8

Nicole ya había mirado la videocinta dos veces. A pesar de sus ojos hinchados y de un absoluto agotamiento emocional, preguntó si podía verla una vez más. Junto a ella, Doctora Azul le alcanzó un vaso con agua.

—¿Estás segura de querer verla? —le preguntó.

Nicole asintió con la cabeza. «Una vez más», pensó, «no es mucho. Quiero que cada fotograma, no importa lo horrible que sea, se conserve para siempre en mi mente».

—Por favor, empieza desde la audiencia —pidió—. Velocidad normal hasta que los biots entran en el bloque de celdas. En ese momento redúcela hasta un octavo.

«Richard nunca quiso ser héroe», pensaba, mientras la videocinta repetía la escena de la audiencia. «Ése no era su estilo, únicamente fue con Archie para que no fuera preciso que yo lo hiciera». Dio un respingo cuando el guardia golpeó a Richard y éste se desplomó. «El plan estaba destinado al fracaso desde el comienzo», se dijo, mientras los policías de Nuevo Edén sacaban a Richard y Archie del palacio de Nakamura. «Todas las octoarañas lo sabían. Yo lo sabía. ¿Por qué no hablé después de mi premonición?»

Nicole le pidió a Doctora Azul que hiciera avanzar los fotogramas hasta llegar a los minutos finales. «Por lo menos, se tuvieron el uno al otro en el final», pensó mientras Richard y Archie mantenían su última conversación. «Y Archie trató de protegerlo…» Los cuatro biots aparecieron en pantalla y la película disminuyó su velocidad. Nicole vio en los ojos de Richard cómo la sorpresa se trocaba en miedo, cuando los biots entraron en la celda.

En el momento en que las luces se apagaron, la calidad de la película cambió. Las imágenes infrarrojas tomadas por los cuadroides eran más parecidas a negativos fotográficos, donde se destacaban los niveles térmicos en cada fotograma. Los biots tenían aspecto fantasmagórico. En las imágenes infrarrojas, los ojos aparecían saltones.

En el momento en que la celda quedó a oscuras, uno de los García aferró a Richard por el cuello. Los otros tres se quitaron los guantes, dejando al descubierto dedos perforantes y aguzados, y manos afiladas como cuchillos. Cuatro de los poderosos tentáculos de Archie envolvieron al García que trataba de estrangular a Richard. Cuando el armazón del García se desintegró, y el biot se desplomó como un montón informe en el piso de la celda, los otros tres biots atacaron a Archie con furia. Richard trató de ayudarlo. Un Lincoln alcanzó el cuello de Archie con un salvaje golpe de la mano, y casi decapitó a la octoaraña. Richard lanzó un alarido cuando se sintió empapado por el fluido corporal interno de su amigo. Con Archie fuera de combate, los biots restantes atacaron a Richard, perforándole el cuerpo una vez y otra con estocadas de sus dedos. Cayó contra la parte delantera de la celda y se deslizó hacia el suelo. Su sangre y la de Archie, que tenían color diferente en la imagen infrarroja, corrían juntas y formaron un charco en el piso de la celda.

La película continuó, pero Nicole ya no miraba más. Ahora, por primera vez, entendió que su marido, Richard, el único amigo en verdad íntimo que tuvo jamás en su vida de adulta, realmente estaba muerto. En la pantalla, Franz guiaba a la sollozante Katie por el corredor y, después, el monitor quedó en blanco. Nicole no se movió. Estaba sentada absolutamente inmóvil, la mirada fija en el sitio donde las imágenes aparecían segundos atrás. No había lágrimas en sus ojos, su cuerpo no temblaba, parecía tener absoluto control de sí misma… y, sin embargo, no podía moverse.

Un nivel bajo de luz apareció en la sala de observación. Doctora Azul todavía estaba sentada al lado de Nicole.

—No creo —manifestó ésta con lentitud, sorprendida de que su voz tuviera un sonido tan lejano— que me haya dado cuenta las dos primeras veces… Quiero decir, debo de haber estado bajo conmoción… quizá todavía lo estoy… —No pudo continuar. Tenía problemas para respirar.

—Necesitas un sorbo de agua y un poco de descanso —dijo Doctora Azul.

«A Richard lo asesinaron. Richard está muerto».

—Sí, por favor —dijo con voz débil.

«Nunca más volveré a verlo. Nunca más volveré a hablarle».

—Agua fría, si tienes.

«Lo vi morir. Una vez. Dos veces. Tres veces. Richard está muerto».

Había otra octoaraña en la sala de observación. Estaban hablando, Pero Nicole no les pudo seguir los colores. «Richard se fue para siempre. Estoy sola». Doctora Azul sostenía el agua junto a los labios de Nicole, pero ésta no podía beber. «A Richard lo asesinaron». No hubo nada más, salvo la negrura.

Alguien le sostenía la mano. Era una mano cálida, agradable, que acariciaba la de ella con delicadeza. Abrió los ojos.

—Hola, mamá —dijo Patrick en voz baja—. ¿Te sientes un poco mejor?

Nicole volvió a cerrar los ojos. «¿Dónde estoy?», pensó. Entonces recordó. «Richard está muerto. Debo de haberme desmayado».

—Hummm —dijo.

—¿Quieres agua? —preguntó Patrick.

—Sí, por favor —susurró. Su voz sonaba rara. Trató de sentarse y beber el agua. No pudo hacerlo.

—Tómalo con calma —dijo Patrick—. No hay prisa.

La mente de Nicole empezó a funcionar.

«Debo decirles», pensó, «Richard y Archie están muertos. Vienen los helicópteros. Debemos tener cuidado y proteger a los niños».

—Richard —logró decir.

—Lo sabemos, mamá —contestó Patrick.

«¿Cómo lo supieron?», pensó. «Soy la única que queda que puede leer colores…»

—Las octoarañas se esforzaron mucho por escribir todo. No era un inglés perfecto, pero entendimos lo que nos estaban diciendo… Nos contaron también lo de la guerra…

«Bien», pensó Nicole. «Ya saben. Puedo dormir». Desde algún rincón de su cabeza todavía llegó un eco.

«Richard está muerto».

—De vez en cuando puedo oír las bombas, pero, por lo que sé, ninguna de ellas cayó sobre la cúpula aún. —Era la voz de Max—. Quizá no hayan descubierto dónde está la ciudad.

—Debe de estar completamente a oscuras desde afuera —aventuró Patrick—. Engrosaron el dosel vegetal y no hay luces en las calles.

—Las bombas deben de estar alcanzando el Dominio Alternativo. No habría manera de que las octos pudieran ocultar su existencia —conjeturó Max.

—¿Qué están haciendo las octoarañas? —preguntó Patrick—. ¿Sabemos, siquiera, si están contraatacando?

—No con certeza —repuso Max—, pero no puedo creer que todavía se lo pasen sentadas, sin hacer nada.

Nicole oyó pisadas suaves en el pasillo.

—Los chicos realmente están mostrando síntomas serios de enclaustramiento —dijo Nai—. ¿Crees conveniente que los deje jugar afuera…? Las bengalas indicadoras de que pasó el peligro se dispararon hace media hora.

—No veo por qué no —convino Patrick—, pero diles que entren si ven una bengala u oyen bombas.

—Estaré ahí afuera con ellos —lo tranquilizó Nai.

—¿Qué hace mi esposa? —preguntó Max.

—Lee con Benjy —contestó Nai—. Marius está durmiendo.

Nicole se volvió hacia el otro lado. Pensó en intentar sentarse, pero se sentía tan cansada… Empezó a soñar despierta, recordando su niñez.

«¿Qué se necesita para ser princesa?», le preguntó a su padre la pequeña Nicole.

«O bien un rey como padre, o bien un príncipe como marido», le contestó él. Sonrió y la besó.

«Pues entonces, ya soy princesa», le dijo la pequeña Nicole, «porque tú eres un rey para mí…»

—¿Cómo está Nicole? —preguntó Eponine.

—Volvió a agitarse esta mañana —repuso Patrick—. La nota de Doctora Azul decía que puede ser que mamá se siente hoy a la noche o mañana. También decía que comprobaron que el ataque no fue grave, que el corazón no quedó dañado en forma permanente, y que ella está respondiendo bien al tratamiento.

—¿La pu-puedo ver a-hora? —preguntó Benjy.

—No, Benjy, todavía no —dijo la voz de Eponine—; todavía está descansando.

—Las octoarañas realmente han sido grandiosas, ¿no? —comentó Patrick—. Aun en medio de esta guerra, se hicieron tiempo para escribirnos esos mensajes tan completos…

—Hasta hicieron de mí un creyente —admitió Max—… y jamás pensé que eso fuera posible.

«Así que tuve un ataque cardíaco», pensó Nicole. «No me desmayé solamente porque Richard…», al principio no pudo completar la oración, «… porque él se fue».

Estaba a la deriva en la zona crepuscular entre la vigilia y el sueño, hasta que oyó una voz familiar que pronunciaba su nombre.

«¿Eres tú, Richard?», preguntó emocionada.

«Sí, Nicole», respondió él.

«¿Dónde estás? Quiero verte», pidió ella, y, en medio de la pantalla en la que se proyectaba su sueño, apareció el rostro de él. «Estás maravilloso», dijo, «¿te sientes bien?»

«Sí», respondió Richard, «pero debo hablar contigo».

«¿De qué se trata, querido?»

«Debes seguir adelante sin mí», dijo él, «debes dar el ejemplo a los demás». El rostro de Richard empezó a cambiar del modo en que lo hacen las nubes.

«Por supuesto», asintió Nicole, «pero ¿adónde vas?» No pudo verlo más.

«Adiós», dijo la voz de Richard.

«Adiós, Richard», contestó Nicole.

Cuando despertó la siguiente vez, había claridad en su mente. Se sentó en la cama y miró en derredor. Estaba oscuro, pero pudo darse cuenta de que estaba en su propia habitación, en la casa de la Ciudad Esmeralda.

No podía oír sonido alguno. Supuso que era de noche. Hizo a un lado los cobertores y pasó las piernas por sobre el borde de la cama. «Hasta ahora, todo va bien», pensó. Bajó de la cama muy despacio y se puso de pie de a poco, sentía las piernas vacilantes.

Había un vaso con jugo en la mesa auxiliar que estaba al lado de la cama. Dio dos pasos con cautela, tomándose de la cama con la mano derecha, y levantó el vaso, el jugo estaba delicioso. Satisfecha consigo misma, empezó a caminar hacia el placard para buscar ropa. Pero se sintió aturdida después de dar algunos pasos, y se dirigió de vuelta a la cama.

—¿Mamá? —oyó decir a Patrick—, ¿eres tú? —Pudo ver la silueta de él recortada en el vano de la puerta.

—Sí, Patrick.

—Bueno —dijo él—, ¿por qué no tenemos luz? —Golpeó en la pared y una luciérnaga voló hacia el medio de la habitación—. ¡Dios Santo! —exclamó—, ¿qué estás haciendo levantada?

—No puedo permanecer en la cama para siempre —respondió Nicole.

—Pero no te deberías agitar al principio —arguyó Patrick, acercándosele y ayudándola el resto del trayecto de vuelta a la cama.

Nicole le aferró el brazo.

—Escúchame, hijo. No tengo intención de ser una inválida ni quiero que se me trate como si lo fuese —manifestó—. Espero volver a ser como era dentro de unos días, de una semana a lo sumo.

—Sí, mamá —dijo Patrick, con una sonrisa de preocupación.

Doctora Azul estaba encantada con la recuperación de Nicole. Cuatro días después caminó, si bien con lentitud, y, con un poco de ayuda de Benjy, pudo hacer todo el trayecto de ida desde la casa hasta la parada del transporte, ida y vuelta.

—No te exijas demasiado —le recomendó Doctora Azul durante un examen vespertino—. Lo estás haciendo excelentemente, pero me preocupo…

Cuando la octoaraña hubo terminado y se preparaba para salir de la habitación, Max entró y anunció que dos octoarañas más esperaban en la puerta de calle. Doctora Azul se apresuró a salir, volviendo minutos más tarde con la Optimizadora Principal y uno de los miembros de su gabinete.

La Optimizadora Principal primero pidió disculpas, tanto por haber venido en forma inesperada como por no haber esperado a que Nicole se hubiera recuperado por completo.

—Pero —añadió—, nos encontramos en una situación de emergencia, y sentimos que necesitábamos comunicarnos con usted de inmediato.

Nicole sintió que se le aceleraba el pulso y trató de calmarse.

—¿Qué ocurrió?

—Es probable que haya advertido que no hubo bombardeos durante estos últimos días. Los seres humanos suspendieron temporalmente los ataques con helicóptero, mientras evaluaban nuestro ultimátum… Hace cinco días mandamos el mismo mensaje escrito a cada uno de los tres vivacs. El mensaje decía que ya no podíamos tolerar los bombardeos y que íbamos a utilizar nuestra tecnología superior para lanzar un ataque decisivo, si las hostilidades no cesaban de inmediato… Como ilustración de nuestra capacidad tecnológica, en el mensaje incluimos un registro cronológico, nillet por nillet, de todo lo que Nakamura, así, como Macmillan, habían hecho durante dos días normales de la semana pasada.

»Los dirigentes humanos estaban frenéticos. Sospechaban que, de algún modo, habíamos sobornado a algún alto funcionario del gobierno, y que ahora también sabíamos todos sus planes de guerra. Macmillan recomendó aceptar nuestra tregua y retirarse de nuestro territorio. Nakamura estaba furioso. Le prohibió a Macmillan estar en su presencia y reorganizó su estructura de comando. En privado, admitió ante su jefe de seguridad que una retirada en cualquier terreno arruinaría su posición en la colonia.

»Anteayer, alguien le sugirió a Nakamura que, quizá, su hija, Ellie, podría saber algo respecto de cómo habíamos obtenido nuestra información. La llevaron a palacio y la interrogó Nakamura en persona. Al principio levemente cooperante, Ellie reconoció que, en algunos campos, estábamos más evolucionados que los seres humanos. También expresó su convicción de que estaba enteramente dentro de nuestras posibilidades la obtención de informaciones sobre los sucesos que tenían lugar en Nuevo Edén, sin tener que utilizar espías u otros medios convencionales para recoger datos de inteligencia.

»Como fue tan directa, Nakamura quedó convencido de que Ellie sabía más que lo que estaba diciendo. Le hizo preguntas durante horas sobre muchos temas, entre ellos nuestra capacidad militar potencial y la geografía de nuestros dominios. Con astucia, Ellie evitó revelar cualquier tipo de información crítica, nunca mencionó la Ciudad Esmeralda, por ejemplo, y repetidamente respondió que nunca había visto arma alguna y, ni siquiera, soldados. Nakamura no le creyó. Al fin, hizo que la pusieran en prisión y le pegaran. Desde entonces, Ellie se mantuvo desafiantemente silenciosa, a pesar del violento tratamiento adicional.

La Optimizadora Principal hizo una pausa. Nicole había empalidecido en forma notable durante la descripción de los malos tratos infligidos a Ellie. La octoaraña gobernante se volvió hacia Doctora Azul.

—¿Debo continuar? —preguntó.

Max y Patrick estaban parados en el vano de la puerta. No podían, claro está, entender lo que estaba diciendo la Optimizadora Principal, pero pudieron ver la palidez de Nicole. Patrick entró en la habitación.

—Mi madre ha estado muy enferma… —intervino.

—No hay problema —replicó Nicole, alejándolo con un movimiento de la mano. Hizo una inhalación profunda—. Por favor, prosiga —le dijo a la Optimizadora Principal.

—Nakamura —continuó la Optimizadora Principal— se convenció a sí mismo y a sus principales lugartenientes de que nuestra amenaza es pura bravata. Cree que aun cuando nuestra tecnología esté muy evolucionada en algunos sectores, no poseemos capacidad militar… En su última reunión con el estado mayor, hace sólo unos ters, estuvo de acuerdo con un plan para bombardearnos hasta hacer que nos sometamos, utilizando todo el poder de fuego de que disponen. La primera de las incursiones en gran escala empezará por la mañana.

»Por consiguiente, y con renuencia, hemos llegado a la conclusión de que ahora debemos pelear. El no hacerlo podría poner en peligro la supervivencia de nuestra colonia. Antes de venir hasta usted, autoricé la instrumentación del Plan de Guerra número cuarenta y uno, una de nuestras reacciones de intensidad intermedia. Este plan no implica la aniquilación de los colonos de Nuevo Edén, sino que debe ser lo suficientemente devastador como para hacer que la guerra llegue a un rápido final. Nuestros analistas estiman que morirán entre veinte y treinta por ciento de los seres humanos…

La Optimizadora Principal se detuvo cuando vio la expresión de dolor en el rostro de Nicole, que pidió algo para beber.

—¿Se nos permite conocer más detalles sobre vuestro ataque? —preguntó Nicole lentamente, después que terminó de beber el vaso de agua.

—Hemos elegido un agente microbiológico, desde el punto de vista químico muy parecido a una enzima, que interfiere con la reproducción celular en vuestra especie. Los seres humanos jóvenes y sanos, de menos de cuarenta años más o menos, tienen defensas naturales suficientemente fuertes como para poder soportar la embestida del agente. Los de más edad o los que no están sanos sucumbirán con rapidez. Sus células no podrán reproducirse en forma adecuada y su cuerpo sencillamente dejará de funcionar… Hemos empleado sangre, piel y otras células tomadas de todos vosotros aquí, en la Ciudad Esmeralda, para verificar nuestras predicciones teóricas. Estamos completamente seguros de que los jóvenes saldrán indemnes.

—Nuestra especie considera inmoral la guerra biológica —dijo Nicole, después de un breve intervalo.

—Somos conscientes —le aseguró la Optimizadora Principal— de que, dentro de vuestra escala de valores, algunos tipos de actividad bélica son más admisibles que otros. Para nosotros, todo tipo de guerra es inadmisible. Sólo luchamos si nos es absolutamente necesario. No podemos imaginar que haya alguna diferencia para los seres muertos, si lo fueron por un arma portátil, una bomba, un dispositivo termonuclear o un agente biológico… Además, debemos devolver el ataque con cualesquiera armas que poseamos…

Se produjo un prolongado silencio. Nicole suspiró y meneó la cabeza.

—Supongo —dijo por fin— que debo estar agradecida por que nos haya dicho qué está sucediendo en esta estúpida guerra, aun cuando el espectro de tantas muertes es muy aterrador. Ojalá pudiera haber existido algún otro resultado…

Las tres octoarañas se dispusieron a salir de la habitación. Max y Patrick empezaron a hacerle preguntas a Nicole antes siquiera de que las visitantes se hubieran ido de la casa.

—Basta —pidió ella, fatigada—. Primero hagan venir a los demás. Quiero explicar una sola vez lo que las octoarañas me dijeron.

Nicole no podía dormir. No importaba cuán intensamente lo intentara, no podía dejar de pensar en la gente que iba a morir en Nuevo Edén. Caras, caras de gente mayor principalmente, caras de gente a la que conocía y con la que había trabajado durante sus activos días en la colonia, aparecían y desaparecían en su mente.

«¿Y qué pasará con Katie y Ellie?», pensaba. «¿Qué pasará si las octoarañas cometieron un error?» Se representó a Ellie tal como la había visto la última vez, en su casa con su marido y su hija, Nicole rememoró las discusiones que había presenciado entre Ellie y Robert. El semblante cansado, desgastado, de Robert permaneció fijo en su imagen mental. «Y Robert, ¡oh, mi Dios! Es mayor y no se cuida en absoluto».

Se retorcía en la cama, frustrada por su incapacidad para hacer algo. Por fin, decidió sentarse en la oscuridad. «Me pregunto si es demasiado tarde», se preguntó. Volvió a pensar en Robert. «No estoy de acuerdo con él. Ni siquiera estoy segura de que sea un buen marido para Ellie… pero sigue siendo el padre de Nikki».

Un plan había empezado a cobrar forma en su mente. Con suma cautela se deslizó fuera de la cama y cruzó la habitación hasta el placard. Se puso alguna ropa. «Tal vez no sea capaz de ayudar», pensaba, «pero, por lo menos, sabré que lo intenté».

Estuvo especialmente silenciosa en la sala de estar. No quería despertar a Patrick o Nai, que dormían en el cuarto de Ellie desde que ella tuvo el ataque cardíaco. «Simplemente me harían regresar a la cama».

Afuera, en la Ciudad Esmeralda, estaba casi tan oscuro como el interior de la casa. Nicole se paró en el portal de acceso, esperando a que sus ojos se acomodaran lo suficiente como para permitirle encontrar la casa de al lado. Al cabo de un rato pudo discernir algunas sombras. Bajó el porche y dobló hacia la derecha.

Su avance era lento. Daba media docena de pasos y, después, se detenía para mirar en derredor. Le tomó varios minutos llegar al patio interior de la casa de Doctora Azul.

«Ahora, con un poco de suerte», pensó Nicole, recordando, «ella debería estar durmiendo en la segunda habitación de la izquierda». Cuando entró en la habitación de la octoaraña para dormir, dio un leve golpe sobre la pared. Una luciérnaga iluminó, con luz mortecina, a dos octoarañas que yacían formando un solo montón. Doctora Azul y Jamie dormían con los cuerpos apretados entre sí y los tentáculos enredados de modo confuso. Nicole se acercó y tocó a Doctora Azul en la parte superior de la cabeza. No hubo reacción. La palmeó un poco más fuertemente la segunda vez, y el material que formaba la lente de Doctora Azul empezó a moverse en forma circular.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó segundos después Doctora Azul, con colores.

—Necesito tu ayuda. Es importante.

La octoaraña se movió con mucha lentitud, tratando de desenmarañar sus tentáculos sin molestar a Jamie. No logró su propósito, la octoaraña más joven despertó de todos modos. Doctora Azul le dijo que volviera a dormir y arrastró los tentáculos, yendo hacia el patio interior al lado de Nicole.

—Deberías estar en la cama —la reconvino.

—Lo sé —repuso Nicole—, pero ésta es una emergencia. Necesito hablar con la Optimizadora Principal, y me gustaría que fueses conmigo.

—¿A esta hora de la noche?

—No sé cuánto tiempo tenemos. Tengo que ver a la Optimizadora Principal antes que esos agentes biológicos empiecen a matar gente en Nuevo Edén… Estoy preocupada por Katie, y por toda la familia de Ellie también…

—Nikki y Ellie no resultarán lesionadas. Katie debe de ser suficientemente joven también, si entendí…

—Pero los sistemas de Katie están arruinados por todos los estupefacientes —la interrumpió Nicole—. Su cuerpo probablemente se comporte como si fuese viejo… y Robert está completamente desgastado como consecuencia de trabajar todo el tiempo…

—No estoy segura de entender lo que me estás diciendo —dijo Doctora Azul—. ¿Por qué quieres ver a la Optimizadora Principal?

—Para suplicarle que dé un tratamiento especial a Katie y Robert, suponiendo, claro está, que Ellie y Nikki estén perfectamente bien… Debe de existir alguna manera, con vuestra magia para la biología, de que se los excluya y se los pase por alto… Por eso es que quiero que vengas conmigo… Para respaldar mi alegato.

La octoaraña no dijo nada durante varios segundos.

—Muy bien, Nicole —accedió por fin—, iré contigo. Aun cuando creo que deberías estar descansando en la cama… Y dudo de que haya algo que se pueda hacer.

—Muchas gracias —dijo Nicole, olvidándose de sí misma durante un instante y estrechando a Doctora Azul en un fuerte abrazo alrededor del cuello.

—Tienes que prometerme una cosa —señaló Doctora Azul mientras salían juntas por la puerta de calle—. No debes someterte a un excesivo esfuerzo esta noche… Dime si te sientes débil.

—Hasta me apoyaré en ti mientras caminamos —convino Nicole con una sonrisa.

La poco común pareja salió lentamente a la calle. Dos de los tentáculos de Doctora Azul sostenían a Nicole en todo momento. De todos modos, las actividades y emociones del día se habían cobrado su tributo de la escasa reserva de energías de Nicole. Se sintió fatigada antes de que llegaran a la parada del transporte.

Nicole se detuvo para descansar. Los distantes sonidos que había estado oyendo sin darse cuenta se volvieron más notables.

—Bombas —dijo—, muchas.

—Se nos advirtió que debíamos esperar incursiones de helicópteros —confirmó la octoaraña—, pero me pregunto por qué no hubo bengalas…

De repente, parte del dosel en forma de cúpula que estaba sobre ellas estalló como una gigantesca bola de fuego. Instantes después, se oyó un sonido ensordecedor. Se tomó con fuerza de Doctora Azul y miró con fijeza el infierno que se había desencadenado por encima de ellas. Entre las llamas creyó ver lo que quedaba de un helicóptero. Pedazos ardientes de la cúpula estaban cayendo desde el cielo, algunos estrellándose a no más de un kilómetro.

Nicole no podía recuperar el aliento. Doctora Azul pudo ver el esfuerzo en su rostro.

—Nunca voy a lograrlo —se quejó Nicole. Se aferró de la octoaraña con todas las fuerzas que le quedaban—. Debes ir y ver a la Optimizadora Principal sin mí —dijo—. Como amiga mía. Pídele, no, ruégale, que haga algo por Katie y Robert… Dile que es un favor personal… para mí…

—Haré lo que pueda —contestó Doctora Azul—, pero, primero, debemos llevarte de vuelta…

—¡Mamá! —Oyó Nicole a Patrick gritar detrás de ella. Venía corriendo por la calle hacia ellas. Cuando las alcanzó, Doctora Azul subió al transporte. Nicole alzó la vista hacia la cúpula, en el preciso instante en que la hélice del helicóptero, envuelta en follaje ardiente, caía desde lo alto y se estrellaba a lo lejos.