EJECUCIONES
A pesar del tajo puesto en el Tosalet de las Tres Forcas, amenaza constante de Berga, Hugo decía:
—Ese tajo no se empleará nunca; su único objeto es aterrorizar al pueblo.
Hugo hacía sus informaciones de curioso; escuchaba a unos y a otros, visitó el castillo y las otras fortalezas, habló con el gobernador don José Pons, alias Pep del Oli, que se mostró poco comunicativo. Pensaba visitar también al conde de España.
La hipótesis de Hugo de que el conde no iba a llevar a la práctica su suplicio medieval quedó pronto desmentida.
A últimos de enero de 1839 fueron hechos prisioneros tres migueletes y conducidos al cuartel general. El conde los consideró como merodeadores, dispuso que se les trasladase a Berga y se les ejecutase según sus nuevas órdenes. Efectivamente, se les llevó al Tosalet de las Tres Forcas y se les fue cortando la mano uno a uno y después colgándolos. Uno de ellos, del terror y de la sangre perdida, cayó muerto con un síncope antes de llegar a la horca. Toda la plazoleta del cerro de las Tres Forcas apareció manchada de sangre.
El pueblo quedó aterrorizado. Algunos curas se acercaron al conde a decirle que no estaba autorizado por las leyes divinas ni humanas para infligir tan terribles castigos; pero el conde les contestó con bufidos. El mariscal de campo Brujó, hombre valiente, se indignó y mandó el mismo día su dimisión. No se le aceptó. El ensangrentado tajo siguió al lado de las horcas.
Según se contó, un día después el conde de España, arrodillado en la iglesia de Caserras, decía gimiendo: «¡Tres más, tres más! ¡Dios mío, perdonadme!».