I

EL LICENCIADO ESCOBET

LLEVABA Hugo varios meses en Berga. En la casa de Mestres se le quería. Sobre todo, Susana y la niña no podían vivir sin él. Únicamente la Nemesia se mostraba despechada, pues todos sus avances eran mal acogidos.

La Nemesia se quejó a Susana de que Hugo la despreciaba. ¿Es que ella era una apestada? ¿Es que tenía tiña? Ella sabía tanto como cualquiera otra o más. Susana se alegró de que Hugo no hiciera caso a su cuñada, pero fingió que lo sentía.

Max había salido a campaña con Brujó, y, según le dijo a Hugo, había mandado a Aviraneta informes del conde de España. A Max se le aumentaba el odio por el conde e intrigaba contra él y a favor de la Junta.

Un día Max y Hugo se encontraron en casa de Marcillón, el fondista y agente de los contrabandistas.

Marcillón tenía, al mismo tiempo que la taberna, una tienda de comestibles con género de contrabando. El francés quería hacer un capital e irse a vivir a Avignonet, cerca de Castelnaudary. Vivir en su tierra y pescar en el canal del Midi eran sus ideales.

Con Marcillón se entendía también un boticario viejo, el licenciado Escobet, para traer medicinas de Francia, pues de España no las podía llevar siempre que quería.

El licenciado Escobet era un cuco, en el fondo liberal, que se las echaba de indiferente. Comentaba los hechos del conde de España y de la Junta, pero no se ponía claramente del lado de los unos ni de los otros.

Se pasaba la vida en la botica preparando recetas con el mancebo, un muchacho de aire de simple, cara gruesa y cabeza estrecha.

El licenciado Escobet se mostraba aficionado a la frenología y a la craneoscopia. Leía libros de vulgarización de las teorías de Lavater y de Gall y hacía observaciones frenológicas. Al parecer, médicos y farmacéuticos de Cataluña participaban de las mismas aficiones a la frenología y al sistema de Gall.

El licenciado Escobet había ido a casa de Marcillón a hacer un encargo, y al encontrarse con Hugo y Max se sentó al lado del fuego y se puso a charlar con ellos. El farmacéutico pronto vio cómo se explicaban los dos jóvenes y habló con más libertad de la acostumbrada en él. Contó la historia romántica de una muchacha joven que, vestida de hombre, había ido a la guerra al requeté carlista; habló también de otra mujer, que decían extranjera, que estuvo algún tiempo en Montserrat haciendo vida de penitente.

Al poco tiempo se hablaba, naturalmente, del conde de España.