7

Su desayuno de partida fue un festín. Las octoarañas proveyeron más de una docena de frutos y hortalizas diferentes, así como cereal caliente y espeso hecho, según Archie y Ellie, con las altas hierbas que crecían justo al norte de la planta de energía. Mientras comían, Richard le preguntó a la octoaraña qué les había pasado a los pichones de aviano, Tammy y Timmy, así como a los melones maná y al material del sésil. No quedó satisfecho con la respuesta traducida, algo vaga, de que todas las demás especies estaban bien.

—Mira, Archie —dijo Richard con su característica modalidad brusca. Ya se sentía lo suficientemente cómodo con su anfitrión alienígena como para sentir que no era más necesario ser cortés en exceso—. Tengo mucho más que un interés ocasional en esos seres, los rescaté y yo mismo los crie desde que nacieron. Me gustaría verlos, aunque más no sea brevemente… En cualquier circunstancia, creo que merezco una respuesta más definitiva a mi pregunta.

Archie se paró, salió amblando[*] por la puerta del departamento y regresó al cabo de unos pocos minutos.

—Hemos dispuesto que veas a los avianos por ti mismo, hoy, más tarde, durante nuestro viaje de regreso a donde están tus amigos —anunció—. En cuanto a las otras especies, dos de los huevos acaban de completar la germinación y están en el estadio de mirmigatos infantes. Su desarrollo es vigilado muy de cerca en el otro lado de nuestros dominios, y a ti no te es posible visitarlos.

El rostro de Richard se iluminó.

—¡Dos de ellos germinaron! ¿Cómo consiguieron eso?

—Los huevos de la especie sésil deben ponerse durante un mes de tu tiempo en un líquido de temperatura controlada, antes de que comience siquiera el proceso de desarrollo embrionario. —Ellie interpretaba muy lentamente los colores de Archie—. La temperatura tiene que mantenerse dentro de un ámbito extremadamente reducido, de menos de un grado según tus unidades de medida, y en el mismo valor que es óptimo para la manifestación mirmigatuna de la especie. De lo contrario, el proceso de crecimiento y desarrollo no se produce.

Richard estaba que no cabía en sí.

—¡Así que ése era el secreto! —dijo, gritando casi—. ¡Maldita sea, debí haberlo supuesto! Por cierto que tuve muchísimos indicios, tanto provenientes de las condiciones imperantes en el interior del hábitat de ellos como de aquellos murales que me mostraron… —Empezó a medir la habitación a zancadas—. Pero ¿cómo lo sabían las octoarañas? —se preguntó, de espaldas a Archie.

Éste contestó con rapidez, después de la traducción de Ellie.

—Teníamos información de la otra colonia de octoarañas. Sus registros explicaban todo el proceso de metamorfosis de los sésiles.

A Richard le parecía demasiado simple. Por primera vez, sospechó que, quizá, su colega alienígena no le estaba diciendo toda la verdad. Se disponía a formular más preguntas, cuando Doctor Azul entró en el departamento seguido por otras tres octoarañas, dos de las cuales transportaban un objeto hexagonal grande, envuelto en un material parecido al papel.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Ésta es nuestra fiesta oficial de despedida —contestó Ellie—, junto con un presente que nos dan los residentes de la ciudad.

Una de las octos nuevas le preguntó a Ellie si todos los seres humanos se podrían reunir afuera, en la avenida, para la ceremonia de partida. Éstos tomaron sus pertenencias y salieron por el vestíbulo hacia las luces más brillantes. Nicole quedó sorprendida por lo que vio. Exceptuando a las octoarañas que salieron del departamento en fila, detrás del grupo humano, la avenida estaba desierta. Hasta los colores de los jardines parecían estar más apagados, como si, de alguna manera, hubieran sido temporalmente avivados por toda la actividad circundante que tenía lugar dos días atrás, cuando llegaron Richard y ella.

—¿Dónde están todos? —le preguntó a Ellie.

—Todo está muy tranquilo a propósito —contestó la hija—, las octos no quisieron abrumarte otra vez.

Las cinco octoarañas se dispusieron en una fila en el medio de la avenida, con el edificio de forma piramidal directamente detrás de ellas. Las dos de la derecha sostuvieron el paquete hexagonal, que era más grande que ellas. Los cuatro seres humanos formaron una fila enfrentada a las octoarañas, justo delante de los portones de la ciudad. La octoaraña del centro, a la que Ellie finalmente presentó como «Principal Optimizadora» (después de varios intentos fallidos para encontrar una palabra exactamente correcta, en el lenguaje humano, que permitiera la descripción que Archie hizo de los deberes de la octoaraña líder), dio un paso al frente y empezó a hablar.

La Principal Optimizadora expresó su gratitud a Richard, Nicole, Ellie y Eponine, incluyendo una nota personal con cada «gracias», y dijo que tenía la esperanza de que esa breve interacción fuera la «primera de muchas» que condujeran a una mayor comprensión entre las dos especies. Después, la octoaraña indicó que Archie iba a partir con ellos, no sólo para que se pudiera continuar y ampliar la interacción sino, también, para demostrarles a los demás seres humanos que ahora existía una mutua confianza entre las dos especies.

Durante una breve pausa, Archie avanzó con torpeza en la zona que había entre las dos filas, y Ellie simbólicamente le dio la bienvenida a su grupo de viajeros. Entonces, las dos octos de la derecha descubrieron el obsequio, que era una pintura espléndida y detallada del panorama que Richard y Nicole contemplaron en el momento en que entraron en la Ciudad Esmeralda. La pintura era tan fiel, que Nicole quedó momentáneamente aturdida. Instantes después, todos los seres humanos se acercaron a la pintura para estudiar sus detalles. Todos los fantasmagóricos seres figuraban allí, entre ellos los tres onduladores azules, cuyas dos antenas largas, enhiestas y llenas de bultitos, que emergían de una masa corporal apiñada, le recordaron a Nicole lo desorientada que se había sentido el día anterior.

Mientras examinaba la imagen y se preguntaba cómo se la había podido crear, Nicole rememoró el cuasidesmayo que había acompañado el momento en que vio la escena real.

«¿Entonces estaba teniendo una premonición de peligro?», reflexionó, «¿o era algo más?» Desvió la vista de la pintura y observó a las octoarañas que hablaban entre ellas.

«A lo mejor fue una epifanía», pensó, «una explosión instantánea de reconocimiento de algo que está mucho más allá de mi entendimiento. Alguna fuerza o poder nunca antes experimentado por ser humano alguno». Un escalofrío le recorrió la espalda cuando los portones de la Ciudad Esmeralda empezaron a abrirse.

Richard siempre estaba preocupado por dar nombre a las cosas. Después de menos de un minuto de inspección de los seres sobre los que iban a montar, los denominó «avestrusaurios».

—Eso no es muy imaginativo, querido —lo reprendió Nicole.

—Puede que no —contestó él—, pero es una descripción perfecta. Son, precisamente, como un gigantesco avestruz con la cara y el cuello de uno de esos dinosaurios herbívoros.

Los seres tenían cuatro patas parecidas a las de los pájaros; un cuerpo suave y cubierto de plumas, con una concavidad excavada en la parte media, en la que se podían sentar con comodidad cuatro seres humanos, y un largo cuello capaz de extenderse tres metros en cualquier dirección. Dado que las patas tenían alrededor de dos metros de largo, el cuello podía llegar sin dificultades hasta el suelo circundante.

Los dos avestrusaurios eran sorprendentemente veloces. Archie, Ellie y Eponine viajaban en uno de esos seres, a cuyo flanco habían atado la gran pintura hexagonal con una especie de cordel. Nicole y Richard estaban solos en el otro avestrusaurio. No había riendas ni algún otro medio evidente para controlar esos animales; no obstante, antes que el grupo hubiese partido de la Ciudad Esmeralda, Archie pasó casi diez minutos «hablándoles».

—Les está explicando toda la ruta —tradujo Ellie en ese momento—, y también está esbozando lo que se debe hacer en caso de accidente.

—¿Qué clase de accidente? —gritó Richard, pero Ellie se limitó a encogerse de hombros como respuesta.

Al principio, tanto Richard, como Nicole se aferraban a las «plumas» que rodeaban la cavidad en la que estaban sentados pero, al cabo de unos minutos, se relajaron. La marcha era muy suave, con muy poco movimiento de subida y bajada.

—Ahora —dijo Richard, después que la Ciudad Esmeralda desapareció de la vista—, ¿supones que estos animales evolucionaron de esta manera por causas naturales, con esta concavidad casi perfecta en medio del lomo… o, de algún modo, los ingenieros octoarácnidos en genética los criaron para el transporte?

—En mi mente no existe la menor duda —contestó Nicole—. Estoy convencida de que la mayoría de los seres vivos con los que nos hemos topado, e incluyendo, por cierto, a esas cosas enrolladas, oscuras, que se retuercen y que se arrastraron a través de mi piel, fueron diseñados por las octoarañas para cumplir una función específica. ¿De qué otro modo podría ser si no?

—Pero no creerás que a estos animales se los diseñó empezando desde la nada —alegó Richard—. Eso sugeriría una tecnología increíble, que está mucho más allá que cualquier cosa que podamos imaginar siquiera.

—No sé, querido. Quizá las octoarañas viajaron a muchos sistemas planetarios diferentes, y en cada lugar hallaron formas de vida a las que se podía alterar levemente para que encajaran en sus grandes planes simbióticos. Pero ni por un minuto puedo admitir la idea de que esta armoniosa biología apareció nada más que por evolución natural.

Los dos avestrusaurios y sus cinco jinetes fueron guiados por tres luciérnagas gigantes. Después de unas pocas horas, el grupo se aproximó a un ancho lago que se extendía hacia el sur y hacia el oeste. Los dos avestrusaurios se pusieron en cuclillas en el suelo, de modo que Archie y los cuatro seres humanos pudieran descender.

—Vamos a almorzar y a tomar un trago de agua aquí —comunicó Archie a los demás. Le alcanzó a Ellie un recipiente lleno con comida y, después, llevó a los dos avestrusaurios hacia el río. Nicole y Eponine se marcharon en dirección de unas plantas azules que crecían en la orilla del agua, dejando a Richard y Ellie a solas.

—Tu destreza con el idioma de las octoarañas es muy impresionante, por decir lo mínimo —observó Richard, entre bocado y bocado.

Ellie rio.

—Temo que no tan buena como crees. Adrede, las octos mantienen sus oraciones muy sencillas para mí, y hablan con lentitud, con bandas anchas… pero estoy mejorando… Seguramente te habrás dado cuenta de que no están utilizando su verdadero idioma cuando nos hablan, no es más que una forma derivada.

—¿Qué quieres decir?

—Se lo expliqué a mamá, allá en Ciudad Esmeralda. Imagino que ella no tuvo oportunidad de decírtelo. —Ellie tragó saliva antes de continuar—. Su verdadero idioma tiene sesenta y cuatro símbolos cromáticos, tal como dije, pero once de ellos no son accesibles para nosotros, ocho se encuentran en la parte infrarroja del espectro, y otros tres, en la ultravioleta, así que únicamente podemos distinguir con claridad cincuenta y tres de sus símbolos. Esto representó todo un problema al comienzo… Por fortuna, cinco de los once símbolos de afuera son aclaradores. De todos modos, en consideración a nosotros desarrollaron lo que equivale a un nuevo dialecto de su idioma, empleando nada más que las longitudes de onda cromáticas que podemos ver… Archie dice que este nuevo dialecto ya se enseña en algunas de sus clases avanzadas…

—Asombroso. ¿Quieres decir que han amoldado su idioma de modo tal que se acomode a nuestras limitaciones físicas?

—No exactamente, papá. Siguen usando su verdadero idioma cuando hablan entre ellos. Ése es el porqué de que yo no siempre entienda lo que están diciendo… No obstante, este nuevo dialecto se desarrolló, y ahora se está ampliándolo, nada más que para hacer que las comunicaciones con nosotros sean lo más fáciles posible.

Richard terminó su almuerzo. Estaba a punto de hacerle a Ellie otra pregunta referente al idioma de las octoarañas, cuando oyó a Nicole lanzar un alarido.

—¡Richard —gritaba desde una distancia de cincuenta metros—, mira hacia allá, en el aire, en dirección al bosque!

Richard estiró el cuello y se hizo sombra a los ojos. En la distancia pudo ver dos pájaros que volaban hacia ellos. Por alguna causa, su reconocimiento se demoró hasta que oyó los familiares chillidos. Entonces, se paró de un salto y corrió en dirección de los avianos. Tammy y Timmy, ahora totalmente crecidos, se lanzaron en picada desde el cielo y aterrizaron al lado de él. Richard se sintió inundado de regocijo, mientras sus pupilos parloteaban incesantemente y apretaban su aterciopelado vientre contra él, para que les hiciera una caricia.

Se los veía perfectamente saludables. No había el menor vestigio de tristeza en sus enormes y expresivos ojos. Tanto Richard como los avianos disfrutaron de la reunión durante varios minutos, antes de que Timmy diera unos pasos hacia atrás, chillara algo en voz muy alta y alzara vuelo. A los pocos minutos regresó con un compañero aviano, una hembra con un plumaje de terciopelo anaranjado como Richard nunca antes había visto. Se sentía un poco confundido, pero se dio cuenta de que Timmy estaba tratando de presentarle a su pareja.

El resto de la reunión con los avianos duró nada más que diez o quince minutos. Archie insistió, después de que hubo explicado que el vasto sistema lacustre proveía casi la mitad del agua dulce de los dominios octoarácnidos, en que la comitiva necesitaba continuar su viaje. Richard y Nicole ya estaban en la concavidad del lomo de su avestrusaurio, cuando los tres avianos partieron. Tammy revoloteó sobre ellos para darles un parloteo de despedida, evidentemente perturbando al ser sobre el que viajaban los seres humanos. Al fin, siguió a su hermano y la pareja en su vuelo hacia el bosque.

Richard estaba extrañamente callado, mientras sus cabalgaduras también se dirigían hacia el norte, en dirección al bosque.

—Realmente significan mucho para ti, ¿no? —dijo Nicole.

—Sin lugar a dudas. Yo estuve completamente solo, salvo por los pichones, durante un largo tiempo. Timmy y Tammy dependían de mí para su supervivencia… Comprometerme a rescatarlos probablemente fue el primer acto abnegado de toda mi vida; me expuso a nuevas dimensiones, tanto de angustia como de felicidad.

Nicole extendió el brazo y le tomó la mano.

—Tu vida emocional ha pasado una odisea propia, tan diversa en todo aspecto como el viaje físico que efectuaste. —Richard la besó.

—Todavía tengo algunos demonios que no se han exorcizado —admitió—. A lo mejor, con tu ayuda, dentro de otros diez años seré un decoroso ser humano.

—No reconoces tus propios méritos lo suficiente, querido.

—A mi cerebro le reconozco muchos méritos —dijo Richard con una sonrisa, cambiando el tono de la conversación—. ¿Y sabes en qué está pensando en este preciso instante? ¿De dónde vino ese aviano con la parte inferior anaranjada?

Nicole parecía perpleja.

—Del segundo hábitat —contestó—. Tú mismo nos dijiste que debía de existir una población de casi mil, antes que las tropas de Nakamura invadieran… Las octoarañas también deben de haber rescatado algunos.

—Pero viví ahí durante meses —se indignó Richard—, y jamás vi siquiera un aviano con la parte inferior anaranjada. Ni uno. Lo habría recordado.

—¿Qué estás sugiriendo?

—Nada. Tu explicación es positivamente compatible con la navaja de Ockham, pero estoy empezando a preguntarme si, quizá, nuestras amiguitas octoarañas tienen algunos secretos que todavía no discutieron con nosotros.

Llegaron al cobertizo iglú grande, no lejos del Mar Cilíndrico, después de varias horas más. El diminuto iglú refulgente que estaba al lado del grande había desaparecido. Archie y los cuatro seres humanos desmontaron. La octoaraña y Richard desataron la pintura hexagonal y la guardaron apoyándola en el costado del iglú. Después, Archie llevó los avestrusaurios a un costado y les dio instrucciones para su viaje de regreso.

—¿No se pueden quedar un poco? —pidió Nicole—, los niños estarían completamente encantados con ellos.

—Desafortunadamente, no —contestó Archie—. Sólo tenemos unos pocos y están muy solicitados.

Aunque Eponine, Ellie, Richard y Nicole estaban cansados por el viaje, todavía se sentían extremadamente excitados por la reunión que estaba por producirse. Antes de salir del iglú, primero Eponine y después Ellie usaron el espejo y se refrescaron la cara.

—Por favor, a todos vosotros —dijo Eponine—, os pido un favor. No digáis nada a nadie sobre mi curación hasta que yo haya tenido la oportunidad de decírselo a Max en privado. Quiero que sea mi sorpresa.

—Espero que Nikki todavía me reconozca —expresó Ellie con nerviosidad, mientras descendían por la primera escalera e ingresaban en el corredor que conducía al rellano. Todo el grupo sufrió un pánico momentáneo al temer que los demás pudieran estar durmiendo, hasta que Richard hizo un cálculo con su algoritmo maestro para horarios, y les aseguró a todos que, debajo de la cúpula arco iris, se estaba en medio de la mañana.

Los cinco salieron al rellano y contemplaron el piso circular debajo de ellos. Los mellizos Kepler y Galileo estaban jugando a la mancha, la pequeña Nikki observándolos y riendo. Nai y Max descargaban alimentos de un subterráneo que, en apariencia, había llegado hacía poco. Eponine no pudo contenerse.

—¡Max! —gritó—. ¡Max!

Max reaccionó como si le hubieran acertado un disparo. Dejó caer la comida que estaba transportando y se volvió hacia el rellano. Vio a Eponine saludándolo con la mano y echó a correr como un pura sangre por la escalera cilíndrica. No tardó más de dos minutos en llegar al rellano y extender los brazos para rodear a Eponine.

—¡Oh, francesita —exclamó, levantándola medio metro del suelo y abrazándola con ferocidad—, cómo te extrañé!