12

Estaban sentados en la sala de estar de los Wakefield, esperando la aparición de la novia. Patrick se retorcía nerviosamente las manos.

—Sé paciente, joven —lo tranquilizó Max, cruzando la habitación y pasando el brazo por sobre los hombros de Patrick. Ya vendrá… La mujer quiere tener su mejor aspecto el día de su casamiento.

—Yo no —terció Eponine—. A decir verdad, ni siquiera recuerdo qué usaba el día de mi casamiento.

—Lo recuerdo bien, francesita —contestó Max, con amplia sonrisa—, en especial allá arriba, en el iglú. Tal como recuerdo, la mayor parte del tiempo estuviste usando tu traje de nacimiento.

Todos rieron. Nicole entró en la habitación.

—Va a estar aquí dentro de unos minutos. Ellie la está ayudando con el arreglo final del vestido. —Recorrió a los presentes con la mirada.

—¿Dónde están Archie y Doctora Azul? —preguntó.

—Fueron a su casa un minuto —informó Ellie— tienen un obsequio especial para la novia.

—No me gusta tener esas octoarañas dando vueltas por aquí —se quejó Galileo con tono desagradable—. Me dan escalofríos.

—A partir de la próxima semana, Galileo —dijo Ellie con suavidad—, casi todo el tiempo en la escuela habrá con vosotros una octoaraña… Os ayudará a aprender el idioma de ellas…

—No quiero aprender su idioma —se opuso el chico, desafiante.

Max se acercó a Richard.

—¿Y cómo anda el trabajo, amigo? No se te vio mucho el pelo en estas dos últimas semanas.

—Es absolutamente fascinante, Max —dijo Richard con entusiasmo—. Estoy trabajando en un proyecto para la enciclopedia, ayudándolos a diseñar un nuevo conjunto de soportes de lógica para exhibir toda la información crítica sobre los centenares de miles de especies que se hallan en el Banco de Embriones… Las octoarañas acumulan una cantidad tan enorme de datos durante sus pruebas y, sin embargo, están sorprendentemente limitadas en los conocimientos sobre cómo administrarlos con eficacia. Justamente ayer empecé a trabajar con algunos datos provenientes de pruebas recientes sobre un conjunto de agentes microbiológicos que, en la taxonomía octoarácnida, se clasifican en función de la gama de plantas y animales para la que son letales…

Richard se interrumpió. Archie y Doctora Azul entraron juntos llevando una caja de alrededor de un metro de altura, envuelta con ese pergamino de las octoarañas. Los recién llegados bajaron su regalo en el rincón y se quedaron en el costado de la habitación. Ellie llegó un instante después, tarareando la «Marcha nupcial» de Mendelssohn. Nai la seguía.

La novia de Patrick llevaba su vestido tailandés de seda. Estaba adornado con las flores amarillo brillante y negro que las octoarañas le habían dado a Ellie, que las prendió en el vestido, en posiciones estratégicas. Patrick se puso de pie, para colocarse al lado de Nai y frente a su madre. La pareja se tomó de las manos.

A Nicole se le había pedido que oficiara la ceremonia y que la hiciera lo más sencilla posible. Mientras se preparaba para comenzar su breve declaración, su mente se vio súbitamente inundada con recuerdos de otros días de casamiento en su vida. Vio a Max y Eponine, a Michael O’Toole y su hija Simone, Robert y Ellie… Se estremeció involuntariamente cuando el recuerdo del sonido de disparos ingresó violentamente en su memoria. «Una vez más», pensó, forzándose a regresar a lo presente, «nos hemos reunido aquí».

Apenas si podía hablar. Estaba abrumada por sus sentimientos.

«Ésta es mi última boda», comprendió, casi pensando en voz alta. «No habrá otra».

Una lágrima corrió por su mejilla izquierda.

—¿Estás bien, Nicole? —preguntó en tono quedo la siempre sensible novia. Nicole asintió con la cabeza y sonrió.

—Amigos —dijo—, nos hemos reunido hoy para ser testigos y celebrar la boda de Patrick Ryan O’Toole y Nai Buatong Watanabe. Formemos un círculo en torno de ellos, enlazando los brazos para demostrar nuestro amor y apoyo para su matrimonio.

Hizo un ademán a las dos octoarañas mientras se estaba formando el círculo, y también ellas pasaron sus tentáculos alrededor de los seres humanos que tenían al lado.

—¿Quieres tú, Patrick —continuó, quebrándosele la voz—, tomar a esta mujer, Nai, para amarla y protegerla en calidad de esposa y compañera para toda la vida?

—Sí, quiero —dijo Patrick.

—¿Y quieres tú, Nai, tomar a este hombre, Patrick, para amarlo y cuidarlo en calidad de esposo y compañero para toda la vida?

—Sí, quiero —dijo Nai.

—Entonces, los declaro marido y mujer. —Patrick y Nai se abrazaron y todos gritaron. Los recién casados compartieron su primer abrazo como cónyuges, con Nicole.

—¿Alguna vez hablaste con Patrick sobre sexo? —le preguntó Nicole a Richard después que la fiesta hubo terminado y la gente se dispersó.

—No. Max se ofreció de buen grado… pero no ha de ser necesario. Después de todo, Nai ya estuvo casada… ¡Por Dios, qué emotiva estuviste hoy! ¿A qué se debió todo eso?

Nicole sonrió.

—Estaba pensando en otras bodas, Richard. La de Simone y Michael, la de Ellie y Robert…

—Ésa es una boda que me gustaría olvidar —declaró Richard—. Por muchos motivos.

—Creí, durante la ceremonia, que estaba llorando porque, probablemente, ésta iba a ser la última boda a la que habría de asistir. Pero después, durante la fiesta, pensé en algo más. ¿Nunca te molestó, Richard, que jamás hayamos tenido una ceremonia oficial?

—No —dijo Richard, negando con la cabeza—. Tuve una ceremonia con Sarah, y ya fue suficiente…

—Pero tú tuviste una boda, Richard. Yo nunca la tuve. Parí hijos de tres padres diferentes, pero ni siquiera una vez fui novia ante un altar.

Richard permaneció en silencio durante varios segundos.

—¿Y crees que ésa fue la razón por la que estabas llorando?

—Puede ser. No lo sé con certeza.

Nicole caminó por la habitación mientras Richard quedaba sumido en sus pensamientos.

—¿No fue una magnífica estatua de Buda la que las octoarañas le trajeron a Nai? —dijo Nicole—. El trabajo artístico fue soberbio… Realmente creí que tanto Archie como Doctora Azul se divirtieron. Me pregunto por qué Jamie vino a buscarlos tan temprano…

—¿Te gustaría tener una ceremonia de casamiento? —preguntó Richard de repente.

—¿A nuestra edad? —rio Nicole—, ya somos abuelos.

—Así y todo, si eso te hiciera feliz…

—¿Me estás proponiendo matrimonio, Richard Wakefield?

—Creo que sí. No querría que fueras desdichada porque nunca fuiste novia ante un altar.

Nicole cruzó la habitación y besó a su marido.

—Podría ser divertido —dijo—. Pero no planeemos cosa alguna hasta que Patrick y Nai se hayan establecido. No querría robarles su momento al sol.

Los dos fueron abrazados hacia el dormitorio. Se sobresaltaron al descubrir el camino interceptado por Archie y Doctora Azul.

—Debéis venir con nosotros de inmediato —anunció Archie—. Ésta es una emergencia.

—¿Ahora? —repuso Nicole—. ¿A esta hora?

—Sí —dijo Doctora Azul—. Nada más que vosotros dos. La Optimizadora Principal aguarda… Ella les va a explicar todo.

Nicole sintió que su ritmo cardíaco se aceleraba bruscamente, mientras la adrenalina se vertía a mares en su sistema circulatorio.

—¿Necesito un abrigo? —preguntó—. ¿Saldremos de la ciudad?

Por algún motivo, el primer pensamiento de Nicole había sido el de que la convocación se relacionaba con el llanto de bebé que Richard oyó después de su primera visita al Banco de Embriones. ¿Estaría enfermo el niño? ¿Quizá muriendo? Entonces, ¿por qué no estaban yendo directamente hacia el jardín zoológico, que quedaba fuera de la cúpula, en el Dominio Alternativo?

La Optimizadora Principal y su gabinete los esperaban en verdad. Dos sillas había en la sala. No bien Richard y Nicole se sentaron, la octoaraña jefe empezó a hablar con colores.

—Está cobrando forma una grave crisis —informó—, crisis que, por desgracia, podría llevar a una guerra entre nuestras dos especies. —Hizo oscilar un tentáculo, y videoimágenes empezaron a aparecer en la pared.

»A hora temprana de hoy, dos helicópteros empezaron a trasladar tropas humanas desde la isla de Nueva York hasta la sección que está más al norte de nuestro territorio, justo al lado del Mar Cilíndrico. Los datos de nuestros cuadroides no sólo indican que vuestra especie se está preparando para lanzar un ataque contra nosotros, sino, también, que su caudillo Nakamura convenció a la población humana de que somos enemigos vuestros. Consiguió el apoyo del Senado para el esfuerzo de guerra y, en un lapso relativamente breve, creó un arsenal que le podría causar considerables daños a nuestra colonia.

La Optimizadora Principal calló mientras Richard y Nicole miraban instantáneas de televisión que mostraban bombas, bazucas y ametralladoras que se estaban fabricando en Nuevo Edén.

—Durante los cuatro días pasados, pequeños grupos de seres humanos efectuaron incursiones de investigación por tierra, y el par de helicópteros por aire. Estas misiones de reconocimiento penetraron tan al sur como hasta el bosque barrera y cubrieron todo el ámbito cilíndrico de nuestro territorio. Casi el treinta por ciento de nuestros alimentos, energía y provisión de agua se encuentra en la región que los seres humanos sometieron a reconocimiento.

»No ha habido combates, pues no hemos ofrecido resistencia a las actividades de exploración. Hemos colocado, empero, carteles en sitios clave, utilizando lo que sabemos de vuestro idioma, informándoles a las tropas humanas que todo el hemicilindro austral es dominio de otra especie evolucionada, pero pacífica, y solicitándoles que regresen a su propia región… Nuestros carteles fueron pasados por alto.

»Hace dos días se produjo un incidente penoso. Mientras estábamos cosechando cereales en uno de nuestros campos grandes, ocurrió el sobrevuelo de un helicóptero. El vehículo descendió en las cercanías y envió a cuatro soldados. Sin que hubiera provocación alguna, esos seres humanos ejecutaron a los tres animales que estaban realizando la cosecha, los mismos seres de seis brazos que vosotros dos visteis en vuestra gira inicial por nuestra comarca, y prendieron fuego al campo de cereales. Desde ese incidente, el contenido de nuestros carteles cambió, y hemos puesto bien en claro que cualquier otra conducta similar se tomará como acto de guerra.

»De todos modos, por las actitudes de esta mañana temprano resulta evidente que no se prestó atención a nuestras advertencias y que vuestra especie planea iniciar un conflicto en el que no tiene la menor posibilidad de vencer. Hoy estuve considerando la posibilidad de anunciar una declaración de guerra, suceso en extremo grave en una colonia octoarácnida, con ramificaciones en todos los niveles de nuestra sociedad. Antes de tomar esa actitud irreversible, empero, consulté con aquellos otros optimizadores cuya opinión considero respetable.

»La mayoría de mi gabinete era partidaria de la declaración de guerra, al no ver modo alguno de convencer a vuestros congéneres de que un conflicto con nosotros significaría un desastre para ellos. La octoaraña a la que vosotros llamáis Archie, no obstante, le hizo una propuesta a mi gabinete que, creemos, tiene una pequeña probabilidad de funcionar. Aun cuando nuestros analistas estadígrafos dicen que la guerra es el resultado más factible, nuestros principios exigen que hagamos todo lo posible para evitarla… Puesto que la proposición de Archie exige vuestra intervención y cooperación, os hemos llamado aquí esta noche.

La Optimizadora Principal dejó de hablar con colores y se arrastró hacia el costado de la sala. Richard y Nicole intercambiaron una rápida mirada.

—¿Tu traductor siguió el hilo de todo eso? —preguntó Nicole.

—La mayor parte. Por cierto que entiendo el meollo de la situación… ¿Tienes tú alguna pregunta, o debo sugerir que sigan adelante con la propuesta de Archie?

Nicole inclinó levemente la cabeza en dirección de Archie y su amigo octoaraña se desplazó hacia el centro de la sala.

—Me ofrecí como voluntario —dijo la octoaraña— para negociar personalmente con los dirigentes humanos, en un intento por detener este conflicto antes de que llegue hasta el nivel de una guerra en gran escala. Para lograr esto, empero, resulta obvio que necesito ayuda. Si apareciera de repente en el campamento de los soldados humanos, me matarían. Aun si no lo hacen, no van a tener manera de entender lo que les estoy diciendo. Así que algún ser humano que entienda nuestro idioma tiene que acompañarme para traducir mis colores o, si no, no hay manera de que se pueda entablar un diálogo con sentido…

Después que Richard y Nicole le dijeron a la Optimizadora Principal que no estaban en desacuerdo con el concepto básico propuesto por Archie, a los dos seres humanos y su colega octoaraña se los dejó a solas para que discurrieran sobre los detalles. La idea de Archie era directa. Nicole y él iban a aproximarse juntos al campamento militar que estaba cerca del Mar Cilíndrico y solicitarían una reunión con Nakamura y los demás dirigentes humanos. En esa reunión, Archie y Nicole explicarían que las octoarañas eran una especie amante de la paz que no tenía aspiraciones de dominio territorial en el lado norte del Mar Cilíndrico. Archie iba a pedir que los seres humanos se retiraran del sitio ocupado y cesaran sus sobrevuelos. De ser necesario, y como ofrenda de buena voluntad de las octoarañas, Archie brindaría gran cantidad de alimentos y agua para ayudar a los humanos a paliar sus dificultades actuales. Se habría de establecer una relación permanente entre las dos especies y se redactaría el borrador de un tratado para codificar el acuerdo.

—¡Por Dios! —exclamó Richard, después que terminó de traducir los comentarios de Archie—. ¡Y yo que creía que la idealista era Nicole!

Archie no entendió la observación de Richard. Pacientemente, Nicole le explicó a la octoaraña que era probable que los dirigentes de Nuevo Edén no fueran tan razonables como Archie suponía.

—Es por completo posible —advirtió, para subrayar el peligro de lo que Archie estaba proponiendo— que nos maten a ambos, antes que se nos permita decir algo siquiera.

Archie seguía insistiendo en que era inevitable que lo que proponía fuese aceptado, en última instancia, porque resultaba claro que respondía a lo que era más conveniente para los seres humanos que vivían en Nuevo Edén.

—Mira, Archie —respondió Richard, frustrado—, lo que dijiste sencillamente no es acertado. Hay muchos seres humanos, Nakamura entre ellos, a los que les importa una mierda lo que sea bueno para la colonia. De hecho, el bienestar común ni siquiera constituye un factor en la función objetiva inconsciente, para utilizar tus palabras, que rige el comportamiento de esos seres humanos. Todo lo que les preocupa es ellos mismos. Cada decisión se sopesa en función de si ella va a incrementar el poder o la influencia personales, o si no lo va a hacer. En nuestra historia, los dirigentes a menudo destruyeron sus propios países, o colonias, en el intento por retener el poder.

La octoaraña era obstinada.

—Lo que estás describiendo sencillamente no puede ser cierto en una especie evolucionada —insistía—. Las leyes fundamentales de la evolución indican a las claras que aquellas especies cuyo valor primordial es el bienestar del grupo van a sobrevivir a aquéllas en las que lo supremo es el individuo… ¿Estás sugiriendo que los seres humanos son una especie de aberración, un engendro de la naturaleza que viola un fundamental…?

Nicole interrumpió.

—Oíd, vosotros dos, todo esto es muy interesante, pero tenemos algunos asuntos más urgentes. Debemos diseñar un plan de acción que carezca de escollos ocultos… Richard, si no te gusta el plan de Archie, ¿qué sugieres?

Richard reflexionó varios segundos antes de hablar.

—Estoy convencido de que Nakamura comprometió a Nuevo Edén en esta operación contra las octoarañas por muchas razones, una de las cuales es impedir la crítica a los fracasos internos de su gobierno. No creo que se lo disuada del curso de acción que tomó, a menos que los ciudadanos estén en contra de la guerra por mayoría abrumadora y, lamento decirlo, no creo que eso ocurra, salvo que los colonos se convenzan de que la guerra va a ser un desastre.

—¿Así que crees que van a ser necesarias amenazas? —preguntó Nicole.

—Como mínimo. Lo que sería perfecto sería una demostración de poderío militar por parte de las octoarañas —sugirió Richard.

—Temo que eso es imposible —objetó Archie—, dadas las actuales circunstancias, por lo menos.

—¿Por qué? —preguntó Richard—. La Optimizadora Principal habló con confianza respecto de ganar cualquier guerra que se pudiera producir. Si vosotros atacarais y destruyerais por completo ese campamento…

—Ahora eres tú quien no nos entiende —dijo Archie—; como la guerra, o cualquier conflicto que pueda redundar en muertes deliberadas, es una manera para nada óptima para resolver disputas, nuestra colonia tiene reglamentos muy estrictos que rigen las acciones hostiles concertadas. En nuestra sociedad se han incorporado controles que, de manera absoluta, convierten la guerra en la ultimísima solución que se pueda aplicar… No tenemos ejército en pie ni acopio de armamentos, por ejemplo… y hay otras restricciones también. Todos los optimizadores que tomen parte en la decisión de declarar una guerra, así como todas las octoarañas que intervengan en un conflicto armado, son exterminados de inmediato después de la guerra.

—¿Quéee? —exclamó Richard, sin poder creer a su traductor—. Eso no es posible.

—Sí lo es —replicó Archie—. Como podrán imaginar, estos factores disuaden en forma importante nuestra participación en hostilidades que no sean de índole defensiva. La Optimizadora Principal sabe que firmó su propia sentencia de muerte hace dos semanas, cuando autorizó el comienzo de los preparativos para la guerra. Las ochenta octoarañas que en estos momentos viven y trabajan en el Dominio de Guerra van a ser exterminadas cuando se concluya esta guerra o haya pasado, por declaración oficial, la amenaza de la guerra… Yo mismo, ya que fui parte de las discusiones que se celebraron hoy, seré colocado en las listas de exterminación, si se declara la guerra.

Richard y Nicole se habían quedado sin palabras.

—Para una octoaraña, la única justificación posible de una guerra —prosiguió Archie— es una amenaza inconfundible a la supervivencia misma de la colonia. Una vez que la amenaza se identifica y admite como tal, nuestra especie experimenta una metamorfosis y lleva adelante la guerra, sin misericordia, hasta que, o bien se aniquila la amenaza, o bien nuestra colonia es destruida… Hace generaciones, algunos optimizadores muy sabios se dieron cuenta de que aquellos individuos de la especie que se dedicaban a matar, y a planear cómo matar, quedaban tan alterados en su faz psicológica que se convertían en un serio perjuicio para el funcionamiento de una colonia pacífica. Ése fue el motivo por que se promulgaron los codicilos de exterminación.

Richard y Nicole permanecieron en silencio, aun después que Archie hubiera terminado de hablar. Por fin, Richard le pidió que saliera de la sala, de modo de poder conversar en privado con su esposa, pero prontamente recordó los ubicuos cuadroides.

—Nicole, querida —dijo finalmente—, no creo que el plan de Archie sea del todo correcto, y por varios motivos. En principio, soy yo el que debe ir con él, en vez de ti…

Cuando Nicole empezaba a interrumpirlo, Richard hizo un ademán con las manos para que permaneciera en silencio.

—Ahora, óyeme bien —dijo—, en todo el transcurso de nuestro matrimonio, en especial desde que salimos de El Nodo, siempre fuiste la que estuvo en la vanguardia, brindando tu tiempo y tu energía en pro de la familia, o de la colonia… Ahora es mi turno… En esta circunstancia en particular estoy convencido de que soy también yo el más apto para la tarea propuesta. Me va a resultar más fácil asustar a nuestros congéneres inventando imágenes de apocalípticos ataques infligidos por las octoarañas…

—Pero tú no hablas bien su idioma —protestó Nicole—. Sin tu traductor…

—Ya pensé en eso, y creo que Ellie y Nikki deben venir con Archie y conmigo. Primero, con una niña entre nosotros, la probabilidad de que nos mate la fuerza de avanzada se reduce en magnitud significativa. Segundo, Ellie habla con total fluidez el idioma octoarácnido y me puede respaldar si mi traductor no es asequible o resulta inadecuado. Tercero, y ésta puede ser la razón más importante, el único delito que a Nakamura y sus esbirros les es posible atribuir a las octoarañas es el secuestro de Ellie. Si ella aparece, sana y salva y elogiando al enemigo alienígena, entonces el esfuerzo de guerra se verá socavado.

Nicole frunció el entrecejo.

—No me gusta la idea de que Nikki vaya con vosotros… Es demasiado peligrosa. Nunca me perdonaría si algo le sucediera a esa niña…

—Y yo tampoco me lo perdonaría —dijo Richard—, pero no creo que Ellie vaya sin ella… Nicole, no hay planes buenos… Nos vemos forzados a elegir la opción menos desagradable.

Durante un breve intervalo en la conversación, Archie habló con colores.

—Todos los razonamientos de Richard son excelentes —le dijo a Nicole—, y existe un motivo más por el que podría ser mejor que permanezcas aquí, en la Ciudad Esmeralda. El resto de los seres humanos que se quedan va a necesitar de tu capacidad de liderazgo durante los difíciles días que se avecinan.

La mente de Nicole corría como una flecha. No se sentía preparada para que Richard se ofreciera como voluntario.

—¿Me estás diciendo, Archie —inquirió—, que respaldas las sugerencias de Richard, incluyendo el llevar con vosotros a Ellie y Nikki?

—Sí —contestó la octoaraña.

—Pero, Richard —arguyó entonces Nicole, volviéndose hacia su marido—, sabemos cuánto odias lo que llamas «politiquería inmunda». ¿Estás seguro de que meditaste esto bien?

Richard asintió con una leve inclinación de cabeza. Nicole se encogió de hombros.

—Muy bien, entonces. Hablaremos con Ellie. Si ella está de acuerdo, contamos con un plan.

La Optimizadora Principal opinó que la propuesta corregida tenía alguna posibilidad de éxito, pero se sintió obligada a recordarles a todos que, sobre la base del análisis octoarácnido, todavía seguía existiendo una elevada probabilidad de que mataran tanto a Richard como a Archie. El corazón de Nicole dio un vuelco cuando tradujo el recordatorio de la dirigente de las octoarañas. La Optimizadora Principal no le estaba diciendo nada que ella ya no supiera, sin embargo, su concentración en el planeamiento y las discusiones era tal, que todavía no se había enfrentado con alguno de los posibles resultados de las decisiones que estaban tomando.

Nicole dijo muy poco mientras todos los principales intervinientes coincidían en un horario base. Cuando oyó a Richard decir que Archie y él, con Ellie y Nikki o sin ellas, iban a partir de la Ciudad Esmeralda un tert después del amanecer del día siguiente, se estremeció.

«Mañana», pasó como un relámpago por su mente, «mañana nuestra vida volverá a cambiar».

En el transporte se mantuvo en silencio durante el viaje de regreso a su zona. Mientras Richard y Archie conversaban sobre muchos temas diferentes, Nicole trataba de combatir el miedo que crecía dentro de ella. Una voz interior, voz a la que no oía desde hacía años, le estaba diciendo que, después de mañana, no volvería a ver a Richard.

«¿Es ésta, quizás, alguna reacción peculiar de mi parte?», se preguntó con tono crítico. «¿Me está resultando difícil permitir que Richard sea el héroe?»

La intensidad de la premonición aumentó, a pesar de sus intentos por combatirla. Recordaba una noche terrible, muchos, muchos años atrás, cuando se encontraba en su dormitorio de la casita de Chilly-Mazarin. Se había despertado, gritando, de una violenta y muy gráfica pesadilla.

«Mamita está muerta», gritó entonces la niña de diez años.

Su padre trataba de consolarla explicándole que su madre simplemente había salido de viaje, para visitar a su familia en la Costa de Marfil. El telegrama que anunciaba su muerte llegó a la casa siete horas después.

—Si no tienen armas acumuladas ni soldados adiestrados —estaba diciendo Richard—, ¿cómo diablos se pueden preparar para la guerra con la rapidez suficiente como para defenderse?

—No puedo decirte eso —contestó Archie—, pero créeme, sé con seguridad que un conflicto en estos momentos, entre nuestras dos especies, podría redundar en la aniquilación de la civilización humana en Rama.

Nicole no podía aquietar su alma atormentada. No importaba cuántas veces se dijera a sí misma que su reacción era exagerada, el miedo premonitorio no desaparecía. Extendió el brazo y tomó la mano de Richard. Él entrelazó sus dedos con los de ella y continuó su conversación con Archie.

Nicole lo contempló resueltamente.

«Estoy orgullosa de ti. Richard», pensó, «pero también estoy asustada…» Sintió las lágrimas que empezaban a asomarle en los ojos «… y todavía no estoy preparada para decir adiós.»

Era muy tarde cuando Nicole fue a acostarse. Había despertado a Ellie con suavidad, sin perturbar a Nikki y los mellizos Watanabe, que estaban durmiendo en la casa de los Wakefield para que Patrick y Nai pudieran tener su noche de bodas a solas. Ellie, claro está, hizo muchas preguntas. Richard y Nicole le explicaron el plan, incluyendo todo lo de importancia que esa misma noche, más temprano, supieron por Archie y la Optimizadora Principal. Ellie expresó su temor, pero finalmente estuvo de acuerdo en que ella y Nikki acompañaran a Richard y Archie al día siguiente.

Nicole no pudo caer en un sueño profundo. Después de revolverse y cambiar de posición durante una hora, empezó una secuencia de ensueños breves, caóticos. En el último, otra vez tenía siete años y estaba de vuelta en la Costa de Marfil, en mitad de la ceremonia poro. Estaba semidesnuda, en el agua, con la hembra de león rondando por el perímetro del estanque. La pequeña Nicole tomó una profunda bocanada de aire y se sumergió en el agua. Cuando salió a la superficie, Richard estaba parado en la orilla, allí donde había estado la hembra. Al principio fue un Richard joven que le sonreía, pero, mientras Nicole lo miraba, envejeció con rapidez y se transformó en el mismo Richard que en ese momento estaba al lado de ella en la cama. Nicole oyó en su oído la voz de Omeh. «Mira cuidadosamente, Ronata», dijo la voz, «y recuerda…»

Nicole despertó. Richard estaba durmiendo apaciblemente. Ella se sentó en la cama y dio un solo golpecito en la pared. Una solitaria luciérnaga apareció en el vano de la puerta, arrojando algo de luz en el dormitorio. Nicole contempló con fijeza a su marido. Miró su cabello y barba, grises por la edad, y los recordó cuando eran negros. Rememoró con ternura el ardor y el humor de Richard durante el galanteo en Nueva York. La cara se le torció en una mueca, hizo una profunda inspiración y se besó el índice. Después lo apoyó sobre los labios de Richard. Él no se agitó. Permaneció sentada en silencio durante varios minutos más, estudiando cada rasgo del rostro de su marido. Suaves lágrimas le fluyeron por las mejillas y cayeron desde su mentón sobre las sábanas.

—Te amo, Richard —dijo.