9

Durante una conversación que mantuvieron al día siguiente, Archie le dijo a Nicole que su pedido para ver las videocintas de Katie no se podía conceder. De todos modos, Nicole insistió, aprovechando cada oportunidad en la que estuviera a solas con Archie o Doctora Azul, para reiterar su solicitud. Como ninguna de las octoarañas jamás indicó que en los archivos no existieran imágenes de la vida de Katie en Nuevo Edén, Nicole estaba segura de que se disponía de esos datos en cinta. Verlos se convirtió en una obsesión para ella.

—Doctora Azul y yo hablamos hoy sobre Jamie —dijo Nicole una noche, tarde, después que ella y Richard se acostaron—, estaba decidido a ingresar en la preparación de optimizadores.

—Eso es bueno —comentó Richard, soñoliento.

—Le dije a Doctora Azul que, en su calidad de tutora, tenía la suerte de tomar parte en los acontecimientos de la vida de su hijo… Entonces volví a expresar nuestra preocupación por saber tan poco sobre lo que le pasó a Katie… Richard —dijo Nicole en voz levemente más alta—, Doctora Azul no dijo hoy que no se me iba a permitir ver las videocintas de Katie. ¿Crees que eso indique un cambio en la actitud de las octoarañas? ¿Les estoy desgastando la resistencia?

Richard no respondió al principio. Después de darse algo de impulso, se sentó en la cama.

—¿No podemos irnos a dormir, aunque más no sea esta noche, sin tener otra charla sobre Katie y las remalditas videocintas de las octoarañas? Por Dios, Nicole, no has hablado sobre otra cosa desde hace más de dos semanas. Estás perdiendo tu equilibrio…

—No lo estoy perdiendo —lo interrumpió Nicole a la defensiva. Sencillamente estoy preocupada por lo que le haya ocurrido a nuestra hija. Estoy segura de que las octoarañas tienen muchos, muchos segmentos que podrían reunir para mostrárnoslos. ¿Tú no tienes interés en saber…?

—Claro que sí —dijo Richard, lanzando un pesado suspiro—, pero ya tuvimos esta conversación varias veces. ¿Qué se gana teniéndola otra vez a esta hora?

—Te lo dije. Hoy sentí un posible cambio en la actitud de ellos. Doctora Azul no…

—Te oí —la interrumpió Richard, malhumorado—, y no creo que eso signifique cosa alguna. Es probable que Doctora Azul esté tan cansada de discutir este asunto como yo. —Sacudió la cabeza—. Mira, Nicole, nuestro grupito se está deshaciendo por las costuras… Necesitamos con desesperación un poco de sabiduría y equilibrio mental de ti. Max farfulla todos los días sobre la invasión que las octoarañas hacen en su vida privada; Ellie directamente está melancólica, salvo durante los raros momentos en que Nikki hace que sonría y ahora, en medio de todo, Patrick anunció que él y Nai quieren casarse… Pero tú estás tan obsesa con Katie y las videocintas que ni siquiera estás en condiciones de brindarle consejo a alguno de los demás.

Nicole le lanzó a Richard una dura mirada y se volvió a acostar boca arriba. No contestó a ese último comentario de su marido.

—Por favor, no te enojes, Nicole —dijo él alrededor de un minuto después—. Sólo te estoy pidiendo que seas objetiva respecto de tu propia conducta, como lo eres, en general, con las actitudes de los demás.

—No me enojo, y no estoy dejando de lado a todos los demás. De todos modos, ¿por qué siempre debo ser yo la que sea responsable por la felicidad de nuestra pequeña familia? ¿Por qué, de vez en cuando, algún otro no puede desempeñar el papel de madre del grupo?

—Porque nadie más es como tú. Siempre fuiste la mejor amiga de todos.

—Bueno, pues ahora estoy cansada, y tengo un problema propio, una «obsesión», según tú… A propósito, Richard, me siento decepcionada por tu aparente falta de interés. Siempre creí que Katie era tu favorita…

—Eso es injusto, Nicole —replicó Richard con rapidez—. Nada me agradaría más que saber que Katie está bien… pero tengo otras cosas en la mente…

Ninguno de ellos pronunció palabra durante cerca de un minuto.

—Dime, querida —pidió Richard después, en tono más suave—, ¿por qué Katie se volvió tan importante de repente? ¿Qué cambió? No recuerdo que antes hubieras estado tan increíblemente preocupada por ella.

—Me he hecho la misma pregunta —confesó Nicole—, y no tengo una respuesta directa. Sí sé que Katie últimamente apareció mucho en mis sueños, aun desde antes que la viéramos en la videocinta, y que estuve experimentando un intenso deseo de hablar con ella… Asimismo, mi primer pensamiento, después de que Doctora Azul me contó lo de la muerte de Hércules, fue que yo tenía que ver a Katie otra vez antes de morirme… Realmente no sé por qué, y tampoco sé de qué quiero hablar con ella, pero la relación todavía me parece terriblemente incompleta…

Otra vez hubo prolongado silencio en la habitación.

—Lamento haber sido un poco insensible justo ahora —se disculpó Richard.

«Está bien, Richard», pensó Nicole, «no fue la primera vez… ni será la última. Hasta los mejores matrimonios tienen cortocircircuitos en la comunicación».

Estiró el brazo y acarició a su marido.

—Acepto tus disculpas —declaró, y lo besó en la mejilla.

Nicole se sorprendió al ver a Archie tan temprano por la mañana. Patrick, Nai, Benjy y los chicos acababan de salir para ir a la casa de al lado, al aula. El resto de los adultos todavía no había terminado el desayuno, cuando la octoaraña apareció en el comedor de los Wakefield.

Max fue descortés.

—Lo siento, Archie —manifestó—, pero no permitimos visitantes; no, por lo menos, aquéllos que podemos ver, antes del café de la mañana, o lo que fuere que sea esa mierda que bebemos todos los días con el desayuno.

Nicole se levantó de la mesa cuando la octoaraña se daba vuelta para irse.

—No le prestes la menor atención a Max —terció—, está de permanente mal humor.

Entonces Max se levantó de su silla de un salto, sosteniendo una de las bolsas casi vacías en la que quedaba poco cereal. Con la bolsa barrió el aire, primero en una dirección, después en la otra, antes de cerrarla bien apretada y entregarla a Archie.

—Sírvete algunos cuadroides —dijo en voz alta—, ¿o se desplazaron demasiado rápidamente para mí?

Archie no contestó. El resto de los humanos se sentía incómodo y avergonzado. Max volvió a su sitio a la mesa, al lado de Eponine y Marius.

—¡Maldita sea, Archie! —dijo, enfrentando a la octoaraña—, creo que muy pronto me vas a estar marcando con un par de esos puntos verdes… ¿o es que, en vez de eso, me vas a exterminar?

—¡Max! —gritó Richard—. Estás pasándote de la raya… Por lo menos, piensa en tu esposa y tu hijo.

—Eso es en todo lo que estuve pensando, amigo, desde hace ya un mes. ¿Y sabes una cosa, Richard? A este muchacho granjero de Arkansas no se le ocurre cosa alguna que pueda hacer para cambiar… —Su voz le fue extinguiendo. De repente, descargó el puño sobre una de las sillas—. ¡Maldita sea! —aulló—. Me siento tan inútil…

Marius empezó a llorar. Eponine huyó de la mesa con el bebé y Ellie fue a ayudarla. Nicole se llevó a Archie al patio interior, dejando a Richard y Max a solas. Richard se inclinó sobre la mesa.

—Creo que sé cómo te estás sintiendo, Max —dijo con suavidad—, y simpatizo contigo… pero no mejoramos nuestra situación insultando a las octoarañas.

—¿Y qué importa eso? —Max alzó la cabeza, mirando a Richard con ojos llenos de hosquedad—. Somos prisioneros acá, eso es evidente. He permitido que mi hijo nazca en un mundo en el que siempre será prisionero. ¿En qué clase de padre me convierte eso?

Mientras Richard trataba de apaciguar a Max, Nicole recibía de Archie el mensaje que había estado esperando durante semanas.

—Obtuvimos permiso —anunció la octoaraña— para que uses la biblioteca de datos hoy. De nuestros archivos históricos hemos recopilado videocintas que muestran a tu hija Katie.

Nicole le hizo repetir sus colores para asegurarse de que no le había entendido mal.

Archie y Nicole no conversaron mientras el transporte los trasladaba, sin detenerse, al otro lado de la Ciudad Esmeralda, hasta el enhiesto edificio que alojaba la biblioteca de las octoarañas. Y Nicole tampoco prestaba mucha atención a las escenas que se veían en las calles, afuera del transporte, estaba completamente inmersa en sus propias emociones y en sus pensamientos sobre Katie. Con la mirada de la mente rememoró, uno después de otro, segmentos clave de su vida cuando Katie era una niña; en el más largo de ellos, Nicole volvió a vivir el terror, así como el regocijo, del descenso que hizo a la madriguera de las octoarañas, años atrás, para encontrar a su hija, de cuatro años, que se había perdido.

«Siempre estuviste perdida, Katie», pensó, «en una forma o en otra. Nunca pude mantenerte a salvo».

Nicole podía sentir su corazón martilleándole con furia, cuando Archie finalmente la condujo al interior de una sala vacía, con excepción de una silla, una mesa grande y una pantalla mural, y le indicó que debía sentarse en la silla.

—Antes que te muestre cómo usar el equipo —dijo la octoaraña— hay dos cosas que quiero decirte. Primero, quiero responder en forma oficial, en mi calidad de optimizador para tu grupo, a la solicitud que algunos de vosotros hicisteis de reuniros con los demás de vuestra especie que están en Nuevo Edén.

Archie hizo silencio brevemente. Nicole se recompuso. Le resultaba difícil sacar temporalmente a Katie de sus pensamientos, pero sabía que tenía que concentrarse por completo en lo que Archie iba a decirle. Los demás miembros del grupo iban a esperar un informe al pie de la letra.

—Temo —continuó Archie, instantes después— que a ninguno de vosotros le es posible irse en un futuro próximo. No estoy en libertad de decirte más, salvo que al asunto lo tomó en consideración la propia Optimizadora Principal, en una reunión con la más alta jerarquía, y que vuestra solicitud se rechazó por razones de seguridad.

Nicole estaba aturdida. No esperaba esa noticia, por cierto que no en esos momentos. Ella había dicho a todos que creía que se les permitiría…

—Así que Max tiene razón —manifestó, pugnando por contener las lágrimas que amenazaban aflorar—, somos vuestros prisioneros.

—Tienes que interpretar la decisión por ti misma —replicó Archie—, pero te diré que, según entiendo tu idioma, creo que el vocablo «prisionero», que Max ha utilizado con frecuencia últimamente, no es correcto.

—Pues entonces dame una palabra mejor, y alguna explicación más —rebatió Nicole con ira, levantándose de la silla—. Sabes lo que los demás van a decir…

—No me es posible —contestó Archie—. He trasmitido nuestro mensaje completo.

Nicole midió la sala a zancadas, sus emociones oscilaban enloquecidas entre la furia y la depresión. Sabía cómo iba a reaccionar Max. Todos iban a estar enojados. Hasta Richard y Patrick le iban a recordar que se había equivocado. «Pero ¿por qué no dan explicaciones?», pensaba. «No es propio de ellas». Sintió un leve dolor en el corazón y se desplomó en la silla.

—¿Y cuál es la segunda cosa que me quieres decir? —preguntó por fin.

—Trabajé personalmente con los ingenieros en datos —dijo Archie— para preparar los archivos en videocinta a los que estás a punto de tener acceso… Por lo que sé sobre los seres humanos, y sobre ti en particular, creo que si ves este material eso te va a producir una extrema aflicción… Me gustaría pedirte que consideres la posibilidad de, lisa y llanamente, no mirar esas videocintas.

Archie había escogido cuidadosamente sus palabras, sin duda porque entendía cuán importantes eran las videocintas para Nicole. El mensaje que le daba era claro. «¿Qué estoy a punto de ver que me va a causar aflicción?» pensó ella. «Pero ¿qué alternativa tengo? Entre nada y la congoja», recordó, «optaré por la congoja».

Después que Nicole le hubo agradecido por su preocupación e informado que quería ver las cintas de todos modos, Archie empujó la silla en la que estaba sentada para acercarla a la mesa. Ahí le mostró cómo controlar el acceso de datos. El código de tiempos había sido traducido por las octoarañas a números del sistema humano, en función de días antes del presente, y había cuatro velocidades en las que se podía mostrar las imágenes, que cubrían cuatro órdenes octales de magnitud que iban desde un octavo del tiempo real hasta una velocidad sesenta y cuatro veces superior a la normal.

—Los datos sobre Katie están casi completos —informó Archie— durante alrededor de los seis últimos meses de vuestro tiempo. Es nuestro procedimiento normal, para la administración de datos, filtrar y comprimir los datos más antiguos sobre la base de su importancia. Los archivos ampliados sobre Katie muestran la mayoría de los acontecimientos clave de los dos años pasados, pero son bastante escasos antes de eso.

Nicole extendió los brazos hacia los controles. Cuando sintonizó la entrada de datos más reciente y vio aparecer la cara de Katie en la pantalla, sintió a Archie tocarle suavemente el hombro.

—Puedes usar esta instalación el resto del día —le dijo la octoaraña mientras se volvía hacia la puerta—, pero eso es todo… Ya que la cantidad de datos asequibles es inmensa, sugiero que utilices las velocidades altas para localizar los sucesos de interés.

Nicole tomó una profunda bocanada de aire y se volvió hacia la pantalla.

Sentía como si ya no pudiera llorar más. Tenía los ojos tan hinchados por el flujo constante de lágrimas, que se hallaban casi cerrados. Por lo menos doce veces, había mirado a Katie cuando se inyectaba la droga kokomo, pero cuando veía a su hija atarse el cordón de goma alrededor del brazo y hundirse la aguja otra vez en una vena que sobresalía, una nueva oleada de quemantes lágrimas se abría camino hacia sus ojos.

Lo que había visto en casi diez horas superaba con tanto lo peor que pudiera haber imaginado, que estaba completamente destruida. A pesar de que no había sonido con las imágenes, le resultó fácil entender en qué consistía la vida de Katie. Primero, su hija era una drogadicta sin esperanza. Cuatro veces al día por lo menos, y más si las cosas no le iban bien, Katie se refugiaba en su lujoso departamento, sola o con amigos, y usaba los elegantes implementos personales para drogarse que guardaba en una caja grande y cerrada con llave que tenía en su cuarto de vestir.

Katie estaba encantadora inmediatamente después de la dosis de droga. Era amistosa, divertida y llena de energía, así como de una aparente confianza en sí misma. Pero si pasaba el efecto de las drogas mientras todavía estaba en medio de una fiesta, prontamente se transformaba en una puta gritona y hostil, que culminaba muchas veladas sola con su aguja en el departamento.

El trabajo oficial de Katie era la administración de las prostitutas de Vegas. En ese puesto, también era responsable por el reclutamiento de nuevos talentos. Al principio, el destrozado corazón de Nicole no estaba dispuesto a admitir lo que los ojos le decían, pero una larga y sórdida secuencia, que empezó con Katie brindándole su amistad a una adolescente hispánica encantadora, pero pobre, en San Miguel, y terminó con la muchacha, ahora magníficamente vestida y enjoyada convirtiéndose en concubina temporal de uno de los jefes del zaibatsu[7] de Nakamura, pocos días después, la obligó a admitir, ante sí misma, que su hija carecía en absoluto de moral y de escrúpulos.

Después que Nicole estuvo mirando las videocintas durante muchas horas, Archie entró en la sala y le ofreció algo para comer. Ella rehusó, sabía que en su estado de agitación no había manera de que pudiera retener alimento alguno en el estómago.

¿Por qué siguió mirando tanto tiempo? ¿Por qué simplemente no apagó los controles y salió de la sala? Más adelante se haría esas preguntas. Llegó a la conclusión, a posteriori, de que después de las primeras horas empezó, inconscientemente por lo menos, a buscar alguna señal de esperanza en la vida de Katie. No estaba en su naturaleza aceptar sin discusión que su hija era fundamentalmente corrupta; anhelaba con desesperación ver en las videocintas algo que le sugiriera que el futuro de Katie podría ser diferente.

Finalmente, en la desdichada vida de Katie descubrió dos elementos por los que, de algún modo, se convenció de que su hija podría escapar algún día de su conducta autodestructiva. Durante las terribles horas de depresión —que se producían más frecuentemente cuando la provisión de drogas era escasa— Katie a menudo se volvía frenética, destrozando todo lo que podía encontrar en el departamento… con excepción de las fotografías enmarcadas de Richard y Patrick. Hacia el final de esos accesos de frenesí, cuando la energía se le había agotado, siempre tomaba de la cómoda con espejo esas dos fotografías y las colocaba con delicadeza en la cama. Después, se acostaba al lado de ellas y sollozaba durante veinte o treinta minutos. Para Nicole, ese comportamiento reiterativo señalaba que Katie todavía conservaba algo de amor por su familia.

El otro elemento que le daba esperanzas era Franz Bauer, el capitán de policía, consorte regular de Katie. Nicole no pretendía entender su rarísima relación —una noche la pareja sostenía una pelea terrible, obscena, y, la siguiente, Franz le leía a Katie los poemas de Rainer María Rilke como preludio a varias horas de contacto sexual interminable, vigoroso— pero creía que podía darse cuenta, por las videocintas, que Franz amaba a Katie, en su propia manera extraña, y que no estaba de acuerdo con su adicción; durante una de las peleas, de hecho, Franz levantó la provisión de estupefacientes de Katie y amenazó con hacerla desaparecer por el inodoro. Katie fue presa de un estado de furia homicida, y lo atacó salvajemente con un cepillo para el pelo.

Hora tras hora, Nicole prosiguió observando, en un intento por comprender la trágica vida de su hija. A medida que transcurría el día y recorría las videocintas anteriores, algunas de época tan temprana como los primeros días de la adicción de Katie a los estupefacientes, descubría que ésta hasta había tenido un indecoroso enredo sexual con Nakamura mismo y que el tirano de Nuevo Edén le suministraba regularmente narcóticos durante el lapso en el que fueron compañeros de lecho.

Para esos momentos, Nicole estaba entumecida. También estaba tan agotada en lo emocional, que no tenía fuerzas para moverse. Cuando finalmente apagó los controles, apoyó la cabeza sobre la consola, lloró durante unos minutos más y, después, se quedó dormida. Archie la despertó cuatro horas más tarde y le dijo que era tiempo de regresar a casa.

Estaba oscuro. El transporte estaba estacionado en la plaza desde hacía diez minutos, pero Nicole seguía sin apearse. Archie estaba parado al lado de ella.

—No hay manera en que yo le pueda hablar a Richard sobre lo que acabo de ver hoy —dijo, alzando la vista hacia la octoaraña—. Va a quedar absolutamente destruido.

—Entiendo —manifestó Archie con compasión—. Ya ves por qué sugerí que no miraras las videocintas.

—Tenías razón —admitió Nicole, aflojando con lentitud su mano de la barra vertical y extendiendo con resignación una de las piernas fuera del coche—, pero es demasiado tarde ahora. No puedo borrar las horribles imágenes que hay en mi mente.

—Me dijiste con anterioridad —dijo Archie no bien estuvieron afuera del transporte— que de las videocintas se desprendía de modo evidente que, antes de su fuga, Patrick sabía algo sobre la vida que llevaba Katie. Optó por no decirles a ti y Richard los detalles peores. ¿Es una violación de tus principios personales hacer algo similar?

—Gracias, Archie —dijo Nicole, palmeando a la octoaraña en el hombro y casi sonriendo—, por leer mi mente… Estás empezando a conocernos demasiado bien.

—En nuestra sociedad también nos la vemos cuesta arriba para expresar la verdad —comentó Archie—. Una de las pautas fundamentales para los nuevos optimizadores es la de decir la verdad en todo momento. Es admisible retener información, dice la norma, pero no trasmitir mentiras. Los optimizadores más jóvenes son muy celosos en eso de decir la verdad, sin importarles las consecuencias… En ocasiones, la verdad y la compasión no son compatibles.

—Coincido contigo, mi sabio amigo alienígena —asintió Nicole, lanzando un intenso suspiro—. Y ahora, después de lo que, sin duda alguna, puedo decir que fue uno de los peores días de mi vida, me enfrento no con una tarea difícil, sino con dos. Tengo que decirle a Max que no va a poder irse de la Ciudad Esmeralda, y tengo que informar a mi marido, Richard, que su hija favorita es una adicta a los estupefacientes y que está a cargo del control de prostitutas. Espero que en alguna parte de este viejo y exhausto ser humano se encuentren las fuerzas necesarias como para habérselas adecuadamente con estas dos obligaciones.