5

Era temprano por la mañana, antes que la mayor parte de los seres humanos hubiera despertado. Nicole había estado afuera, en el largo vestíbulo, durante media hora, experimentando con los controles que estaban sobre el brazo de la silla de ruedas. La sorprendió el que la silla se pudiera desplazar tan veloz como silenciosamente. Mientras corría pasando frente a las salas de deliberación ubicadas a mitad de camino del corredor de un kilómetro de largo, se preguntaba qué clase de tecnología avanzada contenía la caja metálica sellada que había debajo del asiento. «A Richard le habría encantado esta silla», pensaba. «Probablemente habría tratado de desarmarla».

Pasó junto a algunos seres humanos que estaban en el vestíbulo, la mayoría de los cuales andaba arrastrando los pies, en el intento de hacer una caminata como ejercicio matutino. Nicole rio para sus adentros cuando dos de los que caminaban pesadamente se corrieron con rapidez para darle paso. «Debo de tener un aspecto muy extraño», pensó, «una vieja de cabello gris yendo por el corredor en silla de ruedas, como una exhalación».

Dio la vuelta a la esquina inmediatamente después de ponerse al lado del tren pequeño, que transportaba un puñado de pasajeros hacia las zonas de uso en común para tomar un desayuno temprano. Siguió apretando el botón de aceleración de la silla hasta que fue más rápido que el tren. La gente que iba a bordo la contempló con asombro mientras los dejaba atrás. Nicole los saludó agitando la mano y sonrió. Instantes después, sin embargo, cuando una puerta que estaba a cien metros adelante de ella se abrió de repente y dos mujeres salieron al corredor, Nicole se dio cuenta de que no era conveniente que manejara tan rápido. Redujo la velocidad, todavía riéndose para sí con risita cascada, por la emoción que la velocidad le había producido.

Mientras manejaba cerca de su propio departamento, vio a El Águila parado al final del rayo, en el punto en que éste se fusionaba con el anillo que circundaba la estrella de mar. Condujo la silla hasta ponerse junto al alienígena.

—Parece que te estás divirtiendo —comentó éste.

—Así es —asintió Nicole, lanzando una carcajada—. Esta silla es un juguete fantástico. Casi me hizo olvidar el dolor de la cadera.

—¿Dormiste bien anoche?

—Mucho mejor, gracias. Tal como tú y yo conversamos, dormí de costado, con la cadera lesionada arriba. A propósito, lo que fuera que me diste anoche realmente redujo la molestia.

El Águila hizo un ademán en dirección a un salón situado del otro lado del anillo.

—Vamos para allá, por favor —dijo el alienígena—. Me gustaría hablarte en privado.

Nicole condujo la silla a través del anillo principal, hasta que llegó a la rampa que llevaba al salón. El Águila, que caminaba detrás de ella, le hizo un gesto para que continuara. Una docena de octoarañas estaba sentada alrededor de la habitación. El Águila y Nicole eligieron un lugar ubicado hacia la derecha, donde podían estar a solas.

El Portaaviones ya casi terminó su tarea en El Nodo —informó El Águila—. Dentro de doce horas, contadas desde ahora, hará una breve escala cerca de este vehículo para recoger algunos pasajeros más… Después del almuerzo anunciaré quiénes se van a mudar a El Portaaviones.

Se volvió y miró directamente a Nicole con sus ojos azul intenso.

—Algunos de los seres humanos no van a encontrar mi anuncio de su agrado… Después que se tomó la decisión de dividir a tu especie en dos grupos separados, de inmediato me resultó patente que sería imposible conseguir una división que no produjera la infelicidad de alguna gente… Querría algo de ayuda tuya para lograr que este proceso sea lo más fluido posible.

Nicole estudió el notable rostro y los ojos de su acompañante alienígena. Creyó recordar haber visto, una sola vez antes, una mirada similar de El Águila. «Allá en El Nodo», rememoró, «cuando se me pidió que hiciera la videograbación».

—¿Qué es lo que deseas que haga? —preguntó.

—Hemos decidido permitir un cierto grado de flexibilidad en este proceso. Aunque todas las personas que figuran en la lista de transferencia deben aceptar su asignación, permitiremos que algunos de aquéllos que estén destinados a El Nodo soliciten que se reconsidere su designación. Puesto que no habrá interacciones entre los dos vehículos, en el caso de intensos vínculos emocionales, por ejemplo, no querríamos forzar…

—¿Me estás diciendo —lo interrumpió Nicole— que esta escisión puede dividir familias en forma permanente?

—Sí, puede. En unos pocos casos, a un marido o una esposa se los destinó a El Portaaviones, mientras que el cónyuge está en la lista para El Nodo. De manera análoga, hay algunos casos en los que padres e hijos serán separados…

—¡Por Dios! —exclamó Nicole—. ¿¡Cómo demonios puedes tú, o cualquiera, decidir separar, de manera arbitraria, a un marido y una esposa que eligieron vivir juntos, y pretender que estén felices…!? Vas a tener suerte si no se produce una sublevación generalizada después que hagas el anuncio.

El Águila vaciló algunos segundos.

—No hubo arbitrariedad en absoluto en nuestro proceso —dijo por fin—. Desde hace meses estuvimos estudiando cuidadosamente voluminosos datos sobre cada uno de los seres que actualmente habita la estrella de mar. Los archivos abarcan información completa de todos los años en Rama también… Aquéllos a los que se destinó a El Portaaviones no satisfacen, por una razón o por otra, los criterios que consideramos necesarios para transferirlos a El Nodo.

—¿Y cuáles son, con exactitud, esos criterios? —preguntó Nicole con rapidez.

—Todo lo que te puedo decir ahora es que El Nodo contendrá un ambiente de habitación interespecies… Aquellos miembros de una especie que tienen capacidad limitada de adaptación fueron destinados a El Portaaviones —contestó El Águila.

—Eso me suena —dijo Nicole después de algunos segundos— como si, por algún motivo, a un subconjunto de los seres humanos del Grand Hotel se lo hubiera rechazado y no encontrado «aceptable»…

—Si es que comprendo tu elección de vocablos —interrumpió ahora El Águila—, estás dando a entender que esta escisión divide los dos grupos sobre la base de los méritos. Ése no es exactamente el caso. Es nuestra creencia que la mayor parte de los que se encuentran en cada uno de los grupos estará, a la larga, más feliz en el ambiente al que se lo asignó.

—¿Aun sin sus cónyuges e hijos? —puntualizó Nicole. Frunció el ceño—. A veces me pregunto si verdaderamente observaste lo que impele a la especie humana. Los «vínculos emocionales», para usar tus palabras, son, por lo común, el componente esencial de la felicidad de cualquier ser humano…

—Sabemos eso —dijo El Águila—. Hicimos una revisión especial de todos y cada uno de los casos en los que se desharía una familia por la escisión y, como resultado, hicimos algunos ajustes. En nuestra opinión, las restantes divisiones de familias, que no son tan numerosas como esta discusión podría sugerir, están, todas, apoyadas por los datos provenientes de la observación.

Nicole miró con fijeza a El Águila y sacudió la cabeza vigorosamente.

—¿Por qué esta escisión nunca se mencionó antes…? Ni siquiera una vez, en todas las conversaciones sobre la inminente transferencia, llegaste a sugerir siquiera que se nos iba a dividir en dos grupos…

—No nos habíamos decidido hasta hace bastante poco. Recuerda que nuestra intercesión en los asuntos de Rama nos llevó a poner nuestra matriz de planeamiento en un régimen de contingencia… Una vez que estuvo claro que alguna clase de escisión sería necesaria, no quisimos perturbar el statu quo

—Mentira —dijo Nicole de pronto—. No creo eso ni por un momento. Tú sabías desde hacía mucho lo que iban a hacer… Simplemente no quisiste escuchar objeción alguna…

Mediante los controles que había en el brazo de la silla, giró y quedó dándole la espalda a su interlocutor alienígena.

—No —dijo con firmeza—, no voy a ser tu cómplice en este asunto… y me enoja que hayas comprometido mi integridad al no decirme la verdad antes de ahora…

Apretó el botón de aceleración y empezó a rodar hacia el corredor principal.

—¿No hay algo que pueda hacer para que cambies de opinión? —preguntó El Águila, siguiéndola.

Nicole se detuvo.

—Sólo puedo imaginar un modo en el que yo te ayudaría. ¿Por qué no explicas las diferencias entre los dos ambientes de habitación y permites que cada miembro de cada especie decida por sí mismo?

—Temo que no puedo hacer eso —manifestó El Águila.

—Pues entonces, no me incluyas —dijo Nicole, volviendo a poner en marcha la silla de ruedas.

Nicole estaba de pésimo humor cuando llegó a la puerta de su departamento. Se inclinó hacia adelante e ingresó la combinación en el panel de la puerta.

—Patrick y mamá te están buscando —dijo Kepler unos segundos después—. Se preocuparon cuando no te encontraron en el vestíbulo.

Nicole pasó ante el joven y entró en la habitación. Benjy salió del baño sólo con una toalla envuelta alrededor del cuerpo.

—Hola, ma-má —dijo con amplia sonrisa. Advirtió su gesto de disgusto y se apuró a acercarse a ella—. ¿Qué pasa? —preguntó—. ¿No te ha-habrás las-ti-mado o-tra vez?

—No, Benjy —dijo Nicole—. Estoy bien. Simplemente tuve una conversación perturbadora con El Águila.

—¿So-bre qué? —preguntó Benjy, tomándole la mano.

—Te lo diré más tarde… después que te seques y te vistas.

Benjy sonrió y besó a su madre en la frente, antes de volver al baño. La sensación de vacío en el estómago que Nicole experimentaba durante su conversación con El Águila, volvió en ese momento. «¡No Benjy; seguramente El Águila no estaba tratando de decirme que nos íbamos a separar de Benjy!». Recordó el comentario de El Águila respecto de las «facultades limitadas» y empezó a sentir pánico. «¡No ahora! Por favor, no ahora. ¡No después de todo este tiempo!»

Nicole pensó en un momento especial que tuvo lugar años atrás, cuando la familia estuvo en El Nodo por primera vez. Ella estaba sola en su dormitorio. Benjy entró, vacilante, para averiguar si era bienvenido para unirse a la familia en el viaje de regreso al sistema solar. Se había sentido inmensamente aliviado al descubrir que no se lo iba a separar de su madre. «Ya sufrió suficiente», se dijo Nicole, recordando que a Benjy se lo había destinado a Avalon mientras ella estaba presa en Nuevo Edén. «El Águila debe de saber eso, si es que verdaderamente estudió todos los datos».

A pesar de sus intentos conscientes por mantener la calma, no podía reprimir la combinación de miedo y frustración que estaba surgiendo en su interior. «Habría preferido morir durante mi sueño», pensó con amargura, temiendo lo peor. «No puedo decirle adiós a Benjy ahora. Eso destrozaría su corazón… y el mío también».

Una lágrima solitaria se le escapó del ojo izquierdo y rodó por la mejilla.

—¿Está usted bien, señora Wakefield? —preguntó un preocupado Kepler.

—Sí, gracias, Kepler —contestó Nicole, enjugándose la cara con el dorso de la mano. Sonrió—. Los viejos somos muy emotivos. No hay de qué preocuparse.

Hubo un suave llamado en la puerta. Kepler fue a responderlo. Patrick y Nai entraron en la habitación, seguidos por El Águila.

—Encontramos a este amigo tuyo en el vestíbulo, mamá —dijo Patrick, dándole un beso—. Nos dijo que vosotros dos habíais estado deliberando… Nai y yo estábamos preocupados…

El Águila avanzó hasta pararse al lado de Nicole.

—Había otro asunto que también deseaba conversar contigo —anunció—. ¿Te sería posible encontrarte conmigo afuera, durante otro par de minutos?

—Supongo que no tengo alternativa —accedió Nicole—, pero no voy a cambiar de opinión…

Un tren lleno pasó junto a El Águila y Nicole en el preciso momento en que salían del departamento.

—¿De qué se trata? —preguntó ella con impaciencia.

—Quería informarte que todas las diferentes manifestaciones de la especie sésil, así como los avianos que quedan, estarán en el grupo que se transferirá a El Portaaviones esta noche. Si todavía te quedan deseos, como me indicaste una vez durante una conversación, poco después de que despertaste aquí, de interactuar con los sésiles y de experimentar lo que Richard describió como…

—Dime algo primero —lo interrumpió Nicole, aferrándole el antebrazo con fuerza sorprendente—. ¿Van a separamos a Benjy y a mí con esa escisión que vas a anunciar esta tarde?

El Águila vaciló durante varios segundos.

—No, a vosotros no —dijo por fin—, pero no debo darte detalles…

Nicole lanzó un suspiro de alivio.

—Gracias —dijo simplemente, logrando hacer una sonrisa.

Hubo un silencio prolongado.

—Los sésiles —volvió a empezar El Águila— no volverán a ser asequibles para ti después…

—Sí, sí —dijo Nicole—. Es una gran idea. Muchas gracias. Me gustaría presentarle mis respetos a un sésil… Después del desayuno, claro…

Los robots de cubo más pequeños eran mucho más evidentes en el rayo que alojaba a los avianos y los sésiles. El rayo estaba dividido en varias regiones separadas, mediante paredes que iban desde el piso hasta el techo. Los cabeza de cubo vigilaban las entradas y salidas de estas regiones, y también estaban apostados en cada una de las paradas de los trenes.

Los avianos y sésiles vivían en la parte posterior del rayo, en el último de los complejos separados. Cuando llegaron El Águila y Nicole, tanto un cabeza de cubo como un aviano estaban haciendo guardia en la entrada. El Águila parloteó y chilló en respuesta a una serie de preguntas del aviano. Después que ingresaron en el complejo, un mirmigato se les acercó. Empezó a comunicarse con El Águila en emisiones breves y entrecortadas de sonido de alta frecuencia originado en el pequeño orificio circular que tenía debajo de los ovalados ojos marrón oscuro de mirada tierna. Nicole se maravilló de la fidelidad que tenía la sibilante respuesta de El Águila. También observó, fascinada, cómo el segundo par de ojos del mirmigato, unido a pedúnculos que se elevaban de diez a doce centímetros por encima de la cabeza, seguía girando y explorando los alrededores. Cuando El Águila terminó la conversación con el mirmigato, el ser de seis extremidades, parecido a una gigantesca hormiga cuando se quedaba quieto, corrió por el vestíbulo con la velocidad y la gracia de un gato.

—Saben quién eres —dijo El Águila—. Les encanta que hayas venido a visitarlos.

Nicole miró fijo a su acompañante.

—¿Cómo me conocen? Sólo en ocasiones vi a algunos de ellos en los sectores para uso común, y nunca interactué realmente…

—Tu marido es un dios para esta especie… Ninguno de ellos estaría aquí si no hubiera sido por él. Te conocen por las imágenes que había en el interior de la memoria de Richard…

—¿Cómo es posible? Richard murió hace dieciséis años…

—Pero el registro de su permanencia con ellos está cuidadosamente conservado en su memoria. Todo mirmigato emerge de su melón maná con importantes conocimientos sobre los componentes clave de su propia cultura e historia… El proceso embrionario que tiene lugar en el interior del melón no sólo brinda nutrición física para el ser que está creciendo y desarrollándose sino que, también, trasmite información crítica directamente al cerebro o su equivalente, de todos modos, del mirmigato cría.

—¿Me estás diciendo que estos seres empiezan su educación antes de nacer? ¿Y de que dentro de esos melones maná que yo solía comer hay guardados conocimientos que, de alguna manera, se implantan en la mente de los mirmigatos nonatos?

—Exactamente. No veo por qué tendrías que estar tan asombrada. Desde el punto de vista físico, estos seres no llegan, ni por asomo, a tener la complejidad de tu especie. El proceso de desarrollo embrionario de un ser humano es vastamente más sutil y complicado que el de ellos. Vuestros recién nacidos llegan al mundo con una pasmosa panoplia de atributos y facultades físicas. Pero los infantes humanos siguen dependiendo de otros miembros de la especie, tanto para su supervivencia como para su educación. Los mirmigatos nacen más «inteligentes» y, en consecuencia, más independientes, pero cuentan con mucho menos potencial para el pleno desarrollo intelectual.

Ambos oyeron un sonido penetrante que provenía de un mirmigato que estaba en el corredor, a unos cincuenta metros.

—Nos está llamando —dijo El Águila.

Nicole hizo avanzar lentamente su silla de ruedas y la puso en una velocidad que fuese de acuerdo con la de marcha de El Águila.

—Richard nunca me dijo que estos seres conservan la información de una generación a la siguiente.

—No lo sabía —dijo El Águila—. Pero dedujo su ciclo metamórfico y que los mirmigatos trasmitían información a la red o telaraña neural o como quiera que se deba denominar la manifestación final… Pero ni siquiera sospechó que los elementos más importantes de esa información colectiva también estaban almacenados en los melones maná, y que se trasmitían a la siguiente generación… Huelga decir que es un mecanismo muy fuerte de supervivencia.

Nicole estaba fascinada por lo que El Águila le estaba diciendo. «Imaginemos», pensaba, «si, de algún modo, los niños humanos pudieran nacer sabiendo ya lo esencial de nuestra cultura e historia. Supongamos que algo como la placenta contuviera, en forma comprimida, suficiente información… Suena imposible, pero no puede serlo. Si una sola forma de vida, por lo menos, puede hacerlo, entonces, con el paso del tiempo…»

—¿Cuántos datos se trasmiten desde los melones maná a los recién nacidos de la especie? —preguntó mientras se acercaban al mirmigato que les hacía señas para que se aproximaran.

—Alrededor de un milésimo del uno por ciento de la información existente en un espécimen completamente maduro, como aquél en el que Richard residió. La función primordial de la manifestación final de la especie es la de manipular, procesar y comprimir los datos y obtener un paquete para su inclusión en los melones maná… Exactamente cómo funciona este proceso de administración de datos es algo que hemos estado estudiando…

»A propósito, la red neural con la que te vas a encontrar en los próximos minutos fue, al comienzo, nada más que una pequeña hilacha de material, que contenía datos críticos comprimidos mediante lo que debe de ser un brillante algoritmo… Hemos estimado que en ese pequeño cilindro que Richard transportó a Nueva York hace años había un contenido de información equivalente a la capacidad de memoria de cien cerebros de adultos humanos.

—Asombroso —comentó Nicole, meneando la cabeza.

—Y eso es sólo el principio —siguió El Águila—. Cada uno de los cuatro melones maná que transportó Richard tenía su propio juego de datos comprimidos, con leves diferencias, podría yo agregar. Todos germinaron dando mirmigatos en el zoológico de las octoarañas. La red neural ahora contiene todas esas experiencias también… Espero que estés lista para vivir toda una aventura.

Nicole detuvo la silla.

—¿Por qué no me dijiste todo esto antes? Pude haber pasado más tiempo…

—Lo dudo —interrumpió El Águila—. Tu primera prioridad era restablecer las conexiones con tu propia especie… No creo que hubieras estado lista para esto antes de ahora.

—Me estuviste manipulando al controlar lo que yo veía y experimentaba —dijo Nicole sin resentimiento.

—Puede ser —respondió El Águila.

Se sentía sorprendentemente temerosa cuando finalmente se encontró de cerca con la red neural. Entró con El Águila en una sala no muy diferente del departamento que ella compartía en el rayo reservado para los seres humanos. Un par de mirmigatos estaba detrás de ellos, contra la pared. La red o telaraña sésil ocupaba alrededor del quince por ciento de la parte posterior de la habitación, en el rincón derecho. Había un hueco en el centro del denso y suave material blanco, hueco que era apenas saliente para permitir el ingreso de Nicole y su silla de ruedas. Nicole obedeció la solicitud de El Águila, de que se recogiera las mangas de la camisa y se levantara el vestido hasta por encima de las rodillas.

—Supongo —aventuró entonces con cierto azoramiento— que la red espera que yo conduzca hasta ese espacio, y que va a envolver sus filamentos alrededor de mi cuerpo.

—Sí —contestó El Águila—, y uno de los mirmigatos le indicó que te libere no bien lo pidas… Me quedaré aquí todo el tiempo, si es que eso te brinda algún alivio.

—Richard —dijo Nicole, demorando su ingreso— me dijo que se tardaba mucho tiempo antes que se estableciera una verdadera comunicación…

—Eso no será problema ahora, por cierto. Parte de la información que se conserva en los datos originales eran datos relativos a métodos que se podrían utilizar para comunicarse con los seres humanos en forma eficaz.

—Muy bien, entonces —decidió Nicole, pasándose la mano nerviosamente por el cabello—, allá voy. Deséame suerte.

Condujo la silla hacia el hueco que había en la algodonosa red y apagó el motor. En menos de un minuto, el ser la había rodeado, y ella ni siquiera pudo ver el contorno de El Águila en el otro lado de la habitación. Trató de tranquilizarse. «Esto no me va a doler», se dijo, mientras sentía centenares, primero, y después miles, de diminutos filamentos que se le adherían a brazos, piernas, cuello y cabeza. Tal como esperaba, la densidad de filamentos era mayor alrededor de la cabeza. Recordó la descripción que hizo Richard: «Los filamentos individuales eran increíblemente delgados, pero debían de tener partes muy agudas por debajo. Ni siquiera me di cuenta de que estaban metidos muy adentro de las capas externas de mi piel, hasta que traté de arrancarme uno».

Nicole contempló una masa particular de filamentos, a cerca de un metro de su cara. Mientras ese ganglio se desplazaba lentamente hacia ella, los demás elementos de la delicada malla cambiaban de posición. Un escalofrío le bajó por la espalda. Su mente aceptó, finalmente, que la red que la rodeaba era un ser vivo. No fue sino instantes después que comenzaron las imágenes.

Se dio cuenta de inmediato de que el sésil estaba leyendo de su memoria. Imágenes de épocas anteriores de su vida relampaguearon en su mente a fantástica velocidad; ninguna de ellas se demoró lo suficiente como para provocar una emoción siquiera. No había orden en las imágenes. A una remembranza de la niñez, del bosque que estaba detrás del hogar en el suburbio parisiense de Chilly-Mazarin, la siguió una imagen de María riendo de buena gana por uno de los cuentos de Max.

«Ésta es la etapa de transferencia de datos», pensó recordando el análisis hecho por Richard del tiempo que pasó en el interior de la red neural. «El ser está copiando mi memoria en la suya. A muy alta velocidad». Se preguntó brevemente qué demonios haría el sésil con todas las imágenes que le estaba tomando de la memoria. Entonces, en forma súbita, con los ojos de la mente vio, con toda claridad, a Richard mismo en una habitación grande que tenía un mural vasto e incompleto en las paredes. La imagen se convirtió en toda una película que tenía lugar en la habitación. La nitidez de los fotogramas individuales era sobrecogedora; Nicole sentía como si hubiera estado mirando un televisor cromático situado en alguna parte del interior de su cerebro. Hasta podía ver los detalles del mural. Mientras observaba, un mirmigato atrajo la atención de Richard hacia partes específicas de las pinturas que había en las paredes. Alrededor de la sala, una docena más de mirmigatos trazaba bocetos o pintaba las secciones no terminadas del mural.

El trabajo artístico era espléndido. Todo eso había sido creado para brindarle a Richard información sobre lo que él podía hacer para ayudar a que la especie alienígena sobreviviera. Parte del mural era un manual de la biología de la especie, que explicaba, mediante ilustraciones, las tres manifestaciones que adoptaban (melón maná, mirmigato, y sésil o red neural) y las relaciones existentes entre ellas. Las imágenes que veía Nicole eran tan nítidas que sentía que se la había transportado a la sala en la que había estado Richard. En consecuencia, se sobresaltó cuando la película interna que estaba mirando repentinamente sufrió una discontinuidad por salto temporal, y presentó la imagen del último adiós entre Richard y su guía mirmigato.

Ambos estaban en un túnel, en el fondo del cilindro marrón. La película se demoró cariñosamente en cada detalle de esa despedida final. El barbado Richard parecía estar incómodo llevando, en la mochila que tenía a la espalda, los cuatro pesados melones maná, dos coriáceos huevos de aviano y el cilindro de material sésil. Pero hasta Nicole, al ver la decisión que se leía en sus ojos cuando partió del hábitat mirmigato condenado a la destrucción, pudo entender por qué él era todo un héroe para esa especie. «Arriesgó la vida», se recordó, «para salvarlos de la extinción».

Más imágenes vinieron en aluvión a su mente, imágenes del zoológico de las octoarañas, que registraban sucesos posteriores a la germinación de los melones maná transportados por Richard a Nueva York. A pesar de la claridad que tenían, Nicole no siguió esas imágenes con mucha atención, todavía estaba pensando en Richard. «Desde que desperté no me permití extrañar tu compañía», se dijo, «porque creía que un comportamiento semejante demostraba debilidad. Ahora, al ver tu rostro otra vez con tanta claridad, y al recordar lo mucho que compartimos, me doy cuenta de cuán ridículo es forzarme a mí misma a no pensar en ti. Si sobrevivimos a aquéllos que hemos amado, ¿por qué no puede ser una perfectamente admisible fuente de placer volver a vivir los aspectos sobresalientes de ese amor?»

La fugaz imagen de tres seres humanos, un hombre, una mujer y un diminuto bebé pasó con celeridad por la mente de Nicole, atrayendo su atención. «¡Aguarda», casi gritó en voz alta, «retrocede! ¡Había algo que yo deseaba ver!» La red neural no leyó su mensaje; continuó con la secuencia de imágenes. Nicole suspendió sus pensamientos sobre Richard y se concentró resueltamente en las que aparecían en el televisor que tenía dentro del cerebro.

Menos de un minuto después volvió a ver al trío, pasando con el cuidador del zoológico octoarácnido delante del frente del sector que alojaba a los mirmigatos. María estaba en los brazos de su madre. Su padre, un hombre moreno y buen mozo con sienes canosas, arrastraba una de las piernas, como sí estuviera rota. «Nunca antes vi a ese hombre», pensó Nicole. «Lo habría recordado».

No hubo más imágenes de María ni de sus padres. El flujo que corría por la mente de Nicole mostró la transferencia de los mirmigatos a otra jurisdicción, lejos del zoológico y de la Ciudad Esmeralda, algún tiempo antes que comenzara el bombardeo. Nicole suponía que la última secuencia que se le estaba mostrando había tenido lugar durante la hora en que todos los seres humanos y octoarañas de Rama dormían. «No mucho tiempo después de eso», pensó, «si entiendo su ciclo vital correctamente, los cuatro mirmigatos provenientes de los melones de Richard se convirtieron en material de red… con todos estos recuerdos intactos».

Las imágenes ahora eran por completo diferentes. Estaba viendo algunas escenas que, según creía, pertenecían al planeta natal de los sésiles. Recordó que Richard le había descrito esas imágenes durante el tiempo que estuvieron juntos, después que ella escapara de Nuevo Edén.

Al entrar en la red, Nicole había colocado a propósito la mano derecha al lado del panel de control de su silla de ruedas. Cuando apretó el botón de encendido y, después, el de marcha atrás, el leve movimiento de la silla se registró de inmediato en el sésil. Las imágenes se detuvieron al punto y, acto seguido, los filamentos se retrajeron.