EL OPTIMISMO DE HUGO
HUGO escribía sus impresiones; todo lo que le contaban lo anotaba, y al mismo tiempo ilustraba con croquis y con planos el texto. Pensaba que si con el tiempo llegaba a encontrar bien sus apuntes los publicaría al volver a Inglaterra.
El optimismo de Hugo llegó a contagiar a Susana. Hugo leía con Susana trozos de Walter Scott y de Dickens. A ella al principio no le interesaba gran cosa la traducción; la veía como un trabajo difícil; pero luego fue interesándole cada vez más. Prefería Walter Scott a Dickens porque el inglés del autor escocés, sin conversaciones populares, lo llegaba a entender mejor.
Hugo le recomendaba que no dejara a Dickens, y empezaron a leer juntos los Papeles de Pickwick. Por aquellos días leyeron la escena del día de Nochebuena en casa del señor Wardle, en la casa vieja, en el salón, con el ramo de muérdago en el techo.
Al principio Susana se reía alegremente; pero de pronto comenzó a llorar.
—¿Por qué llora usted? —le preguntó Hugo.
—Me da mucha pena pensar que en otros países se vive así, de una manera tan dulce, y nosotros, en cambio, no vemos más que cosas horribles de guerras y de muerte.
—Sí, es verdad —dijo Hugo—. Tiene usted razón.
Hugo volvió a leer la escena cordial descrita por Dickens y comprendió que le hiciera gran impresión a una mujer como Susana, que vivía siempre dominada por impresiones de depresión y de melancolía.
«Es que esta mujer, en el fondo, es una inglesa», se dijo Hugo.
Hugo se convenció dé que Susana era una inglesa, y a pesar de no creerse patriota, esta idea hizo que la considerara como con un valor moral superior.
Por entonces Pilar comenzó a ir con más frecuencia a casa de Susana. Susana sospechaba que la visitaba para hablar con Hugo. Susana sentía vagos celos. La intimidad con Hugo le parecía muy agradable, y temía que una causa cualquiera la interrumpiera.
Ello no era obstáculo para que quisiera a su amiga y la viera con gusto.