XIII

EN MARCHA

MAX y Hugo, al día siguiente, se quedaron en Tolosa. Allí redactaron entre los dos una reseña de sus investigaciones para enviársela a Aviraneta. Compraron dos maletines, un poco de ropa y dos gabanes fuertes. Hugo metió en el maletín bastantes libros, un tomo de Don Quijote en español, varias novelas de Walter Sott y tres tomos de Pickwick, de Dickens, que acababa de salir. Luego, con un contrabandista que les proporcionó Quiri, y cada uno en su mula, se dirigieron a la frontera de España.

No tuvieron mucha suerte con el tiempo. Al salir de Tolosa se veían los Pirineos blancos entre brumas.

A Hugo, el contemplar aquella muralla de nieve al fondo de las praderas húmedas y verdes le daba la impresión de que más allá había un mundo distinto, cerrado, de violencias y de crueldades.

Al día siguiente el tiempo quedó lluvioso y subieron y bajaron cuestas, atravesaron torrentes y cascadas, sin darse cuenta de por dónde iban. Pasaron por cerca de Foix y de Aix. Se encontraron en el camino con un polaco que contó muchas historias que, si no lo eran, parecían mentira. Dijo que después de tomar parte en la revolución de Polonia había sido enviado a la Siberia, desde donde se escapó; que más tarde estuvo en Navarra al servicio de don Carlos, quien le dio un certificado de haber tomado parte en la guerra carlista, y con este certificado esperaba conmover al zar y que le perdonara su colaboración en la defensa de Polonia.

Max afirmó que todo aquello era un tejido de mentiras, y ciertamente así lo parecía.