10

Nicole despertó temprano. Benjy ya estaba de pie y vestido, pero Kepler todavía dormía en el otro lado de la habitación. Pacientemente, Benjy la ayudó a ducharse y vestirse, como antes.

Max entró en la habitación unos minutos después. Después de despertar a Kepler fue hasta Nicole, que estaba en la silla de ruedas, y le tomó la mano.

—No dije mucho anoche, amiga mía —declaró—, porque no podía encontrar las palabras correctas… Aun ahora parecen tan inadecuadas…

Max desvió la cara.

—¡Mierda, Nicole! —exclamó, quebrándosele la voz, sin mirarla—. Sabes lo que siento por ti… Eres una bella, bella persona.

Se detuvo. El único sonido que había en la habitación era el agua que corría para la ducha de Kepler. Nicole le apretó la mano.

—Gracias, Max —dijo en voz baja—, eso significa tanto para mí.

—Cuando tenía dieciocho años —siguió Max, vacilando, volviéndose para mirarla—, mi padre murió por una rara clase de cáncer… Todos sabíamos lo que estaba por ocurrir. Clyde y mamá y yo lo habíamos visto marchitarse durante varios meses… Pero yo seguía sin poder creerlo, incluso después que lo vi yaciendo en el ataúd… Tuvimos un pequeño servicio en el cementerio. Nada más que nuestros amigos de las granjas vecinas y un mecánico de autos de De Queen, un hombre llamado Willie Townsend, que se emborrachaba con papá todas las noches de sábado por medio…

Max sonrió y se aflojó. Adoraba narrar cuentos.

—Willie era flor de hijo de puta[*], soltero, duro como un clavo por fuera, y blando como masilla por debajo… Cuando era joven lo había dejado plantado la Reina del Regreso al Hogar, del colegio secundario De Queen, y nunca más volvió a tener novia… Lo que importa es que mamá me pidió que dijera algunas palabras «sobre mi papá» durante el servicio que se iba a realizar junto a la fosa, y acepté… Yo mismo las escribí, las estudié cuidadosamente de memoria, y hasta las practiqué una vez, en voz alta, delante de Clyde…

»Llega el servicio, y yo estaba listo con mi discurso… «Mi padre, Henry Allan Puckett, fue un gran hombre», empecé. Después hice una pausa, como había planeado, y miré alrededor. Willie ya estaba lloriqueando y tenía la vista bajada hacia el suelo… De repente, no pude recordar lo que debía decir después. Todos estábamos ahí de pie, bajo el quemante sol de Arkansas, durante lo que pareció una eternidad, pero probablemente sólo fueron treinta segundos, o algo así… Nunca logré recordar el resto de mi discurso. Finalmente, tanto por desesperación como por bochorno, dije «¡Ah, la puta que lo parió!», y Willie repitió de inmediato, en voz alta y monótona, «Amén».

Nicole reía.

—Max Puckett —dijo—, no puede haber otro como tú en parte alguna de este universo.

Max sonrió.

—Anoche, cuando francesita y yo estábamos en la cama, conversábamos sobre esa otra Nicole que los alienígenas habían creado para Simone y Michael, y Ep se preguntó si podrían hacer para ella un robot Max Puckett. Le gustaba la idea de tener un marido perfecto que siempre hiciera exactamente lo que ella le pedía… aun de noche… Nos reímos hasta que sentimos una punzada en el costado, tratando de imaginar… bueno, ya sabes… lo que ese robot podría hacer, o no podría hacer, en la cama…

—¡Qué vergüenza, Max! —lo reconvino Nicole.

—En realidad, fue francesita la que realmente se puso imaginativa… Como sea, se me envió aquí con un fin específico, informarte que estamos llevando a cabo un desayuno bien surtido y atendido, cortesía de los cabezas de cubo, como parte de nuestro intento para decirte adiós, desearte bon voyage, o lo que sea que resulte apropiado… y que ese festín habrá de comenzar dentro de, exactamente, ocho minutos…

Nicole quedó encantada al descubrir que el estado de ánimo que imperaba durante el desayuno era alegre y placentero. La noche anterior había hecho hincapié, varias veces, en que su partida no debía ser un momento de congoja y que se la debía celebrar como el final de una vida maravillosa. Aparentemente, la familia y los amigos tomaban sus observaciones al pie de la letra, pues sólo ocasionalmente vio un gesto sombrío.

Ellie y Benjy estaban sentados a cada lado de Nicole, a la larga mesa puesta por los robots de cubo. Junto a Ellie estaba Nikki, después María y Doctora Azul. Del otro lado, Max y Eponine al lado de Benjy; después, Marius, Kepler y El Águila. Durante la comida, Nicole advirtió, con sorpresa, que María realmente charlaba con Doctora Azul.

—No sabía que podías leer colores, María —señaló Nicole, en tono claramente elogioso.

—Nada más que un poco —dijo la muchacha, ligeramente avergonzada por la atención—. Ellie estuvo enseñándome.

—Eso es grandioso —comentó Nicole.

—Claro que el verdadero lingüista de este grupo —dijo Max— es ese extraño hombre pájaro que está en el extremo de la mesa… Ayer hasta lo vimos hablando con las iguanas, usando extrañísimos chasquidos y chirridos.

—Puajj —dijo Nikki—. No querría hablar con uno de esos detestables seres…

—Tienen una forma de mirar el mundo por completo diferente —informó El Águila—. Muy simple, muy primitivo.

—Lo que quiero saber —intervino Eponine, inclinándose hacia adelante y dirigiéndose directamente a El Águila— es qué tengo que hacer para conseguir un compañero robot alienígena para mí sola. Tomaré uno que se parezca a Max, aquí presente, pero con la salvedad de que no sea terco y que posea algunos otros atributos mejorados…

Todos rieron. Nicole sonrió para sus adentros mientras recorría la mesa con la mirada.

«Esto es perfecto», pensó. «No pude haber pedido una despedida mejor».

Doctora Azul y El Águila le dieron una última dosis del líquido azul, mientras ella arreglaba su bolso. Se sintió contenta de tener un momento a solas para decirle adiós a Doctora Azul.

—Gracias por todo —dijo simplemente, abrazando con fuerza a su colega octoaraña.

—Todos te vamos a extrañar —declaró con colores Doctora Azul—. La nueva Optimizadora Principal quiso organizar una despedida grandiosa, pero le dije que no consideraba que fuese apropiado… Me pidió que te dijera adiós en nombre de toda nuestra especie.

Todos la acompañaron hasta la esclusa de aire. Hubo una serie final de abrazos acompañados de sonrisas, en el nivel de la silla de ruedas, y, después, El Águila y Nicole pasaron por la esclusa.

Nicole suspiró cuando El Águila la levantó, poniéndola en el asiento que le correspondía del trasbordador, y plegó la silla de ruedas.

—Estuvieron fantásticos, ¿no? —dijo Nicole.

—Te aman y respetan mucho —contestó El Águila.

Una vez que salieron de la estrella de mar, tuvieron otra vez ante la vista el gran tetraedro de luz, que rotaba lentamente.

—¿Cómo te sientes? —preguntó El Águila.

—Aliviada… y un poco asustada.

—Cabía esperar eso.

—¿Cuánto tiempo crees que tengo —preguntó Nicole varios segundos después— antes que mi corazón se agote?

—Entre seis y ocho horas —fue la respuesta.

«Dentro de seis a ocho horas estaré muerta», pensó Nicole. El miedo era más palpable ahora. No lo pudo aventar por completo.

—¿Cómo es estar muerto? —preguntó.

—Supusimos que harías esa pregunta —contestó El Águila—. Se nos dijo que es similar a quedar desenergizado.

—¿La nada, para siempre?

—Creo que sí.

—Y el acto de morir en sí, ¿hay algo de especial en eso?

—No lo sabemos. Estábamos esperando que compartieras con nosotros tanto como te fuera posible.

Volaron en silencio durante bastante rato. Delante de ellos, El Nodo aumentaba rápidamente de tamaño. En un momento dado, la espacionave alteró levemente su orientación y el módulo de conocimientos se desplazó hasta el centro de la ventanilla. Durante la aproximación final, los otros tres vértices de El Nodo quedaron por debajo de ellos.

—¿Te importa si te hago una pregunta? —dijo El Águila.

—En absoluto —contestó Nicole. Se dio media vuelta y le sonrió a través de su casco espacial—. Espero que no te estés volviendo tímido cuando ya estamos sobre la hora.

—No quise perturbar tus pensamientos.

—En realidad, en estos momentos no estaba pensando en algo específico; mi mente simplemente estaba yendo a la deriva.

—¿Por qué deseas pasar tus últimos momentos en el módulo de conocimientos?

Nicole rio.

—¡Si hay preguntas preprogramadas, ésta sí que lo es! Ya puedo ver mi respuesta conservada en algún archivo interminable, bajo la denominación «Muerte: Seres Humanos», y otras categorías relacionadas.

El Águila no dijo nada.

—Cuando Richard y yo estuvimos varados en Nueva York, años atrás —dijo Nicole—, y no creíamos tener muchas posibilidades de escapar, hablamos respecto de lo que nos gustaría estar haciendo durante los últimos momentos previos a nuestra muerte. Estuvimos de acuerdo en que nuestra primera opción sería estar haciéndonos el amor. La segunda fue la de aprender algo nuevo, experimentar la emoción del descubrimiento una última vez…

—Ése es un concepto muy evolucionado —señaló El Águila.

—Y práctico también —dijo Nicole—. A menos que yerre en mi conjetura, este módulo de conocimientos tuyo será tan tremendamente interesante que ni siquiera me voy a dar cuenta de que están transcurriendo los últimos segundos de mi vida… Comprometida como estoy con esta actitud, creo que el miedo me avasallaría si no estuviera activamente concentrada durante mis horas finales.

El módulo de conocimientos ahora llenaba toda la ventanilla.

—Antes de que ingresemos —dijo El Águila—, deseo brindarte algo de información sobre este sitio. El módulo esférico es, en realidad, tres dominios concéntricos separados, cada uno con un propósito específico. La región que está más afuera, y que es la más pequeña, se concentra en los conocimientos relacionados con lo presente, o cuasipresente. La siguiente región, yendo hacia adentro, es donde se conservó toda la información histórica sobre esta parte de la galaxia. La esfera interior grande contiene todos los modelos para predecir el futuro, así como sinopsis estocásticas para los próximos eones…

—Creía que nunca habías estado adentro —interrumpió Nicole.

—No estuve, pero mi base de datos sobre el módulo de conocimientos fue puesta al día y se la amplió anoche…

Se abrió una puerta en la superficie externa de la puerta y el trasbordador empezó a ingresar.

—Espera un momento. ¿Entendí bien que casi con toda seguridad no voy a salir viva de este módulo?

—Así es.

—Entonces, ¿tendrías la gentileza de hacer que este vehículo haga una circunvalación, despacio, y me permita echarle un último vistazo al mundo de afuera?

El trasbordador ejecutó una lenta maniobra de guiñada y Nicole, ubicada adelante en su asiento, miró con fijeza por la ventanilla. Vio los demás módulos esféricos de El Nodo, los corredores de transporte y, en la distancia, la estrella de mar, donde su familia y amigos estaban empacando los bolsos para la transferencia. En una de las orientaciones, la estrella amarilla Tau de la Ballena, tan parecida al Sol, fue el único objeto grande que había en la ventanilla y, a pesar de su resplandor y de la luz que El Nodo esparcía, Nicole pudo discernir aún algunas otras estrellas contra la negrura del espacio.

«Nada de esta escena va a cambiar por mi muerte», pensó. «Tan sólo habrá un par menos de ojos para observar su esplendor, y un conjunto menos de compuestos químicos que evolucionó hasta adquirir conciencia para preguntarse por el significado que tiene todo esto».

—Gracias —dijo, después que se completó todo el giro—. Ahora podemos continuar.