XII

LOS VIEJOS ANTICUARIOS

ERAN dos españoles ya viejos que vivían en Toulouse desde antes del principio de la guerra. El uno se llamaba Mendoza; al otro le decían don Paco.

Los dos españoles instalaron una tienda pequeña de antigüedades en la calle Tolosane. Por su conversación no se manifestaban ni carlistas ni liberales. Si profesaban ideas políticas determinadas, no parecía que sentían grandes deseos de defenderlas con tesón. Uno de ellos, don Paco, hablaba el francés como un francés; al otro, Mendoza, se le notaba mucho el acento.

Los dos españoles gozaban de buena fama en la vecindad. Se les consideraba gente ordenada, seria y puntual. Vivían con gran modestia, y les atendía una mujer vieja que les hacía la comida y les arreglaba el cuarto. Por lo que se decía, eran comerciantes honrados y no trataban nunca de engañar al comprador ni al vendedor. Si creían que un objeto valía mucho no pretendían quedarse con él con poco dinero, sino que adelantaban una cantidad, y si lo vendían luego bien, partían la ganancia con el vendedor. Tal sistema les había dado una gran parroquia.

Fueron Hugo y Max a la tienda de los dos españoles, pequeña y atiborrada de género.

Tenía en el fondo una trastienda con varios cuartos y un patio, todo igualmente repleto.

El señor Mendoza era un viejo decorativo de bigote y perilla blancos y con el cabello largo; parecía un militar retirado. Don Paco usaba patillas cortas.

Max quiso sonsacarles algo a los dos viejos de una manera diplomática; pero Hugo, más partidario de la claridad, les dijo que estaban haciendo gestiones para averiguar el nacimiento del general español conde de España. Les habían dicho en Cassagnabère que ellos lo sabían.

—Sí —dijo el señor Mendoza—; tenemos en nuestro archivo la hoja de servicios del conde y su partida de bautismo.

—¿Y se podría ver la partida de bautismo?

—Sí, señor. ¿Por qué no? Veré si la encuentro.

Mientras el señor Mendoza desaparecía en la trastienda, Max y Hugo charlaron con don Paco, quien les enseñó las riquezas que guardaban: consolas, sofás y relojes Luis XV, bargueños españoles, veladores, tablas góticas, cálices, casullas e incunables.

Al poco rato Mendoza vino con la hoja de servicios del conde y con su fe de bautismo. Este documento decía así:

El día 6 del mes de agosto del año 1775 ha sido bautizado Carlos José Enrique Francisco de España, hijo legítimo del distinguido y poderoso señor Enrique Bernardo, marqués de España, barón de Ramefort, señor de la castellanía de Cassagnabère, Peyrouzet, Seglan y Salleneuve en las sobredichas calidades; primer barón por su casa de los Estados del Vizcondado de Nebouzan; caballero de la Venerable y Militar Orden de San Luis y coronel del regimiento provincial de Marmande, y de su distinguida y poderosa señora Clara Carlota de Cabalby, marquesa de España: consortes. Padrino, el señor Juan Francisco Lafont, abogado del Parlamento, amigo de la casa; madrina, la distinguida y poderosa señora Francisca de Orbessan, marquesa de España, viuda pensionada del distinguido y poderoso señor José Andrés, marqués de España, gobernador y general del sobredicho Vizcondado de Nebouzan, a cuya ceremonia han asistido el señor abad Ferrán, vicario del expresado Cassagnabère, y los señores Antonio D’Ellean, Pedro José Larrien, Pablo Casauvan, Esteban Casaman, residentes en el sobredicho lugar de Cassagnabère. La presente la han firmado el padrino y la madrina. Dabeaux, cura párroco. Firmado en el Registro de Bautismo en la commune de Cassagnabère y Ramefort reunidas.

Max encontraba la fe de bautismo un poco rara; el anticuario aseguraba que no tenía nada de rara, y que el documento era auténtico, y la personalidad del conde y sus apellidos estaban claros.

—Sin embargo —dijo Hugo—, hay que reconocer que el apellido del conde está amañado. Si su madre era Cabalby, él tenía que ser D’Espagne y Cabalby.

—Sí; es cierto.

—¿Y usted conoce el final de los individuos de la familia? —preguntó Hugo.

—Sí. El marqués de España ha muerto en Mallorca en 1811. La madre, Clara Carlota de Cabalby de Esplá, en Cataluña. El primer hijo, Arnaldo Rogelio, fue capitán de Cazadores del ejército de emigrados; murió a los veintitrés años, en 1795. El segundo hijo, Andrés Valentín, que heredó el marquesado, es mariscal español y muere hace unos meses, en Granada. El tercer hijo es el conde de España.

—¿El conde está casado?

—Sí; ha estado casado con doña Dionisia Rossiñol de Defla, muerta en 1836 en Mallorca, y ha dejado un hijo, nacido el 7 de julio de 1808, don José, en Palma.

La cosa parecía que no tenía duda. El conde de España era hijo del marqués de España, aunque no fuera de apellido ni Couserans, ni Comminges, ni Foix.