LECTURAS DE HUGO
HUGO tomaba notas de todo cuanto oía sin darle demasiada importancia, y cuando no quería escribir se paseaba y, sobre todo, se dedicaba a la lectura. También tocaba el piano.
Se reía como un loco leyendo Pickwick y el Quijote.
Muchas veces, el señor Mestres y la familia le preguntaban de qué se reía, y Hugo explicaba las escenas de Cervantes y de Dickens; pero a ellos no les hacían mucha agracia. Todavía lo de Cervantes les gustaba, porque les daba una impresión de España castiza; pero las escenas de Dickens les parecían arlequinadas bufonescas.
Únicamente Susana escuchaba con atención y tuvo deseos de comenzar a leer aquellos libros que tanto le divertían a Hugo. Hugo se los prestó y se brindó a ayudarle en la traducción.
Susana tenía mucha voluntad y llegó a leer algunos libros de Walter Scott que le entusiasmaron.
Max solía ir a la casa de Ramón Mestres; pero no tenía éxito. Era un poco agrio. En cambio, Hugo producía entusiasmo en todos.
Al principio, Hugo no se ocupó de la niña enferma de la casa, siempre muy caprichosa y muy mimada. Luego comenzó a hablarla, a jugar con ella y hacerle dibujos y figuritas. La niña, de cuatro o cinco años, se llamaba Catalina. Hugo la llamaba Kitty. Al poco tiempo eran los dos muy amigos.
Susana, además de su hija y de su madre, tenía que ocuparse de tres sobrinos, hijos de un hermano de su marido; tres pequeños salvajes que no hacían más que barrabasadas.
Ella con paciencia sabía sujetarlos para que no se desmandaran e hicieran en la casa mil estropicios.