Richard estaba durmiendo cuando Nicole llegó a casa. Agradeció para sus adentros que todavía no fuera necesario dar explicaciones. Se puso el camisón y subió con suavidad a la cama, pero no pudo dormirse. Su mente seguía saltando hacia adelante y hacia atrás, entre las horribles imágenes que había visto durante el día y los pensamientos respecto de lo que les iba a decir a Richard y los demás.
En su estado de sueño crepuscular, Nicole súbitamente se vio sentada en los jardines centrales de Ruán al lado de su padre, en la plaza en la que se había quemado viva a Juana de Arco ochocientos años antes. Nicole volvió a ser una adolescente, como cuando su padre realmente la llevó a Ruán para ver la conclusión de la representación teatral al aire libre sobre Juana de Arco. La carreta tirada por bueyes que transportaba a Juana estaba haciendo su entrada en la plaza, y la gente estaba gritando.
—Papi —dijo la adolescente Nicole, gritando a voz en cuello para que se la oyera por encima del clamoreo—, ¿qué puedo hacer para ayudar a Katie?
Su padre no había oído la pregunta. Su atención estaba completamente concentrada en la Doncella de Orleans o, mejor dicho, en la muchacha que hacía el papel de Juana. Nicole miraba cómo a esa muchacha, que tenía los mismos ojos claros y penetrantes que se le atribuían a Juana, se la ataba al poste de la hoguera. La joven empezó a orar en voz baja, mientras uno de los obispos le leía la sentencia de muerte.
—¿Qué hay respecto de Katie? —volvió a decir Nicole. No hubo respuesta. El público que la rodeaba en los jardines públicos quedó sin aliento cuando se prendió fuego a los montones de madera que rodeaban a Juana. Nicole se puso de pie junto con el gentío, cuando las llamas se difundieron con rapidez por alrededor de la base del enorme poste de madera, y pudo oír con claridad las oraciones de Santa Juana, invocando la bendición de Jesús.
Las llamas se acercaron más a la muchacha. Nicole miró el rostro de la adolescente que había cambiado la historia, y un escalofrío le recorrió la espalda.
—¡Katie! —gritó—. ¡No! ¡No!
Trató con desesperación de encontrar alguna manera de salir de las graderías, pero estaba trabada por todos lados. No había manera de que pudiera salvar a su hija que se estaba quemando.
—¡Katie! ¡Katie! —volvió a gritar, agitando salvajemente brazos y piernas hacia la gente que la rodeaba.
Sintió brazos alrededor del pecho. Demoró unos segundos en darse cuenta de que había estado soñando. Richard la contemplaba alarmado. Antes de que ella pudiera hablar, Ellie entró en el dormitorio, en bata.
—¿Estás bien, mamá? —preguntó—. Estaba mirando a Nikki y te oí gritar el nombre de Katie…
Nicole echó una rápida mirada, primero a Richard y después a Ellie. Cerró los ojos. Todavía podía ver el rostro atormentado de Katie, contraído por el dolor, al que ya alcanzaban las llamas. Volvió a abrir los ojos y miró a su esposo e hija.
—Katie es muy desdichada —dijo, y prorrumpió en llanto.
No se podía consolarla. Cada vez que empezaba a contarles los detalles de lo que había visto, empezaba a llorar de nuevo.
—Me siento tan frustrada, tan impotente —dijo, cuando finalmente se pudo controlar—. Katie está en una situación horrenda, y no hay nada en absoluto que cualquiera de nosotros pueda hacer para ayudarla.
Al resumir la vida de Katie sin omitir el menor detalle, salvo algunas de las más retorcidas aventuras sexuales, Nicole abandonó su plan tentativo de suavizar el informe. Tanto Richard como Ellie quedaron pasmados y entristecidos por la noticia.
—No sé cómo te las arreglaste para sentarte ahí y mirar durante todas esas horas —dijo Richard en un momento dado—. Yo habría salido de ahí a los pocos minutos.
—Katie está tan perdida, tan irremisiblemente perdida —se lamentó Ellie, meneando la cabeza en gesto de desolación. Pocos minutos más tarde, la pequeña Nikki, caminando sin rumbo fijo, entró en la habitación en busca de su madre. Ellie abrazó a Nicole y llevó a Nikki de vuelta al cuarto de ambas.
—Lamento haber estado tan perturbada, Richard —se disculpó Nicole pocos minutos después, justo antes que se fueran a dormir.
—Es comprensible —la tranquilizó Richard—. El día debe de haber sido absolutamente horrible.
Nicole se enjugó los ojos por enésima vez.
—Sólo puedo recordar una única vez más de mi vida en la que lloré así —dijo, logrando esbozar una sonrisa—. Se remonta a cuando tenía quince años. Un día, mi padre me dijo que estaba pensando en proponerle matrimonio a esa inglesa con la que estaba saliendo. A mí no me gustaba; era una mujer fría y distante, pero no consideré que fuera apropiado que yo le dijera algo negativo a mi padre… Sea como fuere, me sentía devastada. Tomé el pato silvestre que tenía como mascota, Dunois, y salí corriendo hacia nuestra laguna en Beauvois. Remé hasta el medio de ella, metí los remos dentro del bote y lloré durante varias horas.
Estuvieron acostados en silencio durante unos minutos. Después, Nicole se inclinó para besar a Richard.
—Gracias por escucharme —dijo—. Necesitaba el apoyo.
—No es fácil para mí tampoco —dijo Richard—, pero, por lo menos, no vi realmente a Katie, por lo que, de alguna manera, parece…
—¡Oh, Dios! —interrumpió Nicole—, casi lo olvido… Archie también me dijo hoy que a ninguno de nosotros se le permitiría volver a Nuevo Edén. Dijo que era por razones de seguridad… Max se va a poner furioso.
—No te preocupes por eso ahora. Trata de dormir un poco. Hablaremos de eso por la mañana.
Nicole se acurrucó en los brazos de Richard y se quedó dormida.
—Por razones de se-gu-ri-dad —aulló Max—; ahora bien, ¿eso qué mierda quiere decir?
Patrick y Nai se levantaron de la mesa del desayuno.
—Dejen la comida —indicó Nai, haciendo un ademán a los niños para que la siguieran—. Podemos comer frutas y cereales en el aula.
Tanto Kepler como Galileo eran renuentes a salir. Sentían que algo importante se iba a discutir. Sólo cuando Patrick dio vuelta alrededor de la mesa en dirección de ellos echaron sus sillas hacia atrás y se levantaron.
A Benjy se le permitió quedarse después que le prometió a Nicole que no les repetiría lo conversado a los chicos. Eponine dejó la mesa para amamantar a Marius, que se estaba despertando, en uno de los rincones de la habitación.
—No sé qué quiere decir —le dijo Nicole a Max, una vez que los chicos se fueron—. Archie no se explicó en detalle.
—Bueno, esto sí que es remalditamente maravilloso —masculló Max—. No podemos irnos, pero esos viscosos amigos tuyos no nos dicen el porqué… ¿Por qué no le exigiste ver a la Optimizadora Principal de inmediato, ahí donde estaban? ¿No crees que nos deben alguna clase de explicación?
—Sí, lo creo —contestó Nicole—, y quizá todos debamos solicitar otra audiencia con la Optimizadora Principal… Lo siento, Max, pero no manejé la situación muy bien… Fui preparada para mirar las videocintas de Katie y, con toda franqueza, el anuncio de Archie me tomó por sorpresa…
—Diablos, Nicole —aclaró Max—, no te culpo a ti personalmente… De todos modos, ya que Ep, Marius y yo somos los únicos que todavía quieren regresar a Nuevo Edén, es trabajo nuestro apelar esta decisión… Dudo de que la Optimizadora Principal haya visto alguna vez un bebé humano de dos meses de carne y hueso.
El resto de la conversación durante el desayuno versó, principalmente, sobre Katie y lo que Nicole había visto el día anterior en las videocintas. La familia explicó el meollo de la infeliz vida de Katie sin ahondar demasiado en detalles.
Cuando volvió Patrick, informó que los chicos ya estaban ocupados con sus lecciones.
—Nai y yo estuvimos hablando sobre muchas cosas —declaró, dirigiéndose a todos los presentes—. Primero, Max, nos gustaría pedirte que fueras un poco más cuidadoso, delante de los chicos, con tus comentarios negativos sobre las octoarañas. Ahora ellos sienten mucho miedo cuando Archie o Doctora Azul andan cerca, y esa reacción de los chicos se debe de basar sobre lo que alcanzaron a oír en nuestras charlas.
Max se molestó y empezó a contestar.
—Por favor, Max —agregó Patrick rápidamente—, sabes que soy tu amigo… No discutamos por esto. Tan sólo piensa en lo que te acabo de decir y recuerda que puede ser que todos nosotros permanezcamos aquí con las octoarañas durante mucho tiempo…
—En segundo lugar —continuó—, Nai y yo opinamos, ambos, que, en vista de lo que supimos esta mañana, los niños deben aprender el idioma octoarácnido. Deseamos que empiecen lo más pronto posible… Creemos que necesitamos a Ellie o a mamá, amén de una octoaraña, o de dos… no únicamente para enseñar sino, también, para volver a familiarizar a los niños con sus anfitriones alienígenas… Hace ya unos meses que Hércules se fue… Mamá, ¿hablarías con Archie respecto de esto, por favor?
Nicole asintió con la cabeza y Patrick pidió permiso para retirarse, diciendo que necesitaba volver al aula.
—Pa-Patrick se v-volvió un ben-buen mas-maes-tro —manifestó Benjy por propia iniciativa—. Es mu-y pa-cien-te co-conmi-go y los chi-cos.
Nicole sonrió para sus adentros y miró a su hija, que estaba del otro lado de la mesa.
«Habida cuenta de todo», pensó, «nuestros hijos resultaron buenos. Debo dar las gracias por Patrick, Ellie y Benjy… y no enfermarme de preocupación por Katie».
En uno de los rincones de su dormitorio, Nai Watanabe terminó su meditación y dijo las oraciones matutinas budistas que habían sido parte de su rutina diaria desde que era niña en Tailandia. Cruzó por la sala de estar, dirigiéndose hacia el otro dormitorio para despertar a los mellizos y descubrió, para gran sorpresa suya, que Patrick estaba dormido en el sofá; todavía estaba vestido y sobre el vientre tenía apoyada la lectora electrónica de Nai.
Lo despertó con delicadeza.
—Despierta, Patrick —dijo—. Es de mañana… Dormiste aquí toda la noche.
Patrick despertó con prontitud y se disculpó ante Nai. Mientras se iba, le dijo que tenía varios asuntos para discutir con ella, sobre budismo por supuesto, pero suponía que podían esperar hasta un momento más conveniente. Nai sonrió y lo besó levemente en la mejilla, antes de decirle que ella y los niños estarían prontos para el desayuno dentro de media hora.
«Es tan joven y serio», se dijo mientras lo miraba alejarse, «y disfruto con su compañía… ¿pero podrá alguien, alguna vez, reemplazar como marido a Kenji?»
Nai recordó la noche anterior. Después que los mellizos se durmieron, Patrick y ella tuvieron una charla larga y sincera. Patrick había insistido en que se casaran pronto. Ella le contestó que no quería que se la apurara, que estaría de acuerdo en una fecha específica nada más que cuando se sintiera completamente cómoda con la idea. Patrick indagó entonces, con cierto embarazo, sobre la posibilidad de lo que él denominaba una «mayor interacción sexual», mientras aguardaban. Nai le recordó que le había dicho, desde el principio, que no habría otra cosa más que besos hasta el momento en que se casaran. Para tranquilizarlo, le dio seguridades de que lo encontraba físicamente muy atractivo y de que aguardaba con todo gusto, no cabía duda alguna al respecto, el momento de que hicieran el amor después de estar casados pero, por todos los motivos que habían discutido muchas veces, ella insistía en que su «interacción sexual» siguiera siendo restringida por el momento.
La mayor parte del resto de la velada, la pareja habló sobre los mellizos o sobre el budismo. Nai expresó su preocupación por que su matrimonio pudiera tener un mal efecto sobre Galileo, en especial porque el chico a menudo se representaba en el papel de protector de su madre. Patrick opinó que no creía que sus frecuentes choques con Galileo tuvieran algo que ver con los celos.
—El chico sencillamente toma a mal toda forma de autoridad —manifestó— y resiste la disciplina… Kepler, en cambio…
«¿Cuántas veces, en los últimos seis años», pensó Nai, «alguien empezó un comentario con la frase “Kepler, en cambio…”?» Recordó cuando Kenji todavía vivía y los niños apenas empezaban a caminar. Galileo estaba cayéndose y tropezando con las cosas constantemente. Kepler, en cambio, era cuidadoso y preciso en sus pasos; casi nunca se caía.
Las gigantescas luciérnagas todavía no habían traído el alba a la Ciudad Esmeralda. Nai siguió permitiendo que su mente divagara con libertad, como hacía a menudo después de una serena meditación. Observó, para sus adentros, que en estos últimos tiempos había estado haciendo muchas comparaciones entre Kenji y Patrick.
«Eso es injusto de mi parte», se dijo. «No me puedo casar con Patrick hasta que ese proceso haya cesado por completo».
Una vez más pensó en la noche pasada. Sonrió cuando rememoró la ardorosa discusión que tuvieron sobre la vida de Buda.
«Patrick todavía tiene la ingenuidad de un niño, un idealismo puro», se dijo. «Es una de las cosas que más me encantan de él».
—Admiro la filosofía básica de Buda, así como su enfoque —había dicho Patrick—. En verdad que sí… pero se me plantean algunos problemas. ¿Cómo puedes adorar a un hombre, por ejemplo, que deja a sus esposa e hijo y se va para ser mendigo…? ¿Qué hay sobre su responsabilidad para con su familia?
—Estás tomando la actitud de Buda fuera del contexto histórico —contestó Nai—. Primero, hace dos mil setecientos años, en el norte de la India, ser mendigo errabundo constituía una forma aceptable de vida. Había algunos en cada aldea; muchos, en las ciudades. Cuando un hombre emprendía la búsqueda de «la verdad», el primer paso que normalmente daba era el de repudiar todas las comodidades materiales…
Hablaron durante dos horas, o algo así, y después se besaron un rato, antes de que Nai se hubiera ido sola a su dormitorio. Patrick ya había vuelto a su lectura sobre budismo, para el momento en que ella le susurró «buenas noches» desde el vano de la puerta.
«Qué difícil es», reflexionaba Nai, mientras el alba de las luciérnagas estallaba sobre la ciudad de las octoarañas, «explicar la pertinencia del budismo a alguien que nunca vio la Tierra… y, sin embargo, aun aquí, en este extraño mundo extraterrestre que está entre las estrellas, los deseos siguen ocasionando sufrimiento y los seres humanos siguen en la búsqueda de la paz espiritual. Ése es el motivo», continuó Nai con su pensamiento, «por el que algunos elementos del budismo, del cristianismo, y de las otras grandes religiones de la Tierra, perdurarán mientras sigan existiendo seres humanos en cualquier parte».