REGRESO A EL NODO

1

Los sueños llegaron antes que la luz. Eran sueños desconectados, imágenes al azar que, en ocasiones, se expandían, produciendo conjuntos cortos y unificados sin propósito o dirección aparentes. Colores y patrones geométricos fueron los primeros que recordó. Nicole no podía hacer memoria de cuándo habían comenzado. En un momento dado pensó, por primera vez, «Soy Nicole. Todavía debo de estar viva», pero eso había sido hacía mucho tiempo. Desde ese entonces vio, con los ojos de la mente, escenas completas, comprendidos los rostros de otra gente. Reconoció algunos. «Ése es Omeh», se dijo. «Ése es mi padre». Sentía tristeza a medida que despertaba. Richard aparecía en sus últimos sueños. Y Katie. «Ambos están muertos», recordó. «Murieron antes que me fuera a dormir».

Cuando abrió los ojos, aún no podía ver nada. La oscuridad era completa. Lentamente adquirió más conciencia de lo que la rodeaba. Dejó caer las manos a los lados, y con los dedos sintió la suave textura de la espuma. Se puso de costado con muy poco esfuerzo. «Debo de carecer de peso», pensó, mientras su mente empezaba a funcionar después de años de haber estado aletargada. «Pero ¿dónde estoy?», se preguntó, antes de volver a quedarse dormida.

La siguiente vez que despertó, pudo ver una solitaria fuente de luz en el otro extremo del receptáculo cerrado en que se hallaba acostada. Sacudió los pies para liberarlos de la espuma blanca y los mantuvo en alto, delante de la luz. Estaban cubiertos con chinelas de color claro. Extendió las piernas para ver si podía tocar la fuente de luz con los dedos, pero la tenía demasiado lejos.

Se puso las manos delante de los ojos. La luz era tan tenue que no podía ver detalle alguno, sólo un contorno oscuro que le recorría el borde de todos los dedos. En el receptáculo no había suficiente espacio como para que se sentara, pero se pudo arreglar para llegar hasta la tapa con una mano, si se sostenía alzada con la otra. Apretó los dedos contra la suave espuma. Detrás de ésta había una superficie dura, madera o, posiblemente, hasta metal.

La leve actividad la cansó. Respiraba con rapidez y el ritmo cardíaco se le había acelerado. La mente se le puso más alerta; recordó con claridad los últimos instantes, antes de ponerse a dormir en Rama. «Vino El Águila», pensó, «justo después que yo encontrara esa bebé en el Dominio Alternativo… Entonces, ¿dónde estoy ahora? ¿Y cuánto tiempo he dormido?»

Oyó unos golpes suaves en el receptáculo y se volvió a tender de espaldas en la espuma. «Alguien vino. Mis preguntas tendrán respuesta pronto». La tapa del receptáculo era levantada despacio. Se protegió los ojos de la luz. Vio la cara de El Águila y oyó su voz.

Los dos estaban sentados en una gran sala. Todo era blanco, las paredes, el techo, la pequeña mesa redonda que tenían delante, hasta los asientos, la taza, el bol y la cuchara eran blancos. Nicole tomó otro sorbo de la sopa caliente, tenía gusto a caldo de pollo. A su izquierda, el receptáculo blanco en el que había permanecido estaba apoyado contra la pared. No había más objetos en la sala.

—… Alrededor de dieciséis años en total, tiempo de viajero, naturalmente —estaba diciendo El Águila. «Tiempo de viajero», pensó Nicole. «Ése es el mismo término que usó Richard»—… No retrasamos tu envejecimiento tan eficazmente como antes, nuestros preparativos fueron un tanto apresurados.

A pesar de la falta de peso, a Nicole le parecía que cada acción física era un esfuerzo monumental. Sus músculos habían permanecido inactivos durante mucho tiempo. El Águila la ayudó a recorrer, con lentitud y arrastrando los pies, los pocos pasos que separaban el receptáculo y la mesa. Las manos le temblaron un poco mientras bebía el agua y tomaba la sopa.

—¿Así que ahora tengo cerca de ochenta años? —preguntó con voz vacilante, voz a la que apenas si pudo reconocer.

—Más o menos —contestó el alienígena—. Sería imposible darte una edad que tuviera sentido.

Desde el otro lado de la mesa, Nicole miró con fijeza a su compañero. El Águila tenía el mismo aspecto de siempre. Los ojos verdeazulados, a cada lado del sobresaliente pico gris, no habían perdido en absoluto su intensidad mística. Las plumas de la parte de arriba de la cabeza seguían siendo de un blanco puro, contrastando netamente con las gris oscuro de rostro, cuello y espalda. Los cuatro dedos de cada mano, color blanco crema y desprovistos de plumas, eran tan suaves como los de un niño.

Nicole estudió sus propias manos por primera vez. Estaban agostadas y descoloridas por las manchas de la edad. Las volvió y en alguna parte de la memoria oyó una carcajada.

«Consunción», decía Richard. «¿No es una gran palabra? Significa que está más agostado que “agostado”… Me pregunto si alguna vez tendré la oportunidad de usarla…» El recuerdo se desvaneció. «Mis manos padecen consunción», pensó Nicole.

—¿Nunca envejeces? —le preguntó a El Águila.

—No —contestó él—, no, al menos, en el sentido en que vosotros empleáis la palabra… Se me mantiene en forma regular y a los subsistemas que exhiben una degradación del rendimiento se los cambia.

—¿Entonces nunca morirás?

Vaciló un instante.

—Eso no es completamente exacto. Al igual que a todos los miembros de mi grupo, se me creó con un propósito específico. Si ya no hubiera necesidad de que existiera, y no se me pudiera programar con prontitud para cumplir alguna función nueva y necesaria, entonces se me desenergizaría.

Nicole empezó a reír, pero se contuvo.

—Discúlpame —dijo—, sé que no es divertido… pero tu elección de las palabras me resultó muy peculiar… «Desenergizado» es una…

—También es la palabra correcta —afirmó El Águila—. Dentro de mí hay varias fuentes diminutas de energía, así como complejos sistemas para distribuirla. Todos los elementos energéticos son, esencialmente, modulares y, en consecuencia, transferibles de uno de nosotros a otro. Si ya no se me necesitara, se podrían sacar los elementos y emplear en otro ser.

—Como un trasplante de órganos —comentó Nicole, terminando su agua.

—En cierto sentido. Y eso me lleva a otro asunto… Durante tu prolongado sueño, tu corazón dejó de latir dos veces, la segunda inmediatamente después que llegamos aquí, en el sistema Tau de la Ballena… Hemos conseguido mantenerte viva con medicamentos y estimulación mecánica, pero ahora tu corazón está extremadamente débil… Si deseas llevar una vida activa durante un lapso adicional apreciable, necesitarás considerar la posibilidad de cambiar tu corazón.

—¿Es por eso que me dejaste ahí dentro (Nicole señaló el receptáculo) durante tanto tiempo? —preguntó.

—En parte, sí —dijo El Águila. Ya le había explicado que la mayoría de los demás viajeros de Rama estaba despierta desde mucho antes; algunos, hacía como un año, y estaban viviendo en condiciones de apiñamiento en otra jurisdicción no muy lejana—. Pero también nos preocupaba lo cómoda que pudieras estar en la estrella de mar transformada… Renovamos esa espacionave aprisa, por lo que no hay muchas comodidades… También estábamos preocupados porque tú eres, de lejos, nuestro sobreviviente humano más anciano…

«Así es», se dijo Nicole. «El ataque de las octoarañas barrió a todos los que tenían más de cuarenta años, más o menos… Soy la única persona vieja que queda…»

El Águila dejó de hablar durante un instante. Cuando Nicole volvió a mirar al alienígena, los ojos hipnotizantes de él parecían estar expresando una emoción.

—Además, eres especial para nosotros… desempeñaste un papel clave en este esfuerzo…

«¿Es posible», pensó Nicole de repente, contemplando aún los fascinantes ojos de El Águila, «que este ser electrónico realmente tenga sentimientos? ¿Pudo Richard haber tenido razón cuando insistió en que no existen aspectos de nuestra humanidad a los que, con el tiempo, no se pueda duplicar por ingeniería?»

—… Esperamos lo más que pudimos para despertarte —estaba diciendo El Águila—, para reducir al mínimo el lapso que tendrías que transcurrir en condiciones menos que ideales… Ahora, empero, nos estamos preparando para ingresar en otra fase de nuestras operaciones… Como podrás ver, a esta sala se la vació, exceptuándote a ti, hace mucho tiempo. Dentro de ocho o diez días empezaremos a desmantelar las paredes. Para ese entonces tendrás que haberte recuperado lo suficiente…

Nicole volvió a preguntar respecto de su familia y amigos.

—Como te dije antes —respondió El Águila—, todos sobrevivieron al largo sueño. Sin embargo, la adaptación a lo que tu amigo Max denomina Grand Hotel no fue fácil para ellos. Todos los que estuvieron contigo en la Ciudad Esmeralda, además de la niña María y del esposo de Ellie, Robert, al principio fueron asignados a dos salas grandes, una al lado de la otra, en una de las secciones de la estrella de mar. A todos se les dijo que las medidas tomadas para vivienda sólo eran temporales y que, con el tiempo, se los transferiría a alojamientos mejores. De todos modos, Robert y Galileo no pudieron adaptarse con éxito a las condiciones fuera de lo común del Grand Hotel.

—¿Qué les ocurrió? —preguntó Nicole, alarmada.

—A los dos se los transfirió, por motivos sociológicos, a otro sector de la espacionave con mucha mayor reglamentación. A Robert se lo mudó primero; cayó en una grave depresión poco después que despertó del sueño prolongado y nunca pudo recuperarse de ella. Por desgracia, murió hace unos cuatro meses… Galileo está bien, desde el punto de vista físico, aunque su conducta antisocial ha continuado…

Nicole sintió profunda pena al oír la noticia de la muerte de Robert.

«Pobre Nikki», pensó en seguida, «nunca tuvo oportunidad de conocer a su padre… y Ellie, tu matrimonio no resultó como esperabas…»

Se sentó en silencio, con la mente vagando a través del conjunto de sus recuerdos de Robert Turner. «Fuiste un hombre complicado», pensó, «talentoso y dedicado a tu trabajo. Y, sin embargo, en el aspecto personal, te revelaste sorprendentemente disfuncional. Quizás una parte crítica de ti murió hace mucho… en ese tribunal de Texas, en un planeta llamado Tierra».

Meneó la cabeza, abatida.

—Supongo —comentó— que la energía que invertí en salvar a Katie y Robert de los agentes octoarácnidos fue un esfuerzo desperdiciado.

—Realmente no —contestó sencillamente El Águila—. En ese momento fue importante para ti.

Nicole sonrió y miró a su colega alienígena. «Bueno, mi omnisciente amigo», pensó, sofocando un bostezo, «debo admitir que estoy contenta de volver a estar en tu compañía… Puede que no seas un ser vivo, pero con toda seguridad que eres sabio entre los que sí lo son».

—Permíteme ayudarte a volver a la cama —dijo El Águila—, ya estuviste de pie suficiente tiempo para ser la primera vez.

Nicole estaba muy satisfecha consigo misma. Finalmente había logrado recorrer completamente el perímetro de la habitación sin tener que detenerse.

—¡Bravo! —la animó El Águila, acercándosele—. Estás haciendo progresos fabulosos. Nunca creímos que caminaras tan bien en un lapso tan breve.

—Sin lugar a dudas, ahora necesito un poco de agua —dijo Nicole, sonriendo—. Este viejo cuerpo está traspirando furiosamente.

El Águila le alcanzó un vaso con agua. Cuando Nicole terminó de beber, se volvió hacia su amigo alienígena.

—¿Ahora vas a mantener tu parte del trato? ¿Tienes un espejo y una muda de ropa en esa valija que hay ahí?

—Sí, los tengo, y hasta traje los cosméticos que solicitaste… Pero primero quiero examinarte, para ver cómo reaccionó tu corazón ante el ejercicio. —Sostuvo un pequeño dispositivo negro delante de Nicole y miró cómo aparecían en la diminuta pantalla algunos trazos—. Eso es bueno —declaró—. No, es excelente… No hay la menor irregularidad. Nada más que una indicación de que tu corazón está trabajando con mucha intensidad, lo que cabría esperarse en un ser humano de tu edad.

—¿Puedo ver eso? —pidió Nicole, señalando el dispositivo de examen. El Águila se lo entregó.

»Supongo —continuó ella— que esta cosa recibe señales provenientes del interior de mi cuerpo… pero ¿qué son, con exactitud, todos esos garabatos y símbolos extraños que se ven en la pantalla?

—Dentro de tu cuerpo tienes más de mil sondas diminutas, y más de la mitad se encuentra en la región cardíaca. No sólo miden el rendimiento crítico de tu corazón y de otros órganos, sino que, también, regulan parámetros tan importantes como la corriente sanguínea y la asignación de oxígeno. Algunas de las sondas hasta complementan las funciones biológicas normales… Lo que estás viendo en esta pantalla son datos sumarios provenientes del intervalo en el que estuviste practicando ejercicio. El procesador que hay dentro de ti los comprimió y los envió por telemetría.

Nicole frunció el ceño.

—Quizá no debí haber preguntado; de algún modo, la idea de toda esa basura electrónica dentro de mí no es muy reconfortante.

—Las sondas no son electrónicas en realidad —aclaró El Águila—. No, al menos, en el sentido en que vosotros, los seres humanos, empleáis el término. Y son por completo necesarias en este momento de tu vida. Si no estuvieran ahí, no sobrevivirías ni siquiera un día…

Nicole contempló a El Águila.

—¿Por qué no me dejaron morir, simplemente? —preguntó—. ¿Todavía tienen algún propósito para mí que justifique todo este esfuerzo? ¿Alguna función que todavía deba realizar?

—Quizá. Pero creímos que quizá te podría gustar ver a tu familia y amigos una vez más.

—Me resulta difícil creer —señaló Nicole— que mis deseos representen un papel de importancia en vuestra jerarquía de valores.

El Águila no respondió. Fue hacia la valija, que estaba apoyada en el suelo, al lado de la mesa, y regresó con un espejo, un paño embebido en agua, un sencillo vestido azul y un bolso con cosméticos. Nicole se sacó el camisón blanco que había estado usando, se limpió por todas partes con el paño y se puso el vestido. Hizo una profunda inhalación cuando El Águila le alcanzó el espejo.

—No estoy segura de estar lista para esto —manifestó, con sonrisa triste.

De no haberse aprontado primero, no habría reconocido su cara en el espejo. Le pareció una manta hecha con retazos de bolsas debajo de los ojos y arrugas; todo el cabello, comprendidas cejas y pestañas, ahora estaba blanco o bien gris. Su primer impulso fue el de llorar, pero valerosamente repelió las lágrimas. «Mi Dios», pensó, «estoy tan vieja… ¿ésta puedo ser realmente yo?»

Escudriñó las facciones en el espejo, guiada por la memoria, en busca de vestigios de la encantadora joven que había sido. Aquí y allá podía ver los restos de lo que una vez era considerado un rostro hermoso, pero los ojos tenían que saber dónde mirar. Sintió una punzada en el corazón, cuando recordó, de repente, un simple hecho ocurrido años atrás, cuando era una adolescente que iba por un camino rural con su padre, cerca de su casa en Beauvois. Una anciana que usaba bastón iba hacia ellos, y Nicole le preguntó a su padre si podían cruzar al otro lado del camino para evitarla.

—¿Por qué? —preguntó él.

—Porque no quiero verla de cerca. Es vieja y fea… Me produce un estremecimiento.

—Tú también serás vieja algún día —contestó su padre, rehusándose a cruzar el camino.

«Soy vieja y fea», pensó Nicole. «Hasta me produzco un estremecimiento a mí misma». Devolvió el espejo a El Águila.

—Me lo advertiste —admitió con nostalgia—. Quizá debí haberte escuchado.

—Claro que estás conmocionada —la tranquilizó El Águila—. No te viste durante dieciséis años. La mayor parte de los seres humanos lo pasa mal con el proceso de envejecimiento, aun si lo observan día tras día. —Le tendió el bolso de cosméticos.

—No, gracias —dijo Nicole, desalentada, rechazando el bolso—. Es una situación sin remedio. Ni siquiera Miguel Ángel podría hacer algo con esta cara.

—Como quieras, pero pensé que podrías querer usar los cosméticos antes que llegue la visita.

—¡Una visita! —exclamó Nicole, con alarma y agitación—. Voy a tener una visita… ¿Quién es? —Extendió el brazo para tomar el espejo y los cosméticos.

—Creo que dejaré que sea una sorpresa. Estará aquí dentro de unos minutos.

Nicole se aplicó lápiz labial y polvo facial, se cepilló el cabello y se arregló y depiló las cejas. Cuando terminó, lanzó una mirada de desaprobación al espejo.

—Eso es prácticamente todo lo que puedo hacer —dijo, tanto para sí como para El Águila.

Pocos minutos después, éste abrió la puerta que había en el otro lado de la sala y salió. Cuando regresó, había una octoaraña con él.

Desde el extremo opuesto de la habitación, Nicole vio el color azul cobalto salpicar fuera de sus límites.

—Hola, Nicole. ¿Cómo te sientes? —saludó la octoaraña.

—¡Doctora Azul! —gritó Nicole, presa de la excitación. Doctora Azul sostuvo el dispositivo de examen delante de Nicole.

—Me quedaré aquí, contigo, hasta que estés lista para que se te transfiera —informó—. El Águila tiene otras obligaciones en el momento presente.

Bandas de colores pasaron velozmente a través de la diminuta pantalla.

—No entiendo —dijo Nicole, mirando el dispositivo desde arriba—. Cuando El Águila usó ese aparato, toda la lectura estaba dada en garabatos y otros símbolos raros.

—Ése es el idioma tecnológico de ellos para fines especiales —explicó Doctora Azul—. Es increíblemente eficaz, mucho mejor que nuestros colores… Pero, claro está, no puedo leerlo en absoluto… Este dispositivo es, en realidad, polilingüe. Hasta existe una modalidad para inglés.

—Entonces, ¿en qué hablas cuando te comunicas con El Águila y yo no ando cerca? —preguntó Nicole.

—Los dos utilizamos colores. Le corren por la frente, de izquierda a derecha.

—Estás bromeando —dijo Nicole, tratando de representarse El Águila con colores en la frente.

—En absoluto. El Águila es asombroso. Parlotea y chilla con los avianos, maúlla y silba con los mirmigatos…

Nicole nunca había visto la palabra «mirmigato» en el idioma cromático. Cuando preguntó respecto de la palabra, Doctora Azul explicó que seis de los extraños seres ahora estaban viviendo en el Grand Hotel, y que otros cuatro estaban a punto de eclosionar de melones maná en germinación.

—Aunque todas las octoarañas y todos los humanos durmieron durante el largo viaje —añadió—, a los melones maná se les permitió evolucionar hasta convertirse en mirmigatos y, después, material sésil. Ya se encuentran en su siguiente generación.

Doctora Azul volvió a poner el dispositivo en la mesa.

—Entonces, ¿cuál es el veredicto para hoy, doctora? —preguntó Nicole.

—Estás recuperando las fuerzas, pero estás viva únicamente gracias a todas las sondas complementarias que se te insertaron. En algún momento deberías considerar la posibilidad de…

—… reemplazar el corazón… Lo sé. Podrá parecer peculiar, pero la idea no me atrae demasiado… No sé exactamente por qué me opongo… Quizá todavía no he visto qué más falta vivir… Sé que si Richard estuviera vivo aún…

Dejó de hablar. Durante un instante imaginó que estaba de vuelta en la sala de observación, mirando las imágenes en cámara lenta de los últimos segundos de la vida de Richard. No había pensado en ese momento desde que despertó.

—¿Te importa si te pregunto algo muy personal? —le dijo a Doctora Azul.

—En absoluto —repuso la octoaraña.

—Observamos juntas la muerte de Richard y Archie, y yo estaba tan afligida que no podía funcionar… Archie fue asesinado al mismo tiempo, y él fue tu compañero de toda la vida. Así y todo, permaneciste sentada junto a mí y me brindaste consuelo… ¿No tuviste alguna sensación de pérdida o tristeza ante la muerte de Archie?

Doctora Azul no respondió de inmediato.

—Nosotras, las octoarañas, somos educadas desde el nacimiento para controlar lo que vosotros, los seres humanos, llaman «emociones». Los alternativos, claro está, son muy susceptibles a los sentimientos, pero aquéllos de nosotros que…

—Con todo respeto —la interrumpió Nicole con suavidad, tocando a su colega octoaraña—, no te estaba formulando una pregunta clínica de una médica a otra. Era una pregunta de una amiga a otra.

Un breve estallido de carmesí, después otro de azul, sin relación el uno con el otro, fluyeron lentamente alrededor de la cabeza de Doctora Azul.

—Sí, experimenté una sensación de pérdida —dijo—, pero sabía que iba a ocurrir. Ya hubiera sido entonces o más tarde, cuando Archie se unió al esfuerzo de la guerra, su exterminación fue algo seguro… y, además, en ese momento mi deber era ayudarte.

La puerta que daba a la sala se abrió y entró El Águila. El alienígena llevaba una caja grande llena de comida, ropa y equipo heterogéneo. Le informó a Nicole que le había traído el traje espacial y que, en un futuro muy próximo, ella se iba a aventurar fuera del ambiente controlado en el que estaba.

—Doctora Azul dice que puedes hablar en color —bromeó Nicole—. Quiero que me lo demuestres.

—¿Qué quieres que diga? —contestó El Águila, con ordenadas bandas cromáticas estrechas que empezaron en el lado izquierdo de la frente y se desarrollaron hacia la derecha.

—Es suficiente —dijo Nicole, lanzando una carcajada—. Eres verdaderamente asombroso.

Nicole se paró en el suelo de la gigantesca fábrica y contempló la pirámide que se erguía delante de ella. Hacia su derecha, a menos de un kilómetro de distancia, un grupo de biots para fines especiales, entre los que había dos topadoras inmensas, estaba construyendo una alta montaña.

—¿Por qué están haciendo eso? —preguntó Nicole a través del diminuto micrófono que había dentro del casco.

—Es parte del ciclo siguiente —contestó El Águila—. Hemos establecido que estas construcciones en especial incrementan la probabilidad de obtener del experimento lo que queremos.

—¿Así que ya saben algo sobre los nuevos viajeros espaciales?

—No conozco la respuesta a eso —dijo El Águila—. No tengo mandato relacionado con el futuro de Rama.

—Pero antes dijiste —insistió Nicole, no satisfecha— que no se introducían cambios a menos que fueran necesarios…

—No puedo ayudarte. Ven, entra en el todocamino. Doctora Azul quiere ver de cerca la montaña.

La octoaraña parecía rara en su traje espacial. De hecho, Nicole había lanzado una carcajada cuando la vio por primera vez con la tela blanca muy ceñida que le cubría el cuerpo negro como el carbón y los ocho tentáculos. También llevaba un casco transparente en la cabeza, a través del cual resultaba fácil leer los colores.

—Quedé atónita —le dijo Nicole a Doctora Azul, que estaba sentada a su lado, mientras el todoterreno abierto se desplazaba por el suelo llano hacia la montaña— la primera vez que salimos… No, ésa no es una palabra suficientemente fuerte… Tanto tú como El Águila me habían dicho que estábamos en la fábrica, y que a Rama se la estaba preparando para otro viaje, pero nunca esperé todo esto.

—La pirámide fue construida alrededor de ti —interpuso El Águila, desde el asiento del conductor que estaba delante de ellas—, mientras dormías. Sin perturbar tu ambiente. Si no hubiéramos podido hacer eso, habría sido necesario despertarte mucho antes.

—¿Todo este asunto no te deja simplemente asombrada? —Nicole seguía mirando de frente a Doctora Azul—. ¿No te preguntas qué clase de seres concibió este grandioso proyecto en primer lugar? ¿Y también creó inteligencia artificial como El Águila? Es casi imposible imaginar…

—No es tan difícil para nosotros —declaró la octoaraña—. Recuerda que hemos sabido sobre seres superiores desde el principio. Sólo existimos como forma de vida inteligente gracias a que los Precursores alteraron nuestros genes. En nuestra historia nunca tuvimos un período en el que creyéramos que estábamos en la cumbre de la evolución.

—Y nosotros, nunca más —aseguró Nicole en tono meditativo—. La historia humana, en lo que sea que vaya a resultar, ahora fue profunda e irrevocablemente alterada.

—Quizá no —terció El Águila desde el asiento de adelante—. Nuestra base de datos señala que algunas especies no resultan suficientemente impresionadas por el contacto con nosotros. Nuestros experimentos se diseñan para dar lugar a esa posibilidad. Nuestro contacto tiene lugar durante un intervalo finito, y con sólo un porcentaje pequeño de la población; no hay interacción continua, a menos que la especie que se está estudiando adopte una actitud que manifiestamente produzca esa interacción… Dudo de que la vida en la Tierra, en este preciso momento, sea muy diferente de lo que habría sido si ninguna espacionave Rama hubiera visitado jamás el Sistema Solar.

Nicole se inclinó hacia adelante en su asiento.

—¿Lo sabes con absoluta certeza —preguntó—, o sólo estás conjeturando?

La respuesta de El Águila fue vaga.

—Es indudable que vuestra historia cambió por la aparición de Rama. Muchos acontecimientos de importancia no habrían tenido lugar de no haber existido un contacto. Pero dentro de cien años más o, a lo mejor, quinientos… qué diferente será entonces la Tierra, con respecto a lo que habría sido…

—Pero el punto de vista de los seres humanos tiene que haber cambiado —arguyó Nicole—. Seguramente el saber que en el universo existe, o, por lo menos, existió en alguna época anterior, una inteligencia lo suficientemente avanzada como para fabricar una espacionave robótica interestelar del tamaño de una ciudad muy grande, no se puede desdeñar como mera información carente de importancia… Produce una perspectiva diferente para todas las experiencias humanas. La religión, la filosofía, hasta los fundamentos de la biología, deben reverse ante la presencia…

—Me agrada ver —interrumpió El Águila— que, al menos, una pequeña parte de tu optimismo e idealismo sobrevivió todos estos años… Recuerda, sin embargo, que, en Nuevo Edén, los seres humanos sabían que estaban viviendo en el interior de un dominio especialmente construido para ellos por extraterrestres. Y tanto tú como otros les dijeron que se los estaba observando continuamente. Aun así, cuando se les hizo patente que los alienígenas, quienesquiera que fuesen, no tenían intención de interferir en las actividades cotidianas de los seres humanos, la existencia de esos seres evolucionados perdió su importancia.

El todocamino llegó a la base de la montaña.

—Quise venir hasta aquí —declaró Doctora Azul— por pura curiosidad… Como ya sabes, no teníamos montañas en nuestro dominio de Rama, y no hay muchas en la región de mi planeta natal en la que vivía yo cuando era joven… pensé que sería lindo pararse en la cima…

—He requisado una de las topadoras grandes —anunció El Águila—. Nuestro viaje hasta la cumbre sólo tardará diez minutos… En algunos sitios puede ser que se asusten por lo empinado del ascenso, pero es completamente seguro, siempre y cuando no se quiten los cinturones de seguridad.

Nicole no era tan vieja como para no disfrutar del espectacular ascenso. La topadora, grande como un edificio de oficinas, no contaba con asientos cómodos para pasajeros, y algunos de los barquinazos eran bastante violentos, pero los panoramas que se abrían ante ellos a medida que ascendían valían las molestias, sin lugar a dudas.

La montaña tenía más de un kilómetro de altura, y cerca de diez alrededor de su aproximadamente redondo perímetro. Nicole pudo ver claramente la pirámide en la que había estado cuando la topadora estaba a nada más que un cuarto de su trayecto hacia arriba de la montaña. Más allá, y en todas direcciones, el horizonte aparecía salpicado por proyectos aislados de construcciones de propósito desconocido.

«Así que ahora todo comienza de nuevo», pensó Nicole. «Esta Rama reconstruida pronto habrá de ingresar en otro conjunto de sistemas estelares. ¿Y qué va a encontrar? ¿Quiénes son los viajeros del espacio que caminarán después por este suelo? ¿O que treparán esta montaña?» La topadora se detuvo en una meseta plana, muy cerca de la cumbre, y sus tres pasajeros desembarcaron. El panorama dejaba sin aliento. Mientras recorría el paisaje con la vista, Nicole rememoró lo maravillada que se sintió en aquel primer viaje hacia el interior de Rama, cuando descendió en telesilla y el vasto mundo alienígena se extendía delante de ella. «Gracias», pensó, dirigiéndose mentalmente a El Águila, «por mantenerme viva. Tenías razón. Esta sola experiencia, y los recuerdos que aviva, son razón más que suficiente para continuar».

Se dio vuelta para mirar de frente el resto de la montaña. Vio algo pequeño que volaba entrando y saliendo de unas formaciones que tenían el aspecto de arbustos, de color rojo, que estaban a no más de veinte metros. Fue hacia allá y capturó con la mano uno de los objetos voladores. Tenía el tamaño y la forma de una mariposa; las alas estaban ornamentadas con un motivo jaspeado sin simetría ni algún otro principio de diseño que pudiera discernir. Dejó ir una y atrapó otra. El motivo, en la segunda mariposa ramana, era por completo diferente, pero seguía siendo rico, tanto en color como en ornamentación.

El Águila y Doctora Azul se le acercaron. Les mostró lo que sostenía en la mano.

—Biots voladores —dijo El Águila, sin hacer más comentarios.

Nicole se maravilló otra vez ante el diminuto ser.

«Algo asombroso ocurre todos los días», recordó que decía Richard, «y entonces eso siempre nos hace recordar qué alegría es estar vivo».