—¿Así que las octoarañas nunca hicieron algo hostil? —estaba diciendo Max con enojo—. Entonces, ¿cómo demonios llaman a esto? Estamos malditamente atrapados. —Sacudió la cabeza vigorosamente—. Yo pensaba que era estúpido venir aquí en primer lugar.
—Por favor, Max —intervino Eponine—. No riñamos. Pelear entre nosotros no nos va a ayudar.
Todos los adultos, salvo Nai y Benjy, habían hecho la excursión de un kilómetro por el pasadizo hasta la sala catedral para examinar lo hecho por las octoarañas. En verdad, estaban completamente encerrados dentro de la madriguera. Dos de los tres túneles abiertos que salían de la cámara iban hasta el corredor vertical, y el tercero, según descubrieron prontamente, conducía hasta un depósito grande y vacío del que no había salida.
—Bueno, es mejor que pensemos en algo con rapidez —dijo Max—. Sólo tenemos comida para cuatro días y ni la más remota idea de dónde conseguir más.
—Lo siento, Max —arguyó Nicole—, pero sigo creyendo que la decisión inicial de Richard fue la correcta. Si nos hubiéramos quedado en nuestra madriguera nos habrían capturado y llevado de vuelta a Nuevo Edén, donde es casi indudable que nos habrían ejecutado…
—A lo mejor sí… —interrumpió Max— y a lo mejor no… Por lo menos, en ese caso, los niños se habrían salvado, y no creo que ni a Benjy ni al doctor los habrían matado…
—Todo esto es una discusión académica —terció Richard—, pero no resuelve nuestro problema principal, que es «¿qué hacemos ahora?».
—Muy bien, genio —dijo Max con tono punzante—. Hasta ahora, tú llevaste la voz cantante, ¿qué sugieres?
Eponine intercedió una vez más.
—Eres injusto, Max. No es culpa de Richard que nos encontremos en esta situación comprometida… y, como dije antes, no nos ayuda…
—Muy bien, muy bien —aceptó Max. Fue hacia el pasaje que conducía al depósito—. Entro en este túnel para calmarme, y para fumar un cigarrillo. —Por encima del hombro le lanzó una mirada a Eponine.
—¿Quieres compartirlo? Nos quedan exactamente veintinueve después de éste.
Eponine les dirigió una débil sonrisa a Nicole y Ellie.
—Todavía está enojado conmigo por no haber traído nuestros cigarrillos cuando evacuamos la madriguera —dijo en voz queda—. No se preocupen… Max tiene mal carácter, pero se le pasa rápidamente… Volveremos dentro de unos minutos.
—¿Cuál es tu plan, querido? —le preguntó Nicole a Richard, pocos segundos después que Max y Eponine se marcharon.
—No tenemos muchas opciones —admitió Richard con tono sombrío—. La cantidad mínima necesaria de adultos debe quedarse con Benjy, los niños y los avianos, mientras el resto de nosotros explora esta madriguera con la mayor prontitud posible… Se me hace muy difícil creer que las octoarañas realmente intentan que muramos de hambre.
—Discúlpame, Richard —habló ahora Robert Turner por primera vez desde que Patrick informó que la salida a Nueva York estaba sellada—. Pero ¿no estás suponiendo otra vez que las octoarañas son amistosas? Supongamos que no lo son o, lo que es más factible en mi opinión, supongamos que nuestra supervivencia les resulta indiferente en un sentido o en otro y que, sencillamente, sellaron esta madriguera para protegerse contra todos los seres humanos que acaban de aparecer…
Robert se detuvo, habiendo perdido, al parecer, la ilación de sus pensamientos.
—Lo que estaba tratando de decir —prosiguió, unos segundos después— es que los niños, y entre ellos tu nieta, corren un riesgo considerable, tanto psíquico como físico, me permito añadir, en nuestra situación actual, y yo no estaría de acuerdo con cualquier plan que los dejara desprotegidos y vulnerables…
—Tienes razón, Robert —lo interrumpió Richard—. Varios adultos, entre los cuales tiene que haber un hombre por lo menos, deben quedarse con Benjy y los niños. De hecho, Nai debe de estar completamente atareada en este preciso instante… ¿Por qué tú, Patrick y Ellie no regresan ahora adonde están los chicos? Nicole y yo esperaremos a Max y Eponine y nos uniremos con vosotros dentro de muy poco.
Richard y Nicole quedaron a solas después que los demás se fueron.
—Ellie dice que Robert ahora está enojado la mayor parte del tiempo —dijo Nicole con tono calmo—, pero él no sabe expresar su ira en forma constructiva… Le comentó que cree que toda esta aventura fue un error desde el principio, y se pasa horas cavilando sobre eso… Ellie dice que, inclusive, está preocupada por la estabilidad mental de su marido.
Richard meneó la cabeza.
—Quizás haya sido un error —dijo—. Quizá tú y yo debimos haber pasado aquí solos el resto de nuestra vida. Justamente pensaba…
En ese momento, Max y Eponine regresaron a la cámara.
—Quiero disculparme con vosotros dos —anunció Max, tendiendo la mano—. Supongo que permití que mi miedo y mi frustración me dominaran.
—Gracias, Max —contestó Nicole—, pero la disculpa no es necesaria en realidad. Sería ridículo suponer que toda esta gente podría pasar por una experiencia así sin que surgieran desavenencias.
Todos estaban juntos en el museo.
—Revisemos el plan una vez más —propuso Richard—. Nosotros cinco vamos a descender por las púas y explorar la zona alrededor de la plataforma del subterráneo[*]. Vamos a investigar concienzudamente cada túnel que encontremos. Después, si no hemos hallado medio alguno de escape, y el gran subterráneo está en verdad aguardando allá, Max, Eponine, Nicole y yo subiremos a bordo. En ese momento, Patrick trepará de regreso y se reunirá con vosotros en el museo.
—¿No crees que hacer que vosotros cuatro subáis al subterráneo es imprudente? —preguntó Robert—. ¿Por qué tan sólo dos al principio? ¿Qué pasa si el subterráneo parte y no regresa jamás?
—El tiempo es nuestro enemigo, Robert —contestó Richard—. Si no nos estuviéramos quedando tan cortos de comida, entonces seguiríamos un plan más tradicional. En ese caso, quizás únicamente dos de nosotros entrarían en el subterráneo. ¿Pero qué pasa si el subterráneo va a más de un sitio? Puesto que ya hemos decidido que, por seguridad, sólo vamos a explorar en parejas, encontrar la ruta de escape llevaría mucho tiempo si únicamente una sola pareja realizara la búsqueda.
En la sala se hizo un silencio prolongado, hasta que Timmy empezó a parlotearle a su hermana. Nikki correteó hasta ellos y comenzó a frotar con suavidad el aterciopelado vientre del aviano.
—No pretendo tener todas las respuestas —dijo Richard—, ni subestimo la gravedad de nuestra situación, pero, si existe la manera de salir de aquí, y tanto Nicole como yo creemos que debe haberla, entonces cuanto antes la encontremos, mejor.
—Supongamos que los cuatro sí toman el subterráneo —preguntó ahora Patrick—, ¿cuánto tiempo los esperamos aquí, en el museo?
—Ésa es una pregunta difícil —repuso Richard—. Vosotros tenéis suficiente alimento para cuatro días más, y la abundante cantidad de agua de la cisterna deberá manteneros con vida durante algún tiempo; después… No lo sé, Patrick. Supongo que deberéis permanecer aquí durante dos o tres días, por lo menos… Después de eso, tendréis que tomar vuestra propia decisión… Si es que existe alguna posibilidad, uno de nosotros va a regresar, o más de uno.
Benjy había estado siguiendo la conversación con arrobada atención. Evidentemente entendió más o menos lo que estaba ocurriendo, porque empezó a sollozar quedamente. Nicole se acercó a él y empezó a confortarlo.
—No te preocupes, hijo —le aseguró—, todo va a ir bien.
El hombre-niño alzó la vista hacia su madre.
—Así lo espero, mamá —dijo—, pero tengo miedo.
Galileo Watanabe súbitamente dio un salto y corrió hacia el otro extremo de la sala, hacia donde los dos rifles estaban apoyados contra la pared.
—Si una de estas cosas, las octoarañas, entra aquí —dijo, tocando el rifle más cercano durante unos segundos, antes que Max lo levantara, alejándolo de su alcance—, entonces le disparo. ¡Bang! ¡Bang!
Sus gritos hicieron que los avianos chillaran y que la pequeña Nikki llorara. Después que Ellie enjugó las lágrimas de su hija, Max y Patrick se cargaron los rifles al hombro y los cinco exploradores se despidieron. Ellie entró en el túnel con ellos.
—No quise decir esto delante de los chicos —manifestó—, pero ¿qué debemos hacer si vemos una octoaraña mientras vosotros estáis afuera?
—Trata de no dejarte llevar por el pánico —respondió Richard.
—Y no hagas nada agresivo —agregó Nicole.
—Agarra a Nikki y sal corriendo como alma que lleva el diablo —completó Max, con un guiño.
Nada fuera de lo común ocurrió mientras descendían por las púas. Tal como habían hecho años atrás, las luces del nivel inferior siguiente siempre se encendían cuando alguien se acercaba a un sector no iluminado. Los cinco exploradores estuvieron en la plataforma del subterráneo en menos de una hora.
—Ahora averiguaremos si esos misteriosos vehículos siguen operando —dijo Richard.
En el centro de la plataforma circular había un agujero más pequeño, también redondo y con púas metálicas que sobresalían desde sus costados, que se hundía más profundamente en la oscuridad. En extremos opuestos de la plataforma, noventa grados hacia la izquierda y la derecha de donde estaban parados los cinco seres humanos, había dos túneles oscuros perforados en la roca y el metal. Uno de los túneles era grande, cinco o seis metros desde la parte de arriba hasta la de abajo, en tanto que el túnel opuesto era casi exactamente un orden de magnitud más pequeño. Cuando Richard se acercó hasta estar dentro de un arco de veinte grados respecto del túnel grande, éste se iluminó de pronto y pudo verse con claridad su interior. Se parecía a un caño cloacal grande de la Tierra.
El resto de la partida de exploración se acercó con premura a Richard, no bien se oyó el primer sonido de turbulencia de aire que provenía del túnel. Menos de un minuto después, un vehículo parecido a un tren subterráneo apareció velozmente desde atrás de una esquina lejana y se dirigió con rapidez hacia el grupo, deteniéndose con su extremo anterior a un metro, o algo así, del sitio en el que el corredor recubierto de púas seguía descendiendo.
El interior del subterráneo también estaba iluminado. No había asientos, pero sí varillas verticales que iban desde el techo hasta el piso, diseminadas por el coche en forma aparentemente aleatoria. La puerta se deslizó, abriéndose, unos quince segundos después que arribó el subterráneo. En el lado opuesto del andén, un vehículo idéntico, exactamente un décimo más grande, se acercó y se detuvo no más de cinco segundos después.
Aun cuando tanto Max como Patrick y Eponine muchas veces habían oído relatos sobre dos subterráneos fantasmas, ver en la realidad los vehículos dejó a los tres llenos de temor.
—¿Estás hablando en serio, amigo mío? —preguntó Max después que ambos examinaran con rapidez el exterior del subterráneo más grande—. ¿Realmente intentas subir a bordo de esa maldita cosa, si no encontramos otra manera de salir?
Richard asintió con una leve inclinación de la cabeza.
—Pero podría ir a cualquier parte —dijo Max—. No tenemos la más puta idea de qué es o de quién lo fabricó o de qué demonios está haciendo aquí. Y, una vez que estemos a bordo, estaremos por completo indefensos.
—Así es —asintió Richard. Esbozó una sonrisa—. Max, has comprendido nuestra situación de un modo excelente.
Max sacudió la cabeza.
—Bueno, mejor que encontremos algo en este maldito agujero, porque no sé si Eponine y yo…
—Muy bien —terció Patrick, acercándoseles—, supongo que es hora de llevar adelante la fase siguiente de esta operación… Ven, Max, ¿estás listo para hacer un poco más de escalamiento de púas?
Richard no tenía ninguno de sus robots inteligentes para ponerlos en el subterráneo más chico. Pero disponía de una cámara en miniatura provista de un tosco sistema de movilidad que, según esperaba, habría de pesar lo suficiente como para poner en funcionamiento al subterráneo de menor tamaño.
—En cualquier circunstancia —informó a los demás—, el túnel pequeño no nos brinda una salida posible. Tan sólo quiero determinar por mí mismo si algo importante cambió durante estos años. Además, no parece haber motivo alguno, no aún por lo menos, para que más que dos de nosotros desciendan más allá.
Mientras Max y Patrick descendían con lentitud por las púas adicionales, y Richard estaba absorbido en una revisión final de su cámara móvil, Nicole y Eponine paseaban por el andén.
—¿Cómo van las cosas, granjero? —le preguntó Eponine a Max por la radio.
—Bien, hasta ahora —contestó él—, pero no estamos a más que diez metros por debajo de vosotros. Estas púas no están tan próximas entre sí como las de arriba, así que nos movemos con más cautela.
—Tu relación con Max realmente debe de haber florecido mientras estuve en prisión —comentó Nicole.
—Sí, así fue —contestó Eponine con seguridad—. Para ser totalmente franca, eso me sorprendió. No creía que un hombre fuera capaz de mantener un amor en serio con alguien que… ya sabes… pero subestimé a Max. Verdaderamente es una persona fuera de lo común. Por debajo de esa apariencia ruda, machista…
Eponine se detuvo. Nicole exhibía una amplia sonrisa.
—No creo que, en realidad, Max engañe a alguien, no a aquéllos que lo conocen, al menos. El Max duro, malhablado, es una ficción desarrollada por algún motivo, probablemente autoprotección, allá en esa granja de Arkansas.
Las dos quedaron en silencio durante varios segundos.
—Pero no creo haberle hecho justicia tampoco —añadió Nicole—. Hace honor a su lealtad el que te adore de manera tan completa, aun cuando vosotros realmente nunca hayáis podido…
—Oh, Nicole —confesó Eponine, emotiva de pronto—, no creas que no lo he querido, que no he soñado con hacerlo, y el doctor Turner nos dijo muchas veces que las probabilidades de que Max contraiga el RV-41 son muy reducidas, si usamos protección… pero «muy reducidas» no es suficientemente bueno para mí. ¿Qué pasaría si, de algún modo, en alguna forma, yo le trasmitiera ese horrible flagelo que me está matando? ¿Cómo podría perdonarme jamás el haber condenado a muerte al hombre que amo?
Los ojos de Eponine se llenaron de lágrimas.
—Tenemos intimidad, claro, en nuestra propia forma segura… Y Max nunca se quejó, ni siquiera una vez. Pero en su mirada puedo ver que le falta…
—Bueno —oyeron decir a Max por radio—, podemos ver el fondo. Parece como un piso normal, quizás a unos cinco metros por debajo de nosotros. Hay dos túneles que llevan hacia afuera, uno del tamaño del túnel más pequeño que está en el nivel de ustedes, y otro que es verdaderamente diminuto. Vamos a bajar para inspeccionar más de cerca.
Había llegado la hora de que los exploradores entraran en el subterráneo. La cámara móvil de Richard no había encontrado algo esencialmente nuevo y era indudable que en el único nivel situado por debajo de ellos en la madriguera, no había salida que los seres humanos pudieran usar. Richard y Patrick terminaron una conversación privada, en la que repasaron en detalle lo que el joven iba a hacer cuando volviera con los demás miembros del grupo. Después se unieron a Max, Nicole y Eponine, y los cinco avanzaron con lentitud por el andén, hasta el subterráneo que los aguardaba.
Eponine sentía cosquilleos en el vientre. Recordó una experiencia similar, cuando tenía catorce años, inmediatamente antes de que se inaugurara su primera exhibición artística para una sola mujer, en su orfanato de Limoges. Hizo una profunda inhalación.
—No me importa decirlo —confesó—; estoy asustada.
—¡Mierda! —comentó Max—, eso es decir poco… Dime, Richard, ¿cómo sabemos que esta cosa no se va a precipitar por ese abismo del que nos hablaste, con nosotros dentro?
Richard sonrió, pero no contestó. Llegaron hasta el costado del subterráneo.
—Muy bien —prosiguió Max—, ya que no conocemos con exactitud cómo se hace funcionar esta cosa, debemos ser muy cuidadosos. Todos vamos a entrar en forma más o menos simultánea; eso va a eliminar la posibilidad de que las puertas se cierren y el subterráneo parta cuando todavía no estamos todos a bordo.
Nadie pronunció palabra durante casi un minuto. Se formaron en una línea frontal de a cuatro, Max y Eponine del lado más cercano al túnel.
—Ahora voy a contar —anunció Richard—. Cuando diga tres, todos entramos juntos.
—¿Puedo cerrar los ojos? —preguntó Max con una sonrisa—. Eso me hacía las cosas más fáciles en las montañas rusas, cuando era un niño.
—Como quieras —respondió Nicole.
Entraron en el subterráneo y cada uno se tomó de una varilla vertical. Nada ocurrió. Patrick se quedó mirándolos desde el otro lado de la puerta abierta.
—A lo mejor está esperando a Patrick —aventuró Richard con calma.
—Yo no sé —masculló Max—, pero si este tren de mierda no se mueve dentro de unos segundos, voy a salir de un salto.
La puerta se cerró lentamente, nada más que instantes después del comentario de Max. Hubo tiempo para que cada uno de los pasajeros respirara dos veces, antes que el subterráneo se pusiera en movimiento con un sacudón, acelerando con rapidez hacia el interior del iluminado túnel.
Patrick saludó con la mano en alto y siguió el subterráneo con la mirada, hasta que desapareció detrás del primer recodo. Después se colgó el rifle del hombro y empezó a trepar por las púas. «Por favor, regresen pronto», pensaba, «antes que la incertidumbre se vuelva demasiado intolerable para todos nosotros».
Volvió al nivel donde habitaba el resto de la familia en menos de quince minutos. Después de tomar un sorbo de agua de la cantimplora, apresuró la marcha por el túnel en dirección al museo. Mientras caminaba, pensaba en lo que les iba a decir a todos.
Ni siquiera advirtió que la sala se mantuvo a oscuras cuando cruzó el umbral. Cuando entró, empero, y las luces se encendieron, quedó momentáneamente desorientado. «No estoy en el sitio correcto», pensó primero. «Tomé el túnel equivocado. Pero no», le dijo entonces su embarullada mente, mientras recorría rápidamente el lugar con la vista, «ésta tiene que ser la sala después de todo. Veo un par de plumas allá en el rincón, y uno de los graciosos pañales de Nikki…»
A medida que pasaban los segundos, el corazón le latía con más celeridad. «¿Dónde están?», se preguntó, recorriendo el interior de la sala por segunda vez con la mirada como un relámpago, presa de la desesperación. «¿Qué pudo haberles pasado?» Cuanto más contemplaba las vacías paredes, recordando con sumo cuidado toda la conversación que había sostenido antes de partir, tanto más se daba cuenta de que no había la menor posibilidad de que su hermana y sus amigos se hubieran ido por propia voluntad… ¡a menos que hubiera una nota! Pasó dos minutos revisando cada recoveco de la sala. No había mensajes. «Así que algo, o alguien, debió de haberlos forzado a huir», pensó.
Trató de razonar, pero le resultaba imposible. La mente seguía saltando hacia atrás y hacia adelante, entre lo que tendría que hacer y las terribles imágenes de lo que podría haberles ocurrido a los demás. Al fin, llegó a la conclusión de que, quizá, todos se habían mudado de vuelta a la sala originaria, aquélla a la que su madre y Patrick llamaban galería de fotos, a lo mejor debido a que las luces del museo fallaban o por algún otro motivo igualmente trivial. Alentado por ese pensamiento, entró como exhalación en el túnel.
Llegó a la galería de fotos tres minutos después. También estaba vacía. Se sentó contra la pared. Había nada más que dos direcciones que sus compañeros pudieron haber seguido. Puesto que no había visto a alguien mientras estaba trepando, los demás debieron de haber ido hacia la sala catedral y la salida sellada. Mientras desandaba el largo corredor, con la mano tensa alrededor del rifle, Patrick se convencía de que las tropas de Nakamura no habían abandonado la isla y de que, de alguna manera, habían irrumpido en la madriguera y capturado a todos los demás.
Justamente antes de entrar en la sala catedral, oyó llorar a Nikki. ¡Ma-mi, ma-mi!, chilló, a lo que siguió un lastimero gemido. Patrick entró a la carga en la amplia sala, sin ver a nadie y, después, se volvió y ascendió por la rampa, en dirección del llanto de su sobrina.
En el rellano que estaba por debajo de la aún sellada salida había una escena caótica. Además del continuo gemir de Nikki, Robert Turner daba vueltas como aturdido, con los brazos extendidos y los ojos hacia arriba, repitiendo una y otra vez «¡No, Dios, no!». Benjy sollozaba quedamente en un rincón, mientras Nai trataba, sin mucho éxito, de confortar a sus mellizos.
Cuando Nai vio a Patrick, se paró de un salto y corrió hacia él.
—¡Oh, Patrick! —le informó llorando—. ¡Ellie fue secuestrada por las octoarañas!