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Archie podía hacer toda clase de pruebas con las pelotas de colores, era capaz de atrapar dos pelotas al mismo tiempo y, después, arrojarlas en direcciones completamente diferentes. Hasta podía hacer malabares con las seis pelotas en forma simultánea, usando cuatro tentáculos, pues necesitaba nada más que los otros cuatro sobre el suelo para mantener el equilibrio. A los niños les encantaba cuando columpiaba a los tres al mismo tiempo. Archie nunca parecía cansarse de jugar con los seres humanos más pequeños.

Al principio, claro está, los niños se asustaron de su visitante alienígena. La pequeña Nikki, a pesar de las repetidas aseveraciones que hizo Ellie, en el sentido de que Archie era amigo, era particularmente cautelosa, debido al recuerdo del terror que le produjo el secuestro de su madre. Benjy fue el primero en aceptarlo como compañero de juegos. Los mellizos Watanabe no estaban lo suficientemente coordinados como para efectuar juegos complicados, así que Benjy estaba encantado de descubrir que Archie alegremente se le uniría en un activo juego de agarrar la pelota o en la versión de Benjy de esquivarla.

Tanto Max como Robert se sentían perturbados por la presencia de Archie, de hecho, alrededor de una hora después de la llegada de los cuatro seres humanos y la octoaraña, Max enfrentó a Richard y Nicole en el dormitorio de éstos.

—Eponine me cuenta —comenzó con ira— que la maldita octoaraña va a vivir aquí, con nosotros. ¿Todos vosotros os volvisteis locos?

—Piensa en Archie como en un embajador, Max —le contestó Richard—. Las octos quieren establecer una comunicación regular con nosotros.

—Pero estas mismas octoarañas secuestraron a tu hija y mi novia, y las retuvieron contra su voluntad durante un mes… ¿Me van a decir que hemos de pasar por alto todos sus actos?

—Hubo razones atenuantes para los secuestros —intervino Nicole, intercambiando una breve mirada con Richard—, y a las mujeres se las trató muy bien… ¿Por qué no hablas con Eponine al respecto?

—Eponine no tiene más que elogios para las octoarañas. Es casi como si le hubieran lavado el cerebro… Creía que vosotros dos seriáis más razonables al respecto.

Aun después que Eponine le informó a Max que las octoarañas la habían curado del RV-41, él seguía siendo escéptico.

—Si eso es verdad —manifestó—, entonces ésa es la noticia más maravillosa que recibí desde que los robotitos aparecieron en la granja y confirmaron que Nicole había llegado sana y salva a Nueva York… pero me está resultando muy cuesta arriba ver a esos monstruos de ocho patas como nuestros benefactores. Quiero que el doc Turner te examine con mucho cuidado. Si él me dice que estás curada, entonces lo creeré.

Robert Turner fue indisimuladamente hostil hacia Archie desde el principio. Nada de lo que Nicole o, inclusive, Ellie, le pudiera decir podía neutralizar el enojo que todavía sentía por el secuestro de Ellie. Su orgullo profesional también estaba gravemente lesionado por la aparente facilidad con que Eponine había sido supuestamente curada.

—Estás esperando demasiado, Ellie, como siempre —señaló la segunda noche que estuvieron juntos—. Entras aquí, llena de informes brillantes sobre estos alienígenas que te arrebataron de Nikki y de mí, y pretendes que los abracemos de inmediato. Eso no es justo. Necesito tiempo para entender y sintetizar todo lo que me estás diciendo… ¿No te das cuenta de que tanto Nikki como yo estamos traumatizados por tu secuestro? Tenemos profundas cicatrices emocionales, causadas por estos mismos seres a los que ahora quieres que consideremos amigos… No puedo cambiar mi opinión de la noche a la mañana.

A Robert también lo afligía la información que le dio Ellie respecto de las alteraciones genéticas introducidas en el esperma de Richard, aun cuando eso explicaba por qué el genoma de su esposa había desafiado la clasificación en las pruebas que el colega Ed Stafford había llevado a cabo allá, en Nuevo Edén.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila al descubrir que eres un híbrido? —inquirió—. ¿No entiendes lo que eso significa? Cuando las octoarañas te modificaron el ADN para mejorar tu resolución visual y hacer que te fuera más fácil el aprendizaje de su idioma, estuvieron manoseando un robusto código genético que evolucionó de manera natural en el transcurso de millones de años. ¿Quién sabe qué susceptibilidades a enfermedades, achaques, o hasta cambios negativos en la fertilidad, pueden aparecer en ti o en generaciones siguientes? Inconscientemente, las octos pueden haber condenado a todos nuestros nietos.

Ellie no logró ablandar a su marido. Cuando Nicole empezó a trabajar con Robert para cerciorarse de si Eponine en verdad se había curado del RV-41, Ellie advirtió que Robert se erizaba cada vez que Nicole hacía una afirmación favorable sobre Archie o las octoarañas.

—A Robert le debemos dar más tiempo —aconsejó Nicole a su hija, una semana después del regreso de la Ciudad Esmeralda—. Todavía siente que las octoarañas lo profanaron, no sólo al secuestrarte a ti sino, también, al contaminar los genes de su hija.

—Mamá, hay otro problema también… Casi siento que Robert está celoso en cierta forma peculiar. Cree que paso demasiado tiempo con Archie… No parece admitir el hecho de que Archie no se puede comunicar con los demás a menos que yo esté para actuar como intérprete.

—Como ya dije, debemos ser pacientes. Con el tiempo, Robert aceptará la situación.

Pero, en privado, Nicole tenía sus dudas. Robert estaba decidido a encontrar algún resto del virus RV-41 en Eponine y, cuando prueba tras prueba hechas con su relativamente simple equipo no mostraban evidencia de que el patógeno estuviera en el sistema de la muchacha, él seguía solicitando procedimientos adicionales. En la opinión profesional de Nicole, nada se iba a ganar haciendo más pruebas. Aunque existía una probabilidad muy reducida de que el virus los hubiera eludido y estuviera alojado en alguna parte de Eponine, Nicole pensaba que era virtualmente seguro que se la había curado.

Los dos médicos chocaron el día después que Ellie le hubiera confiado a su madre que Robert estaba celoso de Archie. Cuando Nicole sugirió que acabaran las pruebas sobre Ellie y la declararan sana, quedó conmocionada al oír que su yerno proponía abrir la cavidad torácica de Eponine y extraer una muestra directa de los tejidos que rodeaban el corazón.

—Pero, Robert —objetó—, ¿alguna vez tuviste un caso en el que tantas pruebas más hubieran sido virusnegativas, pero el patógeno todavía estuviera localmente activo en la región cardíaca?

—Sólo cuando la muerte era inminente y el corazón ya se había deteriorado —admitió Robert—, pero eso no impide que la misma situación pueda ocurrir más temprano en el ciclo de la enfermedad.

Nicole estaba azorada. No discutió con Robert, pues pudo darse cuenta, por la rígida configuración de los músculos de su yerno, que él ya había decidido cuál sería su próximo curso de acción.

«Pero la cirugía a cielo abierto, de cualquier clase, es riesgosa, aun en las diestras manos de Robert», pensó. «En este ambiente, cualquier clase de accidente podría dar por resultado la muerte. Por favor, Robert, recupera tus cabales. Si no lo haces, me veré forzada a oponerme a ti, en nombre de Eponine».

Max pidió hablar con Nicole en privado, muy poco después de que Robert recomendara que se efectuara una cirugía de corazón.

—Eponine está asustada —le confió—, y yo también… Eponine volvió de la Ciudad Esmeralda más llena de vida que lo que jamás la vi. Al principio, Robert me dijo que las pruebas estarían terminadas en unos días… Se arrastraron durante casi dos semanas y ahora dice que quiere tomar una muestra tisular del corazón de Eponine…

—Lo sé —contestó Nicole con tono sombrío—. Anoche me dijo que iba a recomendar el procedimiento de cielo abierto.

—Ayúdame, por favor —dijo Max—. Quiero estar seguro de entender adecuadamente los hechos. Tú y Robert le examinaron la sangre muchas veces, así como otros varios tejidos corporales que, a veces, muestran diminutas cantidades del virus, ¿y todas las muestras fueron inequívocamente negativas?

—Así es.

—¿No es cierto que todas las otras veces que a Eponine se la examinó, desde el momento mismo en que se la diagnosticó por primera vez como portadora positiva del RV-41, hace años ya, sus muestras de sangre indicaron la presencia del virus?

—Sí —contestó Nicole.

—Entonces, ¿por qué Robert quiere operar? ¿Es que, sencillamente, no quiere creer que está curada, o es que tan sólo es excesivamente cuidadoso?

—No me es posible responder por él —dijo Nicole. Miró de modo escrutador a su amigo y supo, de una sola vez, cuál sería la pregunta siguiente que él le haría y cómo ella iba a responderle.

«Hay decisiones difíciles que todos nosotros debemos tomar en la vida», pensaba. «Cuando yo era más joven, de modo consciente traté de evitar ponerme en una posición en la que me viera forzada a tomar tales decisiones. Ahora entiendo que, al evitarlas, permito que otros decidan por mí… y, a veces, se equivocan».

—¿Si tú fueses el médico de cabecera, Nicole —preguntó Max—, operarías a Eponine?

—No, no lo haría. Estoy convencida de que es casi seguro que Eponine está curada por las octoarañas y que el riesgo de la operación no puede justificarse.

Max sonrió y la besó en la frente.

—Gracias —dijo.

Robert se sentía ultrajado. Les recordó a todos que él había dedicado más de cuatro años de su vida a estudiar esa enfermedad en particular, así como a tratar de descubrir una curación y que, con toda certeza, él sabía más sobre el RV-41 que todos ellos juntos. ¿Cómo era posible que confiaran más en una curación alienígena que en su talento quirúrgico? ¿Cómo podía haberse atrevido su propia suegra, cuyo conocimiento del RV-41 se limitaba a lo que él mismo le había enseñado, a expresar una opinión diferente de la suya? No podía aplacarlo ningún miembro del grupo, ni siquiera Ellie, a la que, finalmente, desterró de su presencia, después de varios cambios desagradables de palabras.

Durante dos días, Robert rehusó salir de su habitación. Ni siquiera contestaba cuando su hija Nikki le deseaba «Felices sueños, papito», antes de irse a dormir la siesta o a la noche. Su familia y sus amigos estaban profundamente angustiados por su tormento, pero no se les ocurría cómo aliviar su dolor. La cuestión de la estabilidad mental de Robert surgió en varias conversaciones. Todos coincidían en que parecía estar «fuera de lugar» acá, desde el momento mismo de la fuga de Nuevo Edén, y que su conducta se había vuelto aún más errática e impredecible después del secuestro de Ellie.

Ésta le confió a su madre que Robert se mostraba «peculiar» con ella, desde su reciente reencuentro.

—No se acercó a mí, como mujer, ni siquiera una vez —confesó con tristeza—. Fue como si sintiera que yo estaba contaminada por mi experiencia… Sigue diciendo cosas extravagantes, como «Ellie, ¿querías que te secuestraran?».

—Siento pena por él —contestó Nicole—. Está soportando una carga emocional tan grande, que se remonta hasta la época de Texas. Todo esto simplemente fue demasiado. Deberíamos hacer…

—Pero ¿qué podemos hacer por él ahora? —interrumpió Ellie.

—No lo sé, querida —confesó Nicole—. Sencillamente no lo sé.

Ellie trató de pasar el difícil momento ayudando a Benjy con sus lecciones de idioma octoarácnido. Su medio hermano estaba completamente fascinado por todo lo concerniente a los alienígenas, incluso la pintura hexagonal de las octoarañas, que habían traído de la Ciudad Esmeralda. Varias veces por día se quedaba con la mirada fija en la pintura, y nunca perdía la oportunidad de hacer preguntas sobre los asombrosos seres representados en ella. A través de Ellie, Archie siempre respondía pacientemente todo lo que Benjy preguntaba.

Benjy había decidido, poco después de empezar a jugar de modo regular con Archie, que deseaba aprender a reconocer algunas frases, por lo menos, del vocabulario octoarácnido. Benjy sabía que Archie podía leer los labios, y quería mostrarle a la octoaraña que aun un «ser humano lerdo» podía, si se le enseñaba debidamente, adquirir una comprensión suficiente del lenguaje octoarácnido como para sostener una conversación sencilla.

Ellie y Archie iniciaron a Benjy en los conceptos fundamentales. Aprendió los colores de las octoarañas para decir «sí», «no», «por favor» y «gracias» sin dificultad. Los números fueron bastante fáciles de aprender también, porque tanto los numerales cardinales, como los ordinales, eran, esencialmente, secuencias combinatorias de dos colores básicos, rojo sangre y verde malaquita, que se usaban en forma de código binario y que, en el transcurso de la oración, se señalaban con un clarificador color salmón. Lo que a Benjy le presentó mayor problema fue comprender que los colores individuales, por sí mismos, carecían de significado. Una banda color siena tostado, por ejemplo, representaba el verbo «entender» si venía seguido por un malva y, después, un clarificador; no obstante, si a la combinación siena tostado/malva la seguía un bermejo, el símbolo de tres bandas quería decir «planta que florece».

Ni los colores individuales eran miembros de un alfabeto, en sentido estricto. En ocasiones, el ancho de los colores, cuando se los comparaba con otros en la secuencia más larga que definía una sola palabra, cambiaba el significado por completo. La combinación siena tostado/malva únicamente significaba «entender» si las dos bandas eran del mismo ancho aproximado. La palabra definida por un siena tostado estrecho, seguida por un malva con un ancho aproximadamente doble, era «capacidad».

Benjy luchaba con el idioma, haciendo todas las repeticiones que se le exigían, con un ahínco poco frecuente. Su pasión por aprender reconfortaba el corazón de Ellie, en un momento en el que ella se sentía profundamente afligida. No sabía cómo se iba a resolver la crisis con Robert.

En el comienzo del tercer día del autoimpuesto exilio de Robert en su habitación, el subterráneo arribó a su ranura, tal como se esperaba, con su provisión de mitad de semana de comida y agua… sólo que esta vez había dos nuevas octoarañas en el tren. Se apearon y mantuvieron una detallada conversación con Archie. La familia se reunió, esperando alguna noticia fuera de lo común.

—Hay tropas humanas otra vez en Nueva York —informó Archie—, y están en el proceso de romper el sello que impide el paso hacia nuestra madriguera. No es más que cuestión de tiempo el que descubran los túneles del subterráneo.

—Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? —preguntó Nicole.

—Nos gustaría que vengan y vivan con nosotros en la Ciudad Esmeralda —contestó Archie—. Mis colegas previeron esta posibilidad y ya terminaron el diseño de una sección especial en la ciudad nada más que para vosotros. Podría estar lista en unos pocos días más.

—¿Y qué pasaría si no quisiéramos ir? —intervino Max.

Archie conferenció brevemente con las otras dos octoarañas.

—Entonces se pueden quedar aquí y esperar a las tropas —dijo—. Les brindaremos tanta comida como podamos, pero empezaremos a desmantelar el subterráneo no bien hayamos evacuado a todas nuestras compañeras del lado norte del Mar Cilíndrico.

Archie continuó hablando, pero Ellie dejó de traducir. Varias veces le pidió a la octoaraña que repitiera sus frases siguientes antes de darse vuelta, un poco pálida, hacia sus amigos y familia.

—Por desgracia —tradujo—, nosotras, las octoarañas, debemos preocuparnos por nuestro propio bienestar. Por consiguiente, cualquiera de vosotros que decida no venir padecerá el bloqueo de la memoria de corto plazo, y no podrá recordar en detalle suceso alguno de todas estas últimas semanas.

Max lanzó un silbido.

—Adiós a la amistad y la comunicación —comentó—. Cuando las papas[*] queman, todas las especies usan la fuerza.

Se acercó a Eponine y le tomó la mano. Ella lo miró con curiosidad cuando la llevó hasta pararse frente a Nicole.

—¿Nos casarías, por favor? —pidió Max.

Nicole estaba turbada.

—¿Ahora mismo? —preguntó.

—Justo ahora, en este mismísimo instante. Amo a esta mujer que está a mi lado, y quiero pasar con ella una luna de miel orgiástica allá arriba, en ese iglú, antes que se arme el pandemónium.

—Pero no estoy calificada… —protestó Nicole.

—Eres lo mejor que hay a mano —la interrumpió Max—. Vamos, por lo menos haz una buena aproximación. —La estupefacta novia estaba radiante.

—¿Quieres tú, Max Puckett, tomar a esta mujer, Eponine, por esposa? —recitó Nicole, vacilante.

—Sí quiero, y debí haberlo hecho hace meses —contestó Max.

—¿Y quieres tú, Eponine, tomar a este hombre, Max Puckett, por esposo?

—¡Oh, sí, Nicole, con gusto!

Max atrajo a Eponine hacia él y la besó apasionadamente.

—Y ahora, Ar-chi-bald —dijo mientras él y Eponine enfilaban hacia la escalera—, en el caso de que te lo estés preguntando, la francesita y yo pretendemos ir con vosotros a esa Ciudad Esmeralda de la que ella habla tanto, pero, durante las veinticuatro horas siguientes, y quizá durante más tiempo, si ella tiene suficiente energía, vamos a estar ausentes, y no queremos que se nos perturbe.

Max y Eponine caminaron rápidamente hacia la escalera cilíndrica y desaparecieron. Ellie casi había terminado de explicarle a Archie lo que ocurría, cuando los recién casados aparecieron en el rellano y saludaron agitando la mano. Todos rieron, cuando Max tironeó de Eponine para hacerla volver al corredor.

Bajo la tenue luz, Ellie se sentó sola contra la pared.

«Es ahora o nunca», pensó. «Debo intentarlo una vez más».

Recordó la escena de furia de varias horas atrás.

—¡Pero claro que deseas irte con tu amigo Archie, la octoaraña! —había dicho Robert con amargura—, y esperas llevar a Nikki contigo.

Todos los demás van a aceptar la invitación —fue la respuesta de Ellie, que ni siquiera intentaba ocultar las lágrimas—. Por favor, ven con nosotros, Robert. Son una especie muy dulce, con un elevado sentido de la moral.

—Os lavaron el cerebro a todos vosotros —replicó Robert—. De algún modo os sedujeron, para que creáis que ellos son aun mejores que los de vuestra propia especie. —Después, la miró con repugnancia.

—Tu propia especie —repitió—. ¡Qué chiste! Pero vamos, si creo que eres tanto octoaraña como ser humano.

—Eso no es cierto, querido. Ya te dije varias veces que sólo se hicieron modificaciones muy pequeñas… Soy tan ser humano como tú…

—¿Por qué, por qué, por qué? —gritó Robert repentinamente—. ¿Por qué te permití que me convencieras de venir a Nueva York en primer lugar? Debí haberme quedado allá, donde estaba rodeado por cosas que entendía…

A pesar de las súplicas de Ellie, Robert se mantenía inflexible. No iba a ir a la Ciudad Esmeralda. Hasta parecía estar extrañamente complacido de que las octoarañas le bloquearan la memoria de corto plazo.

—Quizá —declaró, con una risa desagradable— no voy a tener recuerdo alguno de tu regreso. No recordaré que mi esposa y mi hija son híbridos, y que mis amigos íntimos no tienen respeto por mi capacidad profesional… Sí, podré olvidar la pesadilla de estas últimas semanas y recordar solamente que me fuiste arrebatada, como lo fue mi primera esposa, mientras todavía te amaba con desesperación.

Robert recorría la habitación soltando maldiciones. Ellie trató de apaciguarlo y confortarlo.

—No, no —gritaba él, echándose atrás como picado por una víbora para evitar el contacto con Ellie—. Es demasiado tarde. Hay demasiado dolor. No lo puedo soportar más.

En las primeras horas del atardecer, Ellie fue a pedir consejo a su madre, que no pudo brindarle alivio alguno. Sí coincidió con su hija en que Ellie no debía rendirse, pero también le advirtió que nada, en la conducta de Robert, sugería que él podría cambiar de parecer.

Por sugerencia de Nicole, Ellie se acercó a Archie, y solicitó un favor de la octoaraña. Si Robert insistía en no ir con ellos, le imploró Ellie, ¿sería posible que Archie, o una de las otras octoarañas, llevara a Robert de vuelta a la madriguera, donde sería hallado con facilidad por los demás seres humanos? Con renuencia, Archie aceptó.

«Te amo, Robert», se dijo Ellie, cuando finalmente se puso de pie. «Y Nikki te ama también. Queremos que vengas con nosotras, pues tú eres mi marido y su padre». Hizo una profunda inspiración y entró en su dormitorio.

Hasta Richard tenía lágrimas en los ojos cuando un mascullante Robert Turner, después de intercambiar un fuerte abrazo final con su esposa y su hija, salió detrás de Archie caminando con vacilación, en dirección al subterráneo, que estaba a nada más que veinte metros de distancia. Nikki lloraba suavemente, pero no pudo haber tenido cabal comprensión de lo que estaba sucediendo, todavía era muy pequeña.

Robert se dio vuelta, saludó levemente con la mano y entró en el tren. Al cabo de pocos segundos, el vehículo aceleró y penetró en el túnel. Menos de un minuto después, el sombrío estado de ánimo general se vio quebrado por gritos de alegría que venían del rellano que estaba por encima del grupo.

—Muy bien, escuchen todos ahí abajo —aulló Max—; es mejor que se preparen para una gran fiesta.

Nicole alzó la vista hacia lo alto de la cúpula y, aun a esa distancia, en la tenue luz, pudo ver la sonrisa radiante de los recién casados. «Y así son las cosas», pensó, con el corazón todavía transido por la pérdida sufrida por su hija. «Dolor y alegría. Alegría y dolor. Dondequiera que haya seres humanos. En la Tierra. En nuevos mundos más allá de las estrellas. Ahora y para siempre».