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Nicole estaba soñando. También estaba danzando alrededor de una fogata de campamento, en una arboleda de la Costa de Marfil, al compás de un ritmo africano. Omeh guiaba la danza; vestido con el manto verde que usaba cuando fue a visitar a Nicole a Roma, algunos días antes del lanzamiento de la Newton. Todos los amigos humanos de Nicole en la Ciudad Esmeralda, más sus cuatro octoarañas amigas más íntimas, también estaban bailando en el círculo de alrededor de la fogata. Kepler y Galileo peleaban. Ellie y Nikki estaban tomadas de la mano. Hércules, la octoaraña, estaba vestido con un traje típico africano en un púrpura subido. Eponine, con su embarazo muy adelantado, se movía con pesadez. Nicole oyó que la llamaban desde afuera del círculo. ¿Era Katie? El corazón le corrió alocadamente cuando se esforzó por reconocer la voz.

—Nicole —dijo Eponine, sentada al lado de su cama—, estoy teniendo contracciones.

Nicole se sentó y aventó de su cabeza lo que estaba soñando.

—¿Con qué frecuencia? —preguntó automáticamente.

—Son irregulares. Tengo algunas con una diferencia de cinco minutos y, después, nada durante media hora.

«Lo más probable es que sean Braxton Hicks», pensó Nicole, «todavía le faltan cinco semanas para estar en término».

—Ven, tiéndete en el diván —indicó, poniéndose la bata—, y dime cuándo comienza la siguiente contracción.

Max estaba esperando en la sala de estar, después que Nicole hubo terminado de lavarse las manos.

—¿Está teniendo el bebé? —preguntó.

—Probablemente no —contestó Nicole. Empezó a aplicar una leve presión sobre la parte media de Eponine, tratando de localizar al bebé.

Mientras tanto, Max medía la habitación a zancadas irregulares.

—Sencillamente mataría por tener un cigarrillo en este preciso instante —mascullaba.

Cuando Eponine tuvo otra contracción, Nicole observó que había una ligera presión en el cuello uterino, aún no dilatado. Se sentía preocupada porque no estaba del todo segura de dónde estaba el bebé.

—Lo siento, Ep —declaró después de una segunda contracción, cinco minutos después—. Creo que éste es un falso trabajo de parto, una especie de ejercicio práctico que está sufriendo tu cuerpo, pero podría equivocarme… Nunca antes me las tuve que ver con un embarazo en esta etapa sin contar con alguna clase de equipo de seguimiento que me ayudara…

—Algunas mujeres sí tienen bebés tan pronto, ¿no? —preguntó Eponine.

—Sí, pero es raro. Sólo alrededor del uno por ciento de las madres primíparas da a luz más de cuatro semanas antes de la fecha, y eso se debe, casi siempre, a alguna clase de complicación. O herencia… Por casualidad, ¿sabes si tú o alguno de tus hermanos, de cualquier sexo, fue prematuro?

Eponine negó meneando la cabeza.

—Nunca supe cosa alguna de mi familia natural.

«¡Maldición!», pensó Nicole. «Estoy casi absolutamente segura de que éstas son contracciones Braxton Hicks… Si tan sólo pudiera definirlo con certeza…»

Le indicó a Eponine que se vistiera y regresara a su casa.

—Lleva un registro de tus contracciones. Lo que tiene importancia especial es el intervalo entre el comienzo de dos contracciones sucesivas. Si se empiezan a producir en forma regular, cada cuatro minutos, o algo así, sin intervalos de importancia, entonces ven a verme de vuelta.

—¿Podría haber un problema? —le susurró Max a Nicole, mientras Eponine se vestía.

—Poco probable, Max, pero siempre existe la posibilidad.

—¿Qué opinas respecto de solicitar a nuestros amigos, los magos de la biología, algo de ayuda? —preguntó Max—. Por favor, perdóname si te estoy ofendiendo, pero es sólo que…

—Me adelanté a ti, Max. Ya tomé la decisión de consultar con Doctor Azul en la mañana.

Max estaba nervioso desde mucho antes que Doctor Azul empezara a abrir lo que Max denominaba el «frasco de bichos».

—Un momento, Doc —dijo, poniendo la mano con suavidad sobre el tentáculo que sostenía el frasco—. ¿Te importaría explicarme qué es lo que estás haciendo exactamente, antes de dejar que salgan esos entes?

Eponine estaba acostada en el sofá de la sala de estar de los Puckett. Estaba desnuda, pero cubierta por un par de sábanas octoarácnidas. Nicole le había estado teniendo la mano mientras las tres octoarañas instalaban el laboratorio portátil. Ahora Nicole se acercó a Max, de modo de poder traducirle lo que Doctor Azul estaba diciendo:

—Doctor Azul no es un experto en este campo —interpretó Nicole—. Dice que una de las otras dos octoarañas tendrá que explicar los detalles del proceso.

Después de una breve conversación entre las tres octoarañas, Doctor Azul se hizo a un lado y otro alienígena se paró directamente delante de Nicole y Max. Doctor Azul informó entonces a Nicole que esta octo en particular, a la que llamaba «ingeniero en imágenes», hacía muy poco que había empezado a aprender el dialecto octoarácnido más simple que se usaba para comunicarse con los seres humanos.

—El ingeniero podría ser un poco difícil de entender —manifestó.

—Los diminutos seres del frasco —dijo Nicole varios segundos después, cuando los colores empezaron a fluir alrededor de la cabeza del ingeniero— se denominan… cuadroides de imágenes, creo que sería una traducción satisfactoria… Sea como fuere, son cámaras vivas en miniatura, que van a arrastrarse por el interior de Eponine y tomar fotografías del bebé. Cada cuadroide tiene la capacidad de… varios millones de elementos de imagen fotográfica, los que se pueden asignar a tanto como quinientas doce imágenes por nillet octoarácnido. Pueden producir una imagen con movimiento, si así se desea.

Nicole vaciló y se dio la vuelta hacia Max.

—Estoy simplificando todo esto, si te parece bien. Todo es sumamente técnico, y todo está en la matemática octal de ellos. El ingeniero estaba explicando ahí, al final, todas las diferentes formas en las que el operador puede especificar que quiere las imágenes… Richard habría estado completamente encantado.

—Hazme recordar qué largo tiene un nillet —pidió Max.

—Alrededor de veintiocho segundos. Ocho nillets hacen un feng, ocho fengs hacen un woden, hay ocho wodens en un tert, y ocho terts en un día octoarácnido. Richard calcula el día de ellos en treinta y dos horas, catorce minutos y poco más de seis segundos.

—Me alegro de que haya alguien que entienda todo esto —declaró Max en tono calmo.

Nicole volvió a mirar de frente al ingeniero en imágenes y la conversación continuó.

—Cada cuadroide de imágenes —tradujo lentamente— penetra en el blanco especificado de la zona, toma las fotografías y después regresa al procesador de imágenes, que es la caja gris que está allá, apoyada en la pared, en el que «vacía» sus imágenes, recibe su recompensa y regresa a la cola.

—¿Qué? —dijo Max—. ¿Qué clase de recompensa?

—Después, Max —señaló Nicole, que estaba luchando por entender una frase que ya le había pedido a la octoaraña que repitiera. Quedó en silencio durante unos segundos, antes de menear la cabeza y volverse hacia Doctor Azul.

—Lo siento —dijo—, pero sigo sin entender esa última frase.

Las dos octoarañas tuvieron un rápido intercambio de conceptos en su dialecto natural y, después, el ingeniero en imágenes volvió a mirar a Nicole de frente.

—Muy bien —dijo ésta al fin—, creo que ahora lo entiendo… Max, la caja gris es una especie de administrador programable de datos, que tanto almacena los datos en células vivas como prepara la transferencia de las imágenes traídas por los cuadroides para que se las proyecte en la pared o en cualquier parte en la que queramos ver la imagen, según el protocolo seleccionado…

—Tengo una idea —la interrumpió Max—. Todo esto va más allá de lo que puedo entender… Si estás segura de que todo este aparataje no va a dañar a Ep en forma alguna, ¿por qué no seguimos adelante con esto?

Doctor Azul había entendido lo dicho por Max. A una señal de Nicole, él y las demás octoarañas salieron del hogar de los Puckett y trajeron del transporte estacionado lo que parecía ser una caja cubierta.

—En este recipiente —le explicó Doctor Azul a Nicole— hay un grupo de veinte o treinta de los miembros más pequeños de nuestra especie, morfos cuya función primordial es la de comunicarse de manera directa con los cuadroides y los otros entes diminutos que hacen que este sistema funcione… Son los morfos quienes manejan el procedimiento en realidad.

—¡Quién lo diría! —exclamó Max, cuando se abrió la caja y las diminutas octoarañas, de nada más que unos centímetros de alto, corretearon en medio de la habitación—, ésas… —Max tartamudeaba por la excitación— son las que Eponine y yo vimos en el laberinto azul, en la madriguera que está del otro lado del Mar Cilíndrico.

—Los morfos enanos —explicó Doctor Azul— reciben nuestras instrucciones y después organizan todo el proceso. Son ellos los que realmente programan la caja gris… Ahora, todo lo que necesitamos para poder empezar es unas pocas especificaciones sobre la clase de imágenes que deseas y dónde quieres verlas.

La gran imagen en colores que apareció en la pared de la sala de estar de los Puckett mostraba un feto masculino precioso, perfectamente formado, que llenaba casi todo el útero de su madre. Max y Eponine celebraron durante una hora, desde el momento mismo en que pudieron distinguir que su hijo por nacer era, ciertamente, un varón. A medida que la tarde avanzaba, y Nicole había aprendido mejor cómo especificar lo que deseaba ver, la calidad de las imágenes mejoró de modo notable. Ahora, la imagen tamaño natural que aparecía en la pared era pasmosa por su claridad.

—¿Puedo verlo patear una vez más? —pidió Eponine.

El ingeniero en imágenes le dijo algo al morfo enano jefe y, en menos de un nillet, se produjo la repetición del momento en que el joven señor Puckett pateaba hacia arriba, contra la panza de la madre.

—¡Mira la fuerza de esas piernas! —exclamó Max. Estaba más calmado ahora. Después que se recuperó de la conmoción de las imágenes iniciales, su preocupación fue toda esa «parafernalia» que rodeaba a su hijo en el útero. Nicole calmó al padre primerizo señalándole el cordón umbilical y la placenta y asegurándole que todo estaba normal.

—¿Así que no voy a tener a mi hijo antes de tiempo? —preguntó Eponine, cuando terminó la repetición de la película.

—No —contestó Nicole—. Mi presunción es que te quedan cinco o seis semanas más. Con frecuencia, los bebés salen un poco tarde… Puede ser que todavía tengas algunas de esas contracciones intermitentes entre ahora y el nacimiento, pero no te preocupes por ellas.

Nicole le agradeció profusamente a Doctor Azul, al igual que Max y Eponine. Después, las octoarañas juntaron todos los componentes, tanto biológicos como abiológicos, de su laboratorio portátil. Una vez que las octos partieron, Nicole cruzó la habitación y tomó la mano de Eponine.

Es-tu heureuse? —le preguntó a su amiga.

Absolument —contestó Eponine—. Y aliviada también. Pensaba que algo había salido mal.

—No —la tranquilizó Nicole—. No fue más que una simple falsa alarma.

Max cruzó la habitación y estrechó a Eponine entre sus brazos. Estaba radiante. Nicole se retiró ligeramente y observó la tierna escena que tenía lugar entre sus amigos.

«No hay momento en el que los miembros de la pareja se amen tanto», pensó, «como inmediatamente antes del nacimiento de su primer hijo». Y empezó a salir de la casa.

—Espera un momento —le dijo Max—. ¿No quieres saber qué nombre le vamos a dar?

—Claro que sí.

—Marius Clyde Puckett —declaró él con orgullo.

—Marius —añadió Eponine—, porque ése era el amante soñado por la huérfana Eponine en Los miserables; durante mis largas y solitarias noches en el orfanato, anhelaba que me llegara un Marius, y Clyde por el hermano de Max, que está en Arkansas.

—Es un nombre excelente —dijo Nicole, sonriendo para sus adentros mientras se daba vuelta para irse—. Un nombre excelente —repitió.

Richard no podía contener su agitación cuando volvió a casa avanzada la tarde.

—Acabo de pasar dos horas absolutamente fascinantes con Archie y las demás octoarañas, en la sala de conferencias —le dijo a Nicole en su tono más alto—. Me mostraron todo el dispositivo que utilizaron contigo y Eponine hoy a la mañana. Asombroso. ¡Qué genialidad increíble…! No, hechicería es un término mejor; lo dije desde el principio, las malditas octoarañas son hechiceras de la biología.

»Oye esto solamente. Tienen seres vivos que son cámaras, otro conjunto de bichos microscópicos que leen las imágenes y almacenan cuidadosamente cada píxel individual, un alabeo genético especial de ellos mismos que controla el proceso, y una cantidad limitada de equipo electrónico, donde fuere necesario, para efectuar las simples tareas de la administración de datos… ¿Cuántos miles de años se precisaron para que ocurra todo esto? ¿Quién lo planeó en primer lugar? ¡Todo esto te retuerce los sesos!

Nicole le sonrió a su marido.

—¿Viste a Marius? ¿Qué pensaste…?

—Vi todas las imágenes de esta tarde —siguió gritando Richard—. ¿Sabes cómo los morfos enanos se comunican con los cuadroides de imágenes? Utilizan un intervalo especial de longitudes de onda en la parte ultravioleta más lejana del espectro. Así es. Archie me dijo que esos bichitos y las octoarañas enanas realmente tienen un idioma común. Y eso no es todo. Algunos de los morfos saben tanto como ocho idiomas de diferentes microespecies. Hasta el mismo Archie puede comunicarse con otras cuarenta especies; con quince empleando sus colores octoarácnidos básicos y, con las demás, en una gama de idiomas que comprende signos, sustancias químicas y otras partes del espectro electromagnético.

Richard se quedó parado un instante en el medio de la habitación.

—Esto es increíble, Nicole, sencillamente increíble.

Estaba a punto de lanzarse con otro monólogo, cuando ella le preguntó cómo se comunicaban las octos normales y los morfos enanos.

—Hoy no vi patrones de color en la cabeza de los morfos —dijo Nicole.

—Toda su conversación es en el ultravioleta —contestó Richard y empezó a dar zancadas otra vez. De pronto se volvió y se señaló el centro de la frente—. Nicole, esa cosa como una lente que tienen en el medio de la ranura es un telescopio hecho y derecho, que tiene la capacidad de recibir información en cualquier longitud de onda, prácticamente… Es algo enloquecedor. De alguna manera han organizado todas estas formas de vida dentro de un gran sistema simbiótico, cuya complejidad trasciende, con mucho, cualquier cosa que pudiéramos concebir…

Se sentó en el diván, al lado de Nicole, y prosiguió:

—Mira —dijo, mostrándole los brazos—, todavía tengo piel de gallina… Estoy absolutamente admirado de estos seres… ¡Dios, qué bueno que no sean hostiles!

Con la frente surcada por una profunda arruga, Nicole miró a su marido.

—¿Por qué dices eso?

—Podrían dirigir un ejército de miles de millones, quizá hasta de billones. ¡Estoy seguro de que hasta hablan con sus plantas! Ya viste con cuánta rapidez se encargaron de aquella cosa del bosque… Imagina lo que pasaría si tu enemigo pudiera controlar todas las bacterias, hasta los virus, e hiciera que obedezcan sus órdenes… ¡Qué concepto aterrador!

Nicole rio.

—¿No crees que te estás dejando llevar? El hecho de que hayan modificado genéticamente un conjunto de cámaras vivas no entraña necesariamente que…

—Lo sé —interrumpió Richard, levantándose del diván de un salto—, pero no puedo dejar de pensar en la extensión lógica de lo que hemos visto hoy… Nicole, Archie admitió ante mí que el único objeto de los morfos enanos es el de poder habérselas con el mundo microscópico. Los enanos pueden ver cosas tan pequeñas como de un micrómetro de longitud, o sea, de un milésimo de milímetro… Ahora, ampliemos esa idea otros varios órdenes de magnitud. Imagina una especie cuyos morfos cubran cuatro o cinco relaciones similares a la que hay entre las octos normales y las enanas. La comunicación con las bacterias podría no ser imposible, después de todo.

—Richard —apuntó—, ¿es que no tienes nada para decir del hecho de que Max y Eponine van a tener un hijo…? ¿Y de que el bebé parece estar perfectamente sano?

Richard quedó en silencio durante unos segundos.

—Es maravilloso —concedió con un poco de timidez—. Creo que debo ir y felicitarlos.

—Probablemente puedas esperar hasta después de la cena —dijo Nicole, echándole una mirada a uno de los relojes especiales de pared hechos por Richard para ellos. El reloj seguía la hora humana, dentro de un marco de referencia octoarácnido.

»Patrick, Ellie, Nikki y Benjy han estado en lo de Max y Eponine durante la hora pasada —prosiguió Nicole—, desde el momento mismo en que Doctor Azul se detuvo en la casa con algunas fotografías en pergamino del pequeño Marius en el útero —sonrió—. Como dirías tú, deben de volver a casa dentro de un feng, más o menos.