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PROFECÍAS Y MISTICISMO

UN día se presentó un curita joven de Cervera en casa de Mestres. Lo llevaron con gran entusiasmo los clérigos de la tertulia y fueron varias personas a oírle.

El tal cura venía de Francia, donde había leído mucha literatura mística y, sobre todo, el Apocalipsis y los comentarios y cábalas escritos sobre este libro por el abate Juan Wendel Wurtz.

Hugo conocía las doctrinas del abate porque las había oído comentar antes.

Wendel Wurtz había nacido en Alemania en el siglo XVIII y escrito en francés unos libros absurdos que se vendieron mucho, entre ellos Los precursores del Antecristo y las Supersticiones y prestigios de los filósofos o los Demonólotras del siglo de las luces.

Wendel Wurtz era un precursor, aunque sincero, de Leo Taxil y de su masonería diabólica.

El cura joven de Cervera, dándole a todo mucho misterio, desarrolló las teorías de Wendel Wurtz, aplicándolas a España, y explicó las profecías que daban como seguro el triunfo del carlismo.

Según dijo el curita, el mundo esperaba un monarca fuerte que lo salvara; varias profecías lo aseguraban: y se referían a la venida al mundo de un gran monarca para defender a la Iglesia y a la sociedad, destruyendo la secta masónica y acabando con las doctrinas de la revolución.

—La sibila Tiburtina escribe estas palabras —dijo el cura, y recitó: «Roma será tomada por la espada y estará en la persecución, y los hombres serán malignos, rapaces, tiranos muy malvados, y entonces saldrá un rey constante de ánimo y será rey de los romanos y de los griegos. Será alto de estatura y hermoso de semblante. Destruirá todos los templos de los dioses, llamará a todos los paganos al bautismo, y en todas las iglesias levantarán la Cruz de Jesucristo, y del Aquilón saldrán malas gentes en gran número, y el rey romano totalmente las destrozará y entrará aquel rey en Jerusalén ofreciendo la corona, dejará el reino a Dios Padre y al Cristo».

»San Vicente Ferrer —siguió diciendo el cura— pronunció en un sermón estas palabras proféticas: “Llegará un tiempo como no se habrá visto otro semejante; llorará la Iglesia; las viudas se levantarán, y viendo sus pechos no hallarán consuelo; este tiempo está todavía lejano; pero él llegará sin falta y esto sucederá muy cerca del tiempo en que dos comenzarán a hacerse reyes”.

»Y después, hablando de España, dice que uno de sus príncipes demostrará el esplendor de su fe, causará a todos grande admiración; la justicia estará de su parte; su causa será protegida por Dios, y por fin lo designará por su propio nombre: Carlos.

»Santa Brígida dice: “Esta funestísima guerra terminará cuando el Trono sea ocupado por un soberano de la familia de España, el cual vencerá por el signo de la Cruz, destruirá a los mahometanos, restituirá el templo de Santa Sofía, y en toda la tierra habrá paz y abundancia”.

»San Francisco de Paula habla de un descendiente de Carlomagno que regenerará el mundo y defenderá a la Iglesia con la espada, y San Isidoro de Sevilla dice que en los últimos días reinará en España un rey joven que vendrá de fuera, que con su espada limpiará España de vicios inmundos, conquistando después Jerusalén y el Santo Sepulcro.

»Santa Catalina de Roccanigi cuenta haber visto dos grandes ejércitos, uno de los cuales, blanco, llevaba por bandera un pendón blanco y rojo, en un lado del cual se advertía la imagen de la Virgen María con su hijo en brazos; el otro ejército llevaba un estandarte negro, y pintada en él la horrible figura de un monstruo. También vio una gran tienda con el nombre de Jesús; a la derecha se veía un altar puesto para celebrar el sacrificio de la misa y un gran ejército, a cuya cabeza se hallaba un joven bellísimo de cuerpo y vestido de oro. Trabábase una reñida batalla entre los dos ejércitos: el blanco y el negro. Después de acción encarnizada, el ejército de los blancos vencía, y entre ellos se veía un jefe que tenía tres coronas en la cabeza. Este jefe era llevado al altar, y allí, puesto de rodillas con muchos de sus guerreros, era bautizado.

Santa Catalina de Roccanigi, según dijo el abate, predijo también que un hijo de la familia de Francia, pasados trescientos años, había de engrandecerse como Carlomagno, y que después del Concilio de Trento no tendría lugar otro pleno y perfecto hasta la venida de este príncipe y de un Pontífice santo.

Según el cura mistagogo de Cervera, era evidente que en muchas de estas profecías se hacía alusión a Carlos V, porque unas veces se hablaba de un austríaco, otras veces de un francés y también de un español. Estas tres cualidades se reunían en Carlos V, que era, por su sangre y sus antepasados, austríaco y francés, y por su nacimiento, español.

Era, pues, evidente que Carlos V iba a ser el brazo protector y salvador de la Iglesia, el monarca de la salvación universal, el verdadero apoyo de la Iglesia y de la sociedad, el hombre grande, el héroe del siglo llamado a dar la paz al mundo y el deseado consuelo a las almas de los creyentes…

Los curas, algunas mujeres, y entre ellas la Nemesia, dijeron que era maravilloso lo que había dicho el cura. Cuando se marchó, Hugo aseguró con su buen sentido que todo aquello no tenía ningún valor, y que en cualquier texto, tergiversándolo un poco, se podían encontrar profecías.

Todos los curas protestaron, pero Mestres les hizo callar y les dijo que no tenían razón y que aquellos trozos de literatura exaltada lo mismo podían referirse a don Carlos que al Moro Muza.