yo en este momento?
El Águila vaciló.
—En ninguna parte sería la mejor respuesta —respondió al fin—. Para los propósitos ilustrativos, estamos afuera del modelo del universo, pero podríamos estar en otra dimensión. La matemática del universo temprano no funciona a menos que inicialmente haya habido más de cuatro dimensiones. Naturalmente, todo lo que hay en el espaciotiempo que más tarde se habrá de convertir en nuestro universo está comprendido dentro de ese pequeño volumen que produce la pavorosa luz. La temperatura allí imperante, ya que estamos, si el modelo fuera una representación verdadera, sería diez billones de billones de veces más caliente que la estrella más caliente que finalmente se desarrolle.
»Nuestro modelo de aquí también distorsionó los conceptos de tamaño y distancia —prosiguió El Águila, después de una breve pausa—. Dentro de un instante comenzaré otra vez la simulación del universo primitivo, y quedaremos abrumados cuando esa compacta masa de radiación estalle hacia afuera a una velocidad asombrosa… Mientras se produce la simulación de lo que los cosmólogos denominan Era de la Inflación, el tamaño supuesto de esta sala también va a incrementarse con rapidez. Si no modificáramos la escala, ahora no podrías ver la estructura del universo a los 10–40 de segundo sin un microscopio fantástico.
Nicole miró hacia abajo, a la fuente de luz.
—¿Así que ese minúsculo glóbulo retorcido de material caliente y pesado fue la semilla de todo? ¿A partir de ese diminuto guiso de partículas subatómicas vinieron las grandes galaxias que me mostraste en el otro dominio? No parece posible…
—No sólo esas galaxias. El potencial para todo lo que hay en el cosmos está guardado en esa peculiar sopa supercalentada…
El pequeño glóbulo súbitamente empezó a expandirse a una velocidad enorme. Nicole tenía la sensación de que la superficie del glóbulo le iba a tocar la cara en cualquier momento. Millones de rarísimas estructuras se formaron y desaparecieron delante de sus ojos, y ella observaba con fascinación cómo el material parecía alterar su naturaleza varias veces, desplazándose a través de estados de transición tan peculiares y ajenos como el primitivo glóbulo supercalentado.
—He hecho correr el tiempo hacia adelante en el modelo —explicó El Águila varios segundos después—. Lo que ves ahí afuera ahora, aproximadamente un millón de años después de la Creación, sería reconocible por cualquier estudiante aplicado de física. Se han formado algunos átomos simples, tres clases de hidrógeno, dos de helio, por ejemplo. El litio es el átomo más pesado conocido del que hay abundancia… La densidad del universo ahora es aproximadamente equivalente a la del aire en la Tierra, y la temperatura decayó hasta un relativamente confortable millón de grados o sea, veinte órdenes de magnitud menos que lo que existía en el momento del glóbulo caliente.
El Águila puso en movimiento la plataforma y la guio entre las luces, los montones y los filamentos.
—Si fuéramos verdaderamente inteligentes —señaló—, podríamos mirar toda esta materia primitiva y predecir qué «montones» se convertirían, con el tiempo, en cúmulos galácticos… Fue alrededor de esta época que apareció el primer monitor primario, el único intruso en este, de otro modo, proceso natural de evolución… Ninguna actividad del monitor pudo haberse hecho antes, porque el proceso es tan sensible… Cualquier clase de observación durante el primer segundo de la Creación, por ejemplo, habría distorsionado por completo la evolución resultante.
El Águila señaló una esfera metálica, diminuta, que estaba en el centro de varias aglomeraciones enormes de materia.
—Ese primer monitor primario —dijo— fue enviado por el Creador desde otra dimensión del universo primitivo hacia nuestro sistema en evolución de espaciotiempo. Su propósito era observar qué estaba ocurriendo y crear, según fuese necesario, y con su propia inteligencia, los demás sistemas de observación que habrían de reunir toda la información pertinente sobre el proceso total.
—Así que el Sol, la Tierra y todo ser humano —dedujo Nicole lentamente— son resultado de la impredecible evolución natural del cosmos. El Nodo, Rama, y hasta tú y San Michael, fueron producidos a partir de un desarrollo dirigido originalmente diseñado por ese primer monitor primario…
Dejó de hablar, mirando en derredor, y después se volvió hacia El Águila.
—A ti se te pudo haber pronosticado muy poco después del momento de la Creación… Yo, y hasta la existencia de la humanidad, provinimos de un proceso tan matemáticamente perverso que ni siquiera se pudo habernos pronosticado cien millones de años atrás, lo que sólo es el uno por ciento del tiempo transcurrido desde el comienzo del universo…
Meneó la cabeza y, después, agitó la mano en gesto de abatimiento.
—Muy bien —dijo—, es suficiente… Estoy sobrecargada con el infinito.
La gran sala volvió a quedar a oscuras, con excepción de las pequeñas luces que había sobre el piso de la plataforma.
—¿Qué pasa? —se inquietó El Águila, al ver un gesto de angustia en el rostro de Nicole.
—No estoy segura. Siento una especie de tristeza, como si hubiera sufrido una profunda pérdida personal… Si he comprendido todo esto, entonces todos los seres humanos son mucho más especiales que tú, o hasta Rama. Las probabilidades están muy en contra de que cualquier ser siquiera parecido a nosotros vuelva a surgir otra vez, ya sea en este universo o en cualquier otro… Somos uno de los productos casuales del caos. Tú o, por lo menos, algo como tú, probablemente existe en todos esos universos que el Creador supuestamente está observando…
Hubo un momento de silencio.
—Supongo que después de escuchar a San Michael había imaginado —prosiguió Nicole— que habría voces humanas en esa armonía que Dios estaba buscando… Ahora me doy cuenta de que es únicamente en el planeta Tierra, en este universo en particular, que nuestras canciones…
Sintió un punzante estallido de dolor en el pecho. Se mantuvo la intensidad. Nicole luchó por respirar, convencida de que el fin estaba llegando en forma inmediata.
El Águila nada dijo, pero la observaba cuidadosamente. Ella finalmente recuperó el aliento y habló con frases breves, entrecortadas.
—Me diste… en el almuerzo… un lugar personal… donde pude ver familia y amigos…
Hablaron brevemente en el coche, mientras el dolor era momentáneamente soportable. Tanto El Águila como Nicole sabían, sin decir nada, que el siguiente ataque sería el último.
Ingresaron en otra de las zonas de exhibición del módulo de conocimiento. Esa sala era un círculo perfecto, con un espacio en una pequeña sección del piso, en el medio, donde El Águila se pudo parar junto a la silla de ruedas de Nicole. Cruzaron hasta su ubicación en el centro y miraron cómo figuras similares a seres humanos empezaban a representar acontecimientos de la vida como adulta de Nicole, en cada uno de los seis decorados teatrales que rodeaban estrechamente a ella y El Águila.
La verosimilitud de las representaciones era asombrosa, no sólo la familia y los amigos de Nicole tenían exactamente el mismo aspecto que en el momento en que tuvieron lugar los sucesos, sino que todos los decorados eran reconstrucciones perfectas también. En una de las escenas, Katie estaba practicando atrevidamente esquí acuático cerca de la costa del lago Shakespeare, riendo y saludando con la mano, con el imprudente abandono que había constituido su sello distintivo. En otra, Nicole contempló una reconstrucción de la fiesta que, en Rama II, la pequeña compañía de actores había realizado para recordar el milésimo aniversario de la muerte de Eleanor de Aquitania. Ver a Simone cuando tenía cuatro años, y a Katie cuando tenía dos, y tanto a Richard como a ella misma cuando todavía eran jóvenes y vigorosos, le trajo lágrimas a los ojos.
«Ha sido una vida asombrosa», pensó. Hizo avanzar la silla de ruedas hasta penetrar en la escena de Rama II, y la acción se detuvo. Se inclinó y recogió el robot TB que Richard había creado para divertir a las niñitas. Lo sintió correctamente equilibrado en sus manos.
—¿Cómo les fue posible hacer esto? —preguntó.
—Tecnología avanzada —contestó El Águila—. No podría explicártelo.
—¿Y si yo fuera allá, donde Katie está esquiando, al tocarla sentiría el agua mojada?
—Por supuesto.
Nicole se retiró de la escena, sosteniendo el seudorrobot en las manos. Cuando ella se alejó, otro TB se materializó y la escena continuó. «Había olvidado, Richard», se dijo, «todas tus brillantes creaciones en miniatura».
El corazón le concedió unos pocos minutos más para disfrutar las viñetas tomadas de su vida. Volvió a sentir emoción en el momento del nacimiento de Simone, a revivir su primera noche de amor con Richard no mucho después que él la halló en Nueva York, y a experimentar, por segunda vez, la fantástica serie de visiones y seres que los habían saludado a Richard y ella cuando los portones de la Ciudad Esmeralda se abrieron por primera vez para ellos.
—¿Puedes reproducir cualquier acontecimiento de mi vida que yo pudiera desear? —preguntó, sintiendo una súbita contracción en el pecho.
—En tanto haya ocurrido después que llegaras a Rama y yo pueda encontrarlo en los archivos… —contestó El Águila.
Nicole jadeó. El ataque cardíaco final ya se estaba produciendo.
—Por favor —dijo con dificultad—. ¿Puedo ver mi última conversación con Richard, antes de que se fuera…?
«No falta mucho», le dijo una voz interior. Apretó los dientes y trató de concentrarse en la escena que de repente había aparecido delante de ella. Richard le estaba explicando a la seudo Nicole por qué él era quien debía acompañar a Archie de regreso a Nuevo Edén.
—Entiendo —dijo en la escena seudo Nicole.
«Entiendo», dijo la verdadera Nicole para sí misma. «Ésta es la declaración más importante que alguien haya hecho jamás… toda la clave de la vida consiste en entender… Y ahora entiendo que soy un mortal cuya hora de morir ha llegado».
Otra oleada de intenso dolor fue acompañada por el fugaz recuerdo del verso en latín de un antiguo poema, Timor mortis conturbat me… (pero no temeré porque entiendo).
El Águila la estaba mirando detenidamente.
—Me gustaría ver a Richard y Archie —dijo ella trabajosamente—… sus momentos finales… en la celda… justo antes de que vinieran los biots…
«No temeré porque entiendo».
—Y mis hijos, si de alguna manera pueden estar ahí… y Doctora Azul.
La sala quedó a oscuras. Los segundos pasaban. El dolor era terrible. «No temeré…»
Las luces volvieron a encenderse. Richard y Archie estaban en su celda, inmediatamente delante de la silla de ruedas de Nicole. Oyó a los biots abrir la puerta que daba al bloque de celdas, en el extremo del pasillo…
—Congélala ahí, por favor —balbuceó Nicole. Justo hacia la izquierda de la escena con Richard y Archie, sus hijos y Doctora Azul estaban alineados formando un cuadro. Nicole pugnó por ponerse de pie y caminó los pocos metros hasta estar entre ellos. De sus ojos brotaron lágrimas cuando tocó los rostros que amaba una última vez.
Las paredes del corazón empezaron a desplomarse. Nicole se derrumbó dentro de la escena en la celda de Richard y abrazó la representación de su marido.
—Entiendo, Richard —dijo.
Cayó de rodillas lentamente. Volvió la cara para mirar a El Águila.
—Entiendo —dijo con una sonrisa.
«Y entender es felicidad», pensó.