LA DISIDENCIA
LA primera Junta de Berga, nombrada en 1837, estaba formada por Jacinto de Orteu, presidente interino; el marqués de Monistrol, vicepresidente; Joaquín de Sentmenat, brigadier; conde de Fonollar, propietario; Bartolomé Torrabadella, canónigo; Narciso Ferrer, cura; Fernando de Segarra; Ignacio Andreu y Sanz, abogado; Javier Mur; barón de Perandola; José Ignacio Dalmau de Banquer y José Ventós.
La Junta se puso enseguida a mal con Urbiztondo. La Junta, muy clerical, aseguró una vez que Urbiztondo, ni por distracción mentaba a Dios en ninguno de sus escritos y alocuciones.
Después, Urbiztondo se enemistó con el obispo de Mondoñedo, también por cuestiones de religión.
No se le quería a Urbiztondo. Se le motejaba de orgulloso. Había la antipatía natural por el extraño, por el forastero.
Urbiztondo era hombre leal, de pasiones fuertes, de sangre ardiente, ansioso de gloria. La Junta tenía intereses múltiples. El vasco no quería más que marchar en línea recta y triunfar; los otros, no. En el fondo existía la incomprensión de dos razas distintas.
Urbiztondo, hombre arrebatado, fue el que, ya viejo, se desafió en Madrid, por una cuestión de etiqueta, en la antecámara del Palacio Real, y quedó allí mismo muerto. Un hombre así, imposible que se entendiera con hidalguillos y curas de pueblo.
La Junta se mostró hostil al general Urbiztondo, y ella fue la que insistió para que se llamase al conde de España para el mando de Cataluña.
El conde de Fonollar y el canónigo don Manuel Milla pidieron varias veces a don Carlos que le nombrara capitán general de Cataluña.
La petición se intensificó cuando Urbiztondo perdió sus papeles en la sorpresa de Pont de Armenteras, y entre los papeles una carta, que hizo publicar en todos los periódicos liberales el barón de Meer, en la cual el general vasco llamaba a los carlistas catalanes cerriles, forajidos, ladrones, etcétera, etcétera.
Urbiztondo supo por un ayudante suyo, Zappino, que se habían publicado sus papeles perdidos, e inmediatamente se marchó al Valle de Andorra, acompañado por Bartolomé Porredón, el Ros de Eroles, que le era fiel, y de allí se metió en Francia, huyendo de la quema.
El conde de Fonollar fue a Lila a proponer la escapatoria al conde de España; pero España no quiso seguirle y, en cambio, pocos días después se escapó con un joven carlista, don Francisco Peralta.
Urbiztondo dejó en Cataluña, entre los carlistas, fama de ateo, de masón, de anticlerical y de anticatalán.
La gente de la Junta deseaba un general absolutista y fanático, y a fines de diciembre de 1837 se decidió en el Real de don Carlos que el conde de España pasara a Cataluña con el doble cargo de comandante general del Ejército y presidente de la Junta del Principado establecida en Berga. Se comunicó la disposición al conde, el cual alegó pretextos en contra; algunos dijeron que para hacerse el indispensable; otros afirmaron que en realidad no quería entrar en España. Como en Lila representaba el papel de loco a la perfección, y como, por falta de ejercicio, su cuerpo era de tal gordura que apenas podía moverse, la policía francesa no le vigilaba, porque su fuga parecía materialmente imposible. Cuando llegó el día convenido, un coche particular se presentó al anochecer a la puerta de la casa del conde. Subió el prisionero, salió inmediatamente de la ciudad, se dirigió a la frontera, atravesó Bélgica y llegó a Holanda. Allí se tuvo la primera noticia de que el conde se había fugado.
Después de la fuga, lo difícil era retornar, meterse en Francia y después en España.