6

Al día siguiente, una hora antes del comienzo del período de almuerzo, parte de una de las paredes de cada departamento de la estrella de mar se transformó en una gran pantalla de televisión. A los residentes se les informó, entonces, que se iba a producir un anuncio importante dentro de treinta minutos.

—Ésta es nada más que la tercera vez —le informó Max a Nicole mientras aguardaban— que tuvimos alguna clase de trasmisión general. La primera se produjo inmediatamente después que llegamos acá, y la segunda fue cuando se decidió segregar nuestros sectores de habitación.

—¿Qué va a ocurrir ahora? —preguntó Marius.

—Sospecho que vamos a enteramos de los detalles de nuestra mudanza —respondió Max—… por lo menos, ése es el rumor principal.

A la hora fijada, el rostro de El Águila apareció en el monitor.

—El año pasado, cuando a todos vosotros se os puso a dormir y se os mudó de Rama —comenzó, dando el mismo mensaje simultáneamente en bandas cromáticas que se desplazaban por su frente—, os dijimos que este vehículo no iba a ser vuestro hogar permanente. Ahora estamos listos para transferiros a otras ubicaciones, donde vuestras condiciones de vida van a ser señaladamente mejores.

Hizo una pausa segundos antes de proseguir.

—No se los va a transferir a todos al mismo lugar. Alrededor de un tercio de los residentes actuales de la estrella de mar se mudará a El Portaaviones, esa espacionave enorme y plana que se apostó cerca de El Nodo durante la mayor parte de la semana pasada. En las próximas horas, El Portaaviones terminará su misión en El Nodo y se desplazará en esta dirección. Aquéllos a los que se haya transferido a El Portaaviones lo harán después de la cena de esta noche.

»Al resto se le trasladará a El Nodo dentro de tres o cuatro días. Nadie va a quedar aquí, en la estrella de mar… Una vez más, me gustaría subrayar que las comodidades de ambos sitios serán excelentes y muy superiores a las de este vehículo.

El Águila se detuvo durante quince segundos, como si estuviera dando tiempo a su público para que reaccionara ante lo que ya había dicho.

—Cuando esta reunión haya terminado —prosiguió entonces—, cada una de las pantallas de televisión de los departamentos va a reproducir, en forma repetida, la lista de todos los seres que hay a bordo, ordenados por número de departamento, y exhibirá las asignaciones de transferencia. La lectura de las pantallas es muy sencilla. Si el nombre o el código de identificación, o ambas cosas, aparece en el monitor con letras negras sobre fondo blanco, eso significa que se los transfiere a El Portaaviones. Si su nombre está escrito en letras blancas sobre fondo negro, permanecerán aquí durante los próximos días y, finalmente, se os mudará a El Nodo.

»Para su información, en El Portaaviones cada especie tendrá su propio sector habitacional totalmente aislado. No habrá relación interespecies salvo, naturalmente, en los casos en los que se necesiten relaciones simbióticas. Por contraste…

—Eso tendría que satisfacer a los dirigentes del Consejo —comentó rápidamente Max—. Durante meses han estado agitando para conseguir la completa separación…

—La situación habitacional en El Nodo entraña la comunicación y actividad regulares interespecies… Hemos intentado, al asignar miembros individuales de las especies a los dos sitios, de poner a cada uno de vosotros en el ambiente más apto para su personalidad. Nuestras selecciones se efectuaron cuidadosamente, sobre la base de las observaciones que hicimos tanto aquí, en la estrella de mar, como durante los años en Rama…

»Es importante que todos os deis cuenta de que no habrá interacción entre los dos grupos después que tengan lugar las transferencias. Permítanme expresarlo de otra manera, para tener la seguridad de que no haya errores de interpretación. Aquéllos que se muden a El Portaaviones nunca más volverán a ver a alguno de los residentes que se vaya a transferir a El Nodo.

»Si se los destinó a El Portaaviones —continuó El Águila— deben empezar a empacar de inmediato, y deben estar completamente listos para mudarse antes de venir a cenar. Si se hallan entre los que se designó para mudarse a El Nodo, y no creen que su asignación haya sido la apropiada, pueden solicitar que se la reconsidere. Esta noche, después que todos los residentes actualmente asignados a El Portaaviones hayan completado su transferencia, me reuniré en el refectorio con aquéllos que creen que desean cambiar El Nodo por El Portaaviones

»Si alguno de ustedes tiene preguntas, durante la próxima hora estaré en el escritorio grande que hay en el salón público de estar…

—¿Qué te dijo El Águila? —le preguntó Max a Nicole.

—Lo mismo que a las otras veinte personas que estaban en el salón y que estaban haciendo la misma pregunta. No hay cambio posible para aquéllos a los que se asignó a El Portaaviones… Sólo se hará la reconsideración de aquéllos que estén designados para la transferencia a El Nodo.

—¿Fue entonces cuando Nai… eh… se derrumbó? —preguntó Eponine.

—Sí —contestó Nicole—. Hasta ese momento había mantenido la compostura bastante bien. Cuando vino a nuestro departamento, después que las listas se mostraron por primera vez, creí que estaba notablemente calma… Evidentemente, al principio debió de haberse autoconvencido de que la designación de Galileo era una especie de error administrativo.

—Puedo entender cómo debe de sentirse —declaró Eponine—. Admito que el corazón se me paró unos instantes, hasta que vi que todo el resto de nosotros estaba junto en la lista de transferencia a El Nodo.

—Apuesto a que Nai no es la única que está perturbada por los destinos —señaló Max. Se paró y empezó a caminar por la habitación—. Esto verdaderamente es un lío —continuó, meneando la cabeza—. ¿Qué, por Dios, habríamos hecho nosotros si a Marius se lo hubiera designado para El Portaaviones?

—Es fácil —contestó Eponine con rapidez—, tanto tú como yo habríamos presentado la solicitud para ir con nuestro hijo.

—Sí —asintió Max, después de una pausa momentánea—. Sospecho que tienes razón.

—Eso es lo que Patrick y Nai ahora están discutiendo al lado —informó Nicole—. Pidieron a los jóvenes que los dejaran, de modo de poder hablar en privado.

—¿Crees que Nai puede enfrentar toda esta tensión adicional, tan pronto después de… del incidente? —preguntó Eponine.

—En verdad, no tiene alternativa —afirmó Max—. Sólo dispone de un par de horas más para tomar una decisión.

—Me pareció que ella estaba mucho mejor hace veinte minutos —dijo Nicole—. Es indudable que el sedante leve hizo efecto… Tanto Patrick como Kepler la están tratando con mucha delicadeza… Creo que con su estallido temperamental, Nai se asustó principalmente a sí misma más que a todos los demás.

—¿Verdaderamente atacó a El Águila? —preguntó Eponine.

—No… Uno de los cabezas de cubo la contuvo de inmediato cuando se puso a chillar, pero estaba fuera de control… pudo haber hecho cualquier cosa.

—Demonios —dijo Max—, si, cuando estábamos viviendo en la Ciudad Esmeralda, se me hubiese dicho que Nai tenía siquiera la capacidad de actuar con violencia, yo habría contestado…

—A nadie más que a alguien que tuvo hijos —dijo Nicole, interrumpiéndolo— le es posible entender los poderosos sentimientos que una madre tiene en aquello que atañe a su descendencia. Nai ha estado frustrada durante meses… No puedo perdonar su actitud, pero indudablemente entiendo…

Nicole dejó de hablar. El golpe en la puerta se repitió. Patrick ingresó en la habitación unos segundos después. Su rostro denotaba a las claras su angustia.

—Mamá —anunció—, necesito hablar contigo.

—Eponine y yo podemos salir al vestíbulo —dijo Max—. Si eso pudiera ayudar…

—Gracias, Max… Sí, lo agradecería —aceptó Patrick con dificultad. Nicole nunca lo había visto tan perturbado.

—No sé qué hacer —dijo, no bien estuvo a solas con ella—. Todo está ocurriendo con tanta rapidez… No creo que Nai se esté comportando en forma racional, pero yo no parezco poder… —Su voz se fue extinguiendo—. Mamá, quiere que todos nosotros solicitemos la reconsideración. Todos. Tú, yo, Kepler, María, Max… Todos nosotros… Dice que, de otro modo, Galileo se va a sentir abandonado.

Nicole miró a su hijo. Estaba próximo a las lágrimas. «No ha vivido lo suficiente como para habérselas con una crisis como ésta», pensó de pronto. «Sólo estuvo despierto poco más de diez años».

—¿Qué está haciendo ella ahora? —preguntó suavemente.

—Está meditando. Dijo que eso calmaría y sanaría su espíritu… y le daría fuerzas…

—¿Y quiere que tú convenzas al resto de nosotros?

—Sí, eso creo… Pero, mamá, Nai ni siquiera tomó en cuenta que alguien pudiera no estar de acuerdo con lo que ella propone. Está convencida de que lo que debemos hacer está absolutamente claro.

El dolor de Patrick era obvio. Nicole deseó poder extender la mano, tocarlo y hacer que su agonía desapareciera.

—¿Qué crees tú que debamos hacer? —preguntó, después de un silencio.

—No lo sé —contestó Patrick. Empezó a medir la habitación a zancadas—. Como todos los demás, no bien se exhibió la lista advertí que a todos los miembros activos del Consejo se los transfería a El Portaaviones, así como a la mayoría de los seres humanos echados de los sectores normales de vivienda. La gente que queremos y respetamos, así como casi todas las octoarañas, van a El Nodo… Pero compadezco a Nai. No puede soportar la idea de que a Galileo se lo aísle, se lo segregue para siempre del único sistema de apoyo que ha conocido…

«¿Qué habrías hecho tú», le preguntó a Nicole una voz dentro de la cabeza, «si fueras Nai? ¿No sentiste pánico, hoy, más temprano, cuando tuviste miedo de que se te pudiera separar de Benjy?»

—¿… Hablarás con ella, mamá —estaba suplicando Patrick—, no bien termine de meditar? Te va a escuchar. Nai siempre dijo lo mucho que te respeta por tu sabiduría.

—¿Y hay algo en especial que deseas que le diga? —preguntó Nicole.

—Dile… —pidió Patrick, retorciéndose las manos— dile que no le corresponde a ella decidir lo que sería mejor para todos los miembros de nuestro grupo. Que ella debería concentrarse en sus propias decisiones.

—Ése es un buen consejo —aprobó Nicole. Miró con fijeza a Patrick—. Dime, hijo —dijo, varios segundos después—, ¿decidiste qué vas a hacer si Nai pide cambio para El Portaaviones y ninguno del resto de nosotros lo hace?

—Sí, lo decidí, mamá —respondió Patrick con tono sosegado—. Iré con Nai y Galileo.

Nicole estacionó la silla de ruedas en un rincón, delante del ventanal de observación. Estaba sola, tal como había solicitado. La tarde había estado tan cargada de emociones que se sentía agotada por completo. Al principio pensó que su reunión con Nai resultaba bastante bien. Nai escuchó con toda atención sus consejos, sin hacer muchos comentarios. Por eso, Nicole quedó completamente atónita cuando, una hora más tarde, Nai, ardiendo de ira, los enfrentó a ella, así como a Max, Eponine y Ellie.

—Patrick me dice que ninguno de vosotros va a venir con nosotros —comenzó—. Ahora veo qué recompensa merecí por mi firme devoción de todos estos años… Arrastré a mis mellizos lejos de su propio hogar, nada más que por lealtad a vosotros, mis amigos… Los privé a Galileo, y Kepler de conocer jamás una niñez normal debido a mi respeto y mi admiración por ti, Nicole, mi modelo de vida… Y ahora, cuando les pido que por una sola vez me hagan un favor…

—Estás siendo injusta, Nai —interrumpió Ellie suavemente—. Todos te queremos y estamos profundamente perturbados por toda esta cuestión… Iríamos contigo y Galileo si creyéramos…

—¡Ellie, Ellie! —exclamó Nai, cayendo de rodillas ante su amiga y prorrumpiendo en llanto—. ¿Olvidaste todas las horas que pasé con Benjy en Avalon…? Sí, admito que lo hice por propia voluntad, ¿pero habría dado tanto de mí misma a Benjy si él no hubiera sido tu hermano y tú no hubieras sido mi mejor amiga…? Te quiero mucho, Ellie… Necesito tu apoyo… Por favor, por favor, ven con nosotros. Tú y Nikki, por lo menos…

Ellie también lloró. Antes que la confrontación hubiera terminado, no quedó un solo ojo seco en toda la habitación. Al final, Nai se disculpó profusamente con todos.

Nicole hizo una profunda inspiración y contempló el panorama desde el ventanal. Sabía que necesitaba una tregua después de todo ese torbellino emocional. Dos veces durante la tarde sintió punzadas de dolor en el pecho. «Ni siquiera todas esas sondas mágicas», pensó, «me pueden proteger si no me cuido».

El enorme Portaaviones estaba apostado a sólo varios centenares de metros. Era una imponente creación de ingeniería, mucho más grande, inclusive, que lo que había parecido cuando estuvo cerca de El Nodo. La espacionave estaba colocada de costado, de modo que desde el ventanal únicamente se podía ver una parte. La sección de arriba de El Portaaviones era un largo plano horizontal, interrumpido nada más que por pequeños y diseminados complejos de equipos y por las cúpulas transparentes, o burbujas, como se las había llamado en principio, situadas según un orden a todo lo largo y lo ancho del plano. Algunas de las cúpulas eran bastante grandes. Una, directamente enfrente del ventanal, se elevaba más de doscientos metros por encima del plano horizontal. Otras cúpulas eran muy pequeñas. Partes de once de las burbujas transparentes se podían ver desde el ventanal de observación. Durante el acercamiento de El Portaaviones esa tarde más temprano, cuando se pudo ver toda la espacionave, se había contado un total de setenta y ocho cúpulas.

La parte inferior de El Portaaviones tenía una superficie externa de color gris metálico. Se extendía por debajo del plano durante cerca de un kilómetro, con una suave pendiente en los flancos y una carena redondeada. Desde cierta distancia, la parte inferior parecía insignificante, en comparación con la vasta y plana superficie que tenía, cuando menos, cuarenta kilómetros de largo y quince de ancho. Sin embargo, bien de cerca se veía con claridad que esa opaca estructura contenía un enorme volumen.

Mientras Nicole observaba fascinada, una pequeña depresión en el costado del gris exterior, justo por debajo de la superficie, se expandió y aumentó de tamaño hasta convertirse en un tubo redondo que se desplazaba hacia afuera de El Portaaviones. El tubo se acercó a la estrella de mar y después, al cabo de unas correcciones micrométricas menores, se fijó en la esclusa principal de aire.

Nicole sonrió para sus adentros. «Nada más que otro día increíble de mi sorprendente existencia». Cambió de posición en la silla y sintió una leve incomodidad en la cadera. «Ojalá hubiera algo que yo pudiera hacer por Nai», se dijo, «pero hacer que todos se sacrifiquen por Galileo no es la solución correcta».

Sintió que la tocaban en el brazo y se volvió hacia el costado. Era Doctora Azul.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en colores la octoaraña.

—Mejor ahora, pero pasé algunos momentos malos hoy, a la tarde temprano.

Doctora Azul exploró a Nicole con el dispositivo de examen.

—Hubo por lo menos dos irregularidades importantes —le informó Nicole—. A ambas las recuerdo con toda claridad.

La octoaraña estudió los colores que destellaban en el pequeño monitor.

—¿Por qué no me llamaste? —preguntó.

—Pensé hacerlo, pero estaban pasando tantas cosas… Y supuse que estarías ocupada con los tuyos…

Doctora Azul le entregó una pequeña ampolla que contenía un líquido azul claro.

—Bebe esto —indicó—. Durante las próximas doce horas limitará tus reacciones cardíacas ante tensiones emocionales.

—¿Y seguiremos estando juntas, tú y yo —preguntó Nicole—, después que parta El Portaaviones…? No estudié con mucho cuidado tu parte de la lista.

—Sí —contestó Doctora Azul—. Al ochenta y cinco por ciento de nuestra especie se lo transfiere a El Nodo. Más de la mitad de las octoarañas que se muda a El Portaaviones son alternativas.

—Así que, amiga mía —dijo Nicole, después de beber el líquido—, ¿qué sacas en limpio de todo este asunto de la transferencia?

—Lo único que se nos ocurre —reflexionó Doctora Azul— es que todo este experimento llegó a un importante punto de bifurcación, y que a los dos grupos se los va a hacer intervenir en actividades absolutamente diferentes.

Nicole rio.

—Eso no es muy específico —opinó.

—No, no lo es —admitió la octoaraña.

Había ochenta y dos seres humanos y nueve octoarañas presentes en el refectorio cuando El Águila convocó la reunión para las reconsideraciones, cinco minutos después de que el último residente de la estrella de mar originariamente destinado para ser transferido a El Portaaviones hubiera partido por la esclusa de aire. Únicamente a aquéllos que habían solicitado de manera oficial la reconsideración se les permitió asistir a la reunión. Muchos otros miembros de todas las especies todavía se demoraban en la cubierta de observación y en los sectores de uso en común, hablando sobre el desfile de partida o esperando para enterarse del resultado de la reunión con El Águila, o ambas cosas.

Nicole estaba nuevamente en su puesto en el ventanal de observación. Sentada en la silla de ruedas, contemplaba El Portaaviones y reflexionaba sobre las escenas que había presenciado durante la hora anterior. La mayoría de los seres humanos que partían estaba de ánimo festivo, a las claras encantados de no tener que vivir más entre alienígenas. Se produjeron algunas despedidas tristes en la puerta que daba a la esclusa de aire, pero, en realidad, fueron sorprendentemente escasas.

A Galileo se le permitió pasar diez minutos con su familia y amigos en el sector de uso común. Patrick y Nai le habían asegurado al joven, que demostraba muy pocas emociones de cualquier clase, que ellos y su hermano Kepler, que todavía estaba empacando, se iban a unir con él en El Portaaviones antes que terminara la velada.

Galileo fue uno de los últimos seres humanos que abandonaban la estrella de mar. Lo siguió el pequeño contingente de avianos y mirmigatos. El material de la red neural y los melones maná restantes fueron empacados en grandes embalajes reforzados y los transportaba un contingente de robots de cubo. «Probablemente nunca volveré a ver a alguno de vuestra especie», pensaba Nicole cuando el aviano que cerraba la marcha se dio vuelta y lanzó un chillido de despedida a los circunstantes.

—Cada uno de ustedes —El Águila empezó la reunión en el refectorio— ha solicitado que se reconsidere su asignación y que se les permita cambiar su futuro hogar de El Nodo a El Portaaviones… En este momento deseo explicar dos diferencias más que hay entre los ambientes de vivienda de El Portaaviones y El Nodo. Si, después de sopesar esta nueva información, todavía desean que se les modifique el destino asignado, entonces les daremos cabida…

»Tal como les dije esta tarde, en El Portaaviones no habrá mezcla entre las especies. No sólo a cada especie se la va a aislar en su propio hábitat sino que tampoco habrá interferencia de índole alguna por parte de cualquier otra inteligencia, incluida aquélla que yo represento, en los asuntos de cada especie. No ahora, sino nunca. Cada especie de El Portaaviones estará librada a sí misma. En contraste, se va a supervisar la vida del mundo interespecies de El Nodo, no de modo tan intenso como aquí, en la estrella de mar, pero supervisar de todas maneras. Estamos convencidos de que la atención y la vigilancia son esenciales cuando especies diferentes están viviendo juntas…

»El segundo factor adicional puede ser el más importante de todos. No habrá reproducción en El Portaaviones. A todos los individuos, de todas las especies, que habiten en ese vehículo se los esterilizará para siempre. Todo elemento necesario para llevar una vida larga y feliz se proveerá a quienes vivan en El Portaaviones, pero a nadie se le permitirá reproducirse. En cambio, en El Nodo no se impondrán restricciones para la reproducción…

»Por favor, permitidme terminar —dijo El Águila, cuando varios miembros del público trataron de interrumpir con preguntas—, cada uno de vosotros tiene dos horas más para decidirse… Si todavía deseáis que se os transfiera a El Portaaviones, limitaos a traer los bolsos que ya preparasteis y pídanle a Cubo Grande que abra la esclusa de aire…

A Nicole no la sorprendió que Kepler ya no quisiera pasarse a El Portaaviones. Estaba claro que al joven le había resultado difícil decidirse, y que solicitó la reconsideración únicamente por lealtad a su madre. Desde entonces había pasado la mayor parte de la tarde con María, a la que evidentemente adoraba.

Kepler puso en la lista a todos los componentes de la ampliada familia, en caso de que hubiera una discusión con su madre, pero no se generó disputa alguna. Nai estuvo de acuerdo en que a Kepler no se lo debía privar del placer de ser padre; hasta sugirió, con toda magnanimidad, que Patrick podría querer reevaluar su propia decisión, pero su marido fue rápido para señalar que ella ya había pasado la edad de tener hijos y que, además, él ya había sido padre, en muchos sentidos, de Galileo y Kepler.

A Nicole, Patrick, Nai y Kepler se los dejó a solas en uno de los departamentos, para que se dijeran el último adiós. Fue un día de lágrimas y emociones exaltadas. Los cuatro estaban agotados, desde el punto de vista emocional. Dos madres les dijeron adiós para siempre a dos hijos. Hubo una tocante simetría en los comentarios finales. Nai le pidió a Nicole que guiara a Kepler con su sabiduría; Nicole, a su vez, le pidió a Nai que le siguiera brindando a Patrick su amor incondicional y desinteresado.

Después, Patrick levantó los dos pesados bolsos y se los echó al hombro. Mientras Nai y él salían por la puerta, Kepler se mantuvo de pie al lado de la silla de ruedas, sosteniéndole a Nicole la enflaquecida mano. Fue sólo después que la puerta se cerró, que el río de lágrimas fluyó de los ojos de ésta.

«Adiós, Patrick», pensó, con el corazón transido. «Adiós, Geneviève, Simone y Katie. Adiós, Richard».