5

—Éste es nuestro amigo Archie… Fue una gran ayuda para nosotros durante el tiempo que permanecimos aquí… Archie, te presento a mi madre y mi padre.

La octoaraña respondió con una secuencia que empezaba con un carmesí brillante, al que siguieron un verde, un lavanda, dos amarillos diferentes (uno, azafrán y el otro, limón, que tendía al verde pálido), y un púrpura final. La banda de colores recorrió por completo la esférica cabeza de la octoaraña y, después, desapareció en el lado izquierdo de la ranura formada por las dos largas depresiones paralelas que tenía en mitad de la cara.

—Archie dice que es un placer conoceros, especialmente después de haber oído tanto sobre vosotros —tradujo Ellie.

—¿Puedes leer sus colores? —preguntó Nicole, completamente conmocionada.

—Ellie es grandiosa —comentó Eponine—. Entendió el lenguaje de ellas con mucha rapidez.

—¿Pero cómo hacéis vosotros para hablarles? —preguntó Nicole.

—Su vista es increíblemente aguda —explicó Ellie— y son extraordinariamente inteligentes… Archie y una docena de sus congéneres ya aprendieron a leer los labios… Pero podemos hablar sobre todo eso más tarde, mamá. Primero háblame sobre Nikki y Robert, ¿están bien?

—Tu hija se pone más adorable cada día, y te extraña horrores… pero temo que Robert nunca se recuperó por completo, todavía se culpa por no haberte protegido mejor…

La octoaraña Archie, cortésmente, siguió la personal conversación durante varios minutos antes de tocar a Ellie suavemente en el hombro y recordarle que era probable que sus padres estuvieran cansados y con frío.

—Gracias, Archie —dijo Ellie—. Muy bien, éste es el plan, vosotros dos vendréis al interior de la ciudad y os quedaréis esta noche y mañana, por lo menos. Prepararon para nosotros cuatro una especie de departamento de hotel dentro del portal y pasado mañana, o cuando sea que vosotros estéis adecuadamente descansados, todos volveremos con los demás. Archie vendrá con nosotros.

—¿Por qué vosotros tres no vinisteis simplemente de entrada adonde estábamos nosotros? —preguntó Richard después de un breve silencio.

—Hice la misma pregunta, papá… y jamás recibí lo que pudiera considerar como respuesta satisfactoria…

Las bandas de color de la cabeza de Archie interrumpieron lo que Ellie estaba diciendo.

—Muy bien —dijo ésta a la octoaraña, antes de volverse otra vez hacia sus padres—. Archie dice que las octos tenían especial interés en que vosotros dos tuvierais una idea clara de qué se trata todo esto… De todos modos, podemos discutir todo esto después que nos acomodemos en nuestro departamento.

Los grandes portones de la Ciudad Esmeralda se abrieron de par en par cuando los cuatro seres humanos y su compañero octoaraña estaban a unos diez metros de ellos. Directamente al frente había una amplia avenida, con estructuras bajas de cada lado, que llevaba hasta un edificio piramidal rosa y azul que se divisaba a varios cientos de metros. Richard y Nicole no estaban preparados para la abrumadora variedad de extraños puntos de interés que dieron la bienvenida a sus ojos y cayeron virtualmente en trance. Estaban rodeados por un caleidoscopio de color. Cada elemento de la ciudad, incluyendo las calles, los edificios, las inexplicables decoraciones de la avenida, las plantas de los jardines, si lo eran en realidad, la gran cantidad de animales que parecían correr en todas direcciones lucían brillantes colores. Un grupo de cuatro grandes gusanos o víboras, que parecían bastones de caramelo serpenteantes, con la diferencia de que estaban más profusamente coloreados, estaban en el piso, enrollados precisamente en el interior del portal, a la izquierda de Richard y Nicole. Tenían la cabeza muy alzada, aparentemente esforzándose por alcanzar a ver los visitantes de otro planeta. Animales en amarillo y rojo brillante, con ocho extremidades y pinzas similares a las de las langostas de mar, transportaban gruesas varillas verdes a través de una intersección que estaba cincuenta metros al frente.

Naturalmente, había muchísimas, quizá centenares, de octoarañas, todas las cuales acudían a la zona del portal para echar un vistazo a los dos seres humanos. Permanecían sentadas en grupos delante de los edificios, paradas al lado de la avenida, hasta caminando por las azoteas. Y todas conversaban en forma simultánea en su idioma de brillantes bandas de colores, acentuando las decoraciones estáticas que se veían en la calle, con dinámicas explosiones de diversas tonalidades.

Nicole miró en derredor deteniendo la vista nada más que un instante en cada uno de los extravagantes seres que la contemplaban. Después, inclinó la cabeza hacia atrás y miró con fijeza la cúpula verde que estaba muy en lo alto. En sitios aislados se podía ver una especie de entramado delgado y flexible, pero, en su mayor parte, la cúpula estaba cubierta por un espeso dosel verde.

—Todo el techo está formado por enredaderas que crecen, y otras plantas, así como por los animales parecidos a insectos que recogen las flores y los frutos útiles —oyó que Ellie decía junto a ella—. Es un ecosistema viviente completo, que tiene la ventaja adicional de ser una excelente cubierta para la ciudad, al aislarla herméticamente del frío y de la atmósfera ramanas. Después que se cierren los portones, verán lo confortables que son normalmente las temperaturas dentro de la ciudad.

Esparcidas alrededor de la cúpula vieron alrededor de veinte fuentes muy brillantes de luz, considerablemente más grandes que las luciérnagas individuales que los habían guiado a través del dominio de las octoarañas. Nicole trató de estudiar una de las luces, pero pronto se rindió, porque eran demasiado brillantes para sus ojos.

«A menos que me equivoque», pensó, «toda esta iluminación es provista por enjambres de esas luciérnagas que nos guiaron hasta aquí».

¿Fue la fatiga, la emoción o una combinación de ambas, lo que hizo que Nicole perdiera el equilibrio? Cualquiera que hubiese sido el motivo, mientras contemplaba la cúpula verde que tenía muy por encima de ella, empezó a sentirse como si hubiera estado girando sobre sí misma. Trastabilló y extendió el brazo para asirse de Richard. El aflujo de adrenalina que acompañó su mareo y el miedo súbito hicieron que su ritmo cardíaco aumentara violentamente.

—¿Qué pasa, mamá? —se alarmó Ellie, inquieta ante la palidez de su madre.

—Nada —aseguró Nicole, respirando lenta y prudentemente—. Nada… Simplemente me mareé un instante.

Fijó la mirada en el piso, para recuperar la estabilidad. La calle estaba pavimentada con cuadrados de brillante colorido, que parecían de cerámica. Sentados en la calle, a no más de cincuenta centímetros delante de ella, había tres de los seres más extraños que hubiera visto jamás. Eran de tamaño aproximado al de pelotas de basquetbol; su hemisferio superior era de un material azul, ondulante, que, en cierto sentido, se asemejaba tanto a cerebros humanos como a la parte de una medusa que flota sobre la superficie del agua. En el centro de esa masa, que estaba constantemente en movimiento, había un agujero oscuro, redondo, del que salían dos antenas delgadas, de veinte centímetros de largo quizá, con ganglios o nudos separados entre sí dos o tres centímetros, más o menos. Cuando Nicole retrocedió en forma involuntaria, yéndose hacia atrás porque instintivamente se sintió amenazada por esos estrambóticos animales, las antenas de ellos describieron un giro y los tres salieron escapando velozmente hacia el costado de la avenida.

Nicole echó un rápido vistazo en derredor. Bandas de color recorrían la cabeza de todas las octoarañas que alcanzaba a ver. Sabía que estaban analizando esa última reacción suya. De pronto se sintió desnuda, perdida y completamente abrumada. Desde lo profundo de su ser le llegó una antigua y poderosa señal de angustia. Tuvo miedo de estar a punto de gritar.

—Ellie —dijo con tono calmo—, creo que tuve suficiente por hoy… ¿Podemos ir adentro pronto?

Ellie tomó del brazo a su madre y la guio hacia una entrada que había en la segunda estructura, a la derecha de la avenida.

—Las octos estuvieron trabajando día y noche para transformar estos aposentos… Espero que estén satisfactorios.

Nicole siguió mirando con fijeza la escena que se desarrollaba en la calle de las octoarañas, pero lo que estaba viendo ya no penetraba con profundidad en su mente cognitiva.

«Esto es un sueño», pensó, mientras un grupo de delgados seres verdes, que parecían bolas de bowling sobre zancos, pasaba por su campo visual. «Realmente no puede haber un sitio como éste en alguna parte».

—Yo también me estaba sintiendo un poco sobreexcitado —decía Richard—. Tuvimos un susto en el bosque. Y hemos caminado un largo trecho en tres días, en especial para vejetes… No es de sorprender que tu madre quedara desorientada, ese panorama de afuera era fantasmagórico.

—Antes de irse —explicó Ellie—, Archie se disculpó en tres formas diferentes. Trató de aclarar que habían permitido el acceso libre a la zona del portal, en la creencia de que tú y mamá estarían fascinados… Archie no había pensado en el hecho de que podría ser un poco demasiado…

Nicole se sentó lentamente en su cama.

—No te preocupes, Ellie —dijo—, en realidad no me volví tan frágil… Imagino que simplemente no estaba preparada, en especial después de tantos ejercicios y emociones.

—¿Así que preferirías descansar más, mamá, o querrías comer algo?

—Estoy bien, en serio —reiteró Nicole—. Prosigamos con lo que sea que hayas planeado… A propósito, Eponine —dijo, volviéndose hacia la francesa, que había dicho muy poco, después de los saludos iniciales fuera de la ciudad—, debo disculparme por nuestra descortesía. Richard y yo estuvimos tan ocupados hablando con Ellie y viéndolo todo… Olvidé decirte que Max te envía su amor. Me hizo prometerle que, si te veía, te dijera que te extraña tremendamente.

—Gracias Nicole —contestó Eponine—. He pensado en Max y en el resto de vosotros todos los días, desde que las octoarañas nos trajeron aquí.

—¿Estuviste también aprendiendo su lenguaje, como Ellie? —preguntó Nicole.

—No —respondió lentamente Eponine—, estuve haciendo algo por completo diferente… —Echó un vistazo en derredor, en busca de Ellie, que había salido por unos instantes, presumiblemente para disponer la cena—. En realidad, apenas sí la vi durante dos semanas, hasta que empezamos a elaborar los planes para vuestra llegada.

Se produjo un extraño silencio que duró varios segundos.

—¿Entonces tú y Ellie han sido prisioneras aquí? —preguntó Richard en voz baja—. ¿Y descubrieron por qué las secuestraron?

—No, no con exactitud —contestó Eponine.

Se puso de pie en la pequeña habitación.

—Ellie —gritó—, ¿estás ahí? Tu padre está haciendo preguntas…

—Ya voy —oyeron gritar a Ellie. Instantes después regresó a la habitación con la octoaraña Archie detrás de ella. Ellie leyó el gesto en el rostro de su padre—. Conviene que esté Archie —señaló—, y acordamos que cuando les contáramos todo, él podría estar aquí… para explicar y aclarar y, quizá, responder preguntas que nosotras no podemos responder…

La octoaraña se sentó entre los seres humanos y se produjo otro silencio temporal.

—¿Por qué tengo la sensación de que toda esta escena fue ensayada? —preguntó Richard al fin.

Una preocupada Nicole se inclinó hacia adelante y tomó la mano de su hija.

—No hay malas noticias, ¿no, Ellie? Nos dijiste que volverían con nosotros…

—No, mamá. Hay algunas cositas que Eponine y yo queremos decirles… Ep, ¿por qué no empiezas tú?

Bandas de color recorrieron la cabeza de Archie, cuando la octoaraña, que, evidentemente, había estado siguiendo la conversación de cerca, cambió de posición para estar enfrentada de modo más directo con Eponine. Ellie observó las bandas con sumo cuidado.

—¿Qué está diciendo él… o eso? —preguntó Nicole. Todavía estaba aturdida por la destreza de su hija con el lenguaje de los alienígenas.

—«Eso» sería estrictamente adecuado, supongo —dijo Ellie con una breve carcajada—, por lo menos eso es lo que Archie me dijo, cuando le expliqué los pronombres… pero Ep y yo usamos «él» y «a él» cuando nos referimos tanto a Archie como al Doctor Azul… Como sea, Archie desea que les informe que se nos atendió muy bien, que no hemos sufrido en modo alguno y que únicamente fuimos secuestradas por las octoarañas porque no habían podido idear la manera de establecer con nosotros una interacción sin hostilidades y que permitiera la comunicación…

—El secuestro no es, precisamente, la manera adecuada de empezar —interrumpió Richard.

—Le expliqué todo eso a Archie y los demás, papito, y ése es el porqué de que Archie quiere que yo aclare las cosas ahora… Nos han tratado magníficamente, y no vi indicación alguna de que su especie sea capaz, siquiera, de llevar a cabo actos hostiles…

—Muy bien —dijo Richard, tu madre y yo entendemos el meollo de este preámbulo…

Se vieron momentáneamente demorados por algunos comentarios en colores que hizo Archie. Después que Ellie le explicó a la octoaraña el significado de «meollo» y «preámbulo», miró a sus padres desde el otro lado de la habitación.

—La inteligencia de las octoarañas realmente deja estupefacto —puntualizó—. Archie nunca me preguntó el significado de una palabra cualquiera más de una vez.

—Cuando llegué aquí —empezó Eponine—, Ellie acababa de empezar a comprender el lenguaje de las octoarañas… Al principio, todo era terriblemente confuso, pero, después de unos días, entendimos por qué nos habían secuestrado.

—Hablamos sobre eso toda una noche —intervino Ellie—. Las dos estábamos pasmadas… No podíamos explicarnos cómo era posible que hubieran sabido…

—¿Saber qué? —dijo Richard—. Lo siento, señoras, pero me resulta difícil seguir…

—Ellos sabían que yo tenía RV-41 —explicó Eponine—, y tanto Archie como el Doctor Azul, que es otra octoaraña, médica; lo llamamos Doctor Azul porque cuando habla su banda azul cobalto se derrama muy lejos de los límites normales…

—Aguarden un momento —intervino Nicole, sacudiendo vigorosamente la cabeza—. Déjenme ver si entendí bien, vosotros nos estáis diciendo que las octoarañas sabían que Eponine tenía el virus RV-41. ¿Cómo puede ser eso posible?

Archie pasó por una larga secuencia de colores, que Ellie le pidió que repitiera.

—Dice que estuvieron vigilando muy de cerca todas nuestras actividades, desde que salimos de Nuevo Edén. Por nuestras acciones, las octos dedujeron que Eponine tenía alguna especie de enfermedad incurable.

Richard empezó a recorrer la habitación como un león enjaulado.

—Ésta es una de las afirmaciones más asombrosas que yo haya oído jamás —dijo con apasionamiento. Se dio vuelta hacia la pared, temporalmente perdido en sus pensamientos. Archie le recordó a Ellie que no podía entender cosa alguna, a menos que Richard lo estuviera mirando de frente. Al fin, Richard giró sobre sus talones.

—¿Cómo les fue posible…? Mira, Ellie, ¿las octoarañas no son mudas?

Cuando Ellie inclinó la cabeza en gesto de afirmación, Richard y Nicole aprendieron su primer poquito del lenguaje octoaraña. Archie hizo destellar una ancha banda carmesí (lo que indicaba que la oración que seguía sería aseverativa; una amplia banda púrpura, explicó Ellie, siempre precede a una oración interrogativa), a la que siguió una magnífica aguamarina.

—Pero, si son sordas —exclamó Richard—, ¿cómo diablos pudieron determinar que tú tenías RV-41? A menos que fueran maestras en la lectura de la mente o que tuvieran un registro de cada… no, ni aun así es posible.

Volvió a sentarse. Hubo otro período de silencio.

—¿Debo continuar? —preguntó Eponine finalmente. Richard asintió con una inclinación de cabeza.

—Como estaba diciendo, el Doctor Azul y Archie nos explicaron que realmente estaban muy avanzados en biología y medicina… y que si cooperábamos con ellos, verían si, a lo mejor, tenían técnicas que me podrían curar… siempre y cuando, claro está, yo estuviera dispuesta a someterme a todos los procedimientos…

—Cuando les preguntamos por qué querían curar a Eponine —añadió Ellie—, el Doctor Azul nos dijo que las octoarañas estaban tratando de preparar el camino para las interacciones armoniosas entre nuestras dos especies.

Tanto Richard como Nicole estaban completamente pasmados por lo que oían. Cruzaron una mirada de escepticismo, mientras Ellie continuaba:

—Como yo todavía era una neófita en el conocimiento del lenguaje, resultaba muy difícil comunicar lo que sabíamos sobre el RV-41. Con el tiempo, después de muchas sesiones largas e intensas de lenguaje, pudimos trasmitírselo a las octoarañas.

—Tanto Ellie como yo tratamos de recordar todo lo que Robert hubiera dicho alguna vez sobre la enfermedad. Todo el tiempo, el Doctor Azul, Archie y dos de las demás octoarañas estuvieron alrededor de nosotras. Nunca hicieron una sola anotación que pudiéramos ver, pero nosotras nunca, jamás, les dimos la misma información dos veces.

—De hecho —añadió Ellie—, toda vez que inadvertidamente repetíamos algo, nos hacían recordar que ya les habíamos dicho eso antes.

—Hace unas tres semanas —continuó Eponine—, las octoarañas nos informaron que su proceso de reunión de informaciones había terminado, y que ahora estaban listas para someterme a algunas pruebas de laboratorio. Explicaron que esas pruebas podían ser dolorosas en algunas ocasiones, y fueron extraordinarias, de acuerdo con las pautas humanas…

—La mayoría de las pruebas —dijo Ellie— entrañaban la inserción de seres vivos, algunos microscópicos y algunos que Eponine realmente podía ver, en el cuerpo de ella, ya sea a través de inyecciones…

—… o permitiendo que los seres ingresaran a través de mi ser… supongo que el término mejor sería «orificios».

Archie interrumpió aquí y pidió el significado de «inadvertidamente» y de «orificios». Mientras Ellie explicaba, Nicole se inclinó hacia Richard y le preguntó:

—¿Te suena familiar?

Richard asintió con leve inclinación de cabeza.

—Pero nunca tuve alguna clase de interacción… no que pueda recordar, por lo menos… Yo estaba aislado.

—Experimenté algunas sensaciones rarísimas en mi vida —continuaba Eponine—, pero nada como la que sentí el día en que cinco o seis gusanos diminutos, no más grandes que un alfiler, penetraron, arrastrándose, en la parte inferior de mi cuerpo. —Se estremeció—. Me dije que si sobrevivía a los días de tener invadidas mis entrañas, nunca volvería a quejarme de alguna incomodidad física.

—¿Creías que las octoarañas iban a poder curarte? —preguntó Nicole.

—No al principio. Pero, a medida que transcurrían los días, empecé a pensar que era posible. En verdad, pude ver que poseían una capacidad médica por completo diferente de la nuestra… Y tenía la sensación de que estaban haciendo progresos…

»Entonces, un día, después que terminó la batería de pruebas, Ellie apareció en mi habitación (durante todo ese tiempo se me mantuvo en alguna otra parte de la ciudad, probablemente en el equivalente octoaraña de un hospital), y me dijo que las octoarañas habían aislado el virus RV-41 y que entendían cómo operaba en su hospedante, o sea, en mí. Hicieron que Ellie me dijera después que iban a introducir un «agente biológico» en mi sistema, para que localizara el virus RV-41 y lo destruyera por completo. El agente no iba a poder reducir las lesiones ya ocasionadas por el virus, de las que me aseguraron, a través de Ellie, que no eran tan graves, pero que iban a depurar mi sistema del RV-41 por completo.

—Se me indicó que también le explicara —intervino Ellie— que podría haber algunos efectos colaterales debidos al agente. No sabían qué esperar exactamente, pues, claro está, nunca antes habían usado el agente en seres humanos, pero los «modelos» que habían diseñado predecían náuseas y la posibilidad de jaquecas.

—Tuvieron razón en cuanto a las náuseas —recordó Eponine—; vomité cada tres o cuatro horas durante un par de días. Al cabo de ese lapso, el Doctor Azul, Archie, Ellie y las demás octoarañas se juntaron al lado de mi cama para decirme que estaba curada.

—¿¡Quéeé!? —se asombró Richard, parándose de un salto otra vez.

—¡Oh, Eponine! —dijo Nicole de inmediato—, ¡estoy tan feliz por ti! —Se puso de pie y estrechó entre los brazos a su amiga.

—¿Y crees eso? —objetó Richard—. ¿Crees que los médicos octoaraña, a los que todavía no les es posible entender muy bien cómo funciona el cuerpo humano, podrían conseguir en varios días lo que tu brillante yerno y su personal del hospital no pudo lograr en cuatro años?

—¿Por qué no, Richard? Si hubiera sido hecho por El Águila en El Nodo, lo habrías aceptado de inmediato. ¿Por qué las octoarañas no pueden estar mucho más avanzadas que nosotros en biología? Piensa en todo lo que hemos visto…

—Muy bien —dijo Richard. Meneó la cabeza, como rechazando la idea y, después, se volvió hacia Eponine.

—Lo siento —declaró—, pero es que sencillamente me resulta difícil… Felicitaciones. Estoy sumamente encantado. —Abrazó a Eponine desmañadamente.

Mientras hablaban, alguien, sin hacer el menor ruido, había apilado hortalizas frescas y agua junto a la puerta de la habitación de los seres humanos. Nicole vio los elementos para el festín cuando fue a usar el baño.

—Esa debe de haber sido una experiencia pasmosa —le comentó a Eponine, cuando regresó a donde todos los demás estaban sentados.

—Decir eso es poco —contestó ésta, y sonrió—. Aun cuando siento en mi corazón que estoy curada, no puedo esperar a recibir la confirmación de ti y del doctor Turner.

Tanto Richard como Nicole quedaron sumamente cansados después de la opípara cena. Ellie dijo a sus padres que había algunos otros puntos que deseaba discutir con ellos, pero que eso podía esperar hasta después que hubieran dormido.

—Ojalá yo pudiera recordar más sobre el período que pasé con las octoarañas antes de que llegáramos a El Nodo —dijo Richard, cuando él y Nicole estaban acostados en la gran cama provista por sus anfitriones—. Entonces quizá podría entender mejor lo que siento respecto de lo que nos contaron Ellie y Eponine.

—¿Todavía dudas de que esté curada?

—No sé, pero debo admitir que estoy bastante perplejo por la diferencia de comportamiento que hay entre estas octoarañas y las que me examinaron y sometieron a pruebas hace años… Ni se me ocurre que las octos que había en Rama II me hubieran rescatado siquiera de una planta devoradora.

—Quizá las octoarañas tienen la capacidad de exhibir un comportamiento con amplias variaciones. Por cierto que eso es válido para los seres humanos; de hecho, es válido para todos los mamíferos superiores que hay en la Tierra, ¿por qué habrías de esperar que todas las octoarañas sean lo mismo?

—Sé que vas a decir que me estoy comportando como un xenófobo, pero me resulta difícil aceptar estas «nuevas» octoarañas, parecen algo demasiado bueno como para ser cierto. En tu calidad de bióloga, ¿cuál crees que es su rédito, para emplear tu propio término, por ser «buenas con nosotros»?

—Es una pregunta legítima, querido —contestó Nicole—, y desconozco la respuesta. La idealista que hay en mí, empero, quiere creer que nos hemos encontrado con una especie que se comporta, la mayor parte del tiempo, en forma moral, porque hacer el bien es la recompensa en sí que recibe esa especie.

Richard rio.

—Debí haber esperado esa respuesta, especialmente después de nuestra discusión sobre Sísifo, allá en Nuevo Edén.