VII

LA JUNTA

EL licenciado Escobet, que conocía bien la historia del conde de España hasta el comienzo de la guerra carlista, no sabía detalles de su última época o no quería contarlos. Uno de los contertulios de la casa de Mestres, militar retirado, que había estado en América y que había tomado alguna parte en el comienzo de la guerra carlista, don Damián Bofarull, explicó a Hugo las circunstancias que hicieron que el conde de España se pusiera al frente de las fuerzas carlistas catalanas.

Al comenzar la guerra en Cataluña, se llevaba esta de una manera desordenada y feroz —dijo el señor Bofarull—; ningún cabecilla quería reconocer superioridad alguna, y así, los grupos, con sus caudillos, se convertían con mucha facilidad en partidas de bandoleros.

Al ser nombrado el general Urbiztondo comandante general de Cataluña, intentó acabar con tantos abusos.

La suerte favoreció al principio al vasco, que era joven y decidido, y tomó a los cristinos varias ciudades, entre ellas Berga, en donde se decidió instalar la Junta del Principado.

Berga era sitio estratégico, excelente para capital del carlismo de la montaña catalana.

Al principio de 1837 se formó en el norte de Cataluña una Junta clerical, constituida por varios individuos de la Universidad de Cervera, a cuyo frente se hallaba en rector de la misma. Tal Junta se hallaba formada por aristócratas catalanes y profesores de seminario y otros clérigos.

La Junta primera de Cataluña, establecida en Berga, se dividió pronto en dos fracciones; la aristocrática, formada por los títulos, y la universitaria, por profesores de la Universidad de Cervera, la mayoría curas.

Los profesores de la Universidad de Cervera se distinguieron siempre por su absolutismo y su tendencia teocrática.

Eran los que diez años antes habían dicho la frase célebre de: «Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir»; estilizada después en «Lejos de nosotros la funesta manía de pensar». Los de Cervera no sólo tenían fama de absolutistas, sino de bravucones. Al entrar Fernando VII, se cuenta que pusieron en la fachada de un convento un letrero, formado con huevos sujetos con bramante, que decía: «¡Viva Fernando!».

Un chusco le puso al letrero la cuarteta siguiente:

Estos huevos que aquí veis

por cortedad los ponemos,

que otros más gordos tenemos

y vosotros no los veis.