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Menos de un minuto después que los grandiosos enjambres de luciérnagas de la cúpula de la Ciudad Esmeralda anunciaran que otro día había comenzado, la pequeña Nikki estuvo en la habitación de sus abuelos.

—Hay luz, Nonni —anunció—. Van a venir a buscarnos pronto.

Nicole dio media vuelta y abrazó fuertemente a su nieta.

—Todavía nos quedan un par de horas, Nikki —le dijo a la agitada niña—. Boobah duerme todavía. ¿Por qué no vuelves a tu habitación y juegas con tus chiches mientras nos damos una ducha?

Cuando la decepcionada niña finalmente se fue, Richard se sentó en la cama, frotándose los ojos.

—Durante toda la semana pasada Nikki no habló de otra cosa que no fuera este día —comentó Nicole—. Siempre está en la habitación de Benjy, mirando la pintura. Ella y los mellizos hasta les pusieron nombres a todos esos extraños animales.

Nicole extendió la mano en un gesto inconsciente, buscando el cepillo para cabello que estaba al lado de la cama.

—¿Por qué será que los niños pequeños tienen tanta dificultad para entender el concepto de tiempo? Aun cuando Ellie le hizo un almanaque, y estuvo contando los días al revés uno por uno, Nikki me preguntó cada mañana si «hoy es el día».

—Simplemente está excitada. Todos lo están —opinó Richard, levantándose—. Sólo espero que no quedemos decepcionados.

—¿Cómo podría ser eso? —contestó Nicole—. Doctor Azul dice que veremos un espectáculo aún más asombroso que los que tú y yo vimos cuando entramos en la ciudad por primera vez.

—Supongo que van a sacar a relucir toda la colección de animales —dijo Richard—. A propósito, ¿entiendes qué están celebrando las octoarañas?

—Más o menos… Creo que la festividad que conozco, y que se acerca más a ésta, sería el Día de Acción de Gracias de los norteamericanos. Las octos llaman a este día el «Día de la Munificencia». Reservan un día para celebrar su calidad de vida… por lo menos, eso es lo que Doctor Azul me explicó.

Richard empezó a ir a la ducha, pero volvió a meter la cabeza en la habitación.

—¿Crees que la invitación que nos hicieron para que participemos hoy está relacionada, de algún modo, con que les hayas hablado sobre la discusión que hace dos semanas tuvimos en la familia durante el desayuno?

—¿Te refieres a cuando Patrick y Max señalaron que les gustaría regresar a Nuevo Edén?

Richard asintió con la cabeza.

—Sí, lo creo —contestó Nicole—. Creo que las octoarañas pensaban que todos nosotros estábamos completamente contentos aquí. Hacernos asistir a esta celebración es parte del intento por integrarnos más a su sociedad.

—Ojalá yo tuviera terminados todos los condenados traductores —se quejó Richard—. Tal como está todo, sólo tengo dos… y no están revisados por completo. ¿Le debo dar el segundo a Max?

—Ésa sería una buena idea —dijo Nicole, comprimiendo a su marido en el vano de la puerta.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.

—Me estoy uniendo a ti en la ducha —respondió Nicole con una carcajada—… a menos, claro está, que seas demasiado viejo como para tener compañía.

Jamie llegó desde la casa de al lado para decirles que el transporte estaba pronto. Era el más joven de los tres vecinos octoaraña (Hércules vivía solo, precisamente del otro lado de la plaza), y los seres humanos habían tenido un contacto mínimo con él. Los «tutores» de Jamie, Archie y Doctor Azul, explicaron que estaba sumamente concentrado en los estudios y estaba aproximándose a un hito importante de su vida. Aunque, a primera vista, Jamie parecía ser casi exactamente igual a las tres octoarañas adultas que el clan veía con regularidad, era un poco más pequeño que las octos de más edad, y las bandas doradas de sus tentáculos eran levemente más brillantes.

Los seres humanos se habían encontrado en un breve dilema respecto de qué usar para la celebración octoarácnida, pero pronto se dieron cuenta de que la ropa que llevaran carecía por completo de importancia. Ninguna de las especies alienígenas de la Ciudad Esmeralda usaba vestimenta alguna, hecho sobre el cual las octoarañas habían comentado a menudo. Cuando Richard sugirió una vez, parte en broma, que quizá también los seres humanos debían prescindir de la ropa mientras estuvieran en la Ciudad Esmeralda, «donde fueres…» había dicho, el grupo rápidamente comprendió lo fundamental que era la ropa para la comodidad psicológica humana. «No podría estar desnuda, ni siquiera entre vosotros, mis amigos más íntimos, sin sentirme cohibida en extremo», manifestó Eponine en esa ocasión, resumiendo los sentimientos de todos.

El heterogéneo contingente de once seres humanos y sus cuatro colegas octoarácnidos anduvo por la calle en dirección a la plaza. La muy embarazada Eponine iba a la retaguardia del grupo, caminando con lentitud y manteniendo una mano sobre el vientre. Todas las mujeres habían optado por vestirse un poco; Nai, incluso, llevaba su colorido vestido tai de seda, con las flores azules y verdes, pero los hombres y los niños, con excepción de Max (que tenía puesta la atroz camisa hawaiana que guardaba para las ocasiones especiales), llevaban las camisetas y los pantalones de denim que habían constituido su atuendo regular desde el día que llegaron a la Ciudad Esmeralda.

Por lo menos, toda la ropa que llevaban estaba limpia. Al principio, hallar un modo de lavar y planchar había sido un problema grave para los humanos. No obstante, una vez que le explicaron esa dificultad a Archie, pasaron nada más que unos días antes que la octoaraña les presentara los dromos, seres del tamaño de insectos que, en forma automática, les limpiaban la ropa.

El grupo subió al transporte en la plaza. Justo delante del portón que señalaba el fin de la zona en la que vivían los humanos, el transporte se detuvo y dos octoarañas, a las que nunca habían visto antes, treparon al vehículo. Richard practicó el uso de su traductor durante la conversación que siguió después entre Doctor Azul y los recién llegados. Por sobre el hombro de Richard, Ellie leía el monitor de su padre y comentaba sobre la exactitud de la traducción. En general, la fidelidad de la traducción era bastante buena, pero la velocidad, por lo menos en el ritmo normal de conversación octoarácnida, era demasiado lenta. Se traducía una oración mientras se «decían» tres, lo que obligaba a Richard a reajustar el sistema con regularidad. Naturalmente, no podía captar mucho de una conversación en la que perdía dos de cada tres frases.

Una vez que estuvieron del otro lado del portón, la vista desde el transporte se volvió fascinante. Los ojos de Nikki estaban enormemente abiertos mientras ella, Benjy y los mellizos, todos con mucha gritería, identificaban la mayoría de los animales a partir de la pintura octoarácnida. Las anchas calles estaban llenas de tráfico; no sólo había muchos transportes que se desplazaban en ambas direcciones sobre rieles, como un tranvía, sino también peatones de todas especies y dimensiones, seres que iban sobre vehículos con ruedas parecidos a monociclos y bicicletas, y un ocasional grupo con una mezcla de seres a bordo de un avestrusaurio.

Max, que desde su llegada nunca había estado afuera de la zona para seres humanos, subrayaba sus observaciones con «mierdas», «maldiciones» y algunas de las otras palabras que Eponine le había pedido que eliminara de su vocabulario antes del nacimiento de su hijo. Max se puso muy inquieto por el bienestar de Eponine cuando, en la primera parada del transporte después del portón, un pequeño conjunto de seres nuevos se apiñó en el vehículo. Cuatro de los recién llegados enfilaron rectamente hacia Eponine para examinar el «asiento» especial que las octoarañas habían instalado en el transporte debido a su avanzado estado de gravidez. Max se paró al lado de ella para protegerla, tomándose de uno de los rieles verticales diseminados por toda la longitud del vehículo, que tenía diez metros.

Dos de los nuevos pasajeros eran lo que los niños llamaban «cangrejos rayados», seres de color rojo y amarillo, de ocho patas y tamaño aproximado al de Nikki, cuyos cuerpos redondos estaban cubiertos con un caparazón duro y lucían tenazas de aspecto intimidatorio. De inmediato, los dos empezaron a frotar las antenas contra una de las piernas desnudas de Eponine, por debajo de su vestido. Sólo estaban actuando con curiosidad, pero la combinación de la peculiar sensación y del aspecto insólito de los alienígenas hizo que Eponine se echara atrás, espantada. Archie, que estaba parado del otro lado de ella, extendió prontamente un tentáculo y empujó con suavidad a los alienígenas, para separarlos. Entonces, uno de los cangrejos rayados se irguió sobre sus cuatro patas traseras, haciendo castañetear las tenazas en el aire, frente a la cara de Eponine y, en apariencia, dijo algo amenazador con sus antenas, que vibraban con rapidez. Un instante después, la octoaraña Archie extendió dos tentáculos, levantó del piso del transporte al hostil cangrejo rayado y lo depositó afuera, en la calle.

La escena alteró sobremanera el talante de todos los seres humanos. Mientras Archie explicaba lo ocurrido a Max y Eponine y Ellie traducía (Max estaba demasiado agitado como para intentar hacer uso del traductor), los mellizos Watanabe se acurrucaban fuertemente contra Nai, y Nikki extendía los brazos para que su abuelo la alzara.

—Esa especie no es muy inteligente —dijo Archie a sus amigos humanos—, y hemos tenido dificultades para erradicarle las tendencias agresivas. El ser en particular que eché del transporte ha dado problemas con anterioridad. La optimizadora responsable de esa especie ya lo marcó, puede ser que lo hayan notado, con los dos pequeños puntos verdes en la parte posterior del caparazón… Esta última transgresión indudablemente va a dar por resultado su exterminación.

Cuando Ellie terminó la traducción, los seres humanos inspeccionaron metódicamente a los demás alienígenas que iban en el transporte, buscando la existencia de más puntos verdes. Aliviados al ver que todos los demás pasajeros eran seguros, los adultos se aflojaron un poco.

—¿Qué dijo esa «cosa»? —le preguntó Richard a Archie cuando el transporte se acercaba a otra parada.

—Era una reacción normal de amenaza —contestó Archie—, típica de animales con reducida capacidad de inteligencia… Sus pautas antenales trasmitieron un mensaje tosco, con muy poco de verdadera información real.

El transporte continuó por la avenida durante ocho o diez nillets más, deteniéndose dos veces para recibir más pasajeros, entre ellos media docena de octoarañas y alrededor de otros veinte seres que representaban cinco especies diferentes. Cuatro de los animales color azur, que en sus hemisferios superiores tenían el material ondulante parecido a un cerebro, se agazaparon justo delante de Richard, que todavía sostenía a Nikki. Su colectiva variedad de ocho antenas con nudosidades se extendió hacia arriba, en dirección de los pies de Nikki, y se entrelazó, como si se estuvieran comunicando. Cuando la niña humana movió levemente los pies, las antenas se retrajeron con rapidez dentro de la extraña masa que formaba la parte principal del cuerpo de esos alienígenas.

El transporte ya estaba atestado. Un animal al que los humanos nunca habían visto antes, y al que Max más tarde describió con precisión como una salchicha polaca con nariz larga y seis patas cortas, se izó por una de las barras verticales, y con las zarpas anteriores aferró el pequeño bolso de mano de Nai, Jamie medió antes que se produjera algún daño al bolso o a Nai, pero unos segundos después Galileo pateó con fuerza a la salchicha, haciendo que se soltara de la barra. El chico explicó que había creído que la salchicha se estaba preparando para aferrar otra vez el bolso. El ser retrocedió y fue a otra sección del transporte, mirando fija y cautelosamente con su único ojo a Galileo.

—Será mejor que tengas cuidado —previno Max sonriendo, mientras despeinaba el cabello del chico—, o las octos te van a poner dos puntos verdes en el trasero.

La avenida estaba bordeada por edificios de uno y dos pisos, casi todos pintados con diseños geométricos en vivos colores. Guirnaldas y coronas de flores y hojas de tonos brillantes festoneaban las arcadas y las terrazas. En una pared larga, de la que Hércules le dijo a Nai que era la parte de atrás del hospital principal, un enorme mural rectangular, de cuatro metros de altura y veinte de largo, representaba los médicos octoaraña auxiliando a sus propios enfermos, así como ayudando a muchos de los demás seres que habitaban la Ciudad Esmeralda.

El transporte disminuyó levemente su velocidad y empezó a subir por una rampa. Cruzó un puente de varios centenares de metros de largo, que pasaba por encima de un río o canal ancho en el que se veían barcos, muchas octoarañas que jugueteaban y varios seres marinos desconocidos. Archie explicó que estaban ingresando en el corazón de la Ciudad Esmeralda, donde tenían lugar todas las ceremonias principales y donde vivían y trabajaban los optimizadores «más importantes».

—Por allá —dijo, señalando un edificio octogonal de unos treinta metros de altura— está nuestra biblioteca y centro de información.

En respuesta a la pregunta de Richard, Archie dijo que el canal, o foso, rodeaba por completo el «centro administrativo».

—Salvo por las ocasiones especiales, como la de hoy, o por algún propósito oficial aprobado por los optimizadores —dijo Archie—, sólo a las octoarañas se les permite el acceso a esta zona.

El transporte se estacionó en una planicie grande y desnuda, al lado de una estructura oval que parecía un estadio o, quizás, un salón de actos al aire libre. Nai le dijo a Patrick, después que descendieron, que había sentido más claustrofobia durante la última parte del trayecto que nunca antes, desde que estuvo en el subterráneo de Kioto a la hora de salida de los trabajos, durante el viaje que hizo para conocer a la familia de Kenji.

—Por lo menos, en Japón —dijo Patrick con leve encogimiento de hombros— estabas rodeada por otros seres humanos… Aquí fue tan espeluznante… Me sentí como si hubiera estado sometido al escrutinio de todos ellos. Tuve que cerrar los ojos para conservar la cordura.

Cuando se apearon y empezaron a desplazarse hacia el estadio, los seres humanos caminaban formando un grupo, rodeado por sus cuatro octoarañas amigas y las otras dos octos que habían ascendido al vehículo antes que saliera de la zona humana. Estas seis octoarañas protegían a Nicole y los demás de las apiñadas hordas de seres que hormigueaban en todas direcciones. Eponine empezó a sentirse desfallecer, tanto por la combinación de olores e imágenes, como por la caminata, así que Archie detenía la procesión cada cincuenta metros, más o menos. Finalmente, ingresaron por uno de los portones y las octoarañas condujeron a los seres humanos a la sección que les estaba asignada.

Sólo había un asiento en la sección que se había reservado para humanos. De hecho, podía ser que Eponine tuviera el único asiento de todo el estadio. Al recorrer la tribuna superior del estadio con los prismáticos de Richard, Max y Patrick vieron muchos seres que se inclinaban apoyándose o asiéndose de los fuertes postes verticales diseminados por las terrazas, pero en ninguna otra parte pudieron ver asientos.

Benjy estaba fascinado por los bolsos de tela que Archie y algunas de las otras octoarañas portaban. Los bolsos, todos idénticos, tenían el tamaño aproximado de un bolso de mano de mujer y eran blancuzcos. Colgaban en lo que se podría llamar el nivel de la cadera de las octoarañas, atados a la cabeza por una simple tira. Nunca antes los seres humanos habían visto a las octos con un accesorio. Benjy los advirtió de inmediato y le preguntó a Archie acerca de ellos mientras el grupo estaba parado en la plaza. En aquel momento, Benjy supuso que Archie no había comprendido la pregunta y él mismo la olvidó, hasta que llegaron al estadio y vio los otros bolsos similares.

Archie se mostraba inusitadamente vago en su explicación sobre el objeto del bolso. Nicole tuvo que pedirle que repitiera los colores antes de traducirle a Benjy lo que aquél decía.

—Archie dice que es equipo que podría necesitar para protegernos en una emergencia.

—¿Qué clase de e-equi… po? —preguntó Benjy, pero Archie ya se había alejado varios metros y estaba hablando con una octoaraña de una sección adyacente.

Los seres humanos estaban separados de las demás especies, tanto por dos bandas de tensa cuerda metálica sujetas alrededor de las partes superior e inferior de los postes del exterior de su enclave, como por sus protectores octoaraña (o guardias, como los llamaba Max), que se apostaron en la zona vacía que había entre las diferentes especies. Además de los humanos, a la derecha había un grupo de varios centenares de los alienígenas de miembros flexibles, los mismos seres que habían construido la escalera debajo de la cúpula arco iris. A la izquierda y por debajo del clan humano, del otro lado de una gran zona vacía, había alrededor de mil animales marrones, rechonchos, parecidos a iguanas, con largas colas ahusadas y dientes sobresalientes. Las iguanas tenían el tamaño de gatos domésticos.

Lo que resultaba inmediatamente obvio era que todo el estadio estaba rígidamente segregado. Cada especie estaba ubicada con los de su propia clase. Más aún, salvo por los «guardias», no había octoarañas en la tribuna superior. Las quince mil octos (estimación de Richard) que asistían como espectadoras se ubicaban en la tribuna inferior.

—Hay varias razones para la segregación —explicó Archie mientras Ellie traducía para todos los demás—. Primera, que lo que diga la Optimizadora Principal va a ser trasmitido en treinta o cuarenta idiomas simultáneamente. Si vosotros miráis con cuidado, veréis que cada sección especial tiene un aparato, aquí está el vuestro, por ejemplo, lo que Richard llama altoparlante, que expone lo que se está diciendo, en el idioma de esa especie. Todas las octos, incluidos los diversos morfos, pueden entender nuestro lenguaje normal de colores. Ése es el motivo de que todos estemos en la tribuna inferior, en la que no hay equipo especial de traducción…

—Permítanme mostrarles de qué estoy hablando. Miren hacia allá (Archie extendió un tentáculo), ¿ven ese grupo de cangrejos rayados? ¿Ven los dos grandes alambres verticales que hay en esa mesa, en el frente de esa sección? Cuando Optimizadora Principal empiece a hablar, esos alambres van a ponerse en marcha y a exponer, en el idioma antenal de los cangrejos, lo que se está diciendo.

Mucho más abajo de ellos, sobre la parte de arriba de lo que, en un estadio de la Tierra, habría sido un campo de juegos hundido, había una amplia cubierta con listas de colores, suspendida de puntales unidos a las secciones inferiores de la tribuna inferior.

—¿Puedes leer lo que dice? —le preguntó Ellie a su padre.

—¿Qué? —dijo Richard, todavía pasmado por la magnitud del espectáculo.

—Hay un mensaje en la cubierta —le hizo notar Ellie, señalando hacia abajo—. Lee los colores.

—Bien. —Richard leyó muy lentamente—. Munificencia significa alimentos, agua, energía, información, equilibrio y… ¿cuál es la última palabra?

—Yo la traduciría como «diversidad» —dijo Ellie.

—¿Qué quiere decir el mensaje? —preguntó Eponine.

—Barrunto que lo vamos a descubrir.

Minutos más tarde, después que Archie les dijera a los humanos que otro motivo para la segregación de las especies era confirmar las estadísticas censales de las octoarañas, dos parejas de gigantescos animales negros enrollaron la cubierta del campo en dos postes largos y gruesos. Las parejas empezaron en lados opuestos de la parte media del ruedo y, después, se desplazaron hacia sendos extremos del estadio, envolviendo la cubierta alrededor de los postes, para dejar al descubierto todo el campo.

Simultáneamente, un enjambre más de luciérnagas descendió desde muy por encima del estadio, de modo que todos los espectadores pudiesen ver con claridad, no sólo la abundancia de frutos, hortalizas y granos, reunidos en centenares de pilas en ambos extremos del campo, sino también los dos conjuntos de seres diversos que había en regiones separadas del piso del ruedo, de cada lado de la parte media. El primer grupo de alienígenas caminaba describiendo un gran círculo, sobre una superficie de tierra normal. Estaban unidos entre sí mediante una especie de cuerda. Al lado de ellos había una gran piscina con agua, en la que otras treinta o cuarenta especies, también conectadas entre sí, nadaban en un segundo círculo grande.

En el centro absoluto del campo se había erigido una plataforma, vacía salvo por algunas cajas negras desparramadas, y con rampas que descendían hacia las dos regiones adyacentes. Mientras todo el mundo observaba, cuatro octoarañas se separaron del círculo de la piscina y treparon por la rampa hacia la plataforma. Otras cuatro dejaron el grupo que caminaba sobre la superficie de tierra y se unieron a sus colegas. Entonces, una de estas ocho se paró sobre una caja que estaba en el medio de la plataforma y empezó a hablar en colores.

—Nos hemos reunido aquí hoy —la voz que salía del altavoz sobresaltó a los humanos. La pequeña Nikki empezó a llorar. Al principio les resultó extremadamente difícil entender lo que estaban oyendo, pues cada sílaba estaba acentuada igual y, si bien se los pronunciaba con cuidado, los sonidos no salían del todo bien, como si los emitiera alguien que nunca antes hubiera oído hablar a un ser humano. Richard estaba aturullado. De inmediato abandonó su intento por usar el traductor y se inclinó para estudiar el dispositivo desde el cual salían los sonidos.

Ellie tomó los prismáticos de Richard, de modo de poder seguir los colores con más rapidez. Aun cuando tuvo que suponer algunas de las palabras, porque los trozos de banda estaban fuera de su alcance visual, le resultaba más fácil mirar que concentrarse por completo en lo que estaba saliendo del equipo de sonido octoarácnido.

Con el tiempo, los adultos sintonizaron los oídos, en cierto modo, con la cadencia y pronunciación de la voz alienígena, y entendieron la mayor parte de lo que se estaba diciendo. La octoaraña Optimizadora Principal indicaba que todo estaba bien en esos dominios de la abundancia, y que el éxito sostenido de la compleja y diversa sociedad en la que vivían se reflejaba en la variedad de alimentos que se hallaba en los campos.

—Nada de esta copiosidad —dijo la oradora— se pudo haber producido sin una fuerte cooperación entre especies.

Después, en su breve mensaje, la Optimizadora Principal pronunció elogios para los que tuvieron desempeños excepcionales. Se hizo hincapié en varias especies en particular. Por ejemplo, la producción de la sustancia parecida a la miel aparentemente había sido sobresaliente, pues, durante unos instantes, una docena de luciérnagas que revoloteaban concentró su luz sobre la sección de los gorgojos. Al cabo de unos tres fengs de discurso, los humanos se cansaron del esfuerzo de escuchar la extraña voz y ya no le prestaron más atención. En consecuencia, el grupo quedó sorprendido cuando las luciérnagas aparecieron sobre su cabeza y se los presentó a las muchedumbres alienígenas. Miles de extraños ojos apuntaron en su dirección durante medio nillet.

—¿Qué dijo sobre nosotros? —le preguntó Max a Ellie, que había seguido traduciendo los colores mientras él conversaba con Eponine durante la mayor parte del discurso de la Optimizadora Principal.

—Sólo que éramos nuevos en estos dominios y que todavía estaban aprendiendo cuáles eran nuestras aptitudes… Entonces hubo algunos números que deben de haber sido alguna forma de describirnos. No entendí esa parte.

Después que otras dos especies fueron presentadas brevemente, la Optimizadora Principal empezó a resumir los puntos principales de su discurso.

—¡Mami, mami! —el chillido de terror predominó súbitamente sobre la voz alienígena. De algún modo, mientras los humanos adultos estaban absorbidos por el discurso y el espectáculo que los rodeaba, Nikki había trepado por encima de la barrera más baja que delimitaba su sección e ingresado en el espacio abierto que los separaba de los seres iguana. La octoaraña Hércules, que patrullaba la zona, aparentemente tampoco advirtió lo que hacía la niña, pues no se dio cuenta de que una de las iguanas había metido la cabeza en el hueco que quedaba entre las dos cuerdas de metal que rodeaban su sección, y agarrado el vestido de Nikki con sus afilados dientes.

El terror que había en la voz de la niña paralizó momentáneamente a todos menos a Benjy, que actuó en forma instantánea en ayuda de Nikki, saltó sobre la barrera y asestó un golpe, con todas sus fuerzas, en la cabeza de la iguana. El sorprendido alienígena soltó el vestido de Nikki. Se desató el pandemónium. Nikki corrió de vuelta hacia los brazos de su madre pero, antes de que Hércules y Archie pudieran alcanzar a Benjy, el enfurecido alienígena se deslizó a través del hueco y saltó sobre la espalda de Benjy, que lanzó un alarido por el intenso dolor que le producían los dientes de la iguana en el hombro, y empezó a sacudirse, tratando de desembarazarse de su atacante. Segundos después, la iguana cayó al suelo, completamente inconsciente. Dos puntos verdes se veían con claridad allí donde su cola se unía al resto del cuerpo.

Todo el incidente había ocurrido en menos de un minuto. El discurso no se interrumpió. Con excepción de las secciones adyacentes, nadie advirtió el suceso. Pero Nikki estaba irremediablemente asustada, Benjy gravemente herido y Eponine empezaba a tener una contracción.

Debajo de ellos, las enojadas iguanas trataban de forzar las cuerdas de metal, haciendo caso omiso de las amenazas de las diez octoarañas que se apresuraron a ubicarse en el ámbito entre las dos especies.

Archie le dijo al grupo de humanos que era hora de que se fueran. No hubo discusiones. Archie los escoltó de prisa hacia afuera del estadio, con Ellie llevando a su sollozante hija y Nicole frotando con desesperación en la herida de Benjy un antiséptico que había sacado de su maletín médico.

Richard se alzó sobre los codos, cuando Nicole entró en el dormitorio.

—¿Está bien Benjy? —preguntó.

—Así lo creo —dijo Nicole, lanzando un intenso suspiro—. Todavía me preocupa que en la saliva de ese ser pueda haber sustancias químicas peligrosas… Doctor Azul fue de mucha utilidad, me explicó que las iguanas no tienen ponzoña, pero coincide en que debemos estar alertas ante alguna forma de reacción alérgica en Benjy… Dentro de un día o dos, se sabrá si tenemos un problema o no.

—Y el dolor, ¿ya pasó?

—Benjy se niega a quejarse… Creo que, en realidad, está sumamente orgulloso de sí mismo, y motivos no le faltan para estarlo, y no quiere decir nada que pueda arruinarle su momento como héroe de la familia.

—¿Y Eponine todavía tiene contracciones?

—No, temporalmente se detuvieron, pero, si da a luz dentro del próximo día, más o menos, Marius no habrá sido el primer bebé cuyo nacimiento fue inducido por la adrenalina.

Nicole empezó a desvestirse.

—Ellie es la que lo está tomando peor… dice que es una madre terrible y que nunca se va a perdonar por no haber vigilado más de cerca a Nikki. Hace unos minutos hasta hablaba como Max y Patrick. Se preguntaba en voz alta si, a lo mejor, no deberíamos regresar a Nuevo Edén y correr el riesgo con Nakamura, «por el bien de los chicos».

Nicole terminó de desvestirse y subió a la cama. Le dio un beso suave a Richard y se puso las manos detrás de la cabeza.

—Richard —manifestó—, nos enfrentamos con un asunto muy grave. ¿Crees que las octoarañas nos permitirán regresar siquiera a Nuevo Edén?

—No —contestó él, después de un breve silencio—… No a todos nosotros, al menos.

—Temo que coincido contigo. Pero no se lo quiero decir a los demás… Quizá deba tratar otra vez la cuestión con Archie.

—Tratará de evadirla, como lo hizo la primera vez.

Se acostaron juntos, tomándose de las manos durante varios minutos.

—¿En qué piensas, amor? —preguntó Nicole, cuando advirtió que los ojos de Richard todavía estaban abiertos.

—En hoy —contestó él—. En todo lo que pasó hoy. Voy a repasar en mi mente cada increíble escena. Ahora que soy viejo y mi memoria no es tan buena como antes, intentaré emplear técnicas para refrescarla…

Nicole rio.

—Eres imposible —dijo—. Pero te amo de todos modos.