XII

LOS CAPRICHOS DEL CONDE

A los pocos meses de ocupar el conde el mando se supo en Berga que las relaciones entre el general y la Junta comenzaban a enfriarse. La Junta sospechaba que el general no era completamente adicto a sus ideas de teocracia. El conde, para separarse y no tropezar constantemente con la Junta, se estableció con su cuartel general en Caserras, desde donde trató de dar un giro nuevo a los asuntos carlistas y de no oír otra voz que la de su propio juicio e interés.

El conde de España no comprendía bien la diferencia de mandar en Barcelona en paz, siendo capitán general del Gobierno, y mandar en Berga, de jefe carlista, a un ejército dividido e indisciplinado.

Comenzada la escisión entre la Junta y el general, esta fue aumentando poco a poco. La Junta contaba con una turba de servidores, formada por antiguos agraviados y por gente de sacristía, que todos los días inventaba historias, abultaba denuncias e iba agrandando la hostilidad latente entre los junteros y los militares.

El conde notaba la hostilidad de la Junta, dueña de Berga, y comenzó a sentir por ella y por el pueblo un gran odio; lo consideraba como un foco de corrupción y de inmoralidad; diputaba los peores de todos a los curas, pues estos, según él, no sólo tenían barraganas, sino que explotaban la Iglesia y perdían con sus vicios la religión.

Su hostilidad por los clérigos se manifestó en el caso del cura párroco de Balsareny, pobre viejo a quien detuvieron en un entierro que se celebraba en Mujal.

Se encontraba allí un oficial carlista, y al saber que estaba en el entierro el cura de Balsareny, pueblo ocupado por los cristinos, se le antojó llevárselo y presentarlo al conde de España. Este le aturdió a gritos, como solía aturdir a todos los infelices, y hablándole en mal latín, le convidó a comer, lo que rehusó el cura por terror.

El conde conoció la sencillez del cura y la brutalidad que habían cometido al prenderle y asustarle; pero como ya lo tenía en su poder, quiso sacar partido, aunque fuera con un acto de injusticia y de crueldad. Consultó el conde con el jefe de la Junta de Berga y este le aconsejó que podía exigirle una pequeña cantidad de dinero por vía de subsidio.

El conde de España intimó al cura a que pagara unas onzas, y después mandó publicar en El Restaurador Catalán, periódico carlista de Berga, que dicho párroco se había presentado voluntariamente a satisfacer el subsidio carlista en Caserras y entregado un donativo de cuarenta camisas y morrales para los voluntarios del rey nuestro señor.

Con la publicación de la noticia colocaba al pobre cura en la imposibilidad de volver a su pueblo, porque le hubieran prendido los liberales.