ANÉCDOTAS
UN sin fin de anécdotas ciertas o inventadas se contaban de la época fernandina del conde de España, época en la cual, según la voz popular, se mostró tan cruel con los absolutistas y con los liberales.
Se decía que con el Pep del Oli y con otros cabecillas, cuando los sucesos de los agraviados, hizo una verdadera judiada. Sabiendo que estaban indultados, los llevó a la capilla con los demás condenados a muerte, los sacó al cuadro y los puso de rodillas en los grupos con los otros.
Fueron los pelotones de soldados y unos dispararon con bala y otros sin ella. Los que quedaron vivos, atónitos de seguir viviendo, se miraban los unos a los otros, asombrados, y entonces el conde les leyó el decreto de indulto. Era cosa para no olvidarla nunca, y el Pep del Oli no la olvidó.
Parece que el conde hizo varias ejecuciones simuladas para martirizar a los que no quería matar.
Se recordaba también que a un gobernador de Montjuïch le obligó a arrodillarse tres veces en sitio distinto antes de fusilarlo. A un soldado ladrón mandó darle una carrera de baquetas. El soldado se desmayó. Lo mandó sangrar para que volviese en sí y, cuando reaccionó, le hizo fusilar.
Al lado de estas canalladas hizo algunas cosas buenas. Parece que en Vich, cuando los agraviados le llevaron un saco de papeles con denuncias y procesos, el conde lo cogió y lo mandó quemar.
Se contaban de él muchos rasgos de humorismo: el tener a su hija en el balcón de centinela con una escoba cuando no hacía bien sus quehaceres; el mandar despertar a su hijo, porque no madrugaba, metiéndole en la alcoba una banda de tambores.
Decían que una vez, su mujer, doña Dionisia Rossiñol, sospechó que el conde tenía una cita con una señora en la Ciudadela y fue al castillo. El conde había dado la consigna de que desde las seis de la tarde no saliera nadie de allí, y al querer salir la condesa, se le negó el paso y tuvo que pasar la noche en la fortaleza.
Se decía que cuando se proyectó el derribo de una calle de Barcelona, el conde dijo a los vecinos que desocuparan las casas inmediatamente, y como no lo hicieron, se presentó en la calle con dos cañones para echarlas abajo a cañonazos.
También se recordaba su entrada en Vich con la música de su tropa, que iba tocando Las habas verdes para burlarse del pueblo. Aquel tipo bárbaro, sanguinario y humorista producía en la población catalana, en su mayoría gente un poco seca, pero de buen sentido, una estupefacción que los dejaba atónitos. Una vez se decía que hacía bailar a su caballo; otras, que hacía peinar a las mujeres desgreñadas que encontraba en la calle, o que mandaba pegarles el pelo con pez en la espalda. Al conde de España, como a Fernando VII, le gustaba la chacota. En Vich recordaban que una vez había subido su caballo hasta la alcoba de un tercer piso y que le daba de comer la cebada encima de la cómoda de su gabinete.