8

Max terminó de afeitarse y quitarse de la cara el resto de la aproximación a crema de afeitar. Instantes más tarde, sacó el tapón y el agua desapareció del lavabo de piedra. Después de secarse la cara concienzudamente con una pequeña toalla, se volvió hacia Eponine, que estaba sentada en la cama detrás de él, amamantando a Marius.

—Bueno, francesita —declaró con una carcajada—, debo admitir que estoy malditamente nervioso, nunca antes conocí a una Optimizadora Principal. —Se acercó a su esposa—. Una vez, cuando estaba en Little Rock en un congreso de granjeros, me senté al lado del gobernador de Arkansas durante un banquete… También entonces estaba un poquito nervioso.

Eponine sonrió.

—Me resulta difícil imaginar que tú te pongas nervioso —dijo.

Max quedó en silencio durante varios segundos, observando a su esposa y su bebé. Éste hacía suaves sonidos de arrullo mientras comía.

—En verdad disfrutas de este asunto del amamantamiento, ¿no?

Eponine asintió con la cabeza.

—Es un placer distinto de cualquier cosa que yo haya experimentado. La sensación de… No sé la palabra exacta; quizá «comunión» se acerque… es indescriptible.

Max meneó la cabeza.

—La nuestra es una existencia sorprendente, ¿no? Anoche, cuando estaba cambiando a Marius, pensé en lo similares que probablemente éramos a millones de parejas humanas más, cayéndosenos la baba por nuestro primer hijo… y, sin embargo, tan sólo con salir por esa puerta hay una ciudad alienígena dirigida por una especie… —No completó el pensamiento.

—Ellie ha estado diferente desde la semana pasada —dijo Eponine—. Perdió la chispa y habla más sobre Robert…

—Quedó horrorizada por la ejecución —comentó Max—. Me pregunto si las mujeres son, por naturaleza, más sensibles a la violencia. Recuerdo lo que pasó después que Clyde y Winona se casaron, cuando él la trajo a la granja. La primera vez que ella lo vio sacrificar un par de chanchos se le puso muy blanca la cara… No dijo palabra, pero nunca más volvió a mirar.

—Ellie no habla mucho sobre esa noche —añadió Eponine, cambiando a Marius al otro pecho—, y ésa no es su manera de ser, en absoluto.

—Ayer, Richard le preguntó a Archie sobre el incidente, cuando solicitó los componentes para construir traductores para el resto de nosotros… Según Richard, la maldita octo fue muy astuta y no le dio muchas respuestas directas. Archie ni siquiera confirmó lo que Doctora Azul le dijo a Nicole respecto de la norma básica de exterminación que tienen las octoarañas.

—Es bastante pavoroso, ¿no? —comentó Eponine, e hizo una mueca antes de proseguir—. Nicole insistió en que hizo que Doctora Azul repitiera la norma varias veces, y que ella hasta intentó dar varias versiones en inglés, en presencia de Doctora Azul, para tener la seguridad de que la había comprendido en forma correcta.

—Es sumamente sencillo —opinó Max, con una sonrisa forzada—… aun para un granjero. A cualquier octoaraña adulta cuya contribución total a la colonia en un período determinado no sea, por lo menos, igual a los recursos necesarios para mantenerla, se la anota en la lista de exterminación. Si el saldo negativo no se corrige dentro de un período prescrito, entonces se la extermina.

—Según Doctora Azul —explicó Eponine después de un breve silencio—, son los Optimizadores los que interpretan las normas. Ellos son quienes deciden cuánto vale todo…

—Lo sé —dijo Max, extendiendo los brazos y acariciando la espalda de su hijo—, y creo que ésa es una de las razones por las que Nicole y Richard están tan angustiados hoy. Nadie ha dicho algo explícito, pero hemos estado utilizando un montón de recursos durante mucho tiempo… y resulta malditamente difícil ver en qué estuvimos contribuyendo…

—¿Estás listo, Max? —Nicole asomó la cabeza en la puerta—. Todos los demás están aquí afuera, al lado de la fuente.

Max se inclinó para besar a Eponine.

—¿Podrán tú y Patrick hacerse cargo de Benjy y los niños? —preguntó.

—Claro que sí —contestó Eponine—. Benjy no significa esfuerzo alguno, y Patrick estuvo dedicando tanto tiempo a los chicos que se convirtió en un especialista en cuidarlos.

—Te amo, francesita —dijo Max, despidiéndose con la mano en alto.

Fuera de la zona operativa de la Optimizadora Principal había cinco sillas para los seres humanos. Aun cuando Nicole les explicó por segunda vez la palabra «despacho» a Archie y Doctora Azul, las dos colegas octoarañas siguieron insistiendo en que «zona operativa» era una mejor traducción al inglés del lugar en el que trabajaba la Optimizadora Principal.

—La Optimizadora Principal a veces viene un poco tarde —expresó Archie a modo de disculpa—. Sucesos inesperados que se produzcan en la colonia pueden forzarla a desviarse del cronograma planeado.

—Debe de estar ocurriendo algo realmente insólito —le comentó Richard a Max—. La puntualidad es uno de los sellos distintivos de la especie octoarácnida.

Los cinco seres humanos aguardaron en silencio que tuviera lugar la reunión, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. El corazón de Nai martillaba con rapidez. Se sentía recelosa y excitada al mismo tiempo. Recordaba haber tenido una sensación similar cuando era alumna primaria, en ocasión de aguardar la audiencia con la hija del Rey de Tailandia, la princesa Suri, después de haber ganado el premio máximo en una competencia académica de alcance nacional.

Pocos minutos después, una octoaraña les hizo un ademán, invitándolos a entrar en la sala de al lado, donde se les informó que, dentro de unos momentos, se unirían con ellos la Optimizadora Principal y algunos de sus asesores. La nueva sala tenía ventanas transparentes, pudieron ver actividad todo en derredor. El sitio en el que estaban sentados le recordó a Richard la sala de control de una planta nuclear electrogeneradora o, quizá, de un vuelo espacial tripulado. Había computadoras y monitores visuales octoarácnidos por doquier, así como técnicos octoaraña. Richard hizo una pregunta sobre algo que sucedía en un sector lejano pero, antes que Archie pudiera responder, tres octoarañas entraron en la sala.

Por acto reflejo, los cinco seres humanos se pusieron de pie como un solo hombre. Archie presentó a la Optimizadora Principal, al Suboptimizador Principal para la Ciudad Esmeralda y al Optimizador Jefe de Seguridad. Las tres octos extendieron sendos tentáculos hacia los seres humanos y hubo mutuos apretones de mano. Con un gesto, Archie les indicó a los humanos que se sentaran, y la Optimizadora Principal empezó a hablar de inmediato.

—Tenemos conocimiento —dijo— de que vosotros solicitasteis, por medio de nuestro representante, que se os permita retornar a Nuevo Edén para reuniros con los demás miembros de vuestra especie que están en Rama. No nos sorprendió del todo esta solicitud, pues nuestros datos históricos indican que la mayor parte de las especies inteligentes con emociones intensas, después de un tiempo de vivir en una comunidad alienígena, desarrollan una sensación de desconexión y anhelan regresar a un mundo con el que están más familiarizados… Lo que querríamos hacer la mañana de hoy es brindaros algo de información adicional, que podría influir sobre vuestra solicitud de que os permitamos regresar a Nuevo Edén.

Archie les pidió a todos los seres humanos que siguieran a la Optimizadora Principal. El grupo pasó por una sala similar a las dos en las que habían estado sentados y, después, ingresaron en una zona rectangular que tenía una docena de pantallas murales diseminadas por los costados, en el nivel de los ojos de las octoarañas.

—Hemos estado vigilando de cerca los acontecimientos que se producían en su hábitat —dijo la Optimizadora Principal cuando estuvieron todos juntos—, aun desde mucho antes de su fuga. Esta mañana quiero compartir con vosotros algunos de los sucesos que hemos observado recientemente.

Un instante después, todas las pantallas murales se encendieron. Cada una contenía un segmento de película sobre la vida cotidiana entre los seres humanos que permanecían en Nuevo Edén. La calidad de las videocintas no era perfecta, y ningún segmento era continuo durante más que unos pocos nillets, pero no había la menor posibilidad de error respecto de lo que se estaba presentando en las pantallas.

Durante varios segundos, todos los seres humanos quedaron sin palabras. Permanecieron inmóviles, pegados a las imágenes que aparecían en la pared. En una de las pantallas, Nakamura, vestido como un shogun japonés, estaba pronunciando un discurso ante una gran multitud, en la plaza de Ciudad Central. Sostenía en alto una ilustración grande, dibujada a mano, de una octoaraña. Aunque las cintas no tenían sonido, por los gestos de Nakamura y por las imágenes de la multitud, resultaba evidente que Nakamura estaba exhortando a todos para tomar acción contra las octoarañas.

—Bueno, bueno, quién lo diría… —apuntó Max, llevando los ojos de una pantalla a otra.

—Mirad por aquí —intervino Nicole—, es El Mercado, en San Miguel.

En la más pobre de las cuatro aldeas de Nuevo Edén, una docena de matones blancos y amarillos, con vinchas de karate alrededor de la cabeza, estaban golpeando a cuatro jóvenes negros y morenos a la vista de una pareja de policías de Nuevo Edén y de un acongojado grupo de unos veinte pobladores de la aldea. Biots Tiasso y Lincoln recogieron los cuerpos quebrados y ensangrentados después de los golpes y los pusieron en un gran transporte de tres ruedas.

En otra pantalla, un segmento mostraba una multitud bien vestida, de blancos y orientales principalmente, que llegaba para una fiesta o un festival en Las Vegas de Nakamura. Luces brillantes los atraían hacia el casino, sobre el cual un enorme letrero proclamaba «Día de Valoración del Ciudadano» y anunciaba que cada asistente a la fiesta iba a recibir una docena de billetes gratuitos de lotería para celebrar la ocasión. Dos grandes carteles de Nakamura, fotos tomadas a la altura del busto que lo mostraban sonriendo y usando camisa blanca y corbata, flanqueaban el letrero.

Un monitor colocado en la pared ubicada detrás de la Optimizadora Principal mostraba el interior de la cárcel de la Ciudad Central. A una nueva delincuente, una mujer con peinado multicolor, se la estaba metiendo en una celda que ya contenía otros dos convictos. Parecía como si la recién llegada se hubiera estado quejando por las condiciones de apiñamiento, pero el policía se limitó a empujarla adentro de la celda y rio. Cuando el policía volvió a su escritorio, la videocinta reveló dos fotografías pegadas en la pared que estaba detrás de él, una de Richard y la otra de Nicole, debajo de las cuales la palabra RECOMPENSA estaba escrita con grandes caracteres destacados de imprenta.

Las octoarañas esperaron pacientemente a que la mirada de los humanos se desplazara de pantalla en pantalla.

—¿Cómo demonios…? —preguntaba Richard, meneando la cabeza. Después, las pantallas se apagaron súbitamente.

—Hemos juntado un total de cuarenta y ocho segmentos para mostrarles hoy —dijo la Optimizadora Principal—, todos tomados de observaciones hechas en Nuevo Edén durante los últimos ocho días. El optimizador al que vosotros llamáis Archie va a tener un catálogo de los segmentos, a los que se clasificó según ubicación geográfica, hora y descripción del suceso. Podéis pasar aquí tanto tiempo como deseéis, mirando los segmentos, conversando entre vosotros y haciéndoles preguntas a las dos octoarañas que os acompañaron hasta aquí. Yo, desafortunadamente, tengo otras tareas para hacer… Si, al final de su observación, desean comunicarse conmigo otra vez, estaré a vuestra disposición.

La Optimizadora Principal partió, seguida por sus dos asistentes.

Nicole se sentó en una de las sillas. Se la veía pálida y débil. Ellie se acercó.

—¿Estás bien, mamá?

—Creo que sí —contestó Nicole—. Inmediatamente después que empezaron a pasar las videocintas, sentí un agudo dolor en el pecho, probablemente debido a la sorpresa y la agitación, pero ahora se calmó.

—¿Deseas ir a casa y descansar? —preguntó Richard.

—¿Estás bromeando? —dijo Nicole con su característica sonrisa—. No me perdería este espectáculo aun cuando existiera la posibilidad de que me muriera en la mitad.

Miraron las películas mudas durante casi tres horas. Por las videocintas resultaba claro que ya no existía libertad individual alguna en Nuevo Edén y que la mayoría de los colonos luchaba denodadamente para llevar una magra existencia, aunque más no fuera. Nakamura había consolidado su dominio sobre la colonia y aplastado toda la oposición… pero la colonia que gobernaba estaba poblada, fundamentalmente, por ciudadanos abatidos y desdichados.

Al principio, todos los seres humanos miraban juntos el mismo segmento, pero, después que se hubieron pasado tres o cuatro, Richard sugirió que les resultaba tremendamente ineficaz observar los segmentos a razón de uno por vez.

—Ha hablado como un verdadero optimizador —dijo Max que, de todos modos, estuvo de acuerdo con Richard.

Había un segmento en el que aparecía brevemente Katie. Era una escena en Vegas, muy avanzada la noche. Las trotacalles estaban haciendo diligentemente su trabajo afuera de uno de los clubes. Katie se acercó a una de las mujeres, tuvo una breve conversación sobre algún asunto desconocido y, después, desapareció de la vista. Richard y Nicole comentaron entre sí que parecía estar muy delgada, hasta podría decirse que demacrada. Le pidieron a Archie que volviera a pasar el segmento varias veces.

Otra secuencia estaba íntegramente dedicada al hospital de Ciudad Central. No se necesitaron palabras para que los espectadores entendieran que había escasez de medicamentos críticos, faltaba personal y había problemas con equipos que se estaban deteriorando. Una escena particularmente conmovedora mostraba a una joven de origen mediterráneo, posiblemente griega, que moría después de un doloroso parto con desgarramiento. Su sala de partos estaba iluminada con velas, en tanto que el aparato de inspección que pudo haber identificado las dificultades que padecía la mujer, y salvado su vida, se hallaba inexplicablemente apagado al lado de la cama.

Robert Turner aparecía todo el tiempo en el segmento sobre el hospital. La primera vez que Ellie lo vio caminando por las salas, prorrumpió en llanto. Sollozó durante todo el segmento y, después, solicitó de inmediato que se lo volviera a pasar. Fue sólo cuando lo miraba por tercera vez que hizo un comentario.

—Se lo ve consumido —señaló— y agotado por el exceso de trabajo. Nunca aprendió a cuidarse.

Cuando todos estuvieron emocionalmente exhaustos y nadie pidió la repetición de otro segmento, Archie preguntó a los humanos si deseaban hablar otra vez con la Optimizadora Principal.

—Ahora no —contestó Nicole, reflejando la opinión de todos.

No hemos tenido tiempo de digerir lo que acabamos de ver.

Nai preguntó si, quizá, podrían llevarse algunos de los segmentos de vuelta a sus hogares en la Ciudad Esmeralda.

—Me gustaría verlos de nuevo —declaró—, a un ritmo más pausado. Y sería grandioso si se los pudiéramos mostrar a Patrick y Eponine.

Archie contestó que lo lamentaba, pero que los segmentos sólo se podían mirar en uno de los centros de comunicación octoarácnidos.

En el viaje de vuelta a su zona, Richard estuvo conversando con Archie y mostrándole a la octoaraña lo bien que funcionaba el traductor. Richard había terminado sus ensayos finales precisamente el día anterior a la reunión con la Optimizadora Principal. El aparato tanto podía traducir el dialecto natural de las octoarañas como el lenguaje específicamente adaptado a la parte del espectro que podían ver los seres humanos. Archie reconoció que estaba impresionado.

—A propósito —añadió Richard, hablando en voz más alta, de modo que todos sus compatriotas pudieran oírlo—, supongo que no hay muchas posibilidades de que nos digas cómo os las arreglasteis para obtener todos esos segmentos de videocinta de Nuevo Edén, ¿no?

Archie no vaciló para responder.

—Cuadroides voladores para imágenes —dijo—. Un género más avanzado. Mucho más pequeños.

Nicole tradujo para Max y Nai.

—Me cagaron —refunfuñó Max por lo bajo. Se paró y fue hasta el otro extremo del transporte, meneando la cabeza vigorosamente.

—Nunca vi a Max tan solemne ni tan tenso —le confió Richard a Nicole.

—Ni yo —respondió ella. Estaban dando un paseo para hacer ejercicio, una hora después de haber terminado de cenar, junto con su familia y amigos. Una solitaria luciérnaga seguía el ritmo de marcha por encima de Richard y Nicole, mientras ellos repetían muchas veces la caminata desde el fondo de su callejón hasta la plaza situada en la otra punta de la calle.

—¿Crees que Max va a cambiar de opinión respecto de irse? —preguntó Richard mientras daban otra vuelta a la fuente.

—No sé —contestó Nicole—. Creo que todavía está conmocionado, en cierto sentido… Detesta el hecho de que las octoarañas puedan observar todo lo que hacemos. Ése es el motivo de que insista en que él y su familia van a regresar a Nuevo Edén, aun si todos los demás nos quedamos aquí.

—¿Tuviste oportunidad de hablar con Eponine a solas?

—Anteayer trajo a Marius inmediatamente después de la hora de la siesta. Mientras yo ponía un medicamento por la escaldadura de los pañales, Eponine me preguntó si yo le había mencionado a Archie que ellos se querían ir… Parecía asustada.

Entraron en la plaza a paso vivo. Sin detenerse, Richard extrajo un trozo pequeño de tela y se enjugó la transpiración de la frente.

—Todo cambió —dijo, tanto para sí como para Nicole.

—Estoy segura de que todo es parte del plan de las octoarañas —contestó ella—. No nos mostraron esas videocintas nada más que para demostrar que todo no anda bien en Nuevo Edén. Sabían cómo íbamos a reaccionar después que hubiéramos tenido tiempo para evaluar el significado real de lo que habíamos visto.

La pareja hizo en silencio el camino de vuelta a su hogar temporal. Al dar la siguiente vuelta en torno de la fuente, Richard dijo:

—¿Así que observan todo lo que hacemos, esta conversación inclusive?

—Por supuesto —contestó Nicole—. Ése fue el mensaje primordial que las octoarañas nos trasmitieron al permitirnos ver las videocintas. No podemos tener secretos. La fuga es algo impensable. Estamos por completo en su poder… Puede que yo sea la única, pero sigo sin creer que intenten hacernos daño… Y hasta podrían permitirnos regresar a Nuevo Edén… con el tiempo.

—Eso nunca pasará, pues entonces habrían desperdiciado muchos recursos sin que haya una retribución mensurable, lo que, indudablemente, es una situación no óptima… No, estoy seguro de que las octoarañas todavía están tratando de decidir nuestra ubicación adecuada en su sistema total.

Richard y Nicole caminaron a máxima velocidad en el tramo final. Terminaron en la fuente y ambos bebieron agua.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Richard.

—Muy bien, no hay dolores ni me quedo sin aliento. Cuando Doctora Azul me examinó ayer no descubrió patología nueva alguna. Sencillamente, mi corazón es viejo y débil… Es lógico esperar que yo tenga problemas intermitentes.

—Me pregunto qué nicho ocuparemos en el mundo octoarácnido —continuó Richard instantes después, cuando se estaban lavando la cara.

Nicole echó un vistazo a su marido.

—¿No eras tú —dijo— el que se reía de mí hace algunos meses, por hacer inferencias respecto de los motivos de las octoarañas…? ¿Cómo puedes estar tan seguro ahora de que entiendes lo que están tratando de conseguir?

—No lo estoy —dijo Richard. Sonrió de oreja a oreja—. Pero es natural suponer que una especie superior sea lógica, por lo menos.

Richard despertó a Nicole en mitad de la noche.

—Lamento molestarte, querida, pero tengo un problema.

—¿De qué se trata? —preguntó Nicole, sentándose en la cama.

—Es embarazoso. Por eso no te lo mencioné antes… Empezó justamente después del Día de la Munificencia… Creí que se iría, pero la semana pasada el dolor se volvió insoportable…

—Vamos, Richard —dijo Nicole, un tanto irritada porque se le hubiera interrumpido el sueño—, ve al grano… ¿De qué dolor estás hablando?

—Cada vez que orino, tengo esta sensación de ardor…

Nicole trató de ahogar un bostezo mientras pensaba.

—¿Y estuviste orinando con mayor frecuencia? —preguntó.

—Sí… ¿Cómo lo supiste?

—Cuando se lo sumergió en la laguna Estigia, a Aquiles lo debieron de haber sostenido por la próstata; no hay duda de que es la parte más débil de la anatomía masculina… Ponte boca abajo y déjame examinarte.

—¿Ahora?

—Si puedes despertarme de un sueño profundo por tus dolores —rio Nicole—, entonces lo menos que puedes hacer es apretar los dientes mientras trato de comprobar mi diagnóstico instantáneo.

Doctora Azul y Nicole estaban sentadas juntas en la casa de la octoaraña. En una de las paredes se proyectaban cuatro fotogramas cuadroides.

—La imagen del extremo izquierdo —dijo Doctora Azul— muestra el crecimiento, tal como se lo veía esa primera mañana hace diez días, cuando me pediste que confirmara tu diagnóstico. El segundo fotograma es una imagen muy aumentada de un par de células extraídas del tumor. Las anomalías celulares, lo que vosotros llamáis cáncer, están señaladas con azul.

Nicole sonrió débilmente.

—Tengo un poco de dificultad para reorientar mis pensamientos —dijo—. Nunca usas los colores para el término «enfermedad», cuando describes el problema de Richard, nada más que la palabra que en tu idioma yo defino como «anomalía».

—Para nosotros —respondió Doctora Azul—, una enfermedad es un funcionamiento defectuoso ocasionado por un agente externo, tal como una bacteria o un virus hostil. Una irregularidad de la química celular, que lleve a la generación de células inadecuadas, es una clase completamente diferente de problema. En nuestra medicina, los regímenes de tratamiento son por completo diferentes para los dos casos. Este cáncer de tu marido está más íntimamente relacionado con el envejecimiento, desde el punto de vista genérico, que con una enfermedad como la neumonía o la gastroenteritis.

Doctora Azul extendió un tentáculo hacia la tercera imagen.

—Esta imagen muestra el tumor hace tres días, después que las sustancias químicas especiales transportadas por nuestros agentes microbiológicos se hubieran dispersado cuidadosamente en el sitio de la anomalía. El crecimiento ya se empezó a contraer porque la generación de células malignas cesó. En la imagen final, tomada esta mañana, la próstata de Richard otra vez tiene aspecto normal. Para estos momentos, todas las células cancerosas originales murieron, y no se produjeron otras nuevas.

—¿Así que ahora va a estar bien? —preguntó Nicole.

—Probablemente. No podemos estar absolutamente seguros porque todavía no tenemos tantos datos como querríamos sobre el ciclo de vida de vuestras células. Existen algunas características singulares en cuanto a vuestras células, como las hay siempre en una especie que haya sufrido una evolución distinta de la de cualquiera de los seres que examinamos anteriormente, que podrían permitir una recidiva de la anomalía. Sin embargo, sobre la base de nuestra experiencia con muchos otros seres, yo tendría que decir que la formación de otro tumor prostático es improbable.

Nicole le agradeció a su colega octoaraña.

—Esto fue increíble —expresó—. ¡Qué maravilloso sería que, de algún modo, vuestros conocimientos médicos se pudieran llevar de regreso a la Tierra!

Las imágenes desaparecieron de la pared.

—Se crearían muchos problemas sociales también —señaló Doctora Azul—, suponiendo que yo haya entendido correctamente nuestras conversaciones sobre tu planeta natal. Si los miembros de tu especie no murieran por enfermedades o por anomalías celulares, la expectativa de vida aumentaría notablemente… Nuestra especie atravesó un cataclismo parecido después de nuestra Edad de Oro de la Biología, cuando la duración de la vida de las octoarañas se prolongó en nada más que unas pocas generaciones… No fue sino hasta el momento en que la Optimización se arraigó con firmeza como estructura de gobierno, que se alcanzó una especie de equilibrio en la sociedad. Tenemos abundantes pruebas de que sin políticas sensatas de exterminación y reabastecimiento, una colonia de seres casi inmortales padece el caos en un lapso relativamente corto.

El interés de Nicole aumentó.

—Puedo valorar lo que me estás diciendo, en el plano intelectual por lo menos. Si todo el mundo vive eternamente, o casi eternamente, y los recursos son limitados, la población pronto va a superar el alimento y el espacio vital disponibles. Pero tengo que admitir, especialmente en mí»— me asusta.

—En los comienzos de nuestra historia —explicó Doctora Azul—, nuestra sociedad tenía una estructura muy parecida a la vuestra, con casi todo el poder de decisión depositado en los miembros de más edad de la especie. En consecuencia, resultó más fácil restringir el reabastecimiento después que las expectativas de vida aumentaron en forma espectacular, de lo que fue habérselas con la difícil cuestión de las exterminaciones planeadas. Después de un tiempo relativamente corto, empero, la sociedad que envejecía empezó a estancarse. Tal como Archie, o cualquier buen optimizador, explicaría, el coeficiente de «osificación» de nuestras colonias se volvió tan grande que, con el tiempo, todas las ideas nuevas se rechazaban. Esas colonias geriátricas se desplomaron porque, básicamente, no pudieron enfrentarse con las cambiantes condiciones del universo que las rodeaba.

—¿Así que ahí es cuando hace su entrada la Optimización?

—Sí —dijo Doctora Azul—. Si cada individuo adopta el precepto de que al bienestar de toda la colonia se le debe conceder el peso mayor en la función objetiva maestra, entonces pronto resulta claro que las terminaciones planeadas son un elemento crítico de la solución óptima. Archie podría demostrarte, en forma cuantitativa, lo desastroso que es, desde el punto de vista de la colonia en su totalidad, gastar ingentes cantidades de los recursos colectivos en aquellos ciudadanos cuya contribución integrada remanente es comparativamente baja. La colonia se beneficia más invirtiendo en aquellos miembros que todavía disponen de un lapso de vida larga y saludable y que, por consiguiente, cuentan con mayor probabilidad de reintegrar la inversión.

Nicole le repitió a Doctora Azul algunas de las oraciones clave dichas por ella, nada más que para asegurarse de que las había entendido correctamente. Después quedó en silencio durante dos o tres nillets.

—Supongo —aventuró por fin— que aun cuando retarden su envejecimiento, tanto con el aplazamiento de la madurez sexual como con su asombrosa capacidad médica, en algún momento la conservación de la vida de una octoaraña anciana se vuelve prohibitivamente costosa, de acuerdo con alguna unidad de medida.

—Exactamente. Podemos extender la vida de un individuo casi para siempre. Sin embargo, existen tres factores principales que hacen que la extensión adicional de la vida decididamente no sea óptima para la colonia. Primero, tal como dijiste, el costo del esfuerzo por prolongar la vida aumenta de modo impresionante cuando cada subsistema biológico, u órgano, empieza a operar con una eficacia inferior a la máxima. Segundo, como el tiempo de una octoaraña individual se consume cada vez más con el proceso de tan sólo permanecer viva, la cantidad de energía con que ella podría contribuir al bienestar de la colonia disminuye en forma considerable. Tercero, los optimizadores sociológicos demostraron este controvertido punto hace mucho tiempo, si bien durante unos cuantos años posteriores al comienzo de la declinación de la rapidez mental y capacidad de aprendizaje, la sabiduría acumulada compensa en exceso, en cuanto al valor para la colonia, la disminución de potencia cerebral, en la vida de cada octoaraña llega un momento en que el peso mismo de su experiencia vuelve extremadamente difícil cualquier aprendizaje adicional. Aun en una octoaraña saludable, esta fase de la vida, denominada, por nuestros Optimizadores, «Comienzo de la Flexibilidad Limitada», señala la reducción de la capacidad para contribuir en la colonia.

—¿Así que los Optimizadores determinan cuándo es el momento de la exterminación?

—Sí, pero no sé exactamente cómo lo hacen. Primero hay un período de prueba, plazo durante el cual a la octoaraña individual se la incluye en la lista de exterminación y se le da tiempo para que mejore su balance neto. Ese balance, si entendí la explicación de Archie, se calcula para cada octoaraña, comparando las contribuciones que hizo con los recursos necesarios para mantener a ese individuo en particular. Si el balance no mejora, entonces se fija la fecha de exterminación.

—¿Y cómo reaccionan los que son seleccionados para la exterminación? —preguntó Nicole, estremeciéndose involuntariamente cuando recordó haber enfrentado su propia ejecución.

—De diferentes maneras. Algunos, en especial aquéllos que no han estado saludables, aceptan que no van a poder compensar el balance inadecuado, y hacen planes para su muerte en forma organizada. Otros le solicitan al optimizador asesoramiento, y piden nuevas asignaciones que les brinden mayor probabilidad de permitirles satisfacer sus cupos de contribución… Eso fue lo que hizo Hércules justo antes de vuestra llegada.

Nicole se quedó momentáneamente sin palabras. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—¿Me vas a decir qué le pasó a Hércules? —preguntó, finalmente haciendo de tripas corazón.

—Se lo reprendió severamente por no haber brindado la protección adecuada para Nikki el Día de la Munificencia. Después, el Optimizador de Exterminación reasignó a Hércules y le informó que, para todos los fines prácticos, no había modo alguno en el que se pudiera recuperar de la alta evaluación negativa de su trabajo reciente… Hércules solicitó una exterminación pronta e inmediata.

Nicole dio un respingo. Con los ojos de la mente vio a la amigable octoaraña parada en el callejón, haciendo malabares con muchas bolas para deleite de los niños. «Y ahora Hércules está muerto», pensó, «porque no hizo su trabajo. Eso es cruel e impío».

Se puso de pie y volvió a agradecerle a Doctora Azul. Trató de decirse que debería regocijarse porque el cáncer de próstata de Richard estaba curado, y que no debía preocuparse por la muerte de una octoaraña relativamente insignificante… pero la imagen de Hércules seguía atormentándola.

«Son una especie totalmente diferente», se dijo. «No se los debe juzgar según las pautas de los seres humanos».

Cuando estaba a punto de irse de la casa de Doctora Azul, súbitamente sintió el deseo avasallador de saber más sobre Katie. Recordaba que una noche cercana, después de una ensoñación especialmente intensa relativa a ésta, había despertado preguntándose si, a lo mejor, los registros de las octoarañas podrían permitirle ver más de su vida en Nuevo Edén.

—Doctora Azul —dijo, mientras estaba parada en el vano de la puerta—, querría pedirte un favor. No sé si pedírtelo a ti o a Archie… ni siquiera sé si lo que estoy pidiendo es posible.

La octoaraña le preguntó cuál era el favor.

—Como sabes, tengo otra hija que todavía vive en Nuevo Edén. La vi brevemente en una de las videocintas que la Optimizadora Principal nos mostró el mes pasado… Me gustaría mucho saber qué está pasando en la vida de esa hija mía.