XII

LAS DECEPCIONES DE MAX

HUGO veía con frecuencia a Max. Max no pudo conseguir visitar al conde de España; la calidad de francés del joven hacía que el conde no le quisiera recibir.

Max se mostraba descontento. Se quejaba de que todo le salía mal. Además de la poca fortuna, tenía un carácter irascible y revoltoso.

Perdidas las ilusiones con el conde, Max dirigió sus miras al general Segarra, quien, al parecer, le prometió incorporarle a sus filas y reconocerle sus grados.

Max veía que no encajaba del todo con la gente. El castellano que él hablaba apenas lo entendían, y a él le pasaba lo mismo con el catalán hablado por los otros.

Este fenómeno de sentirse fuera del ambiente, que en las personas nerviosas es muy ostensible y claro, en él se hacía más fuerte y muy intenso. Cuando hablaban catalán le aislaban.

Hugo le replicaba que eso mismo pasaba en el mundo entero: el gascón no se entendía con el picardo, ni el bretón con el normando, ni el inglés con el irlandés. ¿Para qué quejarse de un hecho irremediable?

—Estos catalanes no comprenden la gracia amable —decía Max—. Para ellos la gracia es siempre contra algo.

—Es el carácter de todos los meridionales.

Max no tenía gran simpatía por los catalanes. Le gustaba la tierra que presentase el aire de los valles pirenaicos franceses.

—El paisaje tiene esa nota dura de los países secos —decía Max—, y la gente es áspera como el país. Luego, este orden de la sociedad española es el orden de lo muerto. Algo repugnante.

En Cataluña, como en todas las regiones donde hay monte y mar, el hombre de la montaña no se parece al de la costa. El hombre de la montaña es serio, suspicaz, avaro con tendencia a la usura; en cambio, el tipo del mar es ligero, superficial, gesticulador, exuberante y apasionado.