La octoaraña que yacía en la mesa de operaciones estaba inconsciente. Nicole le alcanzó a Doctora Azul el pequeño recipiente plástico que la médica alienígena había pedido, y miró cómo se volcaban los diminutos seres en el fluido verdoso-negro que cubría la herida abierta. En menos de un minuto, el fluido desapareció y la colega octoaraña de Nicole suturó diestramente la incisión, empleando los cinco centímetros anteriores de tres de sus tentáculos.
—Éste es el último por hoy —dijo Doctora Azul con colores—. Como siempre, Nicole, te agradecemos por tu ayuda.
Las dos salieron juntas del quirófano, para entrar en una sala adyacente. Nicole todavía no se había acostumbrado al proceso de limpieza. Hizo una profunda inhalación antes de quitarse la bata protectora y poner los brazos en un gran bol lleno con docenas de animales parecidos a lepismas. Luchó contra su aversión personal cuando los viscosos entes se le encaramaron por todas partes de brazos y manos.
—Sé que esta parte no es agradable para ti —señaló Doctora Azul—, pero verdaderamente no tenemos alternativa, ahora que la reserva de agua que está en la vanguardia fue contaminada por el bombardeo… Y no podemos correr el riesgo de que algo que haya ahí pueda ser tóxico para ti.
—¿Todo lo que está al norte del bosque fue destruido? —preguntó Nicole, mientras Doctora Azul terminaba de limpiarse.
—Casi todo —contestó la octoaraña—. Y parece que ahora los ingenieros humanos casi terminaron la modificación de los helicópteros. La Optimizadora Principal teme que puedan efectuar sus primeros vuelos sobre el bosque dentro de una semana, o de dos.
—¿Y no hubo respuesta para los mensajes que enviasteis vosotros?
—Ninguna en absoluto… Sabemos que Nakamura los leyó… pero cerca de la planta abastecedora de energía capturaron y mataron al último mensajero… a pesar de que nuestra octoaraña llevaba una bandera blanca.
Nicole suspiró. Recordaba algo que Max había dicho la noche anterior, cuando ella expresó su perplejidad ante el hecho de que Nakamura estuviera desoyendo todos los mensajes.
—Y es natural que lo haga —gritó Max con enojo—. Ese hombre no entiende otra cosa más que la fuerza… Todo lo que esos estúpidos mensajes dicen es que las octos quieren la paz, y que se van a ver forzadas a defenderse si los seres humanos no desisten… Las amenazas que siguen después carecen de sentido. ¿Qué va a pensar Nakamura, cuando sus tropas y helicópteros se mueven por todas partes sin obstáculo, destruyendo todo lo que ven…? ¿La Optimizadora Principal no aprendió nada sobre los seres humanos? Las octoarañas tienen que trabarse en alguna especie de combate con el ejército de Nakamura…
—No es así como actúan —le contestó Nicole en esa oportunidad—. No se enzarzan en escaramuzas ni en guerras limitadas. Únicamente pelean cuando se ve amenazada su supervivencia… Los mensajes explicaron todo esto con mucho cuidado, y repetidamente instaron a Nakamura a hablar con Richard y Archie…
En el hospital, Doctora Azul estaba haciendo destellar colores para Nicole, que sacudió la cabeza y regresó al presente.
—¿Hoy vas a esperar a Benjy —preguntó la octoaraña—, o irás directamente al centro administrativo?
Nicole miró la hora en su reloj.
—Creo que iré ahora. Por lo normal, me toma unas horas digerir todos los datos suministrados por los cuadroides el día anterior… Están ocurriendo tantas cosas… Por favor, avísale a Benjy que les diga a los demás que voy a estar en casa para cenar.
Salió del hospital unos minutos después y se dirigió hacia el centro administrativo. Aun cuando era de día, las calles de la Ciudad Esmeralda estaban casi desiertas. Nicole se cruzó con tres octoarañas, todas las cuales avanzaban presurosas del otro lado de la calle, y un par de biots cangrejo, que parecían estar extrañamente fuera de lugar. Doctora Azul le había dicho que los biots cangrejo estaban reclutados para encargarse de la recolección de los desperdicios de Ciudad Esmeralda.
«La ciudad cambió tanto desde el decreto», pensó Nicole. «La mayor parte de las octos de más edad ahora están en el Dominio de Guerra. Y nosotros nunca vimos un solo biot aquí hasta hace un mes, después de que a la mayoría de los seres de apoyo presuntamente se los mudó a otro sitio. Max cree que a muchos de ellos se los pudo haber exterminado debido a las escaseces. Max siempre piensa lo peor de las octoarañas».
A menudo, después del trabajo, Nicole acompañaba a Benjy hasta la parada del transporte. Su hijo también estaba ayudando al escaso personal del hospital. Como Benjy se había vuelto más consciente de lo que estaba ocurriendo en la Ciudad Esmeralda, a Nicole se le hacía cada vez más difícil ocultar la gravedad de la situación.
—¿Por qué ne-nues-tra gente pela-lea con las oc-to-a-ra-ñas? —preguntó Benjy la semana anterior—. Las octos no quieren ha-cer mal…
—Los colonos de Nuevo Edén no entienden a las octoarañas —fue la respuesta de Nicole—, y no permiten que Archie y tío Richard les den alguna explicación.
—En-tonces son más es-s-tú-pidos que yo —comentó Benjy con aspereza.
Doctora Azul, y todos los demás miembros del personal del hospital octoarácnido no reasignados por la guerra, se sentían muy impresionados con Benjy. Al principio, cuando se ofreció como voluntario para ayudar, las octoarañas tenían reservas sobre lo que podía hacer con su limitada capacidad. Una vez que se le explicaba una tarea sencilla, empero, Benjy jamás cometía un error. Con su cuerpo fuerte y juvenil era especialmente útil para el desempeño de trabajos pesados, un atributo valioso, ahora que tantos de los seres de mayor tamaño no estaban disponibles.
Mientras Nicole caminaba hacia el centro administrativo, con la cabeza llena de agradables pensamientos sobre Benjy, una imagen de Katie apareció bruscamente en su mente y se le yuxtapuso al lado del retrato sonriente de su hijo retardado. Con los ojos del pensamiento, Nicole miró rápidamente a una y a otra de las imágenes.
«Como padres», suspiró, «pasamos demasiado tiempo concentrándonos en el potencial del intelecto, y no lo suficiente en otras cualidades más positivas. Lo que importa más no es cuánto intelecto tiene un hijo sino, en cambio, qué decide hacer con él… Benjy se superó más allá de nuestras ilusiones más alocadas debido, primordialmente, a quién es en su interior… En cuanto a Katie, nunca, en mis peores pesadillas…»
Interrumpió el hilo de sus pensamientos cuando ingresó en el edificio. Un guardia octoaraña la saludó levantando un tentáculo, y Nicole sonrió. Cuando llegó a su sala de observación de siempre, se sorprendió al encontrar a la Optimizadora Principal esperándola.
—Quise aprovechar esta oportunidad —dijo la octoaraña gobernante— para agradecerle la contribución que usted está brindando en este período difícil, así como asegurarle que todos, su familia y amigos aquí, en Ciudad Esmeralda, van a ser cuidados como si fueran miembros de nuestra especie, no importa lo que pase en las próximas semanas.
La Optimizadora Principal empezó a salir de la habitación.
—¿La situación se está deteriorando, entonces? —preguntó Nicole.
—Sí —contestó la octoaraña—. No bien los humanos empiecen a volar sobre el bosque, nos veremos forzados a tomar represalias.
Cuando la Optimizadora Principal se fue, Nicole se sentó ante su consola para revisar todos los datos provistos por los cuadroides el día anterior. No se le permitía el acceso a toda la información que llegaba desde Nuevo Edén, pero sí se le permitía llamar las imágenes de las actividades cotidianas de todos los miembros de su familia. Todos los días podía ver qué pasaba en el sótano con Richard y Archie, cómo Ellie y Nikki se adaptaban a estar en Nuevo Edén y qué estaba ocurriendo en el mundo de Katie.
A medida que pasaba el tiempo, Nicole miraba cada vez menos a Katie, simplemente le era muy doloroso. Observar a su nieta Nikki, en cambio, era puro deleite; en particular, disfrutaba mirándola en esas tardes en las que la niñita iba al parque de juegos de Beauvois a retozar con los demás chicos del pueblo. Aunque las imágenes eran mudas, Nicole casi podía oír los chillidos de gozo, cuando Nikki y los demás se caían unos sobre otros al perseguir una esquiva pelota de fútbol.
Nicole se preocupaba mucho por Ellie. A pesar de sus heroicos esfuerzos, ésta no tenía la menor fortuna en la recomposición de su matrimonio. Robert se mantenía retraído, según su estilo de excesiva dedicación al trabajo, utilizando las exigencias del hospital para evitarse enfrentar toda emoción, incluso las propias. Era un padre cumplidor, pero reprimido, con Nikki, sólo raramente demostraba sentir algo de verdadero deleite. No hacía el amor con Ellie y no habló de ello, salvo para decir que «no estaba listo», cuando ella, con lágrimas, trajo el tema a colación tres semanas después de que se hubieron reencontrado.
Durante las largas y solitarias sesiones de observación, Nicole se preguntaba a menudo si, como progenitor, era posible observar a un hijo en dificultades y no preguntar qué podría haber hecho ese progenitor que le hubiera facilitado la vida a ese hijo. «La paternidad es una aventura sin resultados garantizados», pensó con dolor mientras ojeaba con rapidez las imágenes de Ellie llorando silenciosamente en la noche. «Lo único que se sabe con certeza es que uno nunca se convencerá de que hizo lo suficiente».
Siempre reservaba a Richard para el final. Aunque nunca desestimó realmente la premonición de que no volvería a tocar a su amado esposo, no permitía que esa sensación la apartara del gozo diario que experimentaba compartiendo la vida de él en el sótano de Nuevo Edén. Disfrutaba, en especial, sus charlas con Archie, aun cuando a ella frecuentemente le resultaba difícil leerle los labios. Esas conversaciones le recordaban los primeros días, después que ella escapó de la prisión y de Nuevo Edén, cuando Richard y ella hablaban largo y tendido sobre todo tema. Mirar a Richard siempre la dejaba sintiéndose con la moral alta, y mucho más capaz de lidiar con su propia soledad.
El encuentro entre Richard y Katie la tomó por sorpresa. No había estado siguiendo la vida de Katie con la suficiente atención como para saber que su hija y Franz habían diseñado, con éxito, un plan para garantizar una corta visita a Richard. Como las imágenes cuadroides cubrían la porción infrarrojo del espectro, así como la visible, Nicole en verdad tenía una visión mejor de la reunión que los participantes. Quedó profundamente conmovida por la actitud de Katie, y aún más por su súbita admisión (que miró una vez y otra, en cámara superlenta, para asegurarse de que le estaba leyendo los labios en forma adecuada) de que era adicta a las drogas.
«El primer paso para superar un problema», recordó haber leído en alguna parte, «es admitir, ante alguien que se ama, que el problema existe».
Había lágrimas en los ojos de Nicole cuando viajaba, a bordo del casi vacío transporte, de vuelta al enclave humano en Ciudad Esmeralda. Pero eran lágrimas de felicidad. A pesar de que el extraño mundo que la rodeaba se estaba deteriorando hasta caer en el caos, por una vez, al menos, se sintió optimista acerca de Katie.
Cuando Nicole se apeó del transporte al final de la calle, Patrick y los mellizos estaban afuera. Al acercarse, pudo advertir que Patrick estaba tratando de dictaminar en una de las innumerables disputas de los chicos.
—Siempre hace trampa —estaba diciendo Kepler—. Le dije que no iba a jugar más con él, y me pegó.
—Es mentira —replicó Galileo—, le pegué porque me hizo una mueca… Kepler es mal perdedor. Si no puede ganar, piensa que está bien renunciar al juego.
Patrick separó a los dos chicos y, como castigo, los mandó a sentarse mirando rincones opuestos de la casa. Después saludó a su madre con un beso y un abrazo.
—Tengo una gran noticia —dijo Nicole, sonriéndole—. ¡Hoy, Richard tuvo un visitante inesperado… Katie!
Naturalmente, Patrick quiso conocer todos los detalles de la visita entre su hermana y Richard. Nicole resumió con rapidez lo que había visto, y admitió que se sentía alentada por la confesión de Katie de su hábito por los estupefacientes.
—No des demasiada importancia a su actitud —advirtió Patrick—, la Katie que conocí preferiría morir antes que estar sin su precioso kokomo.
Patrick se había dado vuelta y estaba por decirles a los mellizos que podían reanudar el juego, cuando dos cohetes treparon hacia el cielo, estallando en brillantes bolas rojas de luz justo por debajo de la cúpula. Instantes después, la ciudad quedó sumida en la oscuridad.
—Vamos, muchachos —dijo en cambio—. Tenemos que entrar.
—Es la tercera vez en el día —le comentó a Nicole, mientras seguían a Kepler y Galileo al interior de la casa.
»Doctora Azul dijo que apagan las luces de la ciudad en el preciso momento en que un helicóptero cualquiera asciende hasta veinte metros, más o menos, de la parte superior de la bóveda vegetal. Bajo ninguna circunstancia las octoarañas quieren correr el riesgo de exponer la ubicación de la Ciudad Esmeralda.
—¿Crees que Archie y tío Richard alguna vez llegarán a tener la oportunidad de encontrarse con Nakamura? —preguntó Patrick.
—Lo dudo —contestó Nicole—, si él quisiera verlos, eso debería haber ocurrido antes de ahora.
Eponine y Nai saludaron a Nicole y la abrazaron. Las tres hablaron brevemente sobre el apagón. Eponine sostenía sobre la cadera al pequeño Marius, convertido en un bebé gordo y feliz que tenía el marcado hábito de babearse. Le enjugó la cara con una tela, para que Nicole pudiera besarlo.
—Ajá —oyó a Max decir detrás de ella—, la Reina del Ceño Fruncido está besando ahora al Príncipe de los Babeos.
Nicole se dio vuelta y le dio un fuerte abrazo.
—¿Qué es este asunto de Reina del Ceño Fruncido? —preguntó con tono jovial.
Max le alcanzó un vaso que contenía un líquido transparente.
—Toma, Nicole, quiero que bebas esto. No es tequila, pero es el mejor sustituto que las octoarañas pudieron elaborar a partir de mi descripción… Todos albergamos la esperanza de que quizás encuentres tu sentido del humor antes de terminar la bebida.
—Vamos, Max —dijo Eponine—, no hagas que Nicole piense que todos estamos implicados de alguna manera… Ésta fue tu idea, después de todo. Lo único que Patrick, Nai y yo hicimos fue estar de acuerdo contigo en que Nicole estaba muy seria últimamente.
—Ahora, mi señora —Max le dijo a Nicole, levantando su vaso y haciéndolo tintinear contra el de ella—, quiero proponer un brindis… por todos nosotros, que carecemos por completo de control sobre nuestro futuro. Por que nos amemos y compartamos las carcajadas hasta el final, dondequiera y como fuera que pueda sobrevenir.
Nicole no había visto a Max ebrio desde antes que a ella la pusieran en prisión. Ante su insistencia, tomó un pequeño sorbo. Su garganta y esófago ardieron y los ojos se le llenaron de lágrimas, la bebida contenía mucho alcohol.
—Esta noche, antes de la cena —propuso Max, abriendo los brazos con espectacular gesto ceremonioso—, vamos a contar chistes de granja… Eso nos va a proporcionar un muy necesario alivio cómico para la tensión. Tú, Nicole des Jardins Wakefield, en tu calidad de guía nuestra en virtud del ejemplo, si no de la elección, serás la primera que hará uso del escenario.
Nicole logró esbozar una sonrisa.
—Pero no conozco chistes de granja —protestó.
Eponine se sintió aliviada al ver que Nicole no estaba ofendida por la conducta de Max.
—No importa, Nicole —intervino—, ninguno de nosotros los sabe… Max conoce suficientes chistes de granja por todos.
—Había una vez —empezó Max instantes después— un granjero de Oklahoma que tenía una esposa gorda llamada Chifla. Se la llamaba así porque, en el clímax del acto amoroso, cerraba los ojos, abocinaba la boca y emitía un largo chiflido.
Max eructó. Los mellizos lanzaron una risita entrecortada. A Nicole la preocupaba que quizá no fuera adecuado para los chicos oír el cuento de Max, pero Nai estaba sentada detrás de sus hijos, riendo con ellos. «Relájate», se dijo Nicole, «verdaderamente te convertiste en la Reina del Ceño Fruncido».
—Ahora bien, una noche —prosiguió Max—, este granjero y Chifla tuvieron un tremendo toletole. Para vosotros, chicos, eso quiere decir «riña», y ella se fue a la cama temprano y colérica. El granjero se sentó solo a la mesa, bebiendo tequila. A medida que avanzaba la noche, lamentaba haber sido un tan testarudo hijo de puta y empezó a disculparse en voz alta.
»Mientras tanto, la buena de Chifla, que estaba otra vez tremendamente enojada porque su marido la había despertado, sabía que, cuando él terminara de beber, iba a entrar en el dormitorio y tratar de sellar su disculpa haciéndole el amor en forma desenfrenada. Mientras el granjero vaciaba la botella de tequila, Chifla se escabulló fuera de la casa, fue hasta el chiquero y trajo al dormitorio a la más joven y pequeña de las lechoncitas.
»Más tarde esa misma noche, cuando el borracho granjero entró tambaleándose en el dormitorio a oscuras, y cantando uno de sus himnos religiosos favoritos, Chifla observaba desde el rincón y la lechona estaba dentro de la cama. El granjero se quitó toda la ropa y saltó debajo de la sábana. Agarró a la lechona por las orejas y la besó en los labios. La lechona chilló y el granjero se echó hacia atrás.
»—Chifla, mi amor —dijo—, ¿te olvidaste de cepillarte los dientes hoy?
»Su esposa salió como un rayo del rincón y empezó a golpearlo en la cabeza con una escoba…
Todo el mundo reía. Max estaba tan divertido por su propio chiste que no se podía sentar erguido. Nicole echó un vistazo en derredor.
«Max tiene razón», pensó, «necesitamos esto. Todos hemos estado muy preocupados».
—… Mi hermano Clyde —seguía Max— sabía más chistes de granja que cualquier otra persona que yo haya conocido. Cortejó a Winona contándoselos o, por lo menos, eso es lo que él aseguraba. Clyde solía decirme que una «mujer que se ríe ya tiene una mano en la bombacha»… Cuando salíamos a cazar patos con los muchachos, nunca llegábamos a dispararle a un solo maldito pato. Clyde empezaba a contar cuentos, y nosotros reíamos y bebíamos… Después de un rato, olvidábamos por qué nos habíamos levantado a las cinco de la mañana para ir y sentarnos en el frío…
Max dejó de hablar, y se produjo un silencio momentáneo en la habitación.
—Maldición —dijo, después de un momento—. Por un rato imaginé que estaba de vuelta en Arkansas. —Se puso de pie—. Ni siquiera sé ahora para qué lado está Arkansas desde aquí, o a cuántos miles de millones de kilómetros se encuentra… —Meneó la cabeza—. A veces, cuando estoy soñando y lo que se me aparece es verdaderamente real, creo que el sueño es la realidad. Me convenzo de que estoy de vuelta en Arkansas. Entonces, cuando despierto, me siento perdido y, durante unos segundos, creo que lo que es un sueño es esta vida que estamos llevando acá, en la Ciudad Esmeralda.
—Lo mismo me ocurre a mí —intervino Nai—. Hace dos noches soñé que estaba haciendo mi meditación matinal en el jong pra[9] de mi hogar natal, en Lamfun. Cuando estaba recitando mi mantra, Patrick me despertó. Dijo que estaba hablando en sueños. Durante unos segundos, sin embargo, no supe quién era él… fue aterrador.
—Muy bien —dijo Max después de un prolongado silencio. Se volvió hacia Nicole—. Supongo que estamos listos para oír las noticias del día. ¿Qué tienes para decirnos?
—Los vídeos cuadroides de hoy fueron muy peculiares —contestó una sonriente Nicole—. Durante los primeros minutos estuve segura de haber hecho ingresar la base de datos equivocada… Una imagen tras otra mostraban un cerdo, o una gallina, o un muchacho granjero de Oklahoma borracho que trataba de cortejar a una deliciosa jovencita… En la última serie de imágenes, ese granjero estaba tratando de beber tequila, comer pollo frito y hacer el amor con su novia, todo al mismo tiempo… lo que me hace recordar, ese pollo ciertamente tenía buen aspecto… ¿Hay alguien más que tenga hambre?