EN LA ÉPOCA FERNANDINA
LA Constitución implantada en España por Riego y sus compañeros hizo al conde de España antiliberal y absolutista —siguió diciendo Escobet—. Sin duda el Gobierno con las Cortes no le parecía bastante enérgico y autoritario, y el ensayo del régimen parlamentario le dio la impresión de algo absurdo y anárquico. El Gobierno liberal no empleó al conde de España, teniéndolo como desafecto al nuevo régimen. Se dice que por entonces Luis XVIII le invitó a que regresara a Francia y entrara al servicio de su país de origen y de los Borbones. Él se negó y dijo que la sangre francesa que tuvo en sus venas había sido ya derramada por los mismos franceses en territorio español cuando la guerra de la Independencia.
—El conde no ha querido volver a Francia —dijo Max— porque en Francia, en el Ejército, hubiese tenido que poner en claro su origen, y eso seguramente no le convenía.
—Sí, es posible. No digo que no. Cuando la Revolución de Riego, el conde era segundo cabo en Cataluña; fue depuesto de su destino, se escapó a Mallorca y de aquí, perseguido, se marchó a Mahón, donde tuvo que vivir en un viejo lazareto destartalado. Se encontraba en Menorca, en 1822, cuando Fernando VII le encargó de una misión secreta cerca de las Cortes de París y de Viena. Al parecer, su salida de Menorca no estuvo exenta de peligros. Se presentó en el Congreso de Verona e influyó para que se decidiera la Santa Alianza a ocupar España y restablecer el gobierno del Rey absoluto. Se dijo entre los absolutistas que los generales del duque de Angulema que invadieron España con los Cien mil hijos de San Luis no hicieron más que seguir el plan de invasión que trazó a grandes rasgos el conde, quien tomó parte en la campaña de 1823, y terminada esta se instaló en Madrid.
»Fernando VII se hizo amigo entrañable suyo, todo lo amigo que Fernando VII podía ser de una persona. Años más tarde, el conde intervino en el movimiento del aventurero Bessieres. El antiguo tintorero, ex soldado francés y ex republicano, se había sublevado en Molina de Aragón por instigación de Fernando VII y de don Carlos. Conocían sus intentos y esperaban el resultado para aprovecharse del éxito, si lo tenía, fray Cirilo de la Alameda, Calomarde y España. El político, el fraile y el general jugaron la partida, mientras tras de la cortina permanecían Fernando VII y don Carlos esperando el resultado del movimiento. Bessieres dio el grito de “¡Viva el rey absoluto!” y “¡Abajo los masones!”. Nadie le secundó y, en vista del fracaso, el rey y Calomarde mandaron contra Bessieres, el francés ex tintorero, otro francés como el conde de España. A la vanguardia de las tropas de este francés iba un guerrillero afrancesado que había sido traidor al Empecinado en la guerra de la Independencia, don Saturnino Abuin, alias el Manco. Don Saturnino, gran conocedor de aquella tierra, persiguió a Bessieres y lo prendió con sus acompañantes. El conde de España convidó a cenar a Bessieres y bromeó, le halagó y le preguntó medio en serio y medio en broma por qué se había sublevado. Bessieres mostró una carta del mismo rey en la cual le incitaba a sublevarse, y un salvoconducto de don Carlos. El conde de España cogió los dos papeles y los quemó a la llama de una vela, e inmediatamente mandó fusilar a Bessieres y a los oficiales que le acompañaban y quemar todos sus papeles. El que prestó entonces el conde de España era un servicio como los que hacían Tristán el Ermitaño y Maestre Oliver el Gamo. El conde de España era el dogo de Fernando VII, su preboste Tristán.
—Siempre esa política baja y artera —exclamó Max.
—Es el maquiavelismo —dijo Hugo—, la emboscada de Sinigaglia de César Borgia.