XI

LA CUEVA DE PAU MAÑÉ

RESPECTO a lo dicho por el conde de España de que las tropas del Llarch de Copons defendían a Carlos V y no a Carlos con los cinco dedos, era pura fantasía. El Llarch de Copons y sus tropas se distinguieron, como la mayoría de las partidas carlistas catalanas, por sus robos y sus violencias; pero a más de los latrocinios corrientes, las tropas del Llarch explotaron durante largo tiempo un procedimiento que denunció Urbiztondo. El procedimiento se conocía con el nombre de la Cueva de Pau Mañé.

Urbiztondo era un tipo diferente al conde: entusiasta, decidido, valiente, irritable, hombre de energía y talento, pero sin la tenacidad y el sentimiento de mando de España.

El Llarch de Copons, el Pep de Oli y el Muchacho no le obedecían. Urbiztondo condenó una vez a unos ladrones y el Llarch de Copons los indultó.

Urbiztondo fue quien desenmascaró a Pau Mañé, lugarteniente del Llarch de Copons.

Urbiztondo sabía que el Llarch de Copons se las manejaba para vivir independientemente sin obedecer a nadie. Urbiztondo quiso averiguar el sistema empleado para esto, y lo averiguó.

Un lugarteniente del Llarch le resolvía la cuestión económica. El tal lugarteniente se llamaba Pau Mañé (Pablo Mañé), y tenía el empleo de comandante de batallón.

Era hombre de burdo traje, toscos modales y mirada baja y siniestra, a quien el Llarch y sus subalternos respetaban y encomiaban porque de sus manos recibían raciones y socorros. Pau Mañé era intendente; él sacaba el dinero, hacía los repartos y llevaba la contabilidad de la división con catorce mozos de su confianza.

Pau Mañé tenía para sus usos una cueva de más de veinte varas de profundidad. Para bajar a ella era preciso descender atado con una cuerda, que iban soltando los mozos. Esta cueva, cuyo secreto poseían pocos de los amigos de Pau, recibía el nombre de cárcel de Carlos V. Cuantas personas pudientes de ideas liberales aprehendían los batallones del Llarch y cuantas podían coger los mozos descuidadas, siempre en acecho de los pueblos liberales, iban a parar a ella y sufrían un trato más duro cuanto más tardasen en presentar la cantidad exigida por Mañé para su rescate.

Mañé deducía la cuota de una rápida ojeada al rostro, al traje y al porte del prisionero. El mínimo estaba señalado en dieciséis onzas de oro. Si no pagaba, el preso vivía a pan y agua, durmiendo sobre el suelo húmedo y recibía tandas de palos.

Pau contaba que una vez al bajar a uno se quebró la cuerda, estrellándose el infeliz contra el suelo, y que el cadáver, destrozado y no recogido, servía para aterrar a los demás y hacerles soltar más pronto los cuartos.

Urbiztondo reprochó estros procedimientos al Llarch de Copons y se hicieron los dos jefes enemigos irreconciliables.