CAMBIO DE GOBERNADOR
EL general Segarra no quiso que Max Labarthe entrara de oficial en su división; parecía que tenía ya algunos oficiales franceses, y lo recomendó al brigadier don Ignacio Brujó, que lo aceptó y lo colocó entre sus ayudantes y fue con él a Vich.
Un día, el conde de España mandó a Brujó que se presentara en Aviá con todas sus fuerzas. Al mismo tiempo ordenó que la guarnición de Berga, con el gobernador, don José Pons, alias el Pep del Oli, saliera del pueblo. Durante toda la mañana estuvieron pasando, bajando tropas de los fuertes. Era un espectáculo pintoresco. Había tipos e indumentarias de todas clases: oficiales de uniformes elegantes, soldados zarrapastrosos, gorras, boinas, barretinas de todos colores, sombreros de copa y monteras. Durante una hora Berga y sus castillos quedaron sin un saldado.
Cuando las tropas estuvieron formadas en el campo, el conde de España ordenó al gobernador, Pons, el Pep del Oli, que entregara las llaves de la fortaleza al jefe de Estado Mayor, Pérez Dávila, y fuera con sus soldados a Puigreig. Diez minutos después el brigadier Brujó recibía la orden de salir de Aviá y entrar en Berga con sus tres batallones, en calidad de gobernador de la plaza.
Como segundo de Brujó quedó el brigadier Aymerich, personaje de alguna historia.
Don José Aymerich fue inspector de Infantería, coronel de los voluntarios realistas y ministro de la Guerra con Fernando VII, en el período de Calomarde. Aymerich dio decretos furibundos contra los liberales en la época de las purificaciones.
El señor Aymerich era un señor ya viejo, casado con una mujer joven muy bonita, pero tuerta, llamada Encarnación. Encarna, dama muy coqueta y muy inflamable, solía ser cortejada por un joven oficial de Estado Mayor, que la comparaba a la princesa de Eboli.
El señor Aymerich había vivido en la Corte y estaba acostumbrado a hacer ceremonias y reverencias; pero no conocía el corazón femenino —parece que es difícil conocer el corazón femenino cuando se tiene más de cincuenta años—, y la princesa de Eboli-Aymerich, considerándose no comprendida, se escapó con el oficialito que la galanteaba.
Aymerich se quejó al conde de España. Entonces el conde de España se indignó, considerando que la princesa de Eboli-Aymerich ofendía al Ejército y minaba con su conducta artera el edificio social.
El conde de España no pensaba en estas cuestiones como Napoleón. El aventurero corso decía cínicamente: «Si yo tuviera que arreglar los asuntos de todos los cornudos de mi Ejército, no me podría ocupar de las cuestiones de Europa». El conde de España tenía menos cornudos y menos asuntos de que ocuparse.
La pareja formada por la princesa Eboli-Aymerich y el oficialito se escondió, según se dijo, en un pueblo próximo; pero se encontró a los fugados, y doña Encarna, la princesa de Eboli-Aymerich, volvió al lado de su marido, y el seductor fue a pasar seis meses preso al fuerte de San Lorenzo de Morunys.