Nicole despertó fresca y con una sorprendente cantidad de energía. Empezó a apretar el botón que tenía al lado de la cama, pero decidió no hacerlo. En vez de eso, luchó por sentarse en la silla de ruedas. Ya en ella, se desplazó hasta las ventanas y subió las cortinas.
Afuera hacía una mañana hermosa. A su izquierda había un arroyuelo y tres niños, de edad probable entre los ocho y los diez años, estaban haciendo rebotar piedras sobre un pequeño estanque formado por el curso normal del arroyuelo. Mientras Nicole contemplaba por las ventanas los perfectamente simulados campos y árboles y onduladas colinas, se sintió temporalmente joven y llena de vida.
«A lo mejor debo permitirles que me reparen, después de todo», pensó. «Reemplazar todas mis partes dañadas y gastadas… Podría vivir aquí, con Simone y Michael. Quizás hasta podría enseñar a mis biznietos una cosita, o dos…»
Los tres chicos dejaron el arroyo y corrieron por un campo verde hasta donde estaban encerrados los caballos. El varón era el que corría más rápido, pero apenas si le ganaba a la más pequeña de las dos nenas. El trío reía y llamaba a los caballos por encima del vallado.
—El varón es Zachary —informó Michael Mayor detrás de ella—. Las dos niñas son Colleen y Simone… Zachary y Colleen son los hijos de Katya; Simone es la hija mayor de Timothy.
Nicole no lo había oído entrar. Se volvió en su silla de ruedas.
—Buenos días, Michael —saludó. Echó un vistazo por la ventana—. Todos los niños son espléndidos.
—Gracias —dijo Michael, yendo hacia la ventana—. Soy un hombre muy afortunado. Dios me concedió una vida fascinante con increíbles riquezas.
Miraron en silencio mientras los chicos jugaban. Zachary montó en un caballo blanco y empezó a alardear.
—Lamenté, al enterarme, la muerte de Richard —declaró Michael—. Patrick nos contó ayer lo que ocurrió… Debe de haber sido horrible para ti.
—Lo fue. Richard y yo habíamos desarrollado una amistad maravillosa… —Se miraron de frente—. Habrías estado tan orgulloso de él, Michael… Fue un hombre diferente en sus últimos años…
—Yo sospechaba eso —manifestó Michael—. El Richard que conocí nunca se habría ofrecido como voluntario para ponerse en peligro, en especial para salvar la vida de otros…
—Debiste haberlo visto con su nieta, Nikki, la hijita de Ellie, eran inseparables. Él era su «boobah»… Richard encontró la ternura tan tarde en la vida…
Nicole no pudo continuar. Un súbito dolor en el corazón la avasalló. Se desplazó hasta la mesa de luz y tomó un sorbo de la botella con líquido azul.
Regresó a la ventana. Los dos antiguos amigos volvieron a contemplar a los chicos. Ahora las dos niñas también montaban y participaban en una especie de juego.
—Patrick nos dijo que Benjy se había convertido en un excelente adulto —dijo Michael—, limitado en algunos aspectos, claro está, pero bastante notable, teniendo en cuenta su capacidad básica y los largos períodos de sueño… Dijo que Benjy era un tributo viviente a tus facultades, a todas ellas, y que habías trabajado incansablemente con él, sin permitir jamás que utilizara su incapacidad como excusa…
Ahora le correspondió a Michael que se le formara un nudo en la garganta. Se volvió hacia Nicole con lágrimas que le fluían lentamente de los ojos, y puso sus manos sobre las de ella.
—No hay forma de que alguna vez pueda agradecerte lo suficiente por haber criado a esos dos muchachos brindándoles tanta atención… especialmente a Benjy.
Nicole lo miró desde la silla de ruedas.
—Son nuestros hijos, Michael. Los quiero mucho.
Michael se enjugó la nariz y los ojos con un pañuelo de bolsillo.
—Simone y yo deseamos que conozcas a nuestros hijos y nietos, naturalmente —dijo—, pero ambos estuvimos de acuerdo en que primero había algo que debíamos decirte… No sabíamos con exactitud cómo habrías de reaccionar… Sin embargo, no sería justo no decírtelo, ya que, de otro modo, podrías no entender por qué los chicos reaccionan…
—¿De qué se trata, Michael? —lo interrumpió Nicole—. Le sonrió. No cabe duda de que se te hace cuesta arriba llegar a la cuestión.
—Es verdad —reconoció Michael, yendo al otro lado de la habitación y apretando dos veces, en rápida sucesión, el botón que estaba al lado de la cama de Nicole—. Lo que estoy por decirte es un tanto delicado… ¿Recuerdas anoche, cuando te dijimos que tanto Simone como yo teníamos acompañantes alienígenas…?
—Sí, Michael.
Ella seguía mirando con fijeza por la ventana. Michael se le acercó y le tomó la mano. Afuera, una mujer de más de cuarenta años, atlética, con piel color cobre oscuro, había salido de la casa y caminaba con rapidez hacia la instalación de los caballos. A Nicole le parecieron familiares tanto su figura como su modo de caminar. Los niños vieron a la mujer, la saludaron agitando la mano y fueron hacia ella montados en sus caballos.
Nicole miró a Zachary gritar el nombre de la mujer y, de pronto, comprendió. Quedó como fulminada. La mujer se volvió brevemente y Nicole se vio a sí misma, exactamente como era cuando dejó El Nodo cuarenta años atrás. Le resultaba difícil controlar sus emociones.
—Fue a ti a quien Simone extrañó más —dijo Michael, respondiendo al gesto de atónito reconocimiento que exhibía el rostro de Nicole—. Así que era más que lógico que los alienígenas le elaboraran un acompañante a tu imagen y semejanza… Es una simulación notable, no sólo tu aspecto físico, que puedes ver por ti misma, sino, también, tu personalidad. Simone y yo quedamos asombrados, especialmente al principio, ante el perfecto trabajo de duplicación que habían hecho. La alienígena hablaba como tú, caminaba como tú, hasta pensaba como tú… Al cabo de una semana, Simone la llamaba «mamá» y yo, «Nicole». Ha estado con nosotros desde entonces.
Nicole contemplaba la simulación de sí misma sin decir palabra. «Las expresiones faciales, y hasta los gestos, son correctos», pensaba. Siguió con la mirada clavada, mientras la mujer se acercaba a la casa llevando a los tres niños.
—Simone pensó que podrías sentirte un tanto molesta o, quizá, desplazada, cuando descubrieras que esta simulación de ti había estado viviendo con la familia durante todos estos años. Pero le aseguré que estarías bien, que, simplemente, tardarías un poco en adaptarte a la idea… Después de todo, por lo que sé, ningún ser humano fue reemplazado jamás por una copia robótica de sí mismo.
La alienígena Nicole levantó a una de las niñas y le hizo dar vueltas en el aire. Después, los cuatro subieron los escalones a los saltos y cruzaron el umbral de la casa.
«La llaman “abuelita”», pensó Nicole. «Puede correr, montar a caballo y lanzarlos por el aire… No padece consunción ni está confinada a una silla de ruedas». Una emoción que no le gustaba, la autocompasión, empezó a formarse en su interior. «Quizá Simone ni siquiera me extrañó tanto», se dijo. «Su “madre” estuvo aquí todos estos años, a su entera disposición, sin envejecer jamás, sin pedir algo jamás…»
Sentía que iba a llorar. Se controló.
—Michael —pidió, forzando una sonrisa—, ¿por qué no me das un minuto para que me prepare para el desayuno?
—¿Estás segura de que no necesitas ayuda?
—No, no… Estaré bien… Sólo quiero lavarme la cara y maquillarme un poco.
Las lágrimas llegaron pocos segundos después que la puerta se cerró.
«Aquí tampoco hay lugar para mí», se dijo. «Ya hay una abuelita, mejor que lo que yo nunca podría ser, aun si la otra no es más que una máquina…»
No dijo casi nada durante el viaje de regreso al centro de transporte. Siguió manteniéndose en silencio mientras el trasbordador abandonaba el módulo de habitación y salía hacia el espacio.
—No deseas hablar sobre eso, ¿no? —dijo El Águila.
—Realmente, no —contestó Nicole por el micrófono del casco.
—¿Estás contenta de haber ido?
—Oh, sí… Sin lugar a dudas. Fue una de las experiencias más importantes de mi vida… Te la agradezco mucho.
El Águila reguló el vuelo del trasbordador de modo que se desplazaran lentamente hacia atrás. El inmenso tetraedro iluminado dominaba la vista que se tenía desde la ventanilla.
—El procedimiento de reemplazo se podría practicar en la tarde de hoy —señaló El Águila—. Para fines de la semana próxima parecerías más joven que Michael Mayor.
—No, gracias —contestó Nicole.
Siguió otro largo lapso de silencio.
—No pareces muy feliz —comentó entonces El Águila.
Nicole se volvió para mirar a su acompañante alienígena.
—Lo estoy —aseguró—. Y estoy particularmente feliz por Simone y Michael… Es maravilloso que su vida les haya brindado tantas satisfacciones… —Hizo una profunda inspiración—. Quizá simplemente estoy cansada. Tantas cosas ocurrieron en un lapso tan corto…
—Probablemente es eso —convino El Águila.
Nicole estaba sumamente abstraída, repasando metódicamente todo lo acontecido desde que despertó. Las caras de los seis hijos y catorce nietos de Michael y Simone pasaron rápidamente por su mente. «Un grupo de chicos lindos», se dijo, «pero sin mucha variación».
Era otra cara, una que recordaba claramente de su propio espejo, la que volvía con más frecuencia a los ojos de su mente. Había estado de acuerdo con Simone y Michael en que la otra Nicole era de un parecido increíble, un triunfo sin discusión de una tecnología avanzada. Lo que ni siquiera pudo conversar con ellos era lo extraño que resultaba conocer y sostener una charla con uno mismo más joven. O cuán peculiar era la sensación de saber que una máquina la había reemplazado en el corazón y en la mente de la propia familia.
Había mirado en silencio mientras la otra Nicole y Simone reían por una discusión que Simone había tenido con su hermanita Katie años atrás, en El Nodo. Mientras la alienígena recordaba a la perfección los detalles de la anécdota, la memoria de Nicole también se refrescaba. «Hasta su memoria es mejor que la mía… Qué solución perfecta para todo el problema del envejecimiento y de la muerte. Tomar una persona en la flor de su vida, con todas las facultades intactas, y conservarla para siempre como leyenda, al menos a los ojos de sus seres queridos».
—¿Cómo sé con certeza que el Michael y la Simone con los que hablé ayer y esta mañana son los seres humanos reales, y no una simulación, de aún mayor fidelidad, que la otra Nicole? —le preguntó a El Águila.
—San Michael contó que hiciste varias preguntas específicas sobre la vida anterior de Michael Mayor —dijo El Águila—. ¿No quedaste satisfecha con las respuestas?
—Pero es que me di cuenta, mientras estábamos en el coche, hace una hora, que parte de esa información pudo haber figurado en el archivo biográfico sobre Michael que estaba en la Newton, y sé que vosotros tuvisteis acceso a esos datos…
—¿Con qué propósito nos habríamos molestado hasta tal grado para confundirte? —observó El Águila—. ¿Y nos hemos comportado así antes?
—¿Cuántos hijos más de Simone y Michael todavía están vivos? —preguntó Nicole unos minutos después, cambiando de tema.
—Treinta y dos más están aquí, en este Nodo —contestó El Águila—. Y más de cien en otros lugares.
Nicole meneó la cabeza. Recordaba las Crónicas senoufo.
«Y su progenie se diseminará entre las estrellas… Omeh estaría contento», pensó.
—¿Perfeccionaron, entonces, el desarrollo ex utero de seres humanos a partir de óvulos fecundados? —preguntó.
—Más o menos.
Una vez más, volaron en silencio durante largo rato.
—¿Por qué nunca me hablaste sobre los monitores primarios? —preguntó Nicole después.
—No estaba permitido, no, por lo menos, hasta que despertaras… Y desde ese entonces no surgió el tema.
—¿Y todo lo que San Michael dijo es verdad? ¿Lo de Dios y el caos y los muchos universos?
—Por lo que sabemos —dijo El Águila—. Al menos, eso es lo que hay programado en nuestros sistemas… Ninguno de los que estamos aquí vio un monitor primario en la realidad.
—¿Y es posible que todo el relato sea una especie de mito creado por una inteligencia que esté por encima de ti en la jerarquía, a modo de explicación oficial para dar a los seres humanos?
El Águila vaciló.
—Esa posibilidad existe… Yo no tendría manera de saberlo.
—¿Sabrías si algo diferente, alguna otra explicación, se hubiera programado alguna vez antes en tus sistemas?
—No necesariamente. No soy responsable por lo que se conserva en mi memoria.
La conducta de Nicole seguía apartándose de la pauta usual. Interrumpía sus prolongados períodos de silencio con explosiones de preguntas aparentemente no relacionadas. En un momento dado, preguntó por qué algunos Nodos tenían cuatro módulos y otros, tres.
El Águila explicó que el módulo de conocimientos creaba un tetraedro, a partir del triángulo nodal, en cada décimo o duodécimo Nodo más o menos. Nicole quería saber qué había de tan especial en el módulo de conocimientos. El Águila le informó que era la mina de la que se obtenía toda la información que se adquiría sobre esa parte de la galaxia.
—Es parte biblioteca y parte museo, y contiene una colosal cantidad de información en diversidad de formas —completó.
—¿Alguna vez estuviste en el interior de ese módulo de conocimientos? —preguntó Nicole.
—No, pero mis sistemas actuales contienen una descripción completa de él…
—¿Puedo ir ahí?
—Un ser vivo tiene que contar con un permiso especial para ingresar en el módulo de conocimientos.
Cuando Nicole volvió a hablar, preguntó qué iba a suceder a los seres humanos que se transfirieran a El Nodo dentro de un día o dos. Pacientemente, El Águila explicó, en respuesta a una breve pregunta tras otra, que la gente viviría, en el módulo de habitación, en un ambiente de prueba con otras especies más, que se los vigilaría estrechamente, y que Simone, Michael y su familia podrían integrarse, o no hacerlo, con los seres humanos que se mudaban a El Nodo.
Nicole tomó su decisión varios minutos antes que llegaran a la estrella de mar.
—Quiero permanecer aquí nada más que por esta noche —declaró lentamente—, de modo de poder decir adiós a todos.
El Águila la miró con expresión de curiosidad.
—Entonces, mañana —continuó Nicole—, si puedo obtener el permiso, quiero que me lleves al módulo de conocimientos… Una vez que abandone la estrella de mar, quiero que se me suspendan todos los medicamentos… y no deseo esfuerzos heroicos si mi corazón llegara a necesitar ayuda con desesperación.
Miró directamente hacia adelante, a través de la parte anterior de su casco espacial, por la ventanilla del trasbordador. «Éste es, indudablemente, el momento adecuado», se dijo. «… Si tan sólo mi coraje no flaqueara».
—Sí, mamá —dijo Ellie—. Sí entiendo, de veras que sí… pero soy tu hija. Te quiero. No importa cuánto sentido lógico pueda tener para ti, sencillamente no existe modo de que yo pueda sentirme feliz por no volver a verte jamás.
—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Permitirles que me conviertan en una especie de mujer biónica, de modo de poder andar por ahí para siempre? ¿Y ser la grande dame[19] de la comunidad, sentenciosa e hinchada de pomposidad? Por cierto que eso no me atrae demasiado.
—Pero todos te admiran, mamá —adujo Ellie—. La familia que tienes aquí te adora, y podrías pasar años llegando a conocer todo sobre la familia de Simone y Michael… Nunca serías un problema para nosotros…
—Esa realmente no es la cuestión —observó Nicole. Hizo girar la silla de ruedas y quedó mirando una de las desnudas paredes—. El universo está en constante renovación —dijo, tanto para sí misma como para Ellie—. Todo, personas, planetas, estrellas, hasta galaxias, tienen un ciclo de vida, una muerte así como un nacimiento. Nada dura para siempre. Ni siquiera el universo en sí… El cambio y la renovación son parte esencial del proceso total. Las octoarañas saben bien esto. Ése es el porqué de que las exterminaciones planeadas sean parte esencial de su concepto total de reabastecimiento.
—Pero, mamá —rebatió Ellie—, a menos que haya guerra, las octoarañas únicamente ponen en la lista de exterminación a aquellos miembros cuya contribución a la sociedad ya no es suficiente como para justificar los recursos que en ellos se emplean… Para nosotros no constituye un costo mantenerte viva… y tu sabiduría y experiencia siguen siendo valiosas.
Nicole se volvió y sonrió.
—Eres una mujer muy brillante, Ellie —afirmó—, y he de reconocer que hay verdad en lo que me estás diciendo, pero, de modo muy conveniente, estás pasando por alto los dos elementos clave de mi decisión, a los que ya expliqué con lujo de detalles… Por razones que ni tú ni algún otro puede lograr entender, me es importante poder elegir mi propio momento para morir. Quiero tomar esa decisión antes de, o bien convertirme en una carga, o bien quedar fuera de la corriente principal de actividad, y mientras todavía conservo el respeto de mi familia y mis amigos. En segundo lugar, mi sensación es que no tengo un puesto definido en el mundo postransferencia. En consecuencia, no puedo justificar, en mi propia mente, la ingente intervención fisiológica que es necesaria antes que yo pueda funcionar sin constituirme en un problema para otros… Desde tantos diferentes puntos de vista, el de ahora parece ser un excelente momento para hacer mutis.
—Tal como te dije al comienzo —repuso Ellie—, tu análisis frío y racional, ya sea correcto o no lo fuere, no debería ser lo único que se tome en cuenta. ¿Qué hay respecto de la sensación de pérdida que Benjy, Nikki, yo y los demás vamos a experimentar? Y nuestra congoja será incrementada por saber que tu muerte en este momento pudo haberse evitado…
—Ellie, uno de los motivos por los que volví a decirles adiós a ti y los demás fue el intento de mitigar cualquier sensación de pérdida que pudieran tener después de mi muerte… Una vez más, mira a las octoarañas. Ellas no se apesadumbran…
—Mamá —interrumpió Ellie, luchando para evitar que volvieran las lágrimas—, nosotros no somos octoarañas, somos seres humanos… Nosotros nos apesadumbramos… Nosotros nos sentimos desolados cuando muere alguien que amamos. Nosotros sabemos, en nuestra mente, que la muerte es inevitable y que todo forma parte del esquema universal pero, de todos modos, nosotros lloramos y sentimos una aguda sensación de pérdida…
Dejó de hablar unos instantes.
—¿Has olvidado cómo te sentiste cuando Richard y Katie murieron…? Estabas devastada.
Nicole tragó saliva lentamente y miró a su hija. «Sabía que esto no iba a ser fácil», pensó. «Quizá no debí haber venido… Quizá realmente habría sido mejor si le hubiera pedido a El Águila que les dijera a todos que morí de un ataque al corazón».
—Sé que te perturbó —prosiguió Ellie en tono quedo— descubrir que un robot alienígena te había reemplazado en la familia de Michael y Simone… pero no deberías excederte en tu reacción. Más tarde o más temprano, todos sus hijos y nietos se enterarán de que no puede haber sustituto para la verdadera Nicole des Jardins Wakefield.
Nicole suspiró. Sentía que estaba perdiendo la batalla.
—Es verdad que reconocí ante ti, Ellie, que sentía que no había lugar para mí en la familia de Michael y Simone, pero es injusto de tu parte dar a entender que mi reacción ante la otra Nicole es el motivo único o, inclusive, el principal, de mi decisión.
Nicole se estaba agotando. Había planeado hablar primero con Ellie; después, con Benjy y, finalmente, con el resto del grupo, antes de irse a dormir. Ellie había sido mucho más difícil que lo esperado. «Pero ¿fuiste realista?», pensó. «¿De veras creíste que Ellie diría “grandioso, madre, tiene lógica. Lamento ver que te vayas, pero te entiendo por completo?”»
Hubo un suave golpe en la puerta del departamento. El Águila abrió la puerta y las miró.
—¿Molesto? —preguntó.
Nicole sonrió.
—Pienso que estamos listas para un breve recreo.
Ellie se excusó para ir al baño y, El Águila se acercó a Nicole.
—¿Cómo andan las cosas? —preguntó, agachándose hasta ponerse al nivel de la silla de ruedas.
—No muy bien.
—Se me ocurrió caer por aquí —siguió El Águila—, para decirte que tu solicitud para visitar el módulo de conocimientos fue aprobada… partiendo de la base de que la situación básica que me describiste en el trasbordador todavía sea válida.
A Nicole se le iluminó el rostro.
—Bien. Ahora, si tan sólo puedo reunir el coraje para terminar lo que empecé…
El Águila la palmeó en la espalda.
—Puedes hacerlo. Eres el ser humano más extraordinario que yo haya conocido jamás.
La cabeza de Benjy estaba apoyada sobre el pecho de su madre. Nicole se hallaba acostada boca arriba con el brazo pasado en torno de su hijo. «Así que ésta puede ser la última noche de mi vida», pensaba, mientras se hundía lentamente en el sueño. Un leve estremecimiento de miedo la traspasó, y se obligó a hacerlo a un lado. «No tengo miedo de la muerte», se dijo. «No después de lo que ya he pasado».
La visita de El Águila le había dado nuevas fuerzas. Cuando se reanudó la conversación con Ellie, Nicole admitió que había validez en todas las objeciones de su hija, y que no tenía el propósito de producir aflicción para sus amigos y familia, pero estaba decidida a seguir adelante con su decisión. Después le señaló a Ellie que Benjy y ella y, hasta cierto punto, los demás, tendrían la oportunidad de crecer más en lo individual estando ella ausente, porque ya no habría en torno de ellos una figura representativa de autoridad a la que pudieran recurrir.
Ellie le contestó a su madre que era una «vieja testaruda» pero que, debido al amor y al respeto que le tenía, trataría de brindarle apoyo en las pocas horas que faltaban. También le preguntó si intentaba hacer algo específico para acelerar su muerte. Nicole rio y le respondió que no tomaría una medida insólita, pues El Águila le había asegurado que, sin los medicamentos complementarios, el corazón le fallaría en cuestión de horas.
La conversación con Benjy no resultó tan difícil. Ellie se había ofrecido de buen grado para explicar todo y Nicole le aceptó la oferta. Benjy sabía que su madre estaba sufriendo y con mala salud, e ignoraba que los alienígenas poseían la capacidad médica de solucionarle los problemas. Ellie le había asegurado que Max, Eponine, Nikki, Kepler, Marius y María seguirían siendo parte de su mundo cotidiano.
Del grupo más grande, únicamente Eponine tuvo los ojos llenos de lágrimas cuando Nicole les informó a todos su decisión. Max dijo que no estaba sorprendido del todo; María expresó su tristeza por no haber pasado más tiempo con la mujer «que le salvó la vida»; Kepler, Marius, y hasta Nikki, estuvieron inseguros de sí mismos y no supieron qué decir.
Mientras se preparaba para ir a la cama, Nicole se prometió que lo primero que haría por la mañana sería localizar a Doctora Azul y decirle un adecuado adiós a su amiga octoaraña. Inmediatamente antes de que apagara las luces, se le acercó Benjy y le preguntó si, ya que ésta iba a ser su última noche juntos, él podía acurrucarse con ella «como lo ha-cía cu-cuando era un ni-ni, ñi-to». Nicole aceptó y, después de que Benjy se hubo apretado contra ella, las lágrimas le corrieron por la cara, mojándole las orejas y la estera para dormir que estaba debajo.